Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

Pervivencia de la Suma Teológica de Santo Tomas: Novedad perenne en busca de la verdad

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

A santo Tomás le acucia el ansia de conocer y enseñar la verdad descubierta en su tiempo y no se desdeña de penetrar el pensamiento árabe y hebreo Y de leer profundamente a Aristóteles y de aceptar los principios que no están en contradicción con la ley natural para empeñarse en el supremo esfuerzo de cristianizar aquella filosofía humana y poder construir desde ella la monumentalidad de la filosofía, la teología y la mística cristianas. No cejó Santo Tomás en su afán de conocer por pensar que su cabeza se llenaría de conocimientos de religión, de teología o de liturgia, de los documentos de los Papas y de los Concilios, y llegaría a tener la sensación de que lo sabía todo. Ni de que corría el peligro de llegar a creerse suficiente para juzgarlo todo y condenarlo, como los sabios del mundo a los que Dios se oculta, corno los fariseos. En efecto, si resulta perjudicial leer a los Papas, estudiar teología y liturgia, ¿por qué dos siglos después de Santo Tomás decretará el Concilio de Trento la institución de los seminarios Conciliares, y las casas de formación Y las universidades, si todo eso se puede convertir en un obstáculo para saborear a Dios? Más, ¿pera qué estudiar, escribir, enseñar y predicar?



LOS ESTUDIOS DE SAN IGNACIO

El mismo San Ignacio que escribirá que hay que sentir internamente de Dios, ha puesto antes todo su esfuerzo en el estudio, que le resultaría duro a su edad y desconociendo casi el castellano y más el latín, porque su lengua materna era el vasco. Herido en la pierna derecha en Pamplona, pide libros, y comienza a leer, junto con los de Caballerías, la Vita Cristi de Ludolfo de Sajonia y el Flos Sanctorum, se abre a la gracia y comienza a estudiar gramática en Barcelona, Artes en Alcalá y latín en París. Consigue el título de Bachiller y Maestro en Artes en París y estudia teología en Venecia y, ya Fundador, ordena la creación de colegios por todas partes y goza con que San Pedro Canisio, jesuíta hijo suyo, escriba un Catecismo.

Al que ha estudiado y leído mucho, algo le habrá quedado en su cerebro y por lo menos habrá conseguido saber distinguir y juzgar por lo que ha leído y sabrá no condenar él, sino lo que la Ética, la Moral, el Magisterio o el Evangelio condenan y habrá podido adquirir horizonte para su propia vida cristiana y su ejercicio de testimonio cristiano. Peor lo tendrá quien, sin haber leído ni estudiado bastante, se atreve a condenar por suposiciones o prejuicios y a priori. No sospechó Santo Tomás que podía tener una indigestión de conocimientos religiosos porque no es el mucho saber lo que lleva Dios, sino el saborear y eso lo da Dios a los sencillos, a los que no pretenden saberlo todo o estar en la plena posesión de la verdad, a los que se sienten pobres. Al contrario, él sabe que quien tiene el deber de estudiar y formarse y no lo hace porque es una tarea ingrata, el Espíritu Santo no le va a infundir la ciencia. Su ignorancia es ignorancia culpable. Le preguntó una hermana carmelita a San Juan de la Cruz: "Padre, esas palabras ¿se las ponía Dios? Y contestó el Santo: Unas veces me las ponía Dios, y otras las buscaba yo". Precisamente porque no se considera uno en posesión de la verdad es por lo que lee y estudia para ampliar más su capacidad. Cuando Santo Tomás estudiaba y enseñaba, no había aún San Ignacio escrito que no el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir internamente de las cosas de Dios, y Dios lo da Dios a quien reconoce que a Dios "no se le sabe" leyendo y discutiendo. Y bien que leyó y discutió Santo Tomás, pues cada artículo de la Suma está redactado en forma de refutación de errores, sin que ello no sólo no fuera impedimento para su oración y saboreo de Dios, sino acicate. Las Ordenes Religiosas desde siempre celebran la lectio Divina, que nos ha quedado en la Liturgia de las Horas­



EL TRABAJO DE SANTO TOMÁS

Lo que hoy sobra no es lectura; todas las encuestas proclaman la carencia de lectura, la escasez de cultura, sobre todo religiosa. Si a Dios sólo se le sabe tomando el sol de Dios de rodillas, caminaríamos hacia el Nirvana budista o el islamismo fundamentalista, que, sin leer ni estudiar, o estudiar unilateralmente caminan hacia el atentado. Santo Tomás, leía mucho y dictaba a cinco amanuenses a la vez y su amor inteligente y enfervorizado a la Eucaristía quedó plasmado en el Oficio del Corpus Christi, que compuso a petición del Papa Urbano II para celebrar el extraordinario milagro de Orvieto­



LA FIDES ET RATIO

Escribe Juan Pablo II en la “Fides et ratio” que el pensamiento de santo Tomás de Aquino es una Novedad perenne que le corresponde un puesto singular en el largo camino de la búsqueda de la verdad, no sólo por el contenido de su doctrina, sino también por la relación dialogal que supo establecer. Cuando los pensadores cristianos descubrieron la filosofía antigua, y más concretamente aristotélica, tuvo el mérito de destacar la armonía entre la razón y la fe. Como la luz de la razón y la luz de la fe proceden de Dios, no pueden contradecirse. Tomás reconoce que la naturaleza, objeto de la filosofía, puede contribuir a la comprensión de la revelación divina. Por eso, la fe no teme la razón, sino que la busca y confía en ella­. Así como la gracia supone la naturaleza y la perfecciona, la fe supone y perfecciona la razón, que es iluminada por la fe. Señala el carácter sobrenatural de la fe sin olvidar su carácter racional. La razón del hombre no se anula cuando acepta libremente los contenidos de la fe. La Iglesia, decía Chesterton, nos manda quitarnos el sombreo para entrar en el templo, pero no quitarnos la cabeza. Por eso la Iglesia ha propuesto siempre a santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología. Pablo VI dijo: "Santo Tomás poseyó en grado eximio audacia para la búsqueda de la verdad, libertad de espíritu para afrontar problemas nuevos y la honradez intelectual propia de quien, no tolerando que el cristianismo se contamine con la filosofía pagana, sin embargo no rechaza a priori esta filosofía. Por eso ha pasado a la historia del pensamiento cristiano cano precursor del nuevo rumbo de la filosofía y de la cultura universal. El punto capital y como el meollo de la solución casi profética a la confrontación entre la razón y la fe, consiste en conciliar la secularidad del mundo con las exigencias radicales del Evangelio. Una de las grandes intuiciones de santo Tomás; es atribuir a la acción del Espíritu Santo que hace madurar en sabiduría la ciencia humana.


LA SABIDURIA, DON DEL ESPIRITU

Desde las primeras páginas de su Suma Teológica demuestra la primacía de la sabiduría, don del Espíritu Santo e introduce en el conocimiento de las realidades divinas. Su teología ve la sabiduría en su vínculo con la fe y el conocimiento de lo divino y conoce por connaturalidad y formula su recto juicio a partir de la verdad de la fe.

La prioridad de esta sabiduría no hace olvidar al Doctor Angélico la presencia de otras dos formas de sabiduría complementarias: la filosófica, basada en la capacidad de la inteligencia para indagar la realidad, y la teológica, fundamentada en la Revelación.

Santo Tomás amó de manera desinteresada la verdad. La buscó allí donde pudiera manifestarse, poniendo de relieve al máximo su universalidad. El Magisterio de la Iglesia ha visto y apreciado en él la pasión por la verdad, su pensamiento, al mantenerse siempre en el horizonte de la verdad universal, objetiva y trascendente, alcanzó “cotas que la inteligencia humana jamás podría haber pensado”. Con razón, pues, se le puede llamar "apóstol de la verdad". Precisamente porque la buscaba sin reservas, supo reconocer en su realismo la objetividad de la verdad. Su filosofía es verdaderamente la filosofía del ser y no del simple parecer.

Se ha escrito que la soberbia del sabio es una venda terrible que tapa los ojos. Estéril empeño el de intentar vincular la sabiduría con la soberbia He vi5to sabios creyentes y científicos agnósticos y ateos. Ciertamente que prefiero dialogar con personas agnósticas inteligentes, que con creyentes acérrimos poco letrados. De los poco letrados desconfiaba Santa Teresa. Pasteur decía: porque he estudiado mucho tengo la fe de un bretón: si hubiera estudiado más tendría la fe de una bretona. El Fundador de Taizé, Hermano Rotger, dijo: que los católicos españoles influirían poco en la sociedad porque estudiaban poco y oraban poco. Cuando Pablo llega a Atenas e intenta hablar a ese pueblo culto y sofisticado sobre la Resurrección del Señor se ríen de él y lo abandonan. Es cierto que todo el que ama el conocimiento debe escuchar sin previos prejuicios todo aquello que le formulen, pero será necesario que tenga base suficiente para discernir lo que le dicen. Pero si está envanecido por sus propios conocimientos y tiende a ignorar al que, presuntamente, es menos inteligente o menos científico que él, no encontrará la verdad. La humildad que reconoce nuestras limitaciones es un buen ingrediente para saber sabio de verdad.

Creerse sabio, disponer de “título oficial” de sabio, es un camino de embrutecimiento. No pensaba así Santo Tomás, sabio entre los sabios y claramente lo declara Juan Pablo II en su Encíclica FIDES ET RATIO. Hay que suponer que santo Tomás no estaba ciego y se conocía a sí mismo. La Iglesia le considera sabio y él, con toda humildad por la que reconocía que su sabiduría se la debía a Dios, buscador como era de la verdad, también reconocía su talento y sabía que había tenido que estudiar mucho y sufrir buscando y encerrarse en su celda, trabajar en la biblioteca, quemándose las cejas y sufriendo las consecuencias de la vida sedentaria en su cuerpo voluminoso y, considerando su verdad, no se embruteció. Santa Teresa, mujer inteligentísima, lloró cuando la Inquisición prohibió los libros que le habían dado la vida y buscaba maestros letrados, muy letrados. Los quería espirituales y letrados, pero si no los encontraba con ambas cualidades, los prefería más letrados que espirituales. Y desconfiaba de "devociones a bobas". 


SABER ENSEÑAR

Santo Tomás también sabía enseñar sin envidia, como dice la Sabiduría de los Sabios Doctores: "Con sencillez la aprendí y sin envidia la comunico; no me guardo ocultas sus riquezas" (Sb 7,13). Ah! La envidia ¡qué general es y qué poco confesada!, pero cómo hace sufrir y seca los huesos, y ciega a los que por ella son dominados. De las consecuencias de este vicio ni Santo Tomás, ni su hermano San Vicente Ferrer, otra lumbrera dominicana, se vieran libres. No podía ser de otra manera, pues eran genios y la envidia es el tributo de los mediocres. Quien desee saber cuán extendida está, lea el libro "Viviendo juntos" de Carlos G. Vallés. Que el Espíritu Santo nos libre de sufrirla, tanto activa como pasivamente.