Navidad y la misa "del gallo"

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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EL ORIGEN DEL DÍA DE NAVIDAD

Para desarraigar los restos paganos, la Iglesia primitiva Romana, con estudiada pedagogía, sustituía las fiestas paganas, y las cristianizaba. Así, el 25 de diciembre que en el Imperio se celebraba la fiesta pagana del Sol que nace, «Natalis Invicti" en el culto de Mitra, fue sustituida esta festividad pagana por la del nacimiento de Cristo, Sol que viene a iluminar las tinieblas del mundo, «luz del mundo».

LA "MISA DEL GALLO”

  El Papa Sixto III, introdujo en Roma, la costumbre de celebrar en Navidad una vigilia nocturna, a medianoche, "mox ut gallus cantaverit", “en seguida de cantar el gallo”, en un pequeño oratorio, llamado "ad praesepium", "ante el pesebre", situado detrás del altar mayor. Terminada la misa, en la cual sólo comulgaba el Papa, presidía el solemne oficio de la noche en la Basílica de San Pedro. La celebración Eucarística de esta Noche Santa, comienza con una invitación instante y urgente a la alegría: «Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo».

El salmo nos hará repetir como profesión de fe gozosa: "Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" Salmo 95. Por eso: «Cantad al Señor un cántico nuevo»; y el versículo del Aleluya será un eco anticipado del mensaje angélico: «Os anuncio una gran alegría». La causa de esta alegría es el nacimiento de Cristo. Pero, por encima del suceso que nos narra el evangelio, hemos de descubrir su contenido y hondura, con la ayuda del Espíritu de Sabiduría y de Entendimiento: en el niño que acaba de nacer, "la luz de la gloria brilló ante nuestros ojos» Prefacio, ya que el hijo de mujer, en quien «la naturaleza humana se ha unido a la de Dios» Oración sobre las ofrendas, es la luz que ha «iluminado esta noche santa», como hemos dicho en la 0ración Colecta. Así la fiesta de Navidad no es sólo la evocación de un acontecimiento pretérito, sino una actualización y presencialización de su estar presente. En la Comunión, cantaremos: «La Palabra se hizo carne y hemos contemplado su gloria». En la Eucaristía, Cristo, nacido de la Virgen María, es el alimento de nuestro camino, para nuestra ascensión «penetrando con fe profunda este misterio y amándolo cada vez más entrañablemente» hasta llegar a gozar en el cielo el «esplendor de su gloria». Todo es un gran misterio, escondido en el arcano de Dios.

LA FIESTA DE NAVIDAD

  La Navidad es, indudablemente, la fiesta que mayor repercusión ha alcanzado y tiene en la vida exterior de las gentes: villancicos, y belenes, las distintas costumbres populares, las felicitaciones, los christmas, el árbol de Noel, y las cenas de Navidad. Un espíritu mezquino podrá decir que tales costumbres son en sí reprobables. Pero "si hacemos alegrías cuando nace uno de nos - qué haremos cuando nace Dios". Cuando una familia se alegra cada vez que una nueva cuna se mece en la casa, la familia del pueblo de Dios, la Iglesia, se regocija también, al celebrar el nacimiento del Redentor, y lleva esta alegría dulce e íntima a la vida familiar y social. Existe el riesgo de atender solamente a lo exterior, o darle preeminencia sobre lo interior. El riesgo se previene con una buena preparación durante el Adviento. La predicación del día de Navidad, debe contribuir eficazmente a hacer interior y cristiana la fiesta, a la inversa de lo que hizo la Iglesia primitiva. Las lecciones del segundo nocturno nos dan la pauta del sentimiento de deben alimentar los cristianos: "Agamus gratias Deo... Agnosce, christiane, dignitatem tuam": "Demos gracias a Dios…Reconoce, oh cristiano tu dignidad" (San León Magno).

EL PROFETA ISAIAS

En medio del horizonte cerrado de la tragedia, el profeta Isaías, 9,1, divisa un rayo esplendoroso de luz y de redención de los hebreos oprimidos, que le hace prorrumpir en un canto lleno de exultación porque ha sido vencido el opresor del pueblo elegido, a la llegada de un misterioso niño adornado de dotes excepcionales, que inaugurará una venturosa era de paz. El profeta entona un canto de alegría, contraponiendo dos situaciones muy diferentes: la primera, en que Dios cubrió de oprobio a la parte de Palestina, Zabulón y Neftalí, ambas situadas al oeste del lago de Genesaret. En la deportación de Teglatfalasar III, de estas dos tribus, moradoras en sombras de muerte, pesa el yugo de la tiranía de los conquistadores asirios, usurpadores del norte de Palestina, y contrasta con un tiempo nuevo que inaugurará la gloria del camino del mar, "via maris", bordeando el lago de Genesaret, que desde de Egipto ascendía por la costa palestina, hasta llegar al Carmelo camino de Nazaret, y volvía hacia Damasco por encima del lago de Galilea. Oprobio y humillación. Grandeza y glorificación, en una misma región: la del norte de Palestina: La Galilea de los gentiles, Galaad, contagiada de idolatría, era sincretista, estaba situada en la otra ribera del Jordán. El profeta ve, que la redención del pueblo israelita se va a iniciar por aquella despreciada región del norte, ahora tan castigada y humillada.

SAN MATEO

  Esto nos lo confirmará Mateo cuando nos presente a Jesús, inaugurando el anuncio «la buena nueva del reino de los cielos", a orillas del lago de Tiberíades. Mateo veía ya realizada la misma luz vista por Isaías, y que le había hecho saltar de gozo, siete siglos antes. Si Dios había escondido su faz a la casa de Jacob, ahora anuncia con júbilo un horizonte luminoso de salvación al pueblo que vivía en sombras de muerte, con las huellas abiertas de la devastación y de la guerra. Vivían en la miseria y en la desventura. Pero ellos, habituados y resignados ya a este ambiente de tristeza, acaban de ver un fulgor de esperanza y de salvación. La alegría de aquellos corazones abocados a un estado de miseria sin esperanzas de redención es descrita por Isaías con imágenes: el júbilo de la siega de las mieses, pasadas ya las incertidumbres de la marcha de la cosecha, y el ejército vencedor que se reparte el botín. Las gentes humilladas de los confines de Galilea de los gentiles van a ser liberadas de la asfixia de un dogal. Van a desaparecer todos los vestigios de la guerra. En la nueva edad venturosa, la característica será la paz. ¡Oh, la región de los Balcanes, Kosovo y la de Chechenia, Grozni, Irak, ¡Oh, Ruanda y Cuba y Colombia y todos los pueblos derrumbados y deportados! ¡Esperad la liberación, y tened la seguridad de que los que cayeron, caen y caerán aún, serán semillas de vida, no lo dudéis! El profeta salta de júbilo, ha surgido un Príncipe libertador, que es un niño, con dotes excepcionales de realeza; dotado de perspicacia como gobernante, admirable consejero para conducir con sabiduría y prudencia. Con un título excepcional: "Dios fuerte". Un niño que nace de una mujer joven y virgen, que garantiza la naturaleza humana y divina del Mesías. Será un hombre verdadero, con su cuerpo y alma racional, y al mismo tiempo, Dios.

LA LUZ DIVINA

Fue una chispa instantánea, una revelación divina, la que recibió Isaías. Además, es Padre sempiterno, y Príncipe de la paz, gobernante y sabio. Gobernará paternalmente a su pueblo, buscará la paz y comprensión, como Príncipe de ella, sin tiranía ominosa. La Paz, basada en la justicia, será el ceñidor de sus lomos. Paz idealizada con imágenes vivas, que son profecía de un reinado espiritual basado en la paz de las conciencias, de santidad y de gracia, de justicia de amor y de paz. Todo misterioso: Este es el "misterio mantenido en secreto durante siglos" de que habla san Pablo, en el que aparece el maremoto de la acción de Dios, actuando desde la profundidad de su Sabiduría. Abraham y David lo veían en una nube llena de oscuridad. También los Profetas. Los anuncios del misterio mesiánico eran eso, misterio. Pero no podían imaginar, que el mismo Dios llegara a la "locura" de hacerse hombre. "Mientras se mantenía en lo oculto y Dios reservaba sabiamente su designio, podía parecer que nos tenía olvidados y no se preocupaba de nosotros; pero, cuando por su Hijo querido, reveló y manifestó todo lo que estaba preparado desde el principio, puso a la vez todas las cosas a nuestra disposición: la posibilidad de disfrutar de sus beneficios, y la de verlos y poseerlos. ¿Quién de nosotros se hubiera atrevido a imaginar jamás tanta generosidad? (Carta a Diogneto). Nada semejante podía ser predicado de ningún rey histórico; sólo se van a evidenciar en la persona del Mesías liberador y glorioso que desde la época de la monarquía se había generalizado en el pueblo en general.

SAN PABLO

  En la segunda lectura Pablo nos dará una intensa lección de teología y de vida: El hecho de que Dios se haya manifestado a todos los hombres, nos enseña desde su amor, a renunciar a la impiedad y los deseos del mundo, y a vivir sobria, justa y piadosamente en este mundo, aguardando la bienaventurada esperanza y la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Cristo Jesús, que se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad para formar un pueblo santo y purificado, dedicado a las obras buenas. Tit, 2,11. Todas esas virtudes que Pablo exige a las diversas categorías de fieles tienen su fundamento en Cristo, quien, con su venida al mundo, nos ha hecho visible la voluntad que Dios tiene de salvar a todos los hombres y nos ha enseñado cómo debemos vivir, al mismo tiempo que alienta nuestro trabajo con la esperanza de la gloria del cielo y de su gloriosa manifestación en la parusía, el que ofreció su vida por nosotros para adquirirse un pueblo santo. Este es uno de los pasajes de las cartas de San Pablo más cargado de doctrina, resumen de su teología. Parece que el lenguaje está inspirado en escenas, entonces frecuentes de monarcas que hacían su solemne manifestación al pueblo y repartían numerosos beneficios, llamados colectivamente «gracia» recibiendo a cambio de sus súbditos el apelativo de "salvadores».

Pablo se vale de esta terminología áulica, muy expresiva para sus lectores, y la aplica a Jesucristo y a su obra, que hace visible la «gracia o amor benéfico de Dios, que fue un continuo reparto de beneficios y que se consumará en su segunda aparición del último día. La gracia de la salvación da a la lectura carácter navideño. Todos, aún en los climas más remotos, celebran hoy su apertura a la gracia de Dios, Verbo encarnado, que viene a redimirnos y a darnos ejemplo de vida. Si cuando vino Dios nació en un pesebre, nosotros hemos de aprender a renunciar a los deseos del mundo y a vivir sobria y justamente, negando toda impiedad, aguardando la dicha que esperamos. Los hombres y las mujeres de edad. Los jóvenes también. Cada uno tiene un papel diferente según sus posibilidades. Sobriedad, dignidad, ponderación, fortaleza en la fe, caridad, perseverancia, buen consejo, sensatez. Son consejos muy «humanos»: virtudes naturales.

La cualidad más recomendada a todas las categorías es la moderación y mansedumbre. Los cristianos de Creta eran impetuosos. Lo primero que nos exigen los no creyentes hoy, es que los cristianos den prueba de lo que «dicen», viviendo ellos los valores esenciales de la simple humanidad. Y la razón de todo está en que la gracia salvadora de Dios se ha manifestado a todos los hombres. Por ella aprendemos a rechazar el pecado y las pasiones. Aunque semejan lecciones de un curso de moral griega elemental, pues San Pablo predicaba sencillamente un buen humanismo... no embriagarse, amar a su mujer o a su marido, buena administración del hogar, guardar buena conducta, todo es obra de Dios: la gracia, el don gratuito de Dios está ahí. En el fondo, Dios quiere, en primer lugar que seamos hombres Y, para ello, nos da su gracia. Para vivir en el mundo presente con sensatez, justicia, piedad. Pero el «sentido», la razón de nuestra conducta es que "estamos esperando la dicha que esperamos y la Manifestación de la gloria de Jesucristo, nuestro gran Dios Salvador. Este es el carácter específico del cristiano: hombre como todos los demás, invitado a vivir los mismos valores como sus contemporáneos, pero «sabiendo a donde va», y bien orientado. Su conducta tiene un sentido, un objetivo final, que justifica todos sus esfuerzos, el encuentro con Jesús: «Aguardad la dicha». «Cuando Jesucristo se manifestará».

SAN LUCAS

Lucas nos relata el nacimiento de Cristo en Belén como un historiador, fedatario de lo que ha conocido: César Augusto había promulgado un edicto para empadronar a todo el mundo, era el ecumenismo romano. Roma suele respetar las costumbres locales, y este empadronamiento se hace al modo judío, yendo a inscribirse al lugar de su origen. José, que era de la casa de David, sube a Belén, lugar originario de la familia davídica. Y estando en Belén, "casa del pan", por su fertilidad agrícola, sucedió el nacimiento de Cristo. Lucas lo describe con sobriedad. «Dio a luz a su hijo primogénito». Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. El hecho de que lo haga la misma María, la madre, supone una prueba del parto virginal indoloro. Como en Oriente la hospitalidad es sagrada, máxime para una mujer que acusaba los signos de próxima maternidad, no hay razón que José y María no encuentren sitio en la posada, sino son las de decoro, y pobreza. No gozaban de buena fama los pastores. Eran considerados «ladrones». Nunca un fariseo les compraría lana o leche, sospechando que habían sido robados. Pero, ¿no habría entre ellos almas sencillas? Inesperadamente, se les apareció «un ángel del Señor» que se les acercó, suspendido en el aire. Y «la gloria del Señor» los «rodeó iluminándolos». En Belén, en la Capilla del campo de los pastores, una pintura mural deliciosa representa maravillosamente la alegría de aquellos pastores, sobre todo de un niño, impresionante. Había sido una teofanía. Al rodearlos de su luz, «temieron grandemente». Era el temor ante la presencia de Dios, que acreditaba al ángel de esta manera, y les anunció que el Niño estaba en Belén. El anuncio del ángel es el Evangelio: la Buena Nueva «es para todo el pueblo». «Hoy os ha nacido en la ciudad de David», Belén, donde, según Miqueas, había de nacer el Mesías, un niño, descrito con los siguientes rasgos. Es: «Un Salvador», el «Cristo» es decir, el «Ungido», el Mesías. «El Señor».

HA LLEGADO EL MESIAS

Los pastores comprendieron que el Mesías había llegado. Y se les dio una «señal» para encontrarlo. Era necesidad, pero era garantía. Es la descripción que antes hizo: un niño fajado y reclinado en un pesebre. Posiblemente hubo otras indicaciones para señalarles el lugar donde se hallaba. Pero esto ya era suficiente. El Mesías no había nacido en un palacio, ni con el esplendor humano y pompa esperados. Y el hecho de estar reclinado en un «pesebre» les indicaba que no había que buscarlo entre gentes de Belén, ya que allí habría nacido en su casa. Terminado el anuncio del ángel, se juntó con él, allí en el campo de los pastores, «una multitud del ejército celestial» de ángeles. Todo este coro entona allí una alabanza a Dios, diciendo: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». Y les dio una «señal» para encontrarlo. Era necesidad, pero también, garantía. Es la descripción que antes hizo: un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. La idea fundamental es que Cristo ha venido a traer como paralela a la gloria de Dios la paz a los hombres.

LA PAZ

Ha escrito San Agustín, que la paz consiste en «la tranquilidad del orden". Supone, pues, un orden estable. Cuando en una familia el padre desempeña la autoridad y la madre representa a la obediencia del amor y ambos educan a unos hijos que se dejan educar, se dice de ella que vive en paz. Si se rompe uno de esos elementos, la paz se habrá perdido. Sólo existirá el desorden, que la paz completa exige: Orden para con Dios. Orden entre los hombres. Orden dentro de nosotros mismos. Tres órdenes que están intrínsecamente unidos. A todos los que celebramos rebosantes de gozo el misterio del nacimiento de Cristo, danos la paz. Paz en la tierra, el gran anhelo manifestado desde el corazón del Papa Beato Juan XXIII, autor de la Encíclica “Pacem in terris”.

NAVIDAD

«Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno;
¡qué glorioso que está el heno
porque ha caído sobre él!

Cuando el silencio tenía
todas las cosas del suelo,
y coronada de hielo
reinaba la noche fría,
en medio la algarabía
de tiniebla tan cruel,
caído se le ha un clavel.

De un solo clavel ceñido
la Virgen, Aurora bella,
al mundo le dio, y ella
quedó cual antes, florida.

(Luis de Góngora)