Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

La virtud potencial de la justicia: la oración

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

Los cristianos hemos de ver la situación actual como un desafío. Vivir en una sociedad que ha olvidado a Dios, nos debe decidir a acordarnos más de Dios. A hacer su presencia en nuestras vidas más ardiente y más continua. Nos debe llevar a la oración. Cuando el Cura de Ars se encontró con una parroquia tan carnal, descreída y blasfema por ignorante, supo ver la causa y la raíz de tanta dejadez: la Revolución francesa con los pueblos sin sacerdotes, había arrasado perdido la fe. Y comenzó él por acrecentar la suya, dedicándose como los Apóstoles, al ministerio de la palabra y la oración y a la penitencia, oyendo y siguiendo las palabras de Cristo, que esta clase de demonios se lanza sólo con oración y ayuno y escuchando igualmente las de San Juan de Ávila: “Moisés y Elías; el uno con la fuerza de su oración alcanzó perdón para aquel grande ejército que por el desierto iba, y el otro cerraba el Cielo cuando le parecía para que no lloviese, y abríalo cuando quería, y con su oración traía fuego del Cielo y con su oración daba vida a los muertos. ¡Oh! ¡Cuando seamos presentados en el juicio de Dios, y nos hagan cargo de las guerras que hay, de las pestilencias, de los pecados, de las herejías; porque no hicimos nosotros lo que era de nuestra parte para que no las hubiera, y de todos los males espirituales y corporales que hay en el mundo! De Aarón cuenta la Escritura (Núm 18, 44) que andando el fuego del castigo de Dios quemando la gente de los reales, tomó un incensario en la mano, y se pasó entre los muertos y los que quedaban vivos, y orando e incensando al Señor, hizo que parase su ira. Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? ¿Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración? ¡Ay de nosotros que ni tenemos don de oración, ni santidad de vida para ponernos al encuentro de Dios, estorbándole que no derrame su ira; y aun no sé si entendemos nombre de oración! 

GEMIDOS MÁS QUE PALABRAS

San. Jerónimo dice: “Este negocio más se hace con gemidos que con palabras, y aquel sólo sabe gemir como debe para que su oración tenga fuerza, a quien el Espíritu Santo le enseñare este modo de orar.» De esto nos avisa San Pablo, diciendo: Nosotros no sabemos ni cómo habemos de orar: mas el Espíritu ora por nosotros con gemidos que no se pueden contar. ¿Qué andamos pidiendo que nos oigan cuando habernos de orar en el Memento, quién pondré primero, quién pondré después; para que en espacio de dos o tres Credos pasemos aquéllos por la memoria? Y con esto pensamos que habemos bien orado, y procedemos luego a la consagración. ¡Oh dolor grande! ¿Y así se ha Dios de amansar? ¿Y así se ha de alcanzar la paz de las guerras, la fe y la conversión para los pecadores, y el estar los justos en gracia y en pie? ¿Con cosa que tan poco cuesta pensamos de alcanzar cosas de tanto precio? ¿Y oración que parece de burla, ha de alcanzar cosas de tanto tomo y verdad? 

¡Gemidos, gemidos nos son pedidos de Dios!, y no que salgan de sentimiento de cosa temporal, ni salgan de la voluntad guiada por la razón, mas inspirados por el Espíritu Santo. Padres míos, ¿saben qué tales han da ser los gemidos que demos los sacerdotes en el acatamiento de Dios, pidiendo remedio para todo el mundo? Como dice San Basilio: «Pensemos con qué afectos, gemidos y lágrimas y compasión, puesto el Señor en la Cruz, derramando la Sangre por fuera, oraba por dentro por todo el mundo; y procuren de le pedir semejanza de aquel espíritu, parte de aquel Corazón tan espinado, para que, pues nos llegamos a rogar en su nombre por todo el mundo, y le tenemos en el altar en las manos, tengamos en el corazón la semejanza de sus gemidos; para que, como él, ofreciendo a su Padre con lágrimas, fue oído por su reverencia”. Así es como San Juan María Vianney atrajo la conversión y la fe a su parroquia de Ars, con su oración, su penitencia, sus lágrimas y sufrimientos y consiguió un pueblo de santos. 

LA ORACIÓN DE JESÚS

Jesús oraba, y oraba con frecuencia, a veces pasaba noches enteras en la oración. Los discípulos, viéndole una vez orando, pacificado y feliz, tranquilo y manso, sintieron el impulso de orar. Pero ¿cómo hacerlo? Y le rogaron: "Maestro, enséñanos a orar".

Nos suena hoy a una petición manida y trivial, pero la verdad es que ella expresa el inmenso deseo y el anhelo más profundo del corazón humano. Porque, aunque el hombre sienta tapiado por lo material y lo caduco el fondo de su corazón, su ser todo busca algo, que no sabe lo que es, pero que le falta, y él lo sabe. Lo tengo todo, pero algo me falta, puede decir cualquier hombre ahíto y repleto de cosas. Y es que "nos has hecho, Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti", dijo el gran San Agustín, cuya fiesta celebramos en estos días.

COMPLEJO DE EDIPO

Lo tenemos todo, la ciencia y la técnica lo pueden todo, pero nos falta un padre, a quien hemos matado, y ese es el complejo de Edipo, y tenemos frío. Somos como los niños del cuento de Kafka que murieron porque se dejaron encerrar en una caja, cuya tapa nadie se preocupó de levantar. Cueste lo que cueste debemos levantar esa tapa que separa a nuestra sociedad de Dios. Hemos de poner todo nuestro esfuerzo para redescubrir la noción de padre, el calor de un padre, pues sin ese padre, este viejo y pobre mundo nuestro, se está enfriando más y más, día a día. 

Redescubrir al Padre que Jesús nos ha revelado, es también redescubrir a los hombres como hermanos, porque el Dios de Jesucristo es mi Dios, y mi Dios es el Dios de mis hermanos. Redescubierto esto se acaba la insolidaridad y el individualismo, que sólo ve en el otro un objeto, o un escalón, o un estorbo. Un objeto, y lo utiliza. Un escalón, y lo aprovecha. Un estorbo, y lo persigue, o lo elimina, porque es una amenaza para sus seguridades.

Cuando en los mismos ambientes cristianos se ha difundido un concepto casi panteísta de la oración, según el cual, la oración consistiría en el compromiso incondicional de caridad hacia los demás, ya Dios era menos que una sombra. Ha dicho Gustavo Gutiérrez, el padre de la Teología de la Liberación: "Si creo más en los pobres que en Dios, he creado un ídolo". Ver a los demás como hermanos exige ver al Padre, como Padre de mis hermanos y Padre mío, a quien nos hemos de dirigir, con quien debemos dialogar, a quien debemos pedir. A la petición "Enséñanos a orar ", de los Apóstoles, respondió Jesús: "Así oraréis": "Padre Nuestro que estás en el cielo".

EL DIÁLOGO CON DIOS

El hombre es el único ser de la creación que puede establecer relación de diálogo y de comunión con Dios, por su condición de criatura hecha a su imagen y semejanza, con capacidad de conocer y de amar; de ahí que la oración sea una prerrogativa excelente del ser humano, a la vez que una intrínseca exigencia de su precariedad. Por eso hasta los mismos pueblos primitivos y "todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres" (Hch 17, 27) (CIC, Pág. 557). 

Todas las religiones han orado y oran, incluso aquellas, que creen en un Dios muy diluido y oscurecido por representaciones falsas, y que no tienen clara su esencia personal. Por mucho que haya avanzado la civilización, el hombre se experimenta pobre e indigente, y siente en sí mismo, problemas psicológicos y morales, familiares y sociales; y en relación con el mundo, a menudo se ve asaltado por dificultades que le superan. Como el paralítico de la piscina probática, "no tiene hombre" que le solucione los problemas tan imponentes que le abruman, y se siente impotente. El hombre en "la noche" necesita a Dios, su ayuda, su defensa, su protección. La necesidad de Dios es innata al corazón del hombre.

LA ORACIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Cuando Dios se revela a los padres del A. T., se hace más explícita la necesidad de la comunión con Dios. Al instinto innato del hombre, se suma la presencia de Dios que se manifiesta y les habla. La Biblia nos relata los encuentros de Dios con los Patriarcas. Antes del diluvio, "dijo Dios a Noé..."; "Yahvé dijo a Abraham"... "Jacob tuvo un sueño y Yahvé le dijo a Jacob"...; ante la zarza que ardía sin consumirse, Yahvé llamó a Moisés de en medio de la zarza: "Moisés, Moisés"... 

Siempre es Dios el que habla primero, el que tiene la iniciativa, porque el hombre, ante la distancia que le separa de Dios, no se atrevería a hablarle primero. La timidez del inferior ante el superior, debe ser superada por el amor de éste. Tanto más cuanto Dios, movido por su amor, quiere crear un pueblo para tener en quien depositar su misericordia.

LA RESPUESTA A LA PALABRA DE DIOS ES LA ORACIÓN

Podemos decir que la raíz de la oración procede de Dios, que quiere, busca y entabla el diálogo. El hombre escucha y responde a esa llamada con la obediencia. "La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo" (CIC Pág. 558). Noé, Abraham, Jacob, Moisés, han oído a Dios y han hecho lo que Dios les ha ido mandando, y han seguido hablando con El. Y así se ha ido formando el pueblo de la Alianza.

Así nacerá la oración de Israel. Cuando el hombre comprueba que Dios le habla, escucha; ante sus innumerables beneficios, le da gracias; al contemplar su grandeza y su bondad, le alaba, le ofrece adoración; y, asombrado ante su poder y su magnificencia, le pide y le suplica por sus necesidades; acude a El en sus peligros; y, cuando se experimenta pecador, implora el perdón por sus pecados, 

El Libro de los Salmos es el corazón de Israel en comunión con Dios. "Los salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea" (CIC Pág. 562). Cantan la fecundidad del justo, porque sigue el camino del Señor; Israel grita a Dios ante la cantidad de los enemigos que le acechan; se duerme tranquilo en medio de la difamación, puesta su confianza en el Señor; espera que el Señor le escuche; confiesa ante Dios su pecado. Israel está seguro porque Dios es su refugio y su fuerza... Dios habla, Israel escucha: "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, es el único Dios" (Dt 6, 4)

Pero el pueblo, siempre inclinado a convertir el rezo y el canto en rutina, tiene que ser exhortado por los Profetas a que interioricen su oración. A que no hagan como los paganos que oran a dioses que tienen oídos y no oyen, lengua y no hablan, no tiene voz su garganta, y les piden que su oración sea un diálogo con el Dios verdadero. Y que su vida comunitaria y social sea coherente con su oración. Porque "el Señor quiere misericordia y no sacrificios, amor más que holocaustos". Cuando llegue Jesús les argüirá que han convertido la casa de Dios en mercado. La casa de mi Padre es casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.

El hombre tiene un instinto de superación que le induce a ser más, siempre más. Cuando, por error identifica el ser más con tener más, desea alcanzar tener más cosas, creyendo que es así como es más: Nace así la cultura del materialismo y el afán de tener y poseer, que produce seres insolidarios, insensibles, egoístas, que no piensan, ni buscan, ni desean, más que el tener, como sucedáneo del ser, de lo que nos ha alertado el Concilio. "El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (G. S., 35) En la escalada del ser más no excluye el ser humano ni siquiera ser Dios. La tentación diabólica a los primeros padres presentó este señuelo: "Seréis como dioses" (Gn 3, 5).

Todo instinto inserto en la naturaleza humana ha sido creado por Dios. Si el hombre quiere ser Dios es porque Dios le ha sembrado en el corazón la semilla de Dios. Y le ha llamado a que sea Dios. Esa es la suprema vocación del hombre. Pero, no conseguida como Satanás sugirió, desobedeciendo, sino obedeciendo.

DIOSES POR PARTICIPACIÓN Y GRACIA

El Misterio de la Encarnación, la Vida de Cristo y el mensaje del Evangelio, tienen la finalidad de que los hombres consigamos ser Dioses por participación en el amor. Los hombres somos vocacionados a ser uno con la Trinidad. Así nos lo dice Cristo: "Padre, que sean uno, como Tu y yo somos uno". Sólo en esta unión con Dios puede el hombre satisfacer su deseo más profundo. Unión que comienza con la amistad con Dios, con el diálogo y comunicación con El, que es como definió Santa Teresa la oración. En ese diálogo el hombre se experimenta a sí mismo y su situación ante Dios, y se sabe criatura necesitada de ayuda e incapaz de darse a sí mismo la plenitud de su existencia y de lo que espera: 

¡Mi vacío es tan hondo!...

Mis manos se alargan inútilmente. 

Yo no puedo llegar...

Mis deseos, en cambio, 

¡qué cordillera!

altísima de vértigo

inacabable, cercando los mundos...

Mis deseos...estrellas,

soles, mares, cielos...

Y no llego...

Sólo Dios llena



Sólo Dios, principio y fin del hombre, es suficientemente grande para poder llenar el ansia del corazón del hombre. En ese diálogo y en esa comunicación se realiza la oración. Eso es la oración. Ahí es donde el hombre se encuentra con Dios, y desde ahí le eleva Dios. Cuando Dios habla al hombre y le dirige su Palabra revelándole el misterio más íntimo de su amor, de su providencia, de su bondad y de su misericordia, el hombre, más que reflexionar y pensar razonando discursos, debe dar gracias. Y eso es orar. Pero esa oración sólo es eficaz cuando el hombre se entrega a Dios en espíritu y en verdad, "con toda su mente y con todo su corazón y con todo su ser" (Deut 6, 5). Y en eso consiste la fe.

Creer en Dios no significa tan sólo tener la certeza de que Dios existe, sino principalmente, entregarse personalmente a Dios, Nuestro Creador, Principio y fin último de nuestra vida, y Padre Nuestro que está en el cielo. 

A esa entrega conduce la oración, y la misma oración ya es entrega, porque el hombre inmola en la oración su ser, su tiempo, su voluntad, toda su humanidad. En eso consiste la entrega. Por eso la oración es la manifestación primordial y esencial de la fe en Dios, Creador y Padre. Cuando así se ora, es cuando se está viviendo la fe, fe que responde a Dios, y fe que se vive con responsabilidad de criatura. Fe entregada que crece con la oración; por tanto la oración más verdadera y más auténtica es la que se enraíza en la fe. Esta es la única oración que merece el nombre de tal. Sin embargo, ese es el "punctum dolens" del cristiano moderno.