Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo C

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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FAMILIA DE AMOR

1. "Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará hasta la Verdad plena" Juan 16,12. No es que el Espíritu Santo viene a enseñarnos verdades nuevas diferentes de las reveladas por Cristo, sino que nos hará profundizar en la misma verdad y nos la hará gozar fruitivamente. Cuando nace un niño se siente rodeado de ternura y de cariño. A ese cariño corresponde el bebé lentamente con sus gestos y después con sus balbuceos, motivados por las caricias de los papás y hermanitos que le aman. El niño que se siente amado, va poniendo nombre a esa ternura: papá, mamá, los nombres de sus hermanos. Los creyentes han seguido un camino semejante al del niño. Primero han sentido la ternura difusa. Después, han pasado a poner los nombres a las Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero cuando han de expresar la ternura y la vida de Dios, las palabras se quedan pequeñas. Con razón dice San Agustín: "Se habla de Tres Personas, por decir algo y no quedarse callados". Por eso la Escritura no nos habla del misterio de la Santísima Trinidad como de una verdad dogmática, sino que nos presenta la acción de Dios en la historia de la salvación: el Padre envió a su Hijo único, que por nosotros se encarnó, murió y resucitó, y que, al volver al Padre, nos envió el Espíritu para continuar su obra salvífica en el mundo. 

2. El hombre puede llegar con la razón natural al conocimiento de la existencia de un solo Dios verdadero. De hecho hay religiones no reveladas monoteístas, pero ninguna conoce el misterio insondable del Dios verdadero. Ni siquiera lo conoció el pueblo de la antigua Alianza, aunque intuyó la pluralidad de personas en Dios. Así se deduce de la lectura del libro de los Proverbios, que nos ha hablado de la Sabiduría divina como de una persona que existe desde toda la eternidad y que asiste a Dios como arquitecto en la creación del mundo. En él se inspiró san Pablo para designar a Jesucristo como la Sabiduría de Dios (1 Co 1,24). El conocimiento del capítulo 8 de este libro inspiró a Miguel Ángel y lo expresó genialmente pintando en la Capilla Sixtina a Dios Creador, abrazando poderosamente y vigorosamente a una persona joven –el Hijo, la Sabiduría Divina- mientras se acerca con su dedo Creador al dedo de Adán. La Sabiduría tiene origen divino y existe antes de toda la creación. Ella está junto a Dios cuando, como un artífice, va sacando del caos las diversas obras del universo. Antes de realizar su obra, el artista la piensa y la concibe en su mente y la plasma en la reali­dad con su sabiduría. Dios ideó el universo y fue realizando sus obras conforme al plan preconcebido. Es la sabiduría la que inspiró la maravillosa armonía de la creación, dejando en ella sus huellas impresas, como lo ha cantado con vigor y belleza, el poeta sublima, el mayor de los poetas castellanos:

"Mil gracias derramando

                                        pasó por estos sotos con presura

y yéndolos mirando

                                        con sola su figura

vestidos los dejó de su hermosura". 

3. Dios Padre es el Amante. Dios Hijo es el Amado. Dios Espíritu Santo es el Amor, dice San Agustín. El Padre concibe. El Hijo es concebido. El Espíritu es la Concepción, dijo San Maximiliano Kolbe. Dios encontraba sus delicias en la Sabiduría y se alegraba de sus iniciativas y realizaciones. En los tiempos mesiánicos los autores del Nuevo Testamento dirán que en la Sabiduría encarnada el Padre se complace. A su vez, la Sabi­duría se sentía feliz al contemplar realizadas las obras que ella había diseñado. Pero encontró sus delicias en el hombre, la obra más perfecta de la creación, hecha a imagen y semejanza del mismo Dios, capaz de entender los misterios de la sabiduría y de amarla y alabarla en nombre de la creación: "Yo estaba junto a El, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia; jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres". El Amor, con amor y sencillez, como un padre cariñoso, juega deliciosamente con sus niños pequeños. La Sabiduría procede Dios no por creación, y es como el primer fruto de su actividad, con un rango superior y total­mente aparte del de los seres de la creación. Se presenta como intrínseco a Dios, su sabiduría esencial, pero como algo distinto que ha sido engendrado por El como primicia de sus actos, sin poderlo separarlo de El, pues inspira sus obras, sin confundirse con ellas. 

4. Los autores sapienciales prepararon los caminos a la revelación de la doctrina sobre la distinción de personas, pero es Jesús quien nos revela plenamente a Dios uno y trino y quien nos hace conocer claramente el misterio trinitario: “"A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha manifestado” (Jn 1,18). El el Nuevo Testamento no ha suprimido el monoteísmo del Antiguo Testamento, sino que lo ha confirmado y profundizado trinitariamente. 

5. Dios es uno, pero no solitario, aislado, egocéntrico, sino plenitud desbor­dante de vida y de amor compartidos. En el aislamiento y el egocentrismo no hay Dios Personal, ni tampoco hombre, porque no hay amor y la persona se construye desde el amor. Dios es amor (Jn 4,8), y el amor necesita darse, comunicarse, dar vida, crear familia, ser Padre. Jesús comienza revelándonos que Dios es su Padre, al que llama el Abbá (Mc 14,36). Y a la vez que nos revela que Dios es su Padre, se revela a sí mismo como el Hijo de Dios. Los judíos nunca entendieron que Dios pudiera tener un Hijo: “Los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebran­taba el sábado, sino que llamaba a Dios su Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios” (Jn 5,18). 

6. Como nosotros somos hijos en el Hijo, nos atrevemos a llamar a Dios con la misma familiaridad con que lo hacía nuestro hermano mayor: "Habéis recibido no un Espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace clamar ¡Abbá, Papá, Padre!” (Rm 8,15). Este es el mensaje sustancial de Jesús: “Cuando oréis decid: Padre nuestro que estás en el cielo...”.

7. A medida que vaya avanzando la comunicación del mensaje, Jesús hablará abiertamente del Espíritu Santo como persona distinta.: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad plena”. Y esta promesa se hizo realidad el día de Pentecostés con la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente. 

8. El fruto de la efusión del Espíritu es la unión en el amor: “Los creyentes no tenían más que un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32). Bien lejos estamos los cristianos de esta unión fraternal, a pesar de que Jesús lo pidió al Padre “que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros" (Jn 17,21). Ha dicho el Concilio: “Con estas palabras el Señor nos ha sugerido una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y el amor” (GS 24). "El amor y la unión de las divinas personas debe ser el modelo de la unión y del amor de los cristianos entre sí. El modelo último de toda relación, de toda convivencia humana es éste: la Trinidad”. El mandamiento del amor mutuo fluye del misterio trinitario. Hemos de ser caridad porque Dios es Trinidad, comunidad de amor.

9. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" Romanos 3,1”. A San Agustín le conmovía tanto este texto de san Pablo, que decía: “¿Cómo podemos reconocer esta presencia del Espíritu en nosotros? Que cada cual interrogue su corazón. Si ama a su hermano, el Espíritu está en él”. El misterio trinitario se nos ha revelado con palabras de familia en la que reina la más cálida y tierna de las uniones. Dios no es una soledad egocéntrica, sino un derroche de amor compartido. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos invitan a entrar en su círculo de amor. Cuando entremos en ese círculo seremos de verdad “imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26). Si el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, ejercitemos ese amor: el hombre ame al hombre; ame una familia a otra familia; una nación ame a la otra; una Iglesia ame a otra; una Congregación ame a otra. Ayúdela; no la separe; no la distancie; no la disgregue; apóyela, cuanto más desvalida sea, más. Ayúdela y colabore; protéjala y defiéndala. Todos somos uno. 

10. Profundicemos en la contemplación del Misterio con la luz de la fe, y adoremos filialmente y con ternura al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Encontró a Teresa de Lisieux una hermana en su celda cosiendo con el rostro cuajado de lágrimas, y le preguntó cuál era la causa de aquellas lágrimas. -Es tan dulce llamar a Dios "Padre", contestó la Santa, que estaba experimentando inefablemente la emoción de la paternidad de Dios Padre. ¡Es tan misterioso llamar a Dios Hijo!. Que el Padre tenga un Hijo y que los dos formen una familia con el Espíritu Santo, que sean una comunidad de amor, nos debe inundar de gozo. Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, disfrutaron la visión de la Trinidad y nos lo han dejado escrito.

11. También en la familia humana, creada a imagen de la familia Trinitaria nos encontramos en ese ámbito de cariño y de entrega generosa entre los esposos y entre ellos y los hijos, hasta el límite, que su recuerdo nos inunda de felicidad. Por el contrario, cuando en la familia en vez de amor hay egoismo, ocurre la esterilidad. No se deja paso al hijo del amor. Se llama amor a otra cosa. Es verdad que el amor es siempre crucificante. Comienza en el Padre, que entrega al Hijo a la Cruz, y sigue en el Hijo, que acepta el cáliz que le ha preparado su Padre. Y, cuando el Hijo nos ha enseñado su camino, nos ha dicho que la senda es estrecha (Mt 7,14). Cuando hay amor alguien tiene que morir, el que más ama. El que no ama no quiere morir. Y esto cada día, cada instante. Si amo, lo mejor para tí; si amo, he de estar en la cruz. En un mundo en que sólo se busca el placer y el poder, (el poder porque facilita el placer, ¿no se habla de la erótica del poder?); (¿no es el poder una corona de espinas, que cuando más duele es "cuando se la quitan"?); pues en este mundo, los cristianos, familia de Dios Amor, tenemos mucho que decir y, sobre todo, muchísimo que hacer.

13. Sintonicemos con el autor del Salmo 8, y con el pueblo de Israel, que cantó este salmo de admiración y de adoración: "¡Señor, Dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra". Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Por los siglos de los siglos. Amén.