El Siervo de Dios Eugenio José Serra Melia

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Sus primeros pasos en Carpesa

Yo tenía 13 años cuando don Eugenio José Serra Meliá tomó posesión de la Parroquia de San Pedro Apóstol de Carpesa, sucediendo al Cura Regente, Don Vicente Balanzá Devís, quien suscitó en mí la vocación sacerdotal y me condujo al Seminario. El Párroco, Don José Valero Juan, se había retirado para servir como Capellán a las Carmelitas Descalzas de Godella, a quien visitábamos los domingos todos mis compañeros. Cuando llegó a Carpesa el nuevo Regente, yo estudiaba ya tercer curso de Latín en el Seminario Menor de Valencia, Colegio de Vocaciones, dirigido por los Operarios Diocesanos del Beato Manuel Domingo y Sol. Mis padres me contaban la entrada del Cura Regente, que debió de ser el año 1934. Como feligrés, le escribí una carta en latín que tuvo la delicadeza de corresponderme también en un latín muy hermoso. Aquel año murió mi abuelo paterno y me contó mi padre que, cuando le abonó el estipendio del funeral y el nicho del cementerio parroquial, le entregó un regalo para su hijo seminarista. 



El coro parroquial

Su apostolado más intenso lo enfocó en dignificar el culto por medio del canto, para lo que formó un grupo de jóvenes cantoras que, con sus frecuentes ensayos, muy costosos y meritorios porque ninguna sabía solfeo, lograron grandes y admirables progresos, llegando a interpretar piezas a varias voces, incluso las Misas de Haller a dos voces, una msa del maestro Lorenzo Perossi y el “Exultate justi in Domino”, que es el Salmo 32,1 a varias voces de Ludovico Grossi da Viana, cuya partitura manuscrita por él, guardo entre otras, como reliquias. He aquí el texto del salmo, en latín y en castellano: Exultate, justi, in Domino: rectos decet collaudatio. Confitemini Domino in cithara; in psalterio decem chordarum psallite illi. Cantate ei canticum novum, “Aclamad, justos, al Señor, que la alabanza es cosa de hombres buenos; dad gracias al Señor con la cítra, tocad con honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un ántico nuevo acompañando los vítores con bordones”. Junto con los Trisagios, Villancicos y alguna barcarola atesoró un extenso repertorio.

Me encargó comprar los dulces para el lunch con que agasajó al Coro Parroquial el día final de las Cuarenta Horas, después de haber celebrado con gran solemnidad y éxito los Trisagios de los tres días y la procesión por la calle. Era pues generoso con quienes colaboraban con él. Era muy querido. Su conversación era muy amena, por su gran sentido del humor. Dignificó en gran manera las celebraciones e incluso encargaba a otros sacerdotes que le sustituyeran en el altar para poder él dirigir el coro y acompañarlo al armonium. Lo recuerdo en la sacristía iniciándonos a los seminaristas en la predicación, hallazgo de los textos bíblicos y comentarios, por ejemplo sobre la antífona: “El justo florecerá como la palmera”, enseñándonos a hacer nuestra propias interpretaciones y reflexiones. Interesante. Mi convivencia con él sólo duró unas vacaciones.



Primera Misa de Baldomero

En junio de 1935, el día 29, fiesta de San Pedro, celebró la Primera Misa en Llaurí, su primo hermano, Baldomero Rubio Meliá y quiso que yo, con otro seminarista de la misma parroquia, Vicente Gil Martí, ya fallecido, fuéramos con él a Llaurí. El predicó el sermón, del que sólo recuerdo que contaba el nacimiento de su primo y la frase con que su padre transmitía la noticia: “Ha naixcut un xiquet”. Eran cuatro los sacerdotes de Llaurí, a quienes martirizaron juntos en El Saler. Uno de ellos ya está en los altares, el Beato José Toledo Pellicer, del que escribí mi testimonio para incorporarlo a su Proceso, que incluyo para mayor información, dada la misma suerte de martirio que siguieron: ¿Qué les diréis a nuestras madres? – “Les hemos dejado en buen sitio” –respondieron. No sabían que decían, aunque criminal y sacrílega, la mayor y mejor y más gloriosa verdad de su vida.JOSE TOLEDO PELLICER

El Beato José Toledo Pellicer

Nunca hablé con él, pero le ví, le vi bastantes veces. Era natural del pueblo de Llaurí, en la provincia de Valencia, que posteriormente pude visitar el día 29 de junio del año 1935 en la primera Misa de Baldomero Rubio Meliá, a la que asistí, acompañando como seminarista a su primo hermano, Don José Serra Meliá, quien predicó en la celebración eucarística. Los cuatro fueron acribillados en el mismo acto en el Saler, el año siguiente. – Preguntaron a sus verdugos: “¿Qué les vais a decir a nuestras madres, cuando os pregunten qué habéis hecho con nosotros?” Pero yo conocí a Don José Toledo antes, porque era el ayudante del Director de la Schola Cantorum del Seminario Conciliar de Valencia, Don Juan Belda Pastor, hijo de Bocairente, también mártir. Yo, niño de 11 años, cantaba la voz de tiple, y Toledo, la de bajo. No estábamos cerca en los ensayos, yo era un niño, y él todo un hombre, apuesto, moreno, cerrado de barba, varonil, serio, voz impresionante, activo y atractivo. Se encargaba de repartir los papeles al comienzo de los ensayos. Es significativo que de entre los cincuenta que formaban la Schola, sólo recuerdo su persona, su rostro, su carácter, y la de nadie más, lo que demuestra su atractiva personalidad, que impactó mi persona de niño. Entre otras piezas, ensayábamos el Ofertorio de la fiesta del Corpus: "Sacerdotes Domini", del Maestro Ubeda, organista de la Capilla del Patriarca de Valencia. Es un texto del Levítico, letra premonitoria y profética en el caso de nuestro mártir: "Los sacerdotes del Señor han de ser santos para su Dios, y no profanarán su Nombre, pues ellos son los que ofrecen los panes y el incienso a su Dios (21,6). ¡Qué pronto iba a vivir lo que cantaba y dirigía, al convertirse con sus tres compañeros en pan de Cristo, molido en la muela del martirio, y en incienso que perfumó el altar del Señor! Construyó la Iglesia mártir de Valencia, edificó a sus coetáneos y nos dejó una huella de santidad a imitar. He visto a un mártir. He estado al lado de un mártir, he cantado con él, y hoy me siento privilegiado y agraciado de poder hablarle familiarmente y con confianza: ¡Beato José Toledo Pellicer, ruega por nosotros! ¡Por aquel tiple, por los que queden de aquella Schola Cantorum, por la Archidiócesis de Valencia, de la que eres una rosa martirial calificada. Ruega porque el peligro sigue acechando y arrecia y necesitamos recobrar la fuerza de vuestro heroísmo!. 



AÑO 1936. JULIO.

Lo veía triste, triste, profundamente triste. Silencioso, como abismado en el dolor. Como si lo intuyera, había instalado un viacrucis nuevo en el templo parroquial. Cuando le arguyeron que, como arreciaba la revolución se exponía que fuera profanado y destruido, respondió que un Obispo se vistió sus ornamentos solemnes para esperar a la muerte. ¿Pensaría él lo mismo al colocar el Viacrucis?¿Preveía que él lo iba a recorrer tan pronto? Parece que con su perspicacia y lucidez lo veía venir. Pues cuando el 13 de julio fue asesinado el Jefe del Bloque Nacional, Don José Calvo Sotelo, al que Dolores Ibárruri, La Pasionaria, había amenazado en el Congreso con la conocida frase: Su Señoría morirá con las botas puestas, comentó con desaliento: Va a comenzar. Le visité en el domicilio de la familia de Don Antonio Estellés y Vicenta Martí, personas de gran proximidad a la iglesia, y se le veía enormemente preocupado. También mi madre le visitó allí para animarle y ofrecerle un regalo. Trasladarlo a su casa paterna en Llaurí, fue su muerte. Desde allí escribió una carta que guardo, en que habla enigmáticamente y con su ironía característica, de los gatillos de las escopetas que amenazaban con no dejar ninguna rata viva. 



Amargura del desalojo

En la Casa Abadía precipitadamente retirábamos las cosas más significativas y portátiles, a las pocas horas ya fue incautada por el Comité. Enseguida quemaron las imágenes y los ornamentos en la plaza mientras comenzaba el derribo de los altares y el volteo de las campanas por su triunfo. La iglesia quedó convertida en almacén y garaje. Lo contemplábamos dolorosamente. Una furia diabólica se había adueñado de los corazones de los hombres, antes normales, de repente convertidos en fieras rabiosas. Yo pude llevarme a mi casa los cuatro tomos del breviario de Don José, un copón pequeño y el cáliz de su primera misa, que mi padre guardó durante toda la guerra y que devolvimos después a su familia. 



El Grano que da fruto

Clandestinamente durante toda la revolución Dios nos concedió la gracia de tener la eucaristía en mi casa y proveer de sagradas hostias a varios feligreses de la Parroquia. Mi tía, Dolores Ballester, hermana de mi madre, Religiosa de la Pureza de María, llegada por traslado desde Palma de Mallorca a Valencia unos días antes del 18 de julio, y forzada por la clausura y la quema de los conventos a salir del colegio del Cañamelar, encontró su casa en la de mis padres. Como todos los templos estaban cerrados y muchos sacerdotes asesinados, sus numerosas amigas, se reunían en mi casa los domingos para escuchar sus charlas religiosas, comentar las noticias de la guerra y, sobre todo, para la hora santa que celebrábamos con el Señor expuesto en el coponcito que yo pude salvar, guardado en un armario a guisa de capilla situado en su habitación. Sobre nosotros, aquella parroquia clandestina, velaba misteriosamente y fortalecía la sangre derramada del Párroco Don José Serra, que llorábamos, mientras él seguía manteniendo y acendrando la fe de sus feligreses, aquel pequeño rebaño. El haría posible nuestros encuentros providenciales con Filomena Ferrer de Burjasot, futura Obrera de la Cruz, cuyo Instituto no había nacido y Don VicenteGarrido, su Fundador, estaba escondido en una casa de la huerta de Carpesa, con los sacerdotes Don Vicente Lloréns y su hermano Don Antonio en su casa de Godella; con Don Bernardo Asensi, con quien nos confesábamos y cuyas misas oíamos, a quien y a las religiosas de la Pureza dispersas y algunas reunidas en un piso en Valencia, ayúdabamos proporcionándoles alimentos en aquellos tiempos aciagos, de hambre y de las lentejas del Dr. Negrín. Así fue como Don Bernardo pudo asistir a varios moribundos y alguna vez nos celebró la misa y nos predicó un santo sacerdote, Don Rigoberto Oliver, a cuya casa escondite de Valencia fui a buscar y acompañarle rehuyendo el camino normal.



Instalación de la Reserva

Don Mariano Martí Sorlí, que salió del escondite donde había permanecido toda la guerra, trasladó desde mi casa el Santísimo Sacramento para instalarlo en la ermita de San Roque donde quedó reservado mientras se reconstruía la iglesia parroquial. ¿No eran ya estos sucesos consoladores presagio de la nueva primavera, espigas del grano caido chorreando sangre?. ¿No era un milagro la perseverancia de mi vocación, a pesar de haber sido detenido, disuadido y amenazado? Téngase en cuenta que de los 65 seminaristas que ingresamos en el curso 1932-33, sólo 2 volvimos al Seminario al final de la guerra ¿No había escrito Tertuliano cuando las persecuciones de los tiranos del Imperio de Roma, que la sangre de los mártires es semilla de cristianos: Sanguis Martyrum semen cristianorum?¿No estaba aquella sangre joven pregonando el brote de la higuera, el arrullo de la alondra de la Glorificación?



El martirio

El 10 de agosto de 1936 en la playa de El Saler- Valencia, cayó asesinado junto con José Toledo Pellicer, Coadjutor de Bañeres (Alicante), nacido en Llaurí el 15/7/1909, Tomás Peris, cura de Alcalá de la Jovada y Baldomero Rubio Meliá, su primo hermano, coadjutor de Guadassequies. Era su acción más grandiosa, la gesta mayor de su vida. Entregar su vida cruentmente por amor. Dejaba su herencia en Carpesa. El amor que había conquistado con su ferviente apostolado, el sagrario nuevo, tan original que ilusionó y el Viacrucis recién estrenados. Su habilidad para jugar con los nombres hacía el acróstico con sus apellidos: el Serra Meliá, lo convertía en Mel í-ha en la Serra. Ciertamente, desde aquel 10 de agosto, en la fiesta del protomártir romano San Lorenzo, fulminada su carne con las balas a quemarropa, saborea las mieles del banquete “en la sierra preparada para todos los pueblos con un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera(Isaías, 25, 6) por las Bodas del Cordero de pie, aunque degollado” (Ap 5, 6). El Sagrario y el Viacrucis que nos legó, pregonan el ideal de su vida y compendian su entrega sacerdotal y matirial. El, como hombre justo había ya ensayado la gran orquesta de su gloria con su Exultate justi para cantar el Cántico nuevo acompañado de cítaras, de arpas y de bordones.