Miércoles de Ceniza, Ciclo C

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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CAPUT CUADRAGESIMAE". CABEZA DE LA CUARESMA 

NOSOTROS HEMOS PECADO, PERO EL PADRE, RICO EN MISERICORDIA, NOS OFRECE SIEMPRE EL PERDON POR JESUCRISTO Y ESPERA QUE PRACTIQUEMOS LA CARIDAD CON LOS HERMANOS. 

1. Comenzamos hoy la Cuaresma, que es una invitación oficial de la comunidad cristiana a renovar nuestra adhesión cordial al proyecto de Jesús, que es el de Dios, para comenzar de nuevo, y poder celebrar la Pascua con toda profundidad. El pueblo de Israel nació en la Cuaresma del desierto. En atención a esto, la tradición religiosa de Israel había consagrado la Cuaresma, el desierto, para la oración y la penitencia, y qué mayor penitencia que la soledad, observada por hombres creados para vivir en sociedad: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,8), que ya había vivido el pueblo de Israel al salir de Egipto, durante cuarenta años caminando hacia la tierra prometida, por el trayecto más largo. El camino más corto y normal era subir desde Egipto hasta la tierra prometida, Palestina, sin dejar la tierra firme y sin tener que atravesar el mar Rojo. Pero Dios quiso preservarle, probarle y educarle, para demostrarle su cariño y hablarle al corazón. ¿Qué hubiera sido del pueblo si entra en seguida en Palestina, y se junta con los amorreos, cananeos, hititas, los jebuseos, amonitas, filisteos, pueblos todos paganos e idólatras? ¿En qué habría quedado la promesa? El designio de Dios era crear su pueblo, germen de vida, donde pudiera él, llegada la plenitud de los tiempos, culminar la obra de la redención por Jesucristo, nacido de ese pueblo. 

2. Moisés ha vivido también su desierto. Como Elías camino del Horeb, y como Jesús, después de haber sido bautizado por Juan. Ahora lo tiene que vivir la Iglesia, durante cuarenta días dedicada a la conversión, a la oración, renuncia, y caridad. Cuando el Señor hace dar rodeos incomprensibles a una persona, o a una familia, o a una institución, hay que saber leer en clave de fe y de predilección, el rodeo, el obstáculo, la persecución del Faraón, o de los varios faraones al servicio del amor. 

3. “La soledad es la muralla y el antemuro de las virtudes...Creed en mi experiencia, aprenderéis más en las selvas que en los libros; los bosques y las peñas os instruirán, os enseñarán lo que no pueden enseñaros vuestros maestros” (San Bernardo). Todos los grandes santos a ejemplo de Cristo, se han formado en la escuela de la soledad, del desierto. Y salían de él como llamas. Nosotros no podemos resistir la soledad. Apenas nos quedamos solos, conectamos el transistor, la televisión, el Internet, nos vamos al café, al bar, al Pub, al cine, no somos capaces de permanecer un rato con nosotros mismos, escuchando a nuestra conciencia, examinando nuestras acciones, nuestros planes, por eso nuestra vida es tan frívola, vacía y sin peso. El valor de las palabras no lo da el sonido, el grito, sino el contenido...¡Cuántas palabras insustaciales al final de una vida moderna! Busquemos el recogimiento donde oigamos a Dios, aislémonos de las compañías de frivolidad y de pasatiempo, busquemos amigos que nos hagan mejores, cercenemos diversiones, seamos más personas, más hombres y menos masa. Al menos, en la Cuaresma. 

4. Lo esencial de la Cuaresma es que el pueblo cristiano, se disponga a escuchar la Palabra, para convertirse. Convertirse es volverse a Dios. ”Dejaos reconciliar con Dios” Pablo nos recuerda que Jesucristo ha inaugurado un tiempo de salvación, de reconciliación. El apóstol lucha contra las ideas que quieren hacer creer a la gente que Dios es más propenso a la cólera que al perdón. Por eso nos propone que nos reconciliemos con Dios por medio de Jesucristo, para abandonar todo temor ante el autor de la vida. Nuestra relación con Dios debe estar basada en la confianza y en la reconciliación. En la 2 Corintios,5,20, San Pablo emplea el verbo griego “katallasso”, “reconciliarse”, característico del derecho matrimonial, que designa la reconciliación de los esposos cuando retornan a la vida íntima conyugal que habían roto. El Apóstol, por tanto, está exhortando a los cristianos a volver a la unión con Dios, rota por el pecado, y a recuperar la intimidad del que “prepara para todos los pueblos el banquete nupcial de manjares exquisitos” (Is 25,6). “Convertíos a mí de todo corazón”. Es el corazón lo que nos pide el Señor, nuestra intimidad mejor, la más profunda, que pongamos nuestro pensamiento y cariño en él. Eso es lo único que le agrada a Dios. Los gestos y los sacrificios sólo le gustan si proceden del amor, porque sólo quiere el amor de los hombres, pues, quiere hacer tan grandes como El es, y tan dichosos y perfectos, y eso sólo lo hace el amor que iguala entre sí a los amantes. Bien motiva San Pablo la petición de la reconciliación por el amor de Jesucristo: “Pues Dios por nosotros hizo pecado al que no conocía el pecado, para que por él llegáramos a ser santidad de Dios”. La gratitud a tanto amor es lo que nos tiene que mover al encuentro del Padre. 

5. Convertirse es también volver el rostro, dirigirse a Alguien que llama, porque es compasivo, y nos está invitando a recorrer un camino de penitencia y purificación interior para renovar nuestra fe y vivir de acuerdo con ella. No se cansa Dios de llamarnos, todas y cada una de las veces que experimentamos la derrota del pecado, para que volvamos a casa como el hijo pródigo, y podernos abrazar, vestirnos de nuevo y ofrecernos el banquete de su perdón y de su eucaristía. “Antes me cansé yo de ofenderle, que él de llamarme...Castigabais, Señor, mis muchas maldades con nuevas mercedes” (Santa Teresa). 

6. Para acoger un mensaje hay que elevar los ojos al mensajero. Una mirada de fe es la que puede salvar al pecador. Para convertirse lo primero es volver los ojos al rostro de Dios, que “se compadece de todos y cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan" Sabiduría 11, 24. 

7. Después, y con la luz y la fuerza que emana de la Palabra, poder desprenderse del egoísmo y optar por una nueva concepción de la vida. San Agustín en sus Confesiones, nos ha dejado un precioso testimonio de las luchas que tuvo que sostener, con todo lo inteligente que era, hasta poder decidirse a vivir lo que tan claro veía, pero lo que tanto le costaba: “A mí, cautivo, me atomentaba mucho y con vehemencia la costumbre de saciar aquella mi insaciable concupiscencia” (VI, 13). Escuchaba a sus pasiones, sus antiguas amigas, que le decían: “¿Nos dejas? Y ya no estaremos contigo nunca? ¿Y ya no te será lícito esto y aquello? ¡Y qué cosas, Dios mío, me sugerían con las palabras esto y aquello!” (VIII, 11,26). Pero hasta que no comenzó a fulgurar en el corazón de Agustín la luz de la Hermosura Nueva, no se rindió el buscador. ”Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé...Pero llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por tí; gusté de tí, y siento hambre y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz” (X, 27,38). Por muchos esfuerzos que haga el hombre, si Dios no le rinde con su Belleza, no cae de bruces su alma. Por eso es necesario que con David, le grite al Señor: "Misericordia, Señor, hemos pecado. Tengo siempre presente mi pecado. Crea en mí un corazón puro. Renuévame por dentro don espíritu firme. Devuélveme la alegría de tu salvación. No me arrojes lejos de tu rostro. Lávame más y más de mi iniquidad”. Salmo 50. Pero reconozcamos que estas voces no nacen desde la rutina, la pasividad y el culto vacío. Interiorizados estos actos individuales y personales, hay que confesar los pecados, haciendo de ese momento un encuentro con Dios Padre por el Espíritu y la Sangre de su Hijo, que obra en nosotros la salvación. Es verdad que el confesonario hoy ha sido sustituido por el diván del psicoalista o del psiquiatra, o, lo que es más novedoso y curioso, por el plató de la televisión, lo que demuestra la necesidad que tiene la persona de comunicar sus pecados, frustraciones, y depresiones, y que al debilitarse o perderse la fe, se agarra a estos medios científicos, laicos y hasta públicos, como medio de liberación, lo que los cristianos encontramos por la fe en el sacramento de la reconciliación. 

El profeta Joel hace un llamamiento al pueblo para que cambie de actitud. El llanto, el luto, el vestido negro no debe ser expresión de una piedad superficial o del simple deseo de llamar la atención. La voz del profeta desea remover los cimientos mismos de la religiosidad y convertir los símbolos del luto en camino de conversión para todo el pueblo. Por eso se debe cambiar el corazón, y no la ropa. 

8. “No vayas tocando la trompeta por delante para ser considerado por los hombres” Mateo 6,1. El evangelio nos llama a cultivar una actitud sobria, interior y religiosa. La fe en Dios y la solidaridad con los hermanos y hermanas pobres no se pueden convertir en un espectáculo frívolo. La vida del cristiano necesita estar animada por el mismo espíritu de Jesús. De modo que la solidaridad se convierta en expresión de amor fraternal y la relación con el Padre Dios en un trato cálido, íntimo y profundo. Por tanto, las expresiones religiosas llenas de malabarismos, complicaciones y ostentaciones no están acordes con la espiritualidad cristiana. 

9. En el conjunto de los tres textos litúrgicos percibimos que lo esencial del miércoles de Ceniza consiste en ser expresión de una fe profunda. El signo que recibimos en nuestra frente no es una condecoración que honra nuestras creencias. La cruz marcada con ceniza nos recuerda nuestra frágil condición humana y la necesidad de transformar permanentemente nuestro corazón. Este día con el cual comienza la cuaresma debe avivar el deseo de cultivar una sólida espiritualidad que nos reconcilie con Dios y nos ponga al servicio de los más necesitados. La cuaresma nos plantea la urgencia de ver la religión no como un refugio a nuestra falta de autenticidad, sino como un camino para expresar en comunidad lo más profundo de nuestro ser. 

10. La frase clásica con la que antes se imponía la ceniza era la de “Recuerda que polvo eres y en polvo te has de convertir”. Durante mucho tiempo, desde los tiempos medievales, el recuerdo de la muerte, el pensamiento de la futilidad de la vida, fue un arma para dominar al ser humano en su tentación de olvidar a Dios y sus preceptos. El poder de convicción se hacía estribar en el temor, en la línea de lo que dice el salmo: “el principio de la sabiduría es el temor del Señor". El planteamiento pues de la cuaresma no dejaba de ser oscuro y tétrico, de donde nació el desahogo previo de los carnavales, que tantas huellas todavía presentan del influjo social de este tiempo litúrgico en las sociedades que estuvieron tan profundamente marcadas por la religión. 

11. La reforma litúrgica propuso un cambio de frase: “Convertíos y creed la Buena Noticia”, tomada de “el primer 'sermón' de Jesús” (Mc 1, 15). El cambio es profundo y conviene asimilarlo. Se pasa del temor al amor. De la amenaza a la invitación. De la tristeza, a la alegría de la Buena Noticia. La “conversión” debe sacarse del fanal del lenguaje religioso y debe encarnarse en la vida real: convertirse es enmendarse, cambiar, emprender otro camino. La mejor penitencia, la mejor forma de redimir lo malo que hemos hecho es entregarnos con toda fe a la Buena Noticia, a la propuesta que Dios nos hace en Jesús: ¡la preparación de su Reinado!, la transformación de este mundo por la aceleración de su venida. 

12. El que hace las buenas obras, comunicación de bienes, oración, penitencia, o sacrificio, por miras humanas, ya ha recibido su recompensa. Quien las hace por Dios, con sinceridad y desinterés, como expresión de la fe y del amor, recibirá la paga de Dios. No encaja tampoco mucho hoy esta prohibición de Cristo, cuando de lo que alardea es de todo lo contrario, según las revistas del corazón y determinados espacios televisivos airean: profesión de agnosticismo, y cambios de parejas seguidos. Ahora las recompensas humanas se ofrecen al vicio y no a la virtud y los hay que no viven de otras rentas. Y en cuanto al reconocimiento de Dios, nos han dado una lección soberana, los que teniendo una religión tan pobre como los musulmanes, han hecho una profesión de fe en Alá, pública y general en las exequias del rey Husein de Jordania. Nuestros bautizados agnósticos, y nuestros católicos vergonzantes podían tomar nota. 

13. "Corrijamos lo que por ignorancia hemos cometido, no nos sorprenda la muerte sin haber hecho penitencia" Baruc 3, 2. 

14. "Con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa" Prefacio. Y si Dios nos prepara el banquete escatológico, cuya esperanza nos da fuerza para superar las carencias y tribulaciones de este destierro, los cristianos, siguiendo las directrices del Papa en su documento “Tertio millenio adveniente”, debemos practicar la caridad, concretada en las obras de misericordia tanto corporales como espirituales, sobre todo en favor de aquellos hermanos nuestros que viven extrarradio del banquete de la vida. “Hay muchos Lázaros que están llamando a las puertas de la sociedad, que viven excluidos de los beneficios de la prosperidad y del progreso” (Juan Pablo II). Hagamos entre todos que todos puedan participar del banquete preparado por el Señor para todos los pueblos en esta tierra y en el cielo. Sólo así podremos todos escuchar confiados y esperanzados en la Misa de la Cena del Señor y en la Noche de la Pascua, las palabras del Apocalipsis: “Dichosos los llamados al banquete de las bodas del Cordero” (19,9). A la vez que habremos ofrecido al mundo el testimonio de que nos amamos porque el Señor ha Resucitado. 

15. San Juan Crisóstomo, comentando la enseñanza del Señor sobre el camino a Jerusalén, recuerda que Cristo no oculta a los discípulos las luchas y los sacrificios que les aguardan. Él mismo subraya cómo la renuncia al propio «yo» resulta difícil, pero no imposible cuando se puede contar con la ayuda que Dios nos concede «mediante la comunión con la persona de Cristo» (PG 58, 619s). He aquí porque en esta Cuaresma deseo invitar a todos los creyentes a una ardiente y confiada oración al Señor, para que conceda a cada uno hacer una renovada experiencia de su misericordia. Sólo este don nos ayudará a acoger y a vivir de manera siempre más jubilosa y generosa la caridad de Cristo, que «no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad» (1 Cor 13, 5-6) (Juan Pablo II). 





JESUS MARTI BALLESTER 

jmarti@ciberia.es 













PARALITURGIA PARA EL DIA DE CENIZA 

INTRODUCCION 



1. "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). A nuestra generación, en el transcurso de la historia, le ha tocado recibir el amor de Dios entregado en su Hijo, Verbo de Dios encarnado por obra del Espíritu Santo en el seno de Santa María Virgen, verdadero Dios y verdadero hombre semejante en todo a nosotros menos en el pecado. 

2. En " la comunión de la Iglesia", glorificamos "a la Santísima Trinidad, de la que todo procede y a la que todo se dirige, en el mundo y en la historia" (Juan Pablo II). 

3. Nuestra mirada, con los ojos del corazón (Ef 1,18) llenos de gratitud, se dirige al momento histórico en el que, en una aldea entonces ignota, la anunciación de Dios llegó por medio del ángel a una muchacha, llamada María, con el designio salvífico: si ella aceptaba, en ella se encarnaría el Salvador, sería la Madre de su Señor, entregado para la salvación de todos."Nunca la historia del hombre dependió tanto como entonces del consentimiento de la criatura humana" (San Bernardo). 

4. De "muchas maneras y de muchos modos" Dios había hablado en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas, pero, al llegar la plenitud de los tiempos, "nos habló por medio del Hijo" (Heb 1,1), Jesucristo, "nacido de mujer, nacido bajo la ley para rescatar a todos los que estaban bajo la ley y para que recibiéramos ser hijos por adopción" (Gal 4,4). Él es la plenitud de los tiempos "y de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia.Porque la ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad han venido por Jesucristo" (Jn 1, 16). 

5. El Papa Juan Pablo II ha escrito: "El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo" (TMA 6). 

Así, pues, acogemos y recibimos a Cristo, que viene a buscarnos, y a la vez nos aprestamos a comunicar tan gran gozo a cuantos todavía no lo conocen o se alejaron de Él. 

6. El nacimiento de Jesús, el único Salvador del mundo, ha marcado para siempre la historia. Desde entonces, remontándose hacia atrás y prolongándose hacia delante, la historia es tiempo de salvación. En realidad, la Cuaresma no consiste en una serie de cosas que hay que hacer, sino en una gran experiencia interior que hay que vivir. 

7. Proclamamos que ha aparecido la ternura de Dios entre nosotros "porque ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tit 2,11). Y en todo el año 2000, podremos contemplar e imitar al Niño que ha nacido para nosotros y para que nosotros naciéramos para Él."Él ha sido pequeño. Él ha sido niño, para que tú puedas ser hombre perfecto; Él ha sido ligado con pañales, para que tú puedas ser desligado de los lazos de la muerte; Él ha sido puesto en un pesebre, para que tú puedas ser colocado sobre los altares; Él ha sido puesto en la tierra, para que tú puedas estar entre las estrellas, Él no tuvo lugar en el mesón, para que tú tengas muchas mansiones en los cielos. Él siendo rico, se ha hecho pobre por vosotros, a fin de enriqueceros con su pobreza (2 Cor 9,9)" (San Ambrosio). 

El perdón de Dios nos conducirá a todos, acreedores y deudores, a la reconciliación y la paz entre los hijos de Dios, pues en Jesucristo hemos sido constituidos como hermanos. Nuestro Señor Jesucristo "ha pagado al eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre, canceló el recibo del antiguo pecado", pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo (1 Cor 15,22). 

12."Si el primer hombre hizo que toda la masa mereciese la condena. Venga, venga nuestro Señor, el segundo hombre; venga, venga; venga por otro camino, venga a través de una virgen, venga vivo, encuéntrese con los muertos; muera para socorrer a quien muere; otorgue a los muertos la vida; redima de la muerte a los muertos, mantenga la vida en la muerte y dé muerte a la muerte con la muerte" (San Agustín). 

Gracias a la redención de Jesucristo, en el sacramento de la penitencia se puede alcanzar siempre el perdón y la remisión de la consiguiente "pena eterna". Pero como todo pecado, incluso el venial, entraña apego desordenado a las criaturas, es necesario, para entrar en la santidad de Dios, la purificación de ese desorden, o después de la muerte o antes, en esta vida. 

15. Es necesario que en la Iglesia estimemos y practiquemos el diálogo, también extendido al ecumenismo y a quienes tienen otras convicciones religiosas, como método privilegiado de la nueva evangelización, conforme a la naturaleza específica de la misión, sin imposición beligerante y sin ocultamiento vergonzante, sino con la propuesta clara y pública de la confesión de la fe y del testimonio de una dignidad y vida plenas que se alcanzan en el Evangelio.Sólo viviendo el espíritu de comunión, con toda la hondura del Espíritu, se pondrá de manifiesto cómo se puede terminar con la interminable serie de exclusiones y marginaciones que sufre el hombre contemporáneo. 

16. El camino de futuro, también para la Iglesia en España, pasa por la intensificación de su espíritu y compromiso "misioneros", en las tareas pastorales y evangelizadoras en medio de nuestro pueblo y en las tareas de la evangelización en todos los rincones de la tierra. 

17. Este tiempo de Cuaresma de glorificación y alabanza a Dios, de perdón y de gracia, debe ser también un tiempo de acción de gracias por todos los beneficios recibidos de la bondad de Dios a lo largo de nuestra historia. Al pedir perdón por los 

pecados cometidos, para una continuada conversión, también daremos gracias, porque "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). 

18. Los sabios han dado ideas para resolver los problemas de este mundo, pero siempre han sido los santos quienes han aportado las verdaderas soluciones en cada tiempo, desde los varones apostólicos en la primera evangelización que nos llegó por el mediterráneo; durante la persecución y cuando se reconquistó la libertad en la Edad Media; la segunda evangelización la llevamos por el océano atlántico a otros pueblos. Los mártires y testigos del siglo XX que dieron su vida por su fe y fidelidad a Cristo, nos dan ejemplo de su amor misericordioso y de su perdón a quienes les perseguían. 

Los santos quienes marcarán el rumbo, nos abrirán caminos y dejarán la estela imborrable de su singladura para que encontremos el camino hacia Dios por todos los mares y tierras del mundo. 

21. Que Santa María, la Madre de Jesucristo y de su Iglesia, "interceda con especial intensidad en favor del pueblo cristiano, para que obtenga la abundancia de gracia y de misericordia. 

23. Que la Iglesia alabe a Dios Padre en el Espíritu Santo por el don de la salvación en Cristo Señor, ahora y por siempre". 



INTERMEDIO 



EXTRACTO DE LA BULA "INCARNATIONIS MYSTERIUM" DE JUAN PABLO II 



1. Con la mirada puesta en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, la Iglesia se prepara para cruzar el umbral del tercer milenio. Nunca como ahora sentimos el deber de hacer propio el canto de alabanza y acción de gracias del Apóstol: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en Él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 

2. La historia de la salvación tiene en Cristo su punto culminante y su significado supremo. En Él todos hemos recibido "gracia por gracia" (Jn 1, 16), alcanzando la reconciliación con el Padre (Rm 5, 10). El nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia. Él es "el que vive" (Ap 1, 18), "Aquél que es, que era y que va a venir" (Ap 1, 4). Ante Él debe doblarse toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua debe proclamar que Él es el Señor (Flp 2, 10). Al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida. Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre, a través de la sucesión de las épocas históricas. La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su muerte y resurrección son, pues, el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana. 

3. Desde mi primera Encíclica, Redemptor hominis, he mirado hacia esta fecha con la única intención de preparar los corazones de todos a hacerse dóciles a la acción del Espíritu. Será un acontecimiento que tendrá, dos centros: la Ciudad donde la Providencia quiso poner la sede del Sucesor de Pedro, y la Tierra Santa, en la que el Hijo de Dios nació como hombre tomando carne de una Virgen llamada María (Lc 1, 27). Con igual dignidad e importancia el Jubileo será, celebrado en Roma, y en la Tierra llamada justamente "santa" por haber visto nacer y morir a Jesús. Aquella Tierra, en la que surgió la primera comunidad cristiana, es el lugar donde Dios se reveló a la humanidad. 

4. El tiempo jubilar nos introduce en el recio lenguaje que la pedagogía divina de la salvación usa para impulsar al hombre a la conversión y la penitencia, principio y camino de su rehabilitación y condición para recuperar lo que con sus solas fuerzas no podría alcanzar: la amistad de Dios, su gracia y la vida sobrenatural, la única en la que pueden resolverse las aspiraciones más profundas del corazón humano. El nuevo milenio alienta a la comunidad cristiana a extender su mirada de fe hacia nuevos horizontes en el anuncio del Reino de Dios. La Iglesia, al anunciar a Jesús de Nazaret, verdadero Dios y Hombre perfecto, abre a cada ser humano la perspectiva de ser "divinizado" y, por tanto, de hacerse así más hombre. 

5. Éste es el único medio por el cual el mundo puede descubrir la alta vocación a la que está llamado y llevarla a cabo en la salvación realizada por Dios. Jesús de Nazaret, revelador del Padre, ha llevado a cumplimiento el deseo escondido en el corazón de cada hombre de conocer a Dios. Lo que la creación conservaba impreso en sí misma como sello de la mano creadora de Dios y lo que los antiguos Profetas habían anunciado como promesa, alcanza su manifestación definitiva en la revelación de Jesucristo. Jesús revela el rostro de Dios Padre "compasivo y misericordioso" (St 5, 11), y con el envío del Espíritu Santo manifiesta el misterio de amor de la Trinidad. El Espíritu de Cristo es quien actúa en la Iglesia y en la historia: se debe permanecer a su escucha para distinguir los signos de los tiempos nuevos y hacer que la espera del retorno del Señor glorificado sea cada vez más viva en el corazón de los creyentes. El Año Santo, debe ser un canto de alabanza único e ininterrumpido a la Trinidad, Dios Altísimo. Nos ayudan para ello las poéticas palabras del teólogo san Gregorio Nacianceno: 



"Gloria a Dios Padre y al Hijo, 

Rey del universo. 

Gloria al Espíritu, 

digno de alabanza y santísimo. 

La Trinidad es un solo Dios 

que creó y llenó cada cosa: 

el cielo de seres celestes 

y la tierra de seres terrestres. 

Llenó el mar, los ríos y las fuentes 

de seres acuáticos, 

vivificando cada cosa con su Espíritu, 

para que cada criatura honre 

a su sabio Creador, 

causa única del vivir y del permanecer. 

Que lo celebre siempre más que cualquier otra 

la criatura racional 

como gran Rey y Padre bueno". 

6. Que este himno a la Trinidad por la encarnación del Hijo pueda ser cantado juntos por quienes, habiendo recibido el mismo Bautismo, comparten la misma fe en el Señor Jesús. Que el carácter ecuménico del Jubileo sea un signo concreto del camino que, sobre todo en estos últimos decenios, están realizando los fieles de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales. La escucha del Espíritu debe hacernos a todos capaces de llegar a manifestar visiblemente en la plena comunión la gracia de la filiación divina inaugurada por el Bautismo: todos hijos de un solo Padre. El Apóstol no cesa de repetir incluso para nosotros, hoy, su apremiante exhortación: "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 4). Según san Ireneo, nosotros no podemos permitirnos dar al mundo una imagen de tierra árida, después de recibir la Palabra de Dios como lluvia bajada del cielo; ni jamás podremos pretender llegar a ser un único pan, si impedimos que la harina se transforme en un único pan, si impedimos que la harina sea amalgamada por obra del agua que ha sido derramada sobre nosotros. 

7. El año jubilar es como una invitación a una fiesta nupcial. Acudamos todos, desde las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales diseminadas por el mundo, a la fiesta que se prepara; llevemos con nosotros lo que ya nos une y la mirada puesta sólo en Cristo nos permita crecer en la unidad que es fruto del Espíritu. Como Sucesor de Pedro, el Obispo de Roma está aquí para hacer más intensa la invitación a la celebración jubilar, para que la conmemoración bimilenaria del misterio central de la fe cristiana sea vivida como camino de reconciliación y como signo de genuina esperanza para quienes miran a Cristo y a su Iglesia, sacramento "de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano". 

8. Para nosotros los creyentes el año jubilar pondrá claramente de relieve la redención realizada por Cristo mediante su muerte y resurrección. Nadie, después de esta muerte, puede ser separado del amor de Dios (Rm 8, 21), si no es por su propia culpa. La gracia de la misericordia sale al encuentro de todos, para que quienes han sido reconciliados puedan también ser "salvos por su vida" (Rm 5, 10). 

9. El sacramento de la Penitencia ofrece al pecador la "posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación", obtenida por el sacrificio de Cristo. Así, es introducido nuevamente en la vida de Dios y en la plena participación en la vida de la Iglesia. Al confesar sus propios pecados, el creyente recibe verdaderamente el perdón y puede acercarse de nuevo a la Eucaristía, como signo de la comunión recuperada con el Padre y con su Iglesia. Sin embargo, desde la antigüedad la Iglesia, ha estado siempre profundamente convencida de que el perdón, concedido de forma gratuita por Dios, implica como consecuencia un cambio real de vida, una progresiva eliminación del mal interior, una renovación de la propia existencia. El acto sacramental debía estar unido a un acto existencial, con una purificación real de la culpa, que se llama penitencia. El perdón no significa que este proceso existencial sea superfluo, sino que, más bien, cobra un sentido, es aceptado y acogido. La reconciliación con Dios no excluye la permanencia de algunas consecuencias del pecado, de las cuales es necesario purificarse. Es en este ámbito donde adquiere relieve la indulgencia, con la que se expresa el "don total de la misericordia de Dios". Con la indulgencia se condona al pecador arrepentido la pena temporal por los pecados ya perdonados en cuanto a la culpa. 

10. El pecado, por su carácter de ofensa a la santidad y a la justicia de Dios, como también de desprecio a la amistad personal de Dios con el hombre, tiene una doble consecuencia que, si es grave, comporta la privación de la comunión con Dios y, por consiguiente, la exclusión de la participación en la vida eterna. Sin embargo, Dios, en su misericordia, concede al pecador arrepentido el perdón del pecado grave y la remisión de la consiguiente "pena eterna". Pero "todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, ya aquí abajo, o después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la pena "temporal" del pecado, con cuya expiación se cancela lo que impide la plena comunión con Dios y con los hermanos. 

11. Por otra parte, la Revelación enseña que el cristiano no está solo en su camino de conversión. En Cristo y por medio de Cristo la vida del cristiano está unida con un vínculo misterioso a la vida de todos los demás cristianos en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico. De este modo, se establece entre los fieles un maravilloso intercambio de bienes espirituales, por el cual la santidad de uno beneficia a los otros mucho más que el daño que su pecado les haya podido causar. Hay personas que dejan tras de sí como una carga de amor, de sufrimiento aceptado, de pureza y verdad, que llega y sostiene a los demás. Es la realidad de la "vicariedad", sobre la cual se fundamenta todo el misterio de Cristo. Su amor sobreabundante nos salva a todos. Sin embargo, forma parte de la grandeza del amor de Cristo no dejarnos en la condición de destinatarios pasivos, sino incluirnos en su acción salvífica y, en particular, en su pasión. Lo dice Pablo la carta a los Colosenses: "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (1, 24). 

12. Esta profunda realidad está admirablemente expresada también en un pasaje del Apocalipsis, en el que se describe la Iglesia como la esposa vestida con un sencillo traje de lino blanco, de tela resplandeciente. Y san Juan dice: "El lino son las buenas acciones de los santos" (19, 8). En efecto, en la vida de los santos se teje la tela resplandeciente, que es el vestido de la eternidad. Todo viene de Cristo, pero como nosotros le pertenecemos, también lo que es nuestro se hace suyo y adquiere una fuerza que sana. Esto es lo que se quiere decir cuando se habla del "tesoro de la Iglesia", que son las obras buenas de los santos. Rezar para obtener la indulgencia significa entrar en esta comunión espiritual y, por tanto, abrirse totalmente a los demás. En efecto, incluso en el ámbito espiritual nadie vive para sí mismo. La saludable preocupación por la salvación de la propia alma se libera del temor y del egoísmo sólo cuando se preocupa también por la salvación del otro. Es la realidad de la comunión de los santos, el misterio de la "realidad vicaria", de la oración como camino de unión con Cristo y con sus santos. Él nos toma consigo para tejer juntos la blanca túnica de la nueva humanidad, la túnica de tela resplandeciente de la Esposa de Cristo. 

13. La doctrina sobre las indulgencias enseña, en primer lugar "lo malo y amargo que es haber abandonado a Dios (Jr 2, 19). Los fieles, al ganar las indulgencias, advierten que no pueden expiar con solas sus fuerzas el mal que al pecar se han infligido a sí mismos y a toda la comunidad, y por ello son movidos a una humildad saludable". Además, la verdad sobre la comunión de los santos, que une a los creyentes con Cristo y entre sí, nos enseña lo mucho que cada uno puede ayudar a los demás "vivos o difuntos" para estar cada vez más íntimamente unidos al Padre celestial. 

14. El Pueblo de Dios ha de abrir también su mente para reconocer otros posibles signos de la misericordia de Dios que actúa en el Jubileo. He indicado algunos que pueden servir para vivir con mayor intensidad la gracia extraordinaria del Jubileo. Ante todo, el signo de la purificación de la memoria, que pide a todos un acto de valentía y humildad para reconocer las faltas cometidas por quienes han llevado y llevan el nombre de cristianos. El Año Santo es por su naturaleza un momento de llamada a la conversión. Esta es la primera palabra de la predicación de Jesús que, significativamente, está relacionada con la disponibilidad a creer: "Convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). Este imperativo presentado por Cristo es consecuencia de ser conscientes de que "el tiempo se ha cumplido" (Mc 1, 15). El cumplimiento del tiempo de Dios se entiende como llamada a la conversión. Ésta es, por lo demás, fruto de la gracia. Es el Espíritu el que empuja a cada uno a "entrar en sí mismo" y a sentir la necesidad de volver a la casa del Padre (Lc 15, 17). Así pues, el examen de conciencia es uno de los momentos más determinantes de la existencia personal. En efecto, en él todo hombre se pone ante la verdad de su propia vida, descubriendo así la distancia que separa sus acciones del ideal que se ha propuesto. 

15. La historia de la Iglesia es una historia de santidad. El Nuevo Testamento afirma con fuerza esta característica de los bautizados: son "santos" en la medida en que, separados del mundo que está sujeto al Maligno, se consagran al culto del único y verdadero Dios. Esta santidad se manifiesta tanto en la vida de los muchos Santos y Beatos reconocidos por la Iglesia, como en la de una inmensa multitud de hombres y mujeres no conocidos, cuyo número es imposible calcular (Ap 7, 9). Su vida atestigua la verdad del Evangelio y ofrece al mundo el signo visible de la posibilidad de la perfección. Sin embargo, se ha de reconocer que en la historia hay también no pocos acontecimientos que son un antitestimonio en relación con el cristianismo. Por el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo místico, y aún sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido. Además, también nosotros, hijos de la Iglesia, hemos pecado, impidiendo así que el rostro de la Esposa de Cristo resplandezca en toda su belleza. Nuestro pecado ha obstaculizado la acción del Espíritu Santo en el corazón de tantas personas. Nuestra poca fe ha hecho caer en la indiferencia y alejado a muchos de un encuentro auténtico con Cristo. 

16.Como Sucesor de Pedro, pido que la Iglesia, persuadida de la santidad que recibe de su Señor, se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos. Todos han pecado y nadie puede considerarse justo ante Dios (1 Re 8, 46). Que se repita sin temor: "Hemos pecado" (Jr 3, 25), pero manteniendo firme la certeza de que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20). 

17. El abrazo que el Padre dispensa a quien, habiéndose arrepentido, va a su encuentro, será la justa recompensa por el humilde reconocimiento de las culpas propias y ajenas, que se funda en el profundo vínculo que une entre sí a todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo. Los cristianos están llamados a hacerse cargo, ante Dios y ante los hombres que han ofendido con su comportamiento, de las faltas cometidas por ellos. Que lo hagan sin pedir nada a cambio, profundamente convencidos de que "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones" (Rm 5, 5). No dejará de haber personas ecuánimes capaces de reconocer que en la historia del pasado y del presente se han producido y se producen frecuentemente casos de marginación, injusticia y persecución en relación con los hijos de la Iglesia. 

18. Que nadie quiera excluirse del abrazo del Padre. Que nadie se comporte como el hermano mayor de la parábola evangélica que se niega a entrar en casa para hacer fiesta (Lc 25, 25). Que la alegría del perdón sea más grande y profunda que cualquier resentimiento. Obrando así, la Esposa aparecerá ante los ojos del mundo con el esplendor de la belleza y santidad que provienen de la gracia del Señor. Desde hace dos mil años, la Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos. Que por la humildad de la Esposa brille todavía más la gloria y la fuerza de la Eucaristía, que ella celebra y conserva en su seno. En el signo del Pan y del Vino consagrados, Jesucristo resucitado y glorificado, luz de las gentes (Lc 2, 32), manifiesta la continuidad de su Encarnación. Permanece vivo y verdadero en medio de nosotros para alimentar a los creyentes con su Cuerpo y con su Sangre. Que la mirada, pues, esté puesta en el futuro. El Padre misericordioso no tiene en cuenta los pecados de los que nos hemos arrepentido verdaderamente (Is 38, 17). Él realiza ahora algo nuevo y, en el amor que perdona, anticipa los cielos nuevos y la tierra nueva. Que se robustezca, pues, la fe, se acreciente la esperanza y se haga cada vez más activa la caridad, para un renovado compromiso de testimonio cristiano en el mundo del próximo milenio. 

19. Un signo de la misericordia de Dios, hoy especialmente necesario, es el de la caridad, que nos abre los ojos a las necesidades de quienes viven en la pobreza y la marginación. Es una situación que hoy afecta a grandes áreas de la sociedad y cubre con su sombra de muerte a pueblos enteros. El género humano se halla ante formas de esclavitud nuevas y más sutiles que las conocidas en el pasado y la libertad continúa siendo para demasiadas personas una palabra vacía de contenido. Muchas naciones, especialmente las más pobres, se encuentran oprimidas por una deuda que ha adquirido tales proporciones que hace prácticamente imposible su pago. Resulta claro, por lo demás, que no se puede alcanzar un progreso real sin la colaboración efectiva entre los pueblos de toda lengua, raza, nación y religión. Se han de eliminar los atropellos que llevan al predominio de unos sobre otros: son un pecado y una injusticia. Quien se dedica solamente a acumular tesoros en la tierra (Mt 6, 19), "no se enriquece en orden a Dios" (Lc 12, 21). No se ha de retardar el tiempo en el que el pobre Lázaro pueda sentarse junto al rico para compartir el mismo banquete, sin verse obligado a alimentarse de lo que cae de la mesa (Lc 16, 19). La extrema pobreza es fuente de violencias, rencores y escándalos. Poner remedio a la misma es una obra de justicia y, por tanto, de paz. 

20. La Cuaresma es una nueva llamada a la conversión del corazón mediante un cambio de vida. Recuerda a todos que no se debe dar un valor absoluto ni a los bienes de la tierra, porque no son Dios, ni al dominio o la pretensión de dominio por parte del hombre, porque la tierra pertenece a Dios y sólo a Él: "La tierra es mía, ya que vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes" (Lv 25, 23). "Que esta Cuaresma toque el corazón de cuantos tienen en sus manos los destinos de los pueblos" 

21. Un signo perenne, pero hoy particularmente significativo, de la verdad del amor cristiano es la memoria de los mártires. Que no se olvide su testimonio. 

22. La alegría jubilar no sería completa si la mirada no se dirigiese a aquélla que, obedeciendo totalmente al Padre,engendró para nosotros en la carne al Hijo de Dios. En Belén a María "se le cumplieron los días del alumbramiento" (Lc 2, 6), y llena del Espíritu Santo dio a luz al Primogénito de la nueva creación. Llamada a ser la Madre de Dios, María vivió plenamente su maternidad desde el día de la concepción virginal, culminándola en el Calvario a los pies de la Cruz. Allí, por un don admirable de Cristo, se convirtió también en Madre de la Iglesia, indicando a todos el camino que conduce al Hijo. Mujer del silencio y de la escucha, dócil en las manos del Padre, la Virgen María es invocada por todas las generaciones como "dichosa", porque supo reconocer las maravillas que el Espíritu Santo realizó en ella. Nunca se cansarán los pueblos de invocar a la Madre de la misericordia, bajo cuya protección encontrarán siempre refugio. Que ella, que con su hijo Jesús y su esposo José peregrinó hacia el templo santo de Dios, proteja el camino de todos los peregrinos en este año jubilar. Que interceda con especial intensidad en favor del pueblo cristiano, para que obtenga abundancia de gracia y misericordia. 

23. Que la Iglesia alabe a Dios Padre en el Espíritu Santo por el don de la salvación en Cristo Señor, ahora y por siempre.