Oblación Carmesi

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Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Para un sacerdote que viva su vida sacerdotal no le resulta difícil empalmarla con la poesía. Más, creo que viene a desembocar naturalmente en ella. La vida sacerdotal es interioridad con horizonte eterno. Una in­terioridad que participa por comunicación sobrenatural con la vida de Dios por la oración, por la actitud gene­ral del día y del año, por los sacramentos, por la Euca­ristía, por el decurso litúrgico. El sacerdote vive una vida interior que le dobla la vida humana en divina. y la trascendencia se le convierte en el clima natural donde respira. Los textos litúrgicos, con los que tiene trato diario, le brindan continuamente campos de sím­bolos, manantiales de belleza.

¿Sorprenderá que luego brote la poesía en el alma sacerdotal? Sobre todo si esta alma sacerdotal está do­tada de sensibilidad estética. Para mí no ha sido nin­guna sorpresa, por el conocimiento desde seminarista del padre Jesús Martí Ballester, que se hayan conver­tido en poesía sus hondas vivencias sacerdotales. Se ha sumergido, por suerte suya, en el hontanar más puro del vivir sacerdotal, el que impregna de plegaria el es­píritu con el consiguiente vuelo hacia arriba y hacia los hermanos. Y le ha alargado la visión. La visión de los acontecimientos corrientes de la vida, que se prolongan a la luz sobrenatural, de los elementos de la naturaleza y del discurrir humano.

Pero cada árbol

dice a su modo

su canto a Dios  

cantará en el poema de significativo título «El bosque en oración».

Ante el misterio de la humanidad sufriente de Je­sucristo en Getsemaní, hallará una formulación bellí­sima:  

Se eclipsó en el Hombre Dios.

     Como halla otra expresión de gran belleza al señalar

en una nueva geografía divina:  

Nazaret, centro de Dios.

Al cantar la sed de Dios lo hace de modo original:  

que me enamoren todos los corazones jóvenes; que mi corazón sea un universo

de bocas llenas de besos.  

Como también es original la imagen definición de la santidad:  

Vísteme el traje hermoso de la primavera.

La «Oblación carmesí», que da título al libro, habla veladamente del martirio lento y diario del vivir de con­sagrados.

y la sed de la visión beatífica la expresa con un símbolo delicado que recuerda a San Juan de la Cruz:  

Sediento de mosto de granadas.  

                     Para él las divinas palabras brotan en el:

bosque de amapolas, son pétalos de Dios.  

El triunfo de la metamorfosis divina y de la resu­rrección es inefable. Nuestro poeta, no obstante, force­jea con los símbolos. Una vez:  

él espera

que enciendas toda la luz de las palmeras.  

y otra:  

Esperaré a que amanezcan

todas las gaviotas.

Un aire de canción que es vuelo y ritmo, el que mueve para alentar al peregrino su gracioso canto:  

¡Alza el vuelo, peregrino, que tu amor más alto va!  

Fiel a una milenaria tradición mariana, de ayer y de hoy, con la vigencia de lo perenne, sabe decide a la Virgen en hermoso endecasilabo:  

Olvidaré mis penas en tus brazos.

Todo este sentido de lo divino que impregna la obra de nuestro poeta no le quita, sino que le agudiza el sentido humano de la belleza de las cosas. Así, frente a la inmensidad azul y armoniosa del mar, exclama en admiración reverente:  

Y, ¡cómo zumban sonoras las olas del ancho mar!  

Colmena inmensa de abejas,

fulgor de azul y azahar.

Abismado en la grandeza del Teide de Tenerife la punteará con gracia, galanura y fantasía:  

Majestad del regio Teide. ..

Aguja con trenzas de nubes,

y con peinetas de nieve.

Tales son los latidos poéticos frente a la divinidad y frente a la naturaleza, armoniosamente fundidos en uno, que encontramos en las rimas del padre Jesús Martí Ballester.

Rimas y poemas del hombre y para el hombre, que no se quedan en las zonas residenciales de la expresión poética, sino que constituyen una estimulación, un des­pertar de nuestras energías espirituales. Estimulación conseguida con una densidad y eficacia de imágenes, que abruma por lo inusual y sorprende por el mágico poder creador poético.

Veréis que hay versos que son pura llama autobio­gráfica que sin duda harán arder.  

JUAN BAUTISTA BERTRÁN, s. j.