San Pedro de Alcántara

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Pedro de Alcántara es hijo de un noble matrimonio de Alcántara, en Extremadura, 1499. Creció en un ambiente de lucha. Sus padres formaban parte de la nobleza que, con Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, habían reconquistado los últimos reductos musulmanes, Granada, en España. Pedro tenía el temple férreo de los conquistadores de América, Pizarro o Hernán Cortés. Con la edad progresaba en los estudios, pero él se sentía llamado a otras conquistas. Terminados sus estudios en Salamanca, que afinaron su espíritu y ensancharon su pensamiento, decidió ser franciscano. A los dieciséis años recibió el hábito en el convento de los Manjaretes, frontera con Portugal, y ejerció de custodio y provincial en su Provincia franciscana. Y, al final, de Comisario General de los Franciscanos Reformados por él; murió en Arenas de San Pedro, cerca de Ávila, en 1562.

SU MAGISTERIO CON SANTA TERESA 

Cuando Santa Teresa, vivía en el monasterio de la Encarnación de Ávila, se debatía entre grandes pruebas e incomprensiones. La riqueza de la vida mística con que Dios la elevaba era considerada obra del demonio por sus directores espirituales, hasta que, Doña Guiomar de Ulloa, una de sus amigas, le preparó una entrevista con Fray Pedro, a quien Dios había preparado haciéndoles habitar en las cumbres de esos misteriosos caminos de la gracia con regalos sublimes, para que por propia experiencia supiera discernir en seguida que los eran de “la mismo librea”. Dios quiso preparar de esta manera a San Pedro para iluminar el espíritu de Santa Teresa de Jesús. "En seguir los consejos evangélicos es infidelidad tomar consejo. El consejo de Dios no puede dejar de ser bue­no." En casos de conciencia y de pleitos, bien están los juristas y los teólogos, "mas en la perfección de la vida, no se ha de tratar sino con los que la viven". Y añade con un poco de ironía: Si quiere tomar consejo de letrados sin espíritu, busque harta renta, a ver si le valen ellos, ni ella, más que el carecer de ella por seguir el consejo de Cristo. Creo más a Dios que a mi experiencia. No crea a los que la dijeren lo contrario por falta le luz, o por incredulidad, o por no haber gustado cuán suave es el Señor. 

RESISTENCIA DEL OBISPO VENCIDA POR FRAY PEDRO

El obispo no quería autorizar la fundación. Pedro de Alcántara le escribió, pero no consiguió nada. Bien enfermo Pedro fue a visitarlo al Tiemblo, donde se encontraba; y consiguió que Don Álvaro de Mendoza concediera la autorización para la fundación del convento de San José. Pedro era un hombre alto, espigado, como el modelo de las figuras que pintaba el Greco en Toledo. La resistencia de su organismo era milagrosa, toda su vida era un verdadero milagro; caminaba sobre las aguas, leía los secretos de los corazones, salvaba las distancias con la velocidad del rayo, plantaba su bastón en el suelo y se transformaba en una higuera. Como él cumplía la voluntad Dios, los elementos obedecían la suya. Caminaba con los pies descalzos y la cabeza siempre descubierta y aparecía tan escuálido que, decía Teresa, que "parecía hecho de raíces de árboles". La conversación entre los dos grandes contemplativos serenó definitivamente a la Santa. Fray Pedro aseguró que todo aquello era de Dios, y después convenció de ello a los mismos maestros escépticos. 

TERESA LE ANUNCIA SU MUERTE

Hacía un año que Santa Teresa le había avisado de la proximidad de su muerte, lo cual no le impidió seguir vigilando la observancia y visitando los conventos como Comisario general de los reformados. La última enfermedad le sorprendió en Arenas, en la provincia de Ávila. En el hospital público, oraba sin cesar de repetir: "Señor, lávame más todavía de mi iniquidad." Al llegar el médico, preguntó: "Señor doctor, ¿no hemos de caminar?". "Muy presto, Padre", dijo el doctor; y el santo, lleno de gozo, recitó el verso del salmo: "Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor." "Cuando expiró -dice Santa Teresa- se me apareció y me dijo cómo se iba a descansar y que bienaventurada penitencia, que tanto premio le había merecido. Y he aquí acabada la aspereza de vida con tan gran gloria."

SU REFORMA

Por donde pasaba Fray Pedro, introducía la Reforma en los conventos. Siendo provincial, añade nuevas normas a su regla, funda tres conventos de nueva observancia y crea la nueva custodia de San José, que después sería provincia. Los rigores que impone en las fundaciones son impresionantes: Tres horas de oración mental, además del oficio cantado, disciplina diaria, dormir en el suelo, supresión de estipendios de misas, inspirado en el testamento de San Francisco, para él el pensamiento definitivo del Fundador. Su vida fue una verdadera interpretación hispana del espíritu del Poverello. Su figura, envejecida antes de tiempo, caminaba por valles y montañas para visitar los conventos exhortando a perseverar en la pobreza. Franciscana fue su muerte, rodeado de sus hermanos, en un pueblecito olvidado, recibiendo arrodillado el santo Viático, con palabras de exaltación de la pobreza y de la oración. Su cuerpo fue amortajado con los vestidos más pobres. Se apareció repetidas veces a Santa Teresa a quien reveló la gran gloria le había merecido su penitencia. 

EN ESPAÑA Y EN PORTUGAL

Su fama no sólo se difundió por España, sino que llegó también a Portugal, por lo que el rey Juan III lo llamó a Lisboa donde dejó una huella de santidad y de prestigio por sus virtudes. Fray Luís de Granada será amigo suyo y también San Francisco de Borja, el Duque de Gandía. Y las hermanas de Felipe II. El mismo Carlos V, ya retirado en Yuste, le pidió que dirigiera su conciencia: “Padre, mi intención es que os encarguéis de mi alma”, le dijo el emperador. “Señor, yo no podré desempeñar ese cargo, tenéis que buscar a otro”. –“Haced lo que os mando, que yo se bien lo que me conviene”, respondió el emperador contrariado. –“Señor, tenga por bien que se haga la voluntad de Dios. Si no vuelvo, tenga vuestra majestad por respuesta que no se sirve de ello”

Pudo ser un gran reformador porque era gran penitente. La ascesis sólo es un medio para evitar los peligros que la carne combate los vue­los del espíritu, y así lo entendía San Pedro de Alcántara. Su fin es la unión con Dios, y aunque a San Pedro se le cono­ce, sobre todo, por sus proverbiales penitencias, es más admirable en él el contempla­tivo que el asceta. Oraba sin cesar y en todas partes. A veces, una sola palabra le arrebataba de tal modo, que lanzaba gritos ininteligibles, entraba en éxtasi y quedaba suspenso en el aire. Un día ensayaba un joven en la huerta del convento el principio del evangelio de San Juan, las palabras: “el Verbo se hizo carne” le impresionaron tanto, que empezó a volar, levantado un codo sobre el suelo y atravesó cuatro puertas, llegó al altar mayor y quedó en éxtasis. Otra vez, no pudiendo sufrir los ardores que le abrasaban salió a la huerta y quedó suspendido en el aire delante de una cruz.

SANTA TERESA NOS REVELA SUS CONFIDENCIAS 

Santa Teresa nos relata en su Vida:”Paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sólo hora y media entre noche y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado y con la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared..." Jamás, añade la Santa, se puso cosa alguna en los pies, ni otro vestido que un hábito de sayal y un manto, sin ninguna otra cosa sobre las carnes... Decía que en los grandes fríos se quitaba el manto y dejaba la puerta y ventanilla abiertas de la celda, para componerse con el manto más tarde y cerrarlas, contentando así al cuerpo "para que sosegase con más abrigo". "Comer a tercer día era muy ordinario y díjome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello...". Al completo retrato que traza Santa Teresa, añaden los biógrafos varias anécdotas, como la de la vez en que un padre dominico le encuentra casi desnudo en la huerta del convento, apenas cubierto con un viejo manto descuartizado, y ante la extrañeza del visitante, responde fray Pedro: "Échele vuestra merced la culpa al Evangelio, el cual nos aconseja tener una sola túnica. La mía la he estado lavando y no tengo qué ponerme".

SU CARIDAD

Severidad terrible para consigo mismo, pero siempre ungida de la humildad más franciscana y la caridad más tierna. Les decía a sus frailes: "Si vierais a vuestro hermano pecar, no os ofendáis y no os turbéis, sino, llenos de mansedumbre, habladle al corazón y avisadle con amor, acordándoos que vosotros habéis sido hechos del mismo barro." Y el amor de Dios le llenaba tanto el alma, que le traspasaba hasta el pecho y tenía que dejar su celda para salir a refrescarse al aire libre. Muchas veces le resultaba muy difícil hacer oración o celebrar la Misa sin quedar en éxtasis hasta levantarse en el aire. A menudo le invadía el Espíritu, y le hacía proferir grandes gritos y tenía que correr a encerrarse en su celda, como un día, en que instruyendo a sus hermanos sobre el Evangelio, se quedó gritando "Dios se ha hecho carne", y hubo de correr a la celda, donde pasó tres horas en éxtasis. Él sí que podía hablar sobre el amor con toda propiedad, como lo hace en su "Tratado de la Oración y de la Contemplación", joya de gran valor, aunque breve, que alimentó a grandes espíritus y mereció los elogios de San Francisco de Sales. Éste fue el testamento espiritual de aquel reformador de frailes, uno de los más grandes promotores del fervor religioso en la España de su tiempo.