Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

Los sacramentos en general

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Significado de sacramento  

Hugo de San Víctor, teólogo y místico del siglo XI, abad del monasterio de San Víctor en París, define el sacramento como una realidad material, una acción realizada en el mundo visible, que por su semejanza, representa, por institución, significa y por la fuerza de su santificación, contiene una gracia invisible. En Santo Tomás y en San Buenaventura encontramos los elementos aislados de la definición completa, que recibiremos  de Duns Scoto: “sacramento es un signo sensible que, por insti­tución divina, significa de modo eficaz la gracia de Dios, ordenado a la salvación del hombre. En resumen, el sacramento es una realidad perceptible por los sentidos o un rito sensible instituido por Cristo, para manifestar las gracias de salvación merecidas por él, para con­tenerlas y entregarlas a los hombres  por medio de los hombres peregrinos, mediante la realización del sacramento por el ministro y el que lo recibe. Consiguientemente, la estructura del sacramento se ca­racteriza por el signo exterior y sensible y la eficacia in­terna de la gracia; y por parte de Cristo, la institución y la actualización del mismo por obra del que lo administra y de quien lo recibe. En el sacramento, pues, se da siempre una realidad externa perceptible por los sentidos y un acontecimiento experi­mental. Sin el elemento exterior verificable por los sentidos, no hay sacramento. Por lo tanto, un hecho puramente interior y espiritual no puede constituir un sacramento. De la misma manera que pertenece a Cristo el ser humano histórico, pertenece al sacramento la realidad sensible. Santo Tomás aduce razones de conveniencia en favor de la estructura del sacramento como compuesto de materia y forma, la analogía del Verbo encarnado, Dios y Hombre, y la otra de la naturaleza humana compuesta de cuerpo y alma, pues Cristo ha instituido los Sacramentos para la salvación de los hombres.

 

ERRORES DE LA REFORMA

Los sacramentos no son pues,  sólo signos de la promesa divina como dicen Lutero y Calvino; ni sólo signos para suscitar la fe como quiere Melachton, para quien lo que justifica no es el sacramento, sino la fe del sacramento. A esta visión de los reformadores la Iglesia definió en Trento que los sacramentos no han sido instituidos sólo para robustecer la fe, y en Vaticano II proclama que: “Los sacra­mentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del cuerpo de Cristo y al culto que se debe a Dios; como signos tienen también la misión de instruir. No sólo presu­ponen la fe, sino que por la palabra y la acción también la alimentan, la robustecen y la manifiestan; por eso se llaman sacramentos de la fe” (Constitución sobre la Liturgia, 59). Justamente a este sentido eficaz de los sacramentos responde el que sus signos sean signos naturales y humanos - inmersión, lava­torio, unción, comida, confesión verbal - y no signos meramente convencionales. A los signos naturales les corres­ponde la duración necesaria para los sacramentos. Como la estructura histórica de la existencia humana y del estado de gracia vinculado a la misma, el signo sacramental participa de las tres dimensiones de la conciencia hu­mana de todos los tiempos. Por otra parte, la nueva alianza no es sólo la culminación de la antigua, aunque incompleta, como expone San Ambrosio en su comentario a los salmos: “Umbra in lege, imago vera in evan­gelio, veritas in coelestibus”. “Sombra en la ley, verdadera imagen en el evangelio, verdad en el cielo”. Así, cuando escriba Santo Tomás sobre el sacramento de la eucaristía, afirmará que “se llama sacramento porque significa nuestra santificación, en la que se dan tres elementos: la causa  eficiente, que son los padecimientos de Cristo; la causa formal, que son la gracia y las virtudes; y el fin último, que es la vida eterna. De ahí que el sacra­mento sea un signo que recuerda la pasión de Cristo, que señala la gracia presente, que mira al futuro y promete la gloria venidera” (21 q 60 a 3). Y lo expresa en el himno eucarístico: “¡Oh sacrum convivium!, in quo Cristus sumitur. Recolitur memoria pasionis eius, mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datar” (¡Oh Sacrum convivium). “¡Oh sagrado banquete en que se come a Cristo! Se recuerda su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida futura”

 

LOS SACRAMENTOS INSTITUIDOS POR CRISTO

Sólo se puede entender desde el pensamiento cristiano a través del hecho histórico de la institución de los sacramentos por Cristo, que a ese signo natural y sensible corresponde el efecto sobrenatural e invisible. Sanciona el Concilio de Trento: “Si alguien dice que los sacramentos de la nueva ley no han sido todos instituidos por Jesucristo, sea anatema” (D 844-DS 1601). Cuando San Agustín se pregunta cuándo fueron instituidos los sacramentos: ¿Cuándo de latere Christi sacramenta eclesiae profluxerunt? Responde: Cum dormiret in cruce”. “Cuando nacieron los sacramentos de la Iglesia del costado de Cristo? - Cuando dormía en la cruz”. Y Santo Tomás afirma de forma categórica que todos los sacramentos han sido instituidos por Cristo. El pensamiento teológico actual también atribuye la causalidad primera de los sacramentos a Cristo. Así lo ratifica también el Catecismo de la Iglesia Católica: "Adheridos a la doctrina de las santas Escrituras, a las tradiciones apostólicas y al sentimiento unánime de los Padres", profesamos que "los sacramentos de la nueva Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo" (DS 1600-1601). (CIC 1114). Tanto las palabras como las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran salvíficas y anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban lo que El daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento. Los misterios de la vida de Cristo eran los fundamentos de lo que en adelante, Cristo dispensaría a través de los sacramentos, por los ministros de su Iglesia, porque "lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios", dice San León Magno. Los sacramentos, como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza (Conf CIC 1115-1116).

 

SACRAMENTOS VETEROTESTAMENTARIOS

Santo Tomás (Suma Teológica III q 70, a 4), atribuye a la circuncisión abraámica el efecto de borrar el pecado original, no por una necesidad intrínseca, sino como un efecto que Dios ha vinculado exterior­mente a la misma; de tal modo que no se trata de una señal demostrativa, sino sólo de una señal   profética, ¡la esperanza del Redentor! Lo mismo enseñan tanto el Decreto para los Armenios (D 695 - DS 1310) como el Concilio Tridentino (D 845-DS 1602). En el estadio de la ley mosaica se pueden señalar pluralidad de ritos calificados como sacramentos veterotestamentarios, que Santo Tomás (III q 102, a 5) enumera así: la circuncisión, que equivale en la Nueva Ley al bautismo, la comida del cordero pascual (Éx 12,26) y tal vez los panes ácimos (Lev 24,9) que prefiguran la eucaristía, los ritos de purificación y expiación (Lev 12s; Núm 19), sustituidos por la penitencia (Heb 8,5), y los ritos de consagración de los sacer­dotes (Ex 29; Lev 8), aunque sólo se realizaron en Aarón y en sus hijos, sustituidos por el orden sagrado. Las mujeres tenían el sacramento natural de la fe operativa en la salvación. La confirmación, la unción de los enfermos y el matrimonio cristianos no tienen ninguna analogía en la antigua alianza problema que Santo Tomás se plantea en la misma cuestión, ad 3.

 

El concilio de Trento y la teología postridentina.

El Concilio de Trento expuso los rasgos esenciales de la teología sacramentaria, formuladas funda­mentalmente contra los reformadores, siguiendo la línea de la teología de santo Tomás. Esto es lo que dice Trento: Los sacramentos instituidos por Cristo son siete y se distin­guen de los sacramentos veterotestamentarios; entre los sacra­mentos de la nueva alianza hay diferencias de categoría; los sacramentos son signos necesarios para la salvación, de modo que la fe sola no basta;  los sacramentos no fueron instituidos tan sólo para alimentar la fe sino que contienen y confieren la gracia de Cristo “ex opere operato” a cuantos no ponen óbice; el bautismo, la confirmación y el orden imprimen carácter indeleble en el alma de quien los recibe y no pueden repetirse; no todos los cristianos tienen la misma potestad para administrar los sacramentos; el ministro ha de tener la intención “saltem faciendi quod facit ecclesia”, hacer lo que hace la Iglesia; incluso quien está en pecado mortal puede conferir los sacramentos de modo válido; los ritos esta­blecidos por la Iglesia son obligatorios.

 

el benedictino ODO CASEL

Odo Casel, muerto en 1948, siguiendo las orientaciones teo1ógicas de la patrística griega, entendió los sacramentos, de acuerdo con Rom 6,1-12: “Cuantos fuimos bautizados en Cristo fuimos bautizados en su muerte… para que como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros caminemos en nueva Vida”. Los sacramentos pues, hacen presente para nosotros el acontecimiento salvífico que se funda en la muerte y resurrección de Jesús. Rahner entiende la palabra sacramental eficaz, no como una referencia posterior a algo que existe o que actúa con independencia de ella misma, o como una indicación demostrativa por la cual acontece lo mismo que se afirma, sino que entiende el sacramento como el caso más radical de la palabra de Dios dirigida al hombre. No ve el sacramento como un instrumento y agente externo de la gracia, sino como un elemento constitutivo en el acontecimiento total de la gracia. La gracia se realiza significándose: “gratia se significando se efficit”. En la materia del sacramento es necesaria una distinción, pues  en el bautismo, la confirmación y en la unción de los enfer­mos, no sólo se da la materia sino también la acción humana, el gesto, vinculado esencialmente a la materia, y algunos signos sacramentales como la penitencia, el orden y el matrimonio  no tienen nin­gún elemento sensible, sino sólo una acción humana. Juan Duns Escoto establece la distinción mediante los conceptos de materia remota  y materia próxima, que sería la acción humana.

 

NO EXHORTACION SINO CONSAGRACION

Enseña Santo Tomás (III q 60, a 7, d 1), que la palabra, que es la forma del sacramento, no tiene carácter doctrinal o de predicación, sino carácter consecratorio y santificante. Belarmino ha expuesto lo mismo en contra de la doctrina reformada, lo que coincide en que desde la alta edad media, las palabras, que hasta bien entrado el siglo XIII eran deprecativas – por el origen divino de toda gracia -, se fuesen formulando en un sentido más indicativo - a causa de la eficacia objetiva de los sacramentos y de la misión de quien los administra. El ministro no ruega a Dios que perdone al pecador, sino que él mismo dice al que se confiesa: Ego te absolvo. Yo te absuelvo.

 

¿EFICACIA MAGICA?

Tanto desde el lado material como desde el personal, existe el peligro de atribuir al sacramento una eficacia mágica. Ese peligro de una interpretación mágica del sacramento se debe al relieve que adquiere la palabra como forma del sacramento. Las tendencias mágicas, tanto desde el punto de vista de la acción personal como de la palabra -¡con­juro mágico!- quedan excluidas porque la palabra procede directamente de Cristo o porque la pronuncia la Iglesia en el Espíritu de Cristo; pues el ministro no la pronuncia en su propio nombre sino por encargo de la Iglesia, en virtud de una misión recibida de Cristo para ser ejercida dentro de la misma Iglesia, y porque el verdadero ministro de todos los sacramentos es el Señor glorificado, a cuyo servicio está el hombre como causa instrumental de los sacramentos.

 

AMOR PERENNE EN LA EUCARISTIA

Pero como el amor no se contenta con ver o hacer las cosas una sola vez, como dice San Gregorio, y la fuerza del amor intensifica los actos de amor, el amor mueve a Cristo a entregarse y a darnos su vida constante. "Jesús tomó pan..., cogió el cáliz, se lo dio y todos bebieron, y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos" (Mc 14,12). Con esta sangre adora, expía, propicia, purifica, nos hermana. Desde entonces, la alianza es alabanza, Shalom, Redención, Rescate, Perdón, Misericordia. Si estábamos enemistados, nos reconcilia. Ciertamente no es una alianza entre iguales, porque Dios es mayor. El perdona y auxilia. La Nueva Alianza en la sangre de Cristo es el sello de la reconciliación entre Dios y su pueblo. Se nos presenta la Eucaristía como manjar, porque se contiene bajo las especies de pan y vino; y como víctima, porque se hace presente por una consagración inmolaticia. El efecto del manjar eucarístico es la gracia cibativa. Los efectos de la víctima eucarística son el sacrificio, con sus valores: latréutico, propiciatorio, eucarístico e impetratorio. Todos los hombres deben rendir culto a Dios por ser quien es y porque dependen de El; y lo consiguen mediante el valor latréutico del sacrificio. Le deben gratitud por lo que han recibido de Dios, que es todo: Acción de gracias que se tributa con el valor eucarístico. El deber del hombre de tener propicio a Dios por sus pecados, es cumplido por el valor propiciatorio. Todo hombre necesita para alcanzar su fin pedir lo necesario, a esto se ordena el valor impetratorio del sacrificio. Pero la eucaristía no es sólo alimento destinado a los hombres, no es sólo sacramento. La cena del Señor, la fracción del pan, que ya celebraban los primeros cristianos, no era sólo un banquete, sino sacrificio también y, como tal, tiene a Dios como destinatario. El sacrificio eucarístico aparece ya en la Revelación relacionado con el sacrificio de la cruz: "Cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor" (1 Cor 11,26). El rito eucarístico es memorial de lo acaecido en el Calvario, que fué un verdadero sacrificio. Memorial no es un simple recuerdo, sino un rito en el que se contiene lo mismo que se contenía en la cruz: la misma víctima y el mismo sacerdote. Sólo es distinto el modo de la victimación; el de la cruz fue cruento, el de la eucaristía incruento. "La Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, nada es más grato ni más honroso para Dios que este augustísimo misterio en lo que tiene de sacrificio". "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, que se apoya en la autoridad de Dios, como él lo cantó en su himno: "Te adoro devotamente, oculta divinidad - Que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente... - La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces, - sólo con el oído se llega a tener fe segura; - Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; - nada más verdadero que esta palabra de verdad" (CIC 1381). Y San Juan de la Cruz:

                   "Aquesta eterna fonte está escondida 

                       en este vivo pan por darnos vida  

                               aunque es de noche.

                  

                   Aquí se está llamando a las criaturas,

                    y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

                               porque es de noche.

                  

                   Aquesta viva fonte, que deseo, 

                        en este pan de vida yo la veo

                               aunque es de noche.

 

Como el pacto del Sinaí hizo de las tribus de Israel un solo pueblo con una tarea a realizar en la historia, así también la alianza sellada con la sangre de Jesús, borra las fronteras entre todos los hombres y entre los distintos grupos que forman el género humano. La cena pascual es una cena de hermandad. Comemos a Dios y bebemos su sangre para vivir su amor que se entrega, lava los pies, se humilla, sirve y comparte. ¿Cómo vamos a comulgar y seguir viviendo en nuestro egoísmo y en nuestra propia comodidad, ignorando, pasando, de los demás? Si bebemos su misma sangre, cómo no hemos de tener su mismo amor?

 

LOS SACRAMENTOS SON DE LA IGLESIA

La Iglesia es el cuerpo de Cristo cimentado en su sangre. En ella pervive el espíritu del Señor a través de la corriente sacramental. La Iglesia es la prolongación de Cristo, el pléroma de su Cuerpo, la plenitud mística. Toda la vida personal y social del cristiano está permeabilizada por los Sacramentos, desde el Bautismo hasta la Unción de los enfermos. Sin sacramentos no puede haber vida cristiana ni santidad. Ellos son los canales por los que Cristo entrega a la humanidad su vida para que la tengan en abundancia, que éste es el fin de la Redención, redimirnos del pecado y darnos la plenitud de la vida divina (Jn 10, 10). Los sacramentos dimanan de la vida del Señor como manantial de agua viva y virgen, que nutre y cura a los que los reciben. Cristo, después de habernos amado en cada instante de su vida con una cadena de méritos cada uno de ellos con valor infinito, nos amó hasta la muerte, que culminó tan cruelmente la obra de su amor. Los sacramentos pues, son de la Iglesia, como esposa, porque ella es el sacramento de la acción de Cristo  que actua en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Los sacramentos son de la Iglesia en el doble sentido de que existen por ella y para ella. Según san Agustín y santo Tomás, son para la Iglesia porque ellos la constituyen y ella, formando con Cristo-Cabeza como una única persona mística (Pio XII, "Mistici Corporis"), actuando por ellos como una comunidad sacerdotal, comunica a los hombres, sobre todo en la Eucaristía, el misterio de la Comunión del Dios Amor para la santificación de los fieles y la edificación del Cuerpo de Cristo; da a Dios el culto debido; y a través de ellos por su calidad de signos que significan y confieren la gracia, educa al pueblo de Dios. Toda la humanidad está llamada por Dios a recibir y beneficiarse de los sacramentos. Los que se alejan de ellos pierden y desperdician la vida que nos comunican y que nos elevan, cristificándonos, al nivel de Dios en Cristo. Dice el concilio de Trento: "Los sacramentos son los medios por los que comienza toda verdadera justicia, por los que se aumenta la ya poseida, y se recupera la justicia perdida". Nacemos por los sacramentos, crecemos por los sacramentos y somos curados de nuestras heridas por los sacramentos. "En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo.  Cerremos este capítulo con las ya citadas palabras de santo Tomás: el sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria futura".