Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

Tratado de las virtudes y los vicios: virtudes en general

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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En la primera parte de la segunda trata santo Tomás los hábitos en general. Después estudia los hábitos buenos. Primero los buenos, pues lo positivo es anterior a lo negativo y a la privación, y es el medio por el que se conoce lo negativo, pues "por lo recto se conoce lo oblicuo o torcido". A continuación tratará los vicios y pecados.

El tema de la virtud en general había sido muy estudiado y meditado en las filosofías antiguas, y Aristóteles había elaborado su doctrina, sobre la que trabajará el Angélico. Por él la definición de la virtud pasa de la fuerza física, a la fuerza y energía espiritual, o perfección de las potencias en orden a la actividad más humana, la del orden moral. Santo Tomás quiso y consiguió integrar el concepto de virtud de san Agustín con el de Aristóteles, con esta definición: "Virtud es una buena cualidad de la mente por la que se vive con rectitud, de la cual nadie hace mal uso, y que Dios obra en nosotros sin nosotros".

Esta última expresión en la que Dios figura como la causa eficiente de la virtud, evidentemente sólo es válida para la virtud infusa. Pero, prescindiendo de ella, expresa una misma esencia que vale también para las virtudes adquiridas. Y aunque pone a Dios como causa, no excluye toda la cooperación del hombre, que se requiere como causa dispositiva para recibir la infusión de las virtudes por Dios.

QUE ES LA VIRTUD
La virtud es la disposición ordenada a obrar el bien. No es un acto bueno fugaz, sino una cualidad permanente, que imprime en las potencias una mayor determinación a realizar sus actos. Es un hábito, y el hábito es algo permanente, estable, que inclina a realizar los mismos actos buenos y los facilita.

Si las potencias son principios de actuación, las virtudes informando las potencias, son principios buenos de actuación. La virtud hace bueno al que la tiene, y le dispone para obrar bien. No es sólo una cualidad buena, sino que hace buena la acción. La virtud siempre es principio de rectitud.

Santo Tomás se separa de Duns Escoto, que enseñaba que el hábito virtuoso igual puede inclinar al bien que al mal. Para él la indefectibilidad de la virtud al objeto bueno es esencial a la misma. Así la fe será infalible en el asentimiento a la verdad revelada, la esperanza estará segura en su inclinación a conseguir la vida eterna. Y toda virtud, como la vida de Dios, sigue la expresión revelada: "Quien ha nacido de Dios y lo vive, no comete pecado, porque lleva dentro la semilla de Dios; es más, como ha nacido de Dios y lo vive, le resulta imposible pecar" (1 Jn 3, 9).

Con esto no se afirma que el hombre virtuoso no puede pecar; pero sí que si peca, lo hace prescindiendo del hábito de la virtud que le inclina al bien, al igual que un bulbo de narciso, mientras sea tal y siga su proceso natural, está llamado a producir la flor del narciso. La virtud puede ser motivo de vanagloria, pero esa vanagloria o cualquier vicio, no nacen de la virtud como principio de acción. Y esta rectitud moral, es aplicable a todas las virtudes, tanto a las morales, como a las teológicas o infusas. La virtud la produce Dios en nosotros sin nosotros, pero sin oponernos nosotros.

RELACION MUTUA DE LAS VIRTUDES
Las virtudes se relacionan mutuamente, y en esa mutua relación se pone de relieve la unidad de la vida moral. Esta conexión de las virtudes implica de tal manera la dependencia de una virtud respecto de las otras, que en una misma persona no puede darse una sin las otras.
El genio de Aristóteles y de Santo Tomás se manifiestan en esta cuestión, resplandecientes y muy profundos. Refiriéndose a Santo Tomás, Cayetano no duda en calificar, admirable y divino el ingenio del maestro, por su luminosidad radiante.

LA CARIDAD
Platón y Aristóteles vieron con agudeza la unificación de las virtudes con la prudencia: las virtudes no solamente son hábitos según la recta razón, sino que están unidos inseparablemente con la recta razón. San Agustín, entre los titubeos de los padres latinos, es el pionero que formula genialmente la conexión de las virtudes con la caridad en una unión tan íntima, que parece que las identifica con el amor. Son inseparables de ella porque cuando llega una virtud a la persona entra con ella la caridad, que expulsa todos los vicios. Esto es claro para las virtudes infusas, que son introducidas todas por estar enraizadas con la caridad. Pero no ocurre así con las virtudes adquiridas, que se forman por la repetición de actos.

LA PRUDENCIA, PUNTO DE CONEXIÓN

Sin embargo, santo Tomás encuentra, siguiendo a Aristóteles, en la prudencia un punto de conexión. Y así formula su sentencia: Las virtudes morales adquiridas, cuando son perfectas, tienen conexión y mutua dependencia, de tal modo que no puede existir una sin las otras, que como los dedos de la mano, están unidos y crecen unidos e inseparablemente en la prudencia y por la prudencia, siempre que esta prudencia sea prudencia total.

Las materias de las virtudes morales están íntimamente entrelazadas entre sí y existe redundancia de unas a otras. Por eso a cada virtud le pueden surgir dificultades, no sólo de las pasiones contrarias a la misma virtud, sino también de las contrarias a las otras virtudes. Una mujer puede tener la virtud de la castidad por amor de la misma. Pero, si por el afán del dinero, lujo, vanidad, o por miedo a la infamia, o por el despecho de los celos, sucumbe a la tentación, pierde la castidad, ¿qué clase de virtud de castidad era la suya? Era una virtud de castidad simple, sin complicaciones, pero no total. Se regía por una prudencia parcial, en lo referente a la exclusiva virtud de la castidad, pero no por prudencia total que mira y atiende al fin de vivir esa virtud en todos los riesgos y también trances y ocasiones arduos y difíciles.
Así, el que practica muchos actos de beneficencia o caridad, pero no domina la ira, el orgullo, la vanagloria, no posee la prudencia total. Y nadie tendrá virtud verdadera, si no ha adquirido la prudencia total, y no está dispuesto a ejercitar ese bien virtuoso en todas las circunstancias de su vida, y contra todas las dificultades.

VIRTUDES ADQUIRIDAS E INFUSAS
Ya hemos apuntado que hay virtudes adquiridas y virtudes infusas. Las adquiridas son hábitos operativos buenos, que la persona humana puede adquirir con el ejercicio de sus solas fuerzas naturales. Y están situadas en el medio entre dos extremos, viciosos ambos, por defecto o por exceso.

Las virtudes infusas sólo pueden ser poseídas gratuitamente por donación graciosa de Dios. Y son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a obrar sobrenaturalmente según la razón iluminada por la fe. En efecto, la gracia es una semilla de Dios, no operativa, como en el orden humano tampoco lo es el alma. Y así como ésta para actuar precisa las potencias, igualmente la gracia necesita las virtudes, que se adaptan a las potencias, por las que la vida de Dios trasplantada por la gracia se puede desarrollar y evolucionar.

Las virtudes infusas son, a su vez, teologales y morales, que se subdividen en cardinales y derivadas en perfecta analogía y paralelismo con las adquiridas correspondientes.

Santa Teresa nos dice profusamente que en sus padres y en sus hermanos, no vio más que virtudes. Ella misma en su niñez se veía muy inclinada a la virtud, después se desvió, pero rectificó a tiempo, con la fuerza y la luz de Dios. Ya de monja, mientras no tuvo virtudes, de sus consejos sólo dos o tres personas se aprovecharon; cuando ya las tuvo, en poco tiempo se aprovecharon muchos. Ya la gente ha atisbado el perfume de las flores de las virtudes y la buscan para su provecho, sin que ella lo pretenda ni se de cuenta: "Se dan cuenta de que tiene virtudes y ven que la fruta es apetecible. Querrían compartirla con ella".