San Juan de la Cruz, 

Y su circunstancia

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Cuando España no era aún una realidad política, nació en Castilla, en Fontiveros de Avila un niño llamado Juan. Era el año 1542.

Las Indias —América— había sido ya descubierta y era considerada aquí como una provincia grande de Castilla. Allá pretenderá también San Juan al fin de sus días llegar.

De Fontiveros a Arévalo y de Arévalo a Medina del Campo, populosa y villa, la más activa y rica, de toda Castilla.

Aquella Castilla desangrada por la costosa presencia de los ejércitos de Carlos V en toda Europa, y por la política internacional de Felipe II, estaba poblada de pobres y de gentes arruinadas por los impuestos y por las cosechas mermadas y por las epidemias. Por todas partes bullía una invasión de mendigos impresionante.

Castilla se marcha a Europa con el afán de poner una pica en Flandes. Castilla se va a las Indias por ver si puede hacer “las Américas”. Castilla semeja una moza todo eldía asomada a la ventana, como quien no tiene dentro nada que hacer, escribe Pemán en “Cisneros”.

La infraalimentación por una parte y por otra la rudimentaria medicina proporcionan a aquellas gentes menos audaces que se quedan, una esperanza de vida de 27 años.

Juan de la Cruz ha nacido, pues, y crecido en una circunstancia de pobreza y de miseria.

Sin embargo, contrasta tanta penuria con el gran florecimiento cultural y político de España que hace de este siglo XVI su “siglo de oro”.

En el ámbito social y político, en efecto, el ciudadano español se mue

ve en el mundo entero. En España no se pone el sol. Europa y América, Africa y Filipinas son sus dominios.

Hay una creatividad prodigiosa de arte y de cultura. Las universidades pasan de 11 a 32. Las Facultades de Teología de 10 a 23. La Arquitectura produce dos catedrales en el mismo siglo, las de Segovia y Salamanca, el plateresco de aquella Universidad y el herreriano solemne y austero de El Escorial.

En las letras brillan escritores egregios de fama universal: Fray Luis de León y Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Góngora. Lope de Vega y Cervantes. Ellos solos ya merecerían la gloria de la designación a su siglo de “siglo de Oro”.

Pero hay más. Hay una efervescencia en el discurrir de todo este siglo de ardor religioso en el mundo de la fe y del espíritu, que es el que más afecta a San Juan de la Cruz.

Le afecta más que el de la cultura literaria, porque ésta para él. Sólo es un medio de expresión y comunicación de lo que lleva en el más profundo centro.

Le afecta porque él se va a ver inmerso en ese mundo, en ese clima, en esa circunstancia, a la vez que él va a ser parte activa y creativa e incentiva de la misma.

Es la circunstancia que más íntimamente le toca, y la que él más profundamente centra.

Tanto en el pueblo como en las élites existen verdaderos deseos de renovación espiritual.

Hasta las Ordenes religiosas ha llegado la onda expansiva del Concilio de Trento demandando reforma a la Iglesia, consiguientemente, de una manera especial, a ellas.

Están en la calle temas como oración, recogimiento, evangelización y difusión de la mística.

Temas propugnados por santos y hombres de Dios escritores tales como Francisco de Osuna, mentor de la evolución oracional de Sta. Teresa, Fray Luis de Granada, predicador y escritor, San Juan de Avila también extraordinario e influyente predicador, Cisneros que era hermano del Cardenal y Abad de Monserrat, y autor celebradísimo de un tratado completo sobre la oración, inspirado en la devotio moderna.

Santos Fundadores como San Ignacio influencian al pueblo con las primeras hornadas de la Compañía, aunque el mismo Ignacio tuvo que experimentar en la cárcel lo “peligroso que era predicar a Cristo a los cristianos”.

Que es también con lo que hay que contar: a un extremo y otro de la espiritualidad floreciente surgen los alumbrados y dejados, por exceso, y por la ortodoxia desmesurada, Inquisición institucionalizada y los conservadores por libre, siempre a la caza de herejías. Como San Ignacio, Santa Teresa no escapó de las redes de la Inquisición, víctima de la malquerencia de sujetos frustrados en sus propias filas.

Esta es la circunstancia de San Juan de la Cruz, contemporáneo también de quince o veinte santos españoles, canonizados después. Juan de la Cruz participó y se vio inmerso en la miseria del pueblo más bajo, entró en el campo de la cultura literaria y teológica y se vio envuelto por la Madre Teresa en la inmensa tarea de la renovación de la vida religiosa. Y también sufrió sus consecuencias de modo dramático. Encarcelado como San Juan de Avila, el Arzobispo Carranza y Fray Luis de León, de todo sabrá absorber elementos vitales, y con todo hay que contar para comprenderle y seguir la evolución de sus obras, cumbre de la mística.