Democracia y defensa de la vida humana

Autor: Adolfo Castañeda

Fuente: Vida Humana Internacional

 

 

El siglo que acaba de terminar se caracterizó por ser una época en la cual la comunidad internacional se hizo más consciente que nunca antes de la dignidad de la persona humana y de su libertad individual. Esta dignidad o valor intrínseco de la persona, así como su autodeterminación, se convirtieron en la piedra angular de las democracias que han surgido en el siglo XX. 

Sin embargo, irónicamente el siglo XX también se ha caracterizado por ser el más sangriento de la historia. En él han tenido lugar dos terribles guerras mundiales, el Holocausto judío, otros conflictos internacionales y un sin número de guerras civiles y étnicas. Además de ello, el aborto ha destruido (y continúa destruyendo) cada año a 50 millones de criaturas no nacidas a nivel mundial, sin contar los cientos de millones más que han muerto a causa del efecto abortivo que a veces tienen los anticonceptivos más usados actualmente. Evidentemente el respeto a la dignidad del ser humano, e incluso a su propia vida, no han caracterizado precisamente al siglo XX. ¿Cómo se puede explicar esta paradoja? 

Los países democráticos, que en su mayoría son los más desarrollados económicamente, son los que en general han legalizado el crimen del aborto. Los pretextos que han empleado han sido, entre otros, el "derecho" de la mujer ha "terminar" con su embarazo, el "derecho" a la "privacidad" o el "derecho a elegir". En general, la autodeterminación se ha convertido, en la conciencia colectiva actual, en un valor superior a la vida humana. En todo caso, alegan muchos, las cuestiones como el aborto y la eutanasia deben ser dejadas a la decisión de cada uno o al voto de la mayoría, ya que, según ellos, esa es la naturaleza de una sociedad democrática. 

Pero este tipo de argumento contiene dos serios errores. En primer lugar, habría que preguntarse si las personas que deciden abortar o practicar la eutanasia, o votar a favor de estas prácticas, de verdad están informadas al respecto. Lamentablemente la mayoría de los principales medios de comunicación social de la actualidad ocultan o tergiversan, entre otras cosas, la verdad sobre el aborto, la eutanasia y el desarrollo del niño no nacido. ¿Cómo puede darse un verdadera decisión sin el conocimiento adecuado de lo que se está decidiendo? Nadie compra una casa, por ejemplo, sin antes averiguar bien las condiciones en que ésta se encuentra. La libertad de escoger presupone el conocimiento de aquello que es objeto de la elección. 

Pero hay un segundo error mucho más serio todavía. Este error consiste en creer que el respeto a la vida de una persona humana es algo que debe ser decidido democráticamente, cuando en realidad es al revés. No es la democracia lo que debe determinar el respeto a la vida, es el respeto a la vida lo que debe determinar la democracia. Ello se debe a dos razones fundamentales. En primer lugar, la persona humana y sus derechos fundamentales, los cuales son inherentes a la naturaleza humana, son anteriores al Estado y a la sociedad. Por consiguiente, ni el Estado ni la sociedad tienen la potestad para conferirle derechos fundamentales a nadie, sino que tienen el grave deber de reconocer y tutelar dichos derechos. De hecho el Estado y la sociedad existen precisamente para salvaguardar los derechos fundamentales de toda persona humana. 

En segundo lugar, los derechos fundamentales de la persona humana, entre los cuales el primero es su vida, base y condición de todos los demás, deben ser respetados para que exista una verdadera sociedad democrática. Si una democracia no respeta los derechos fundamentales de todos los miembros de la sociedad, incluyendo los de las minorías y los de los más débiles e indefensos (entre las cuales están los bebitos no nacidos), esa sociedad ha dejado de ser democrática, incluso ha perdido su sentido de humanidad y se ha convertido en una dictadura de la mayoría o de la clase dominante. 

El derecho a la vida y los demás derechos fundamentales del ser humano no se deciden por votación de la mayoría o de una minoría prepotente, sino que constituyen el fundamento de toda posible votación y de toda democracia auténtica. Esos derechos son el punto de partida y la condición indispensable de todo ejercicio de la democracia y de la libertad. De lo contrario estaremos construyendo una sociedad donde el hombre es el lobo del hombre --y usualmente la víctima de ese lobo es el más débil e indefenso.