Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

Resucito de entre los muertos, subio a los cielos

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

 Cinco cuestiones de la Suma, de la 53 a la 57, dedica el Angélico a estudiar los misterios de la Resurrección y Ascensión de Cristo al cielo. Son numerosos los datos de la revelación. "Os anunciamos la Buena Nueva de que la promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús" (Hch 13, 32). Y el Catecismo de la IC, celebra estos misterios, como verdades trascendentales: La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz: Cristo resucitó de entre los muertos. Con su muerte venció a la muerte. A los muertos ha dado la vida (Liturgia bizantina) (638). Santo Tomás ve necesaria la Resurrección para manifestar la justicia divina que debe ensalzar a los que se han humillado; para confirmar nuestra fe en la divinidad de Cristo, según las palabras de San Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, es inútil nuestra predicación y vana vuestra fe" (1 Cor 15, 14); para alentar nuestra esperanza en nuestra propia resurrección; para ejemplo de nuestra resurrección espiritual, a fin de que, muertos al pecado, resucitemos con Cristo a una vida nueva (Rm 6, 14); para completar el misterio de nuestra redención, promoviéndonos al bien con su resurrección, después de habernos librado del mal con su pasión. Para ser breves, omitiré los problemas que acerca de la Resurrección se plantea el mismo Santo Tomás, sobre si el Cuerpo de Cristo al resucitar era verdadero, si resucitó íntegro y con cicatrices, sobre la causa de la Resurrección, etc, etc. Cuestiones muy curiosas e interesantes, pero no sustanciales, que no entran dentro de mi propósito divulgador.

EL TESTIMONIO DE SAN JUAN

Nos dice Juan: "Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó"(20, 8). Es la única ocasión en que en el NT se afirma que alguien cree al ver el sepulcro vacío. El evangelista piensa en una mayoría de lectores a quienes no se les ha aparecido Cristo Resucitado. Con lo cual está diciendo que esa prueba no es necesaria, ya que él, Juan, ha creído viendo el sepulcro vacío. Cosa que era para él nueva: "No había aún entendido la Escritura que dice que El había de resucitar de entre los muertos" (Jn 20, 9). Se van los Apóstoles. Y María se queda. Y le dice Jesús: "María". "Suéltame que aún no he subido al Padre; ve a mis hermanos y diles que subo al Padre mío y vuestro" (Jn 20, 16-17). El encuentro con Jesús engendra el envío para dar la Buena Noticia.,,,,,,………………………………………………………………….......... 

CRISTO INICIA LA VIDA INMORTAL E INCORRUPTIBLE

"El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios" Mc 16,15. El hecho de la Ascensión, aunque fue contemplado por testigos, es un gran misterio. El cuerpo de Cristo fue glorificado y vuelto al Padre en el momento de su Resurrección, pero durante los cuarenta días en los que él comía y bebía familiarmente con sus discípulos, su gloria quedaba eclipsada bajo los rasgos de una humanidad como la nuestra. Después de comer con ellos, desaparece el eclipse que ocultaba su divinidad, y sus discípulos vieron sobrecogidos, cómo se elevaba, y contemplaron cómo iba subiendo como en un vuelo majestuoso, hasta la gloria, simbolizada por la nube donde entra glorioso, hasta que se lo quitó de la vista (Hch 1,1). Pero no hay que entender la Ascensión como un viaje espacial de Cristo más allá de la estratosfera, sino como la entrada en una dimensión desconocida y nueva para nosotros. Cristo se va pero se queda con una presencia nueva y activa, actuante, misericordiosa y renovadora. Lo que nos quiere decir el autor sagrado de modo metafórico es que el Señor Jesús participó de la gloria, majestad y poder de Dios. Y así lo proclama el salmo: "Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas; tocad para nuestro Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad" (Sal 46). Esta es la fiesta del futuro de la humanidad, y el corazón manifiesta la alegría de la victoria de nuestro Dios en su ascensión, que es la esperanza de los hombres. Al venir a este mundo nuestro, Jesús no se había separado del Padre. Con El estaba y con El vivía: "¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?" (Jn 14,10). Al mismo tiempo vivía con los hombres ocultando la presencia de su divinidad. No habría podido ser de otra manera, pues nadie puede ver el rostro de Dios en esta vida. Así se lo dijo a Moisés, que le pedía: Muéstrame tu gloria. Mi rostro, no puedes conseguir verlo; porque ningún hombre me verá, sin morir (Ex 33,18). Santo Tomás escribe que la tierra es lugar de generación y de corrupción. En cambio el cielo es el ámbito de la incorrupción, por eso convenía que Cristo, ya resucitado, no permaneciera en la tierra, sino que ascendiera al cielo.

JESUS HABIA ANUNCIADO LA RESURRECION Y LA ASCENSION. 

En el Cenáculo había dicho Jesús: "Me voy a la Casa de mi Padre a prepararos vuestro sitio". Hablaba de su muerte. Pero volveré. Hablaba de su Resurrección. La primera palabra de Jesús en el evangelio de Juan es ésta: "¿qué buscáis?". Le respondieron: "¿dónde vives?": "Venid y lo veréis". Ahora dice que se va al Padre, a la Casa de su Padre. Tomás, ya era así antes de su incredulidad, no entiende y quiere que les concrete. No sabemos ni a dónde vas, ni conocemos el camino, ¿cómo podemos ir? En metáfora Jesús dice: "Yo soy el Camino". No es un camino geográfico. El camino siempre es un medio para llegar a la meta, a un destino, a una ciudad. Pues "yo soy el Camino", dice Jesús. Haciendo lo que yo he hecho y estoy haciendo y voy a hacer, viviendo como yo, y amando como yo, y sufriendo como yo, llegáis a la Casa del Padre. Si no es así, de ninguna manera podéis llegar. La Casa del Padre es la meta del hombre. Cristo es el Camino. Pero el camino es largo y duro y monótono, y humillante y doloroso, cuando estemos sin fuerzas vitales, ¿qué haremos?: "Yo soy la Vida". Yo os daré vida, os la daré en mis sacramentos, que son mi presencia viva, en mi palabra, que es palabra de vida, y cuando os asalte la duda y os invada la angustia, "Yo soy la Verdad". No temáis. El que cree en Mi hará obras mayores que las que Yo hago. El multiplicó los panes, y la Iglesia, multiplica su palabra y el pan eucarístico para la vida del mundo, hasta el fin de los siglos. El curó a los enfermos y leprosos, la iglesia cura y resucita a los pecadores, en el sacramento de la penitencia y reconciliación. El caminó sobre las aguas y sus discípulos han caminado y caminan sobre las olas de las persecuciones y de las tribulaciones para anunciar el Evangelio. 

VUELVE AL PADRE, PERO SE QUEDA CON LOS HOMBRES

Ahora que vuelve al Padre, tampoco deja de estar con los hombres, estando a la vez, con el Padre. Como antes ocultó su presencia divina, encubre durante cuarenta días su presencia divina y humana. La humanidad que asumió y con la que padeció, ha sido glorificada. Un hombre como nosotros ha entrado ya en el cielo. Y como el hombre no puede aspirar a mayor dignidad y ni a más alta grandeza, nos había dicho: "Os conviene que yo me vaya" (Jn 16,7). Antes de subir al cielo ha confiado a la Iglesia la misión de extender su evangelio por toda la tierra, de la misma manera que, cuando terminó la creación, entregó su desarrollo a los hombres. El ha comenzado la obra de la Redención y salvación, ahora son los hombres los que tienen que continuar y perfeccionar la obra: "Los Apóstoles se fueron y proclamaron el evangelio por todas partes, y él confirmaba y rubricaba su actuación con señales y milagros". 

CAMBIO DE DIMENSION VITAL

Que Jesús se vaya al cielo, no nos permite pensar la Ascensión como el paso de un lugar a otro, sino como un cambio de estado en El y en nosotros, donde va a comenzar a vivir: "Si alguien guarda mis mandamientos, vendremos a él y haremos nuestra morada en él" (Jn 14,16). Si penetramos con nuestro ojo interior en el más profundo centro de nuestro ser, ahí encontraremos a Cristo, viviendo en nosotros y siendo colaborador y testigo del bien, y reparador sabio y paciente del mal que hacemos y suplente del bien que dejamos de hacer. Este es un misterio de fe, cuyo conocimiento y vivencia nos hará más felices que todos los tesoros y placeres del mundo. Tenemos fe, pero el problema no es la que tenemos, sino la que nos falta. La despedida de Cristo a sus discípulos, con la que concluye Marcos su evangelio, no sólo constituye «la meta hacia la que discurre la trayectoria de nuestra historia personal y universal», sino también un momento privilegiado para vislumbrar la presencia de la Trinidad en acción. 

LA PASCUA, ACCION DE LA SANTA TRINIDAD

Masaccio, en la «Trinitas in cruce» en Santa María Novella de Florencia, representó a Cristo crucificado abrazado por el Padre, con la paloma del Espíritu Santo aleteando entre los dos, intuyendo la presencia de toda la Trinidad en la Ascensión de Cristo glorioso. En esta imagen la cruz se convierte en símbolo de unión que reúne la humanidad y la divinidad, la muerte y la vida, el sufrimiento y la gloria. Lucas, antes de presentar al Resucitado como sacerdote de la Nueva Alianza, bendiciendo a sus discípulos y elevándose de la tierra para ser conducido a la gloria del cielo (24,50), les ha abierto la inteligencia para que entiendan las Escrituras que anunciaron el designio de salvación del Padre, por la muerte y la resurrección del Hijo, manantial de perdón y de liberación (24, 45), nos hace vislumbrar la presencia de las tres divinas personas en la descripción de la Ascensión. Y en las mismas palabras de Jesús Resucitado, se perfila el Espíritu Santo, cuya presencia será fuente de fuerza y de testimonio apostólico. Si en Juan el Paráclito es prometido por Cristo, en Lucas el don del Espíritu ha sido prometido por el Padre. De la lectura de Lucas se desprende que cuando comienza el tiempo de la Iglesia, está presente toda la Trinidad, pues escribe que Jesús exhorta a los discípulos a «aguardar la promesa del Padre», cuando serán «bautizados en el Espíritu Santo», en Pentecostés (Hch 1, 4). La ascensión es, pues, una epifanía trinitaria que indica la meta hacia la que discurre la trayectoria de nuestra historia personal y universal. Aunque nuestro cuerpo mortal ha de pasar por la disolución en el polvo de la tierra, todo nuestro yo redimido está orientado hacia lo alto y hacia Dios, siguiendo a Cristo como camino y guía. Así podemos, fundados en esta certeza gozosa, dirigirnos al misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu, que se revela en la Cruz gloriosa del Resucitado, con la invocación de la beata Isabel de la Trinidad: «Oh, Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad... ¡Apacigua mi alma! Haz en ella tu cielo, tu morada preferida y tu lugar de descanso... Oh mis tres, mi todo, mi beatitud, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo, yo me abandono en ti..., en la espera de poder contemplar en la luz el abismo de tu grandeza». 

LA PASCUA DE CRISTO TRASCIENDE LA HISTORIA 

El misterio de la Pascua de Cristo traspasa la entera historia de la humanidad, y la trasciende. Con el pensamiento y con el lenguaje humano podemos bucear y comunicar este misterio, pero no agotarlo. Por eso, el Nuevo Testamento, a pesar de que habla de «resurrección», según el antiguo Credo, que Pablo recibió y transmite en la Primera Carta a los Corintios (15,3-5), recurre también a otra formulación para delinear el significado de la Pascua. Juan y Pablo, lo presentan como «exaltación» o «glorificación» del crucificado. Para Juan la cruz de Cristo es el trono real, que se apoya en la tierra pero que penetra en los cielos. Cristo se sienta como Salvador y Señor de la historia: «Y yo cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (12, 32). 
Pablo, en el himno que engarza en la Carta a los Filipenses, después de haber descrito la profunda humillación del Hijo de Dios con su muerte en la cruz, celebra así la Pascua: «Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (2,9). Bajo esta luz. tiene que ser comprendida la Ascensión de Cristo al cielo, la última aparición de Jesús, que «termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 659). 

EL CIELO COSMICO SIGNO DE LA TRANSPARENCIA DIVINA

El cielo, al ser la zona cósmica que está por encima del horizonte terrestre donde se desarrolla la existencia humana, es el signo de la transparencia divina. Cristo, después de haber recorrido los caminos de la historia y de entrar en la oscuridad de la muerte, frontera de nuestra condición finita y precio del pecado (Rom 6,23), vuelve a la gloria, que comparte con el Padre y con el Espíritu Santo desde la eternidad (Jn 17,5), llevando consigo a la humanidad redimida. San Pablo en la Carta a los Efesios afirma que «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, nos vivificó juntamente con Cristo y nos hizo sentarnos con él en los cielos en Cristo Jesús» (2, 4). Así se ha cumplido ya en la Madre de Jesús, María, cuya asunción es primicia de nuestra ascensión a la gloria.…………………………………………………………………….

EL CRECIMIENTO DE LA COMUNIDAD

El número de los discípulos crecía. La acción del Espíritu se hacía patente en el crecimiento de la comunidad. Y comienzan, como en toda comunidad siempre, las diferencias, las disensiones. Los de lengua griega y los de lengua hebrea. Hay preferencias. La multiplicidad de lenguas y de razas es una riqueza, pero engendra peligro de división. Los Apóstoles, inspirados, están en su sitio. Si ellos se dedican a administrar las limosnas, eso les robará el tiempo de la oración, de la penetración de la Palabra por el estudio y por la contemplación. La palabra no se debe distribuir en frío, sino caldeada en el estudio y la oración. "Al pueblo se le pueden distribuir piedras en vez de panes. Los cristianos se dan cuenta enseguida de si las palabras del predicador provienen de su profunda oración personal o si, por el contrario, son ligeras y superficiales como artículo de periódico", ha escrito Von Balthasar. Los Apóstoles pues se dedicarán a la oración y al ministerio, al servicio de la palabra, porque ese es su servicio primordial a la comunidad. Insustituible. Santa Teresa ha visto a Cristo Resucitado repetidas veces con grandísima majestad y gloria. Sigue a continuación su testimonio. 

PRESENTE EN LA IGLESIA

Ahora en la tierra está presente en los Apóstoles y en los discípulos, es decir, en la Iglesia, hasta que vuelva otra vez, como ahora ha subido. Jesús ha terminado su obra. Y deja ahora a la Iglesia, a los hombres nuevos, la corresponsabilidad de convertir el mundo en una tierra nueva, que hable lenguas nuevas, las lenguas del amor, venciendo serpientes y superando el mal del mundo, figurado metafóricamente en el veneno mortal y en la curación de las enfermedades. "Jesús ha vivido humanamente su propia filiación divina; quiso vivir biográficamente las vicisitudes de un hombre que siente en su propia índole personal el tener necesidades. Dimensión de Cristo que consiste en esa anulación concreta de ser, finita y humanamente, palestinamente, y en aquella época, un hijo de José y de María, carpintero que anda por las calles de Nazaret, para de esta manera experienciar su propia filiación divina. Estamos habituados a pensar que la otra vida deja de ser lo que es esta vida; pero no se insiste en que fundamentalmente no hay más que una vida, divinamente vivida de dos maneras distintas: una teniendo hambre, sed, etc., y otra, contemplando a Dios por toda la eternidad. No son dos vidas. No es una vida después de otra; es una misma vida divina. Esta manera de vivir experiencialmente su propia vida divina fue en Cristo el secreto de su intimidad personal. Cristo comunicó a los demás lo esencial de su vida divina para que los hombres, sumándose a ella y uniéndose a ella y entregándose a él, pudieran algún día ascender a ese secreto constitutivo de su propia filiación divina, que era el secreto de su vida personal" (Zubiri). 

COMUNICAR ESE SECRETO A LOS HOMBRES

Comunicar ese secreto a los hombres. Misión fatigosa y gloriosa, pero realizada con su presencia y con su apoyo, su ejemplo y su ayuda, porque él no ha dejado la tierra, ni a su Iglesia, sola y desamparada: "Estoy siempre con vosotros hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20). En su Corazón palpitan todos nuestros afanes. El ha llevado consigo todas nuestras angustias y zozobras, personales y colectivas, las de todo el mundo, que conoce muy bien. Y nuestros éxitos y conquistas, son suyos también. Nos sigue y nos vivifica con su Espíritu, que les ha prometido: «Voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre. Vosotros permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos con la fuerza de lo alto» (Lc 24, 49). El Padre derramará sobre ellos el don prometido, que El, con su Pasión y muerte, nos ha merecido. Bien lo necesitaban aquellos discípulos, a quienes antes les ha reprendido su incredulidad y dureza de corazón. 

LA UNION PARA EL TESTIMONIO DEL EVANGELIO

Pensando con realismo, pero con esperanza, que hay aún 5.000 millones de hombres a quienes no ha llegado el evangelio, el arzobispo Marcello Zago, Secretario de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos ha dicho que en los años cincuenta, cada familia religiosa «era un mundo cerrado sobre sí mismo, se consideraba el mejor y tenía pocos contactos con las otras comunidades. El hábito era el signo distintivo, y fuente de seguridad y de identidad». Y recalcó la necesidad actual de alentar la interacción y la búsqueda de caminos nuevos para promover y favorecer la comunión entre los Institutos de Vida Consagrada y crear relaciones de confianza, pues la polémica y el enfrentamiento no ayudan al diálogo. Hacer esto poquito que está en mí, como decía Santa Teresa, para que llegue a todos los hombres la salvación de Dios. Cuando el sol se estaba poniendo, dice Tagore, exclamó: "¿No hay nadie que me releve? Y la lámpara de arcilla respondió: Yo haré lo que pueda".