Fiesta de Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre, 2003

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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                                                                                                                                                      LA VOZ DE DIOS EN SANTA TERESA DE JESÚS

Desde niña Doña  Teresa de Cepeda y  Ahumada, había oído la voz de Dios y la había escuchado.

De una piedad innata, y un  sentido de lo eterno muy acusado, ella  ejercitaba su  carisma con  su .hermanito  Rodrigo, un  poco mayor que ella, y  los dos construían  ermitas para  dedicarse a orar y  a  releer  y memorizar  las lecturas de  las Vidas  de los Santos, que escuchaban al amor de  la lumbre, con toda la familia reunida.

Se  le encendían  en el  corazón  los deseos  del martirio  y pensaba que los mártires habían comprado barato el cielo.  

Llegó  la adolescencia  y  se enfrió,  se  disipó, se  volvió vanidosa y coqueta, flirteaba con. sus primos, y a punto estuvo de perder su gran llamada, su vocación de orante y maestra de oración.  

Cuidado con las amistades que. pueden apagar el. golpear de la llamada de Dios, y empañar el timbre, suave y fuerte a la vez, de su voz.

Ello  es posible y  debemos. estar  prevenidos.  Y tomar  las oportunas cautelas, no sólo cuanto  a las amistades, sino también en lo  referente a lecturas, espectáculos,  conversaciones en las que se infiltran  los criterios del mundo y la  escala de valores de la tierra.  

Su tío,  Don Pedro Sánchez  de Cepeda,  junto con Doña María de Briceño,  la monja  agustina que  la cuidaba  en su  convento, la devolvieron al camino.

El  primero con  el  testimonio de su  vida  orante  y  de penitencia, pues,  viudo cómo era,  se retiró a un  monasterio de monjes Jerónimos,  no sin antes poner  en las manos de  Teresa el libro que la salvaría: “El tercer Abecedario de Francisco de Osuna”, que la conduciría a reencontrarse a sí misma, a través de la palabra de Dios.

Decidida a ingresar en el Carmelo, se lo comunicó a su padre, que era  para ella  asunto irreversible y  acabado pues,  era tan tenaz, pundonorosa y valerosa, que ya nadie, después de empeñada su palabra,  la detendría  ni sería capaz  de influenciarla  para que diera un paso atrás, como dice  el Evangelio del que pone su mano en el arado.  

Buscó y ojalá no encontrara.

Buscó y encontró medio letrados, personas con el corazón poco ablandado en  Cristo, pusilánimes y temerosos  y tan calculadores de los resortes humanos que la hacían desistir del seguimiento de su evidente llamada.

Unos qué  para qué monja. Otros qué para qué  tanta oración. Que ya era suficiente con rezar el breviario y el rosario...

Casi  todos también  qué para  qué otra Orden. Que las que habían sobraban y que se creía superior a todos,  pues se erigía ella en Fundadora.

Todo la hizo sufrir. Siguió buscando y cada día peor.

Llegó un tiempo que no había quien la quisiera confesar, porque el  revuelo y la murmuración en  su ciudad era  general y deprimente.

Le hicieron creer  que era demonio lo que Jesús  le comenzó a regalar.

Se predicó contra ella en los púlpitos y se la humilló y ridiculizó ignominiosamente, con  un manifiesto desprecio a  su dignidad de mujer y de cristiana.

Se le prohibieron los libros que eran su único consuelo y que la  conducían hasta  que Jesús  le dijo un  día, cuando  estaba abrumada por  la desolación.  “No temas, hija,  que desde  hoy te daré libro Vivo”.

Y se  lo dió: Fue El, glorioso y  vivificante que le  dió la vida  y  la elevó  a  la  cumbre más elevada  y  luminosa de  la cristificación, como Ella describe en sus celestiales Moradas.

Porque escuchó y fue fiel, aunque perdió el camino, lo reencontró y lo siguió, tras el despiste, en la búsqueda.

Porque ante los desvíos, siguió y no retrocedió.

Porque no se amilanó ante las persecuciones y murmuraciones y difamaciones que amenazaban paralizarla, hoy tenemos una maestra excelsa de oración,  y  una  madre que siempre nos ayuda  a discernir, a seguir, a caminar, y a buscar hasta encontrar el agua viva siquiera llegue,  murmure quien murmurare, siquiera se hunda el mundo, siquiera me muera en el camino.

De almas como Teresa está necesitada la Iglesia.

Nosotros, al  menos, tomémosla como Maestra, que iremos bien servidos, pues Dios quiso hacer de Teresa un testigo de Jesús resucitado, como hizo a Juan y a Pedro y a los apóstoles. Esta elección la convirtió en mujer nueva, capacitada para testificar con su vida lo que había visto y oído. Y el mensaje que aportó Teresa a la Iglesia de su tiempo fue, principalmente, el de la imperiosa necesidad de orar, como camino para amar, cuando la oración mental, fruto de la devotio moderna, que había degenerado en puro juego de silogismos, era desconocida y peligrosa. Los teólogos escolásticos oficiales de entonces, carecían del conocimiento de este don. Decía fray Domingo de Soto que «si no era con el evangelio delante no sabía pensar en Dios, que, como era invisible, no sabía qué pensaban algunos hincados de rodillas dos horas delante del altar, que él no podía hacerlo". Otros, tanto o más calificados, tuvieron expresiones todavía más inauditas y lamentables. Melchor Cano ataca los «Comentarios sobre el catecismo cristiano» de Bartolomé Carranza porque divulgan la oración mental entre todos los cristianos. Por la misma razón acusaba a fray Luis de Granada, y hasta veía en la oración mental peligro para el desarrollo normal de la sociedad. Se comprende, sólo con asomarnos a aquel ambiente, que Teresa tuviera dificultades, y no sólo las sociales. En una atmósfera, no sólo poco propicia, sino hostil, cuando sólo el pensamiento de buscar la interioridad era peligroso (se temía el erasmismo y el alumbradismo), Teresa se abre camino y ofrece con contundencia el mensaje de aquel momento, para aquel momento. Y en medio de la tormenta se abrió camino, ¡y qué camino!

          Creo que no hay en toda la historia de la Iglesia un panegirista de la oración más caracterizado, elocuente y persuasivo que Teresa en obras y en palabras. Fue su gran divina intuición. Hemos vivido unos años de verdadera algarabía en torno a la oración. Y no sólo en la Iglesia Católica sino también en las separadas. Sobre la oración primero fue el silencio. Después la calumnia. Luego la omisión. Y ahora que se habla más de ella, creo que se habla más que se ejerce. Mientras avanza el desierto.

          Con la teología radical de la muerte de Dios, no había posibilidad de diálogo con un Dios muerto. Con la crisis y falta de fe, Dios no interesaba al hombre. La autonomía del hombre descartaba el trato con el Ser trascendente. Más, se le consideraba rival y amenazante. Estorbo para el desarrollo humano. Con la secularización y la desacralización, el trato con Dios era una forma alienante de la personalidad. Le escasa coherencia de los orantes profesionales, daba origen a acusar a la oración de evasión y desencarnación de la vida.

          En esta situación, como en la suya, no más fácil, ni menos difícil, Teresa alza la voz y nos dice: «que nadie tomó a Dios por amigo que no se lo pagase». Y se pregunta: ¿Por qué no hacen oración? <Por cierto, si no es para pasar con más trabajo los trabajos de la vida, yo no lo puedo entender, y para cerrar a Dios la puerta para que no les dé alegría en la oración. Cierto, les tengo lástima, porque a su costa sirven a Dios; porque a los que hacen oración el mismo Señor corre con el gasto, pues por un poco de trabajo les da gusto para que con él se pasen los trabajos».         

La oración es importantísima, pero no lo es todo. El primado es del amor, pero sin oración el huerto no produce flores, es decir, ni amor ni valores humanos, ni virtudes evangélicas, y las bienaventuranzas sin ella yacen marchitas, heladas: «Que para esto es la oración, para que nazcan siempre obras, obras, obras», que en el pensamiento de la maestra equivalen a virtudes. “No pongáis vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque si no procuráis virtudes y no hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas”. Es decir, sin oración no hay cristianos. Y sin cristianos no puede haber "nueva evangelización”, al menos en profundidad. Por eso Juan Pablo II, promotor de la misma, ha dicho que «el mensaje de santa Teresa conserva hoy toda su verdad y fuerza» y pide «que el pueblo cristiano se ponga a la escucha del mensaje teresiano».