Pedro Pablo, Juan Pablo II

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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LA SEGURIDAD E INDEFECTIBILIDAD DE LA IGLESIA


SAN PEDRO: Jesús propuso una encuesta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? - Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? - Simón Pedro contestó: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Entonces Jesús le hizo una promesa formal: "Dichoso, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre, que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro" Mateo 16,13. --Pedro, Petros, Quefá, Piedra, Roca--. En ese momento, Pedro sintió la mirada fija del Señor. Toda vocación implica una mirada fija del Señor sobre uno. Pedro es el primero a quien Jesús ha llamado. Nació en Betsaida, junto al lago de Tiberiades y se trasladó a Cafarnaún, donde junto los hijos del Zebedeo, con Juan y Santiago, había montado una empresa pesquera. Elegidos los tres por Jesús, se convirtieron en los discípulos más íntimos y fueron testigos de los mayores acontecimientos de su vida, como la Transfiguración, la resurrección de la hija de Jairo, y la agonía de Getsemaní. 

LA PSICOLOGÍA DE PEDRO

El temperamento de Pedro era rudo, impetuoso y espontáneo, lo que hoy que consideraríamos sanguíneo y colérico. Lo podemos comprobar tanto cuando contempla la pesca milagrosa, como cuando Jesús se dispone a lavarle los pies en la última Cena, o defiende a Jesús en el huerto con la espada. Y se manifiesta repentizador y creativo, cuando le propone a Jesús construir tres chozas en el monte de la Transfiguración, donde se encontraba a gusto. A Pedro y a sus sucesores les concede Jesús una misión única en la Iglesia. Como ésta es presentada bajo la imagen de un edificio o construcción, necesita cimiento, roca visible, aunque el fundamento invisible es Cristo resucitado, "porque nadie puede poner otro fundamento que el que está ya puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3,10). Si el fundamento invisible es Cristo resucitado, el visible es la cátedra de Pedro. Estos cimientos son la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia en el tiempo y en las tormentas que tiene que superar su barca, que es otra alegoría apropiada al pescador de Galilea, acostumbrado a capear y bracear en temporales y borrascas.

EL PODER DE LAS LLAVES

Dos metáforas expresan el poder especial de Pedro: “A ti te daré las llaves del reino de los cielos” (Mt 16,19), lo que significa que goza de la autoridad sobre la Casa. “Y lo que atares en la tierra será atado en el cielo y lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Ib), o sea el poder de permitir y prohibir, que significa el gobierno de la Iglesia como sociedad. Pero, como en el mundo el poder corrompe, Jesús quiere que "el mayor entre vosotros sea el último de todos y el servidor de todos" (Mt 23,11. Poder ejercido desde el amor: por eso Cristo pregunta a Pedro: "¿Me amas más que éstos? (Jn 21,15)”. Esta es la segunda vocación de Pedro, que tuvo que pasar por lo más amargo de su vida, experimentar su debilidad: negó tres veces a su Maestro, por quien lo había dejado todo. Cuando se arrepintió y lloró amargamente, Jesús convirtió su vuelta al amor en curación de amor, con sus tres promesas de amor, con lo cual lo purificó para ser el pastor de los corderos y de las ovejas. El amor lo purifica todo. El que había de ser pastor de pecadores, es necesario que experimente la prueba humillante de ser él mismo pecador. ¿Cómo habría, si no, podido comprender las experiencias de una comunidad de pecadores? “La Iglesia es un pueblo de pecadores y de santos”, dice la L. G. Nadie es más humilde que el que se sabe pecador perdonado. De no ser que sea un cínico. Sólo entonces, después de la Resurrección, el que había recibido la promesa de que la Iglesia sería construida sobre su Piedra, es confirmado en su misión de apacentar el rebaño. Los dones de Dios son inmutables y en él no hay ni venganza ni revancha, porque sabe que somos de barro, que, si hay humildad, él puede moldear y restablecer. Pedro negó a Jesús, y lo negó precisamente por creerse totalmente confirmado cuando todavía estaba sujeto a pecado. Pedro presumió ante Jesús cuando dijo: “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.” 

Y esa afirmación fue una verdadera humillación cuando se dio cuenta que había negado al Señor tres veces. Ahora aparece un Pedro humillado interiormente y externamente, un Pedro más humanizado por la derrota. Ya no tiene la prepotencia que tantas veces le había corregido Jesús. Por eso cuando Jesús le pregunta por tercera vez, tal vez en recuerdo de la triple negación, si lo ama más que los otros, Pedro no responde como antes, sino con un: “Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero". Y cuando Pedro está entristecido por el recuerdo de su pecado y se manifiesta humilde, recibe la misión de apacentar la Iglesia, a los corderos y a las ovejas, es decir, Pastor Universal, hermano mayor de los que quedamos aguardando la segunda venida del Señor. Pedro no se desesperó, sino que creció en humildad y mereció recibir una confirmación de su misión. Pedro, un pecador arrepentido, fue elegido por Jesús para ser el guía de su Iglesia.

HE ROGADO POR TI. 

Y porque ha de ser el garante de la fe, ora por Pedro: "He rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Cuando te conviertas, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Es Cristo quien da el poder: poder de perdonar los pecados, de administrar los sacramentos de la salvación, para construir la Iglesia, y el de dar testimonio de la Palabra de Dios. Esos son los poderes espirituales de Cristo Pastor, transferidos a San Pedro (Cardenal Lustiger). Y sigue diciendo Lustiger: “Ya se que Napoleón identificó al obispo con los prefectos y con los generales, pero yo me había sensibilizado mucho contra la Iglesia como sistema de promoción y de poder, y determiné que nunca me metería en situaciones que favorecieran la promoción”. 

EL SUCESOR DE PEDRO

Hoy es el Papa, sucesor de Pedro, quien tiene la misión de guiar la Iglesia de Cristo, su rebaño. Este episodio evangélico tiene que llevarnos a renovar nuestra fidelidad al Papa sucesor de Pedro y a los obispos, y a pensar que a ejemplo de Pedro, el Señor nos pide saber amar. Sólo podremos ser apóstoles del Señor, si sabemos amar. El amor y la humildad, son las dos virtudes que debemos aprender de Pedro y tratar de vivir. Sólo cuando vivimos éstas virtudes seremos capaces de cumplir la misión que el Señor nos ha encomendado a cada uno.

SANTA Y PECADORA

He nacido en la Iglesia, espacio donde actúa el Espíritu, para vivir eterna y filialmente con Dios; he crecido y crezco en la Iglesia para servirla; recibo en la Iglesia lo mejor que tengo para extenderla; realizo en la Iglesia, lo más valioso que puedo hacer por su ministerio; estoy enamorado de la Iglesia y doy día a día la vida por ella para embellecerla; he sufrido mucho por la Iglesia por sus errores; y sigo sufriendo y deseo y lucho por una Iglesia más pura, más unida y humilde, más interior y evangélica, más samaritana y materna, más sencilla, más hogar. 

Quien sólo ve en la Iglesia una sociedad humana y pecadora y no sabe ver su calidad de santa por vivificada por el Espíritu de Cristo, siempre con ella como Esposo y soldado vigoroso en medio del fragor de la guerra, pronto se escandalizará, y dejará de creer en ella. Quien la vea como un pueblo maravilloso que viene de lejos, atrayéndose a todos los pueblos, asimilando todas las civilizaciones, traduciéndose en todas las culturas, hablando en todas las lenguas, siempre haciendo el bien, aunque no lo haya hecho siempre bien, la amará como a una madre anciana, a pesar de las arrugas que contrajo en la lucha.

Cuando yo comencé a necesitar un mentor, había poco que escoger: la furia marxista había martirizado a una gran parte del clero español, la mejor. Pero la Iglesia me ofreció un acervo de revelación y de literatura, de águilas y de santos, de místicos y de genios actuales, que han forjado mi personalidad. Los errores que he detectado en la Iglesia, siempre los he visto rectificados por otros hombres más lúcidos y compruebo que los obstáculos ejercen de galvanizadores y las zancadillas de fertilizantes, ya que las cosas crecen por lo que nacen, y lo que nace de la cruz crece por la misma cruz, aunque al ritmo peculiar de la vida.

¿Qué sería del mundo sin la cultura creada y conservada en las Abadías, sin el arte cultivado por la Iglesia? ¿Qué de las escuelas? ¿Qué de los huérfanos, drogadictos, minusválidos, etc.? Iglesia, no sólo el papa, obispos y sacerdotes; también misioneros heroicos, santos seglares, obreros y santas madres que sufren, rezan y se inmolan por sus hijos, todos fuertes por la oración y la vida sacramental. Por la Eucaristía, la Palabra, el Perdón de Dios transmitido en y por la Iglesia.

¿Cómo olvidar al Sacerdote que me fascinó de niño hasta el punto de que quise ser como él? ¿Y a aquella pléyade de mártires asesinados en su florida juventud? ¿Y a tantas santas religiosas anónimas y pobres, trabajando y orando por toda la humanidad en el silencio de los claustros?

También ¡cómo no!, barro humano. Pero ¿puede oscurecer el barro de nuestra pobreza el fulgor deslumbrante de tantos millones y millones de estrellas? ¿La Pietá de Miguel Ángel, dejará de ser hermosa, aunque tenga manchas? Veinte siglos viene caminando por esta hermosa y pobre tierra este Pueblo de redimidos; polvo lleva en las sandalias, el polvo del mismo suelo que pisa; sus pies son de barro, pero su Cabeza de oro celestial resplandece brillante entre luceros. Mi gloria y mi vida será servir siempre a la Iglesia, y como Teresa de Jesús, morir hijo de la Iglesia: “Al fin muero hija de la Iglesia”. 

SAN PABLO. Pablo fue un fascinado, un enamorado de la persona de Cristo. Encontrarse con Jesús Resucitado fue la experiencia más grande, profunda y decisiva de su vida. Experiencia de gozo, de amor y de libertad. Cristo rompió la losa del sepulcro de su orgullo y autosuficiencia, que era propia de los fariseos, y le resucitó por dentro. En adelante sentirá la necesidad de evangelizar: "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1 Cor 9,16); “Me empuja el amor de Cristo” (2 Cor 2,14). Apasionado por la Verdad, ya la predica en Arabia y en Damasco y se conmueve hasta las lágrimas ante una ciudad incrédula o idólatra. Predica la verdad desnuda de todo ornato humano, y la predica a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2). Sus sufrimientos, que sabe que son valiosísimos, pues en ellos participa todo el cuerpo, corazón que padece y llora, voluntad que acepta y ofrece, y la fe que aquilata el mérito, son principalmente las puertas que abren las puertas al evangelio por todas partes: "Nunca fueron mis móviles ni la ambición ni la avaricia, ni el afán de gloria humana... Fuimos todo bondad en medio de vosotros. Como una madre cuida cariñosamente a sus hijos, así, en nuestra ternura por vosotros, hubiéramos querido entregaros, junto con el evangelio, nuestra propia vida. ¡Tan grande era nuestro amor por vosotros! Recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas: día y noche trabajábamos, para no ser gravoso a ninguno de vosotros mientras os anunciábamos el evangelio de Dios" (1 Tesa 2,5). 

SUPREMA HUMILDAD

Una característica singular de Pablo es que “Se complace en sus debilidades, porque cuanto más débil soy, soy más fuerte” (2 Cor 12,10). Está convencido de que su fuerza tiene las raíces en la flaqueza. No era elocuente, ni tenía presencia retadora, era débil en las persecuciones, lleno de mansedumbre en el gobierno de las almas, y predicaba verdades repugnantes a contracorriente a los no creyentes y también a los creyentes. Pero estaba convencido de su fuerza venía de Dios y que con sus sufrimientos suplía lo que faltaba a la pasión de Cristo (Col 1,24). Y por encima de todo, estaba colmado de amor: “¿Quién enferma y no enfermo yo? ¿Quién se escandaliza y yo no ardo?”(2 Cor 11,29). Padeció torturas espirituales, defección de sus evangelizados, persecuciones, abandonos, soledad. Y a pesar de todo, está alegre, “aunque triste, pero enriqueciendo a muchos” (2 Cor 7,4) y a los Filipenses les recomienda la alegría cuando está en la cárcel. El poeta Ovidio, desterrado escribió sus obras tituladas Tristia, y paradójicamente Pablo escribe el “Gaudete, iterum dico, gaudete”, encarcelado. La razón está en que las páginas brotan de manantiales diferentes. Pablo era hombre de oración, de acción de gracias y de peticiones y esperanzas, sabía que sembraba con lágrimas pero esperaba la cosecha entre cantares y como ha escrito Bergson, la alegría anuncia siempre la vida que ha triunfado. 

SUFRIMIENTOS DE PABLO

Hay que haber comenzado alguna empresa, alguna obra, para poder barruntar las dificultades de todo género que se les presentaron y que tuvieron que superar aquellos débiles hombres escogidos: hospedaje, fieles, trabajo, amistades, poder sobrevivir, abrirse camino. Nosotros nos lo encontramos todo hecho, ellos tuvieron que empezar de cero y con un mensaje impopular e innovador. Llegados a Roma, los dos fueron encarcelados en la Cárcel Mamertina, y sacrificados bajo Nerón: Pedro crucificado, acusado del incendio de Roma, que el mismo emperador había provocado; Pablo, como ciudadano romano, decapitado con espada: Así lo escribe vísperas de su inmolación: "Yo estoy a punto de ser sacrificado" (2 Timoteo 4,6). Los sepulcros de los dos están en Roma como cimiento de la Iglesia. Por contraste, las ruinas de la “Domus aurea” de Nerón, apenas reciben algún turista curioso, pero las Basílicas de Pedro y Pablo son visitadas constante y continuamente por creyentes y no creyentes todos los días del año. “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). 

JUAN PABLO II 

De él dijo el Cardenal Wyszynski, arzobispo de Varsovia: "Entre los cardenales se buscaba un hombre de fe ardiente, de ferviente oración y celo pastoral, además de un hombre de buen corazón, benévolo hacia los hombres, afable, de gran sensibilidad y cuyos ojos se volvieran al mundo con el amor de Dios". Fue elegido Karol Wojtyla, con una biografía brillante, juvenil, deportiva, filósofo, excelente y profundo teólogo, místico, forjado en San Juan de la Cruz y en Santa Teresa y cultivador de nuestros maestros de la mística del siglo de Oro, profesor universitario, viajero, poeta, hombre de fe. Me contó el Cardenal Narciso Jubany, arzobispo de Barcelona, que después del cónclave comentó con otros cardenales: “Me da la impresión de que este muchacho, no se está dando cuenta de dónde se ha metido”. 

En el Kremlin temblaron. 

Ha caído el comunismo. ¿Lo esperaban ellos? Parece que sí, pues lo quisieron liquidar. La Virgen en el día de Fátima, le salvó de la muerte; dice él: -"Una mano disparó la bala, pero otra mano guió el proyectil". "Al principio de mi pontificado, me dijo el cardenal Wyszynki: Si el Señor te ha llamado, debes introducir a la Iglesia en el tercer milenio"... "con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que no basta: era necesario introducirla en el sufrimiento" (29 mayo 1994). Y ese es hoy su máximo empeño, junto con la unión de las Iglesias. Juan Pablo II es un tipo incómodo para casi todos: conservadores, progresistas, marxistas, neoliberales, socialdemócratas, feministas, homosexuales... Esto no le impide, sin embargo, ser también un rebelde, un disconforme. Seguramente es todavía pronto para juzgarlo. Pero sin él, el siglo XX será mucho más difícil de entender. Marcará historia, él mismo es una parte de esa historia. 

EL PAPA MÍSTICO

Antes de su elección, escribía yo que estaba deseando que nos presidiera un Papa que metiera a toda la Iglesia en Ejercicios Espirituales, quería decir, que nos dedicara a la oración. Juan Pablo II ha colmado mi deseo, comenzando por él mismo. Escribe el Cardenal Suenens: "Ora hasta provocar envidia", decía de él Paul de Haes, uno de sus compañeros de estudio en Roma. De hecho se inclina y se pliega en dos. Al verle como postrado durante su acción de gracias en la Capilla Sixtina, creí que se sentía mal. Encarna la oración en todo su cuerpo y, en ese momento parece tener diez años más. Pero cuando se inclina y sonríe, rejuvenece de un extraño modo". Podría citar datos interminables, pero me limito a recoger su Carta Apostólica: "Novo Millenio ineunte": Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. El Año jubilar ha sido un año de oración personal y comunitaria -más intensa. Pero sabemos bien que rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. 

Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial, pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas. 

EL PAPA ORANTE

El arzobispo Giovanni Battista Re, uno de los colaboradores más cercanos de Juan Pablo II, dibuja la personalidad del Santo Padre desde la perspectiva que le da el ser sustituto de la Secretaría de Estado, que despacha diariamente con él. Dice que lo que más le impresiona de la persona de Juan Pablo II es la intensidad de su oración, manifestación de una profunda y viva comunión con Dios. En el transcurso de estos años, en los que he tenido la alegría y el privilegio de trabajar junto a él y de acompañarle en sus viajes, he podido constatar personalmente que este 264º Papa, este pastor profundamente humano, este intelectual de extraordinario vigor, este líder que arrastra a la juventud, es ante todo un hombre de oración. Es impresionante cómo se abandona: se nota un dejarse llevar que le es connatural, y que le absorbe como si no hubiera problemas y compromisos urgentes que le llaman a la vida activa. Su actitud en la oración es recogida y, a la vez, natural y desprendida: testimonio de una comunión con Dios intensamente arraigada en su alma; expresión de una oración convencida, saboreada, vivida. 

SU ORACION INCESANTE

Por la mañana temprano está en la capilla, absorto en la meditación y en el coloquio con Dios, antes de comenzar la Misa. Durante el día, el paso de una ocupación a otra está marcado por una breve oración. Con una invocación, después, inicia cada una de las páginas que a diario llena, escribiendo con caligrafía pequeña el texto de homilías, discursos y documentos. Conmueve la facilidad, la espontaneidad y la prontitud con que pasa del contacto humano con la gente al recogimiento del coloquio íntimo con Dios. El Papa se prepara para los distintos encuentros que tendrá en el día o durante la semana rezando por ellos. En 1982, cuando el Papa llegó a Madrid en su primera visita a España, el entonces Nuncio apostólico, Monseñor Antonio Innocenti, se despertó muy pronto. Descendió a la planta baja a las 5.30 de la mañana, convencido de no encontrar aún a nadie, ya que el desayuno estaba previsto para las 6.30 y la salida del Papa de la Nunciatura a las 7. Monseñor Innocenti recorrió las habitaciones para verificar que todo estuviera en orden, y empezó por la capilla. Se sorprendió al ver que la luz estaba encendida. Abrió la puerta y vio al Papa arrodillado ante una estación del Viacrucis. Era viernes y era un día con un programa que iba desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche, y el Papa a las 5.30 ya estaba en la capilla para hacer el Viacrucis. 

Antes de cualquier decisión importante, Juan Pablo II reza mucho. Cuanto más trascendente es la decisión, más prolongada es la oración. Puedo afirmar que las decisiones más importantes han sido maduradas durante semanas y semanas de oración. En su vida existe una admirable síntesis entre oración y acción. La fuente de la fecundidad de su actuación está precisamente en la oración. Este Papa tan dinámico y dedicado al servicio del hombre; este Papa que aparece también ante los ojos de quien no acoge el mensaje cristiano como defensor y heraldo de las aspiraciones del hombre, declara que tiene un compromiso prioritario: el de orar. El Papa ha cumplido ochenta años: sus pasos parecen cansados, su rostro sufrido, sin embargo esto parece que agranda el valor de sus gestos. 

OREMOS POR EL PAPA

Como la Iglesia de Jerusalén oraba por Pedro en la cárcel, debe hoy la Iglesia orar por Juan Pablo, anciano y enfermo y dar gracias a Dios, que nos ha dejado al cuidado de tales pastores, mártires, Pedro crucificado, Pablo, degollado, Juan Pablo II, tiroteado y salvado de la muerte por la mano de la Virgen que desvió la bala. Que Pedro y Pablo ayuden a la Iglesia que ellos sembraron y regaron con su sangre. Y a Juan Pablo II, reciba hoy un refuerzo especial de nuestras plegarias: "El Señor lo conserve y lo guarde y le de larga vida y lo haga dichoso en la tierra y no lo entregue en manos de sus enemigos". .