Comentarios a la Summa Teológica

Virtud Cardinal: La prudencia

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Santo Tomás en la Secunda Secundae, trata la moral especial que se reduce al tratado de las virtudes, que son de dos géneros, teologales y cardinales. Estudiadas ya las teologales, se dirige nuestra atención a las cardinales, la primera de las cuales es la prudencia, de capital importancia, ya que es el alma, la madre, la maestra, la moderadora y directora de todas las virtudes. Aristóteles la define como la correcta razón en el obrar. Sin prudencia no hay virtudes: "Quita la prudencia y las virtudes se convertirán en vicios", dice San Bernardo. 

Fray Luis de Granada, recogiendo la enseñanza de toda la tradición filosófica, patrística y teológica, nos ha legado la siguiente definición sabia: "En la vida cristiana la prudencia es lo que los ojos en el cuerpo, lo que el piloto en el navío, lo que el rey en el reino y lo que el gobernador en el carro, que tiene por oficio llevar las riendas en la mano y guiarlo por donde ha de caminar. Sin esta virtud, la vida espiritual sería toda ciega, desproveída, desconcertada y llena de confusión" (Guía de pecadores 2, 15). 

LA SAGRADA ESCRITURA

Podemos espigar en la sagrada Escritura un haz copioso de textos laudatorios de la prudencia: "La sensatez es tronco inconmovible" (Sb 3, 15). David aparece como un hombre coronado por el éxito en sus empresas, porque el Señor le dirige con la prudencia. Es la ciencia de los santos, y hay que pedirla, como hizo Salomón, para gobernar. "La prudencia del hombre le hace ser paciente" (Prv 19, 11). "El hombre prudente sigue derecho su camino" (Ib 15, 21). "Los frutos de la sabiduría son las virtudes, porque ella enseña la templanza, la prudencia..., que son las virtudes más provechosas para la vida del hombre" (Sab 8, 7). 

el arte de la prudencia DE BALTASAR GRACIAN

Baltasar Gracián ofrece en aforismos, normas para la práctica de la prudencia, como los siguientes: No ser intratable. Las verdaderas fieras están en las ciudades. Ser inaccesible es vicio de los que se desconocen a sí mismos, los que con los honores cambian los humores. Enfadar al principio no es camino para la estima. Para subir al puesto agradaron a todos, y una vez en él se quieren desquitar enfadando a todos. Por la ocupación deben tratar con muchos, pero por aspereza y arrogancia todos les huyen. Para éstos el mejor castigo es dejarlos estar, apartando la prudencia junto con el trato. Elegir un modelo elevado, más para superarlo que para imitarlo. Hay ejemplares de grandeza y textos animados por la reputación. Propóngase como modelo, cada uno en su ocupación, a los de más mérito, no tanto para seguirlos como para adelantarlos. Alejandro lloró, no a Aquiles sepultado, sino a sí mismo cuando aún no había llegado a la fama. No hay nada que excite más las ambiciones en el ánimo como el clarín de la fama ajena. El mismo que abate la envidia alienta la nobleza. No estar siempre de broma. La prudencia se conoce en la seriedad, que está más acreditada que el ingenio. El que siempre está de burlas no es hombre de veras. A éstos los igualamos con los mentirosos al no creerlos; a los unos por recelo de la mentira, a los otros de su burla. Nunca se sabe cuándo hablan con juicio, lo que es tanto como no tenerlo. No hay mayor desaire que el continuo donaire. Otros ganan fama de chistosos y pierden el crédito de prudentes. Lo jovial debe tener su momento, y la seriedad todos los demás.

Saber adaptarse a todos es el gran arte de ganar a todos, porque la semejanza atrae la simpatía. Observar los caracteres y ajustarse al de cada uno. Al serio y al jovial, seguirles la corriente, transformándose cortésmente. Esta gran destreza para vivir necesita una gran capacidad.

EL EVANGELIO Y LOS SANTOS

Jesús, que aún niño resplandeció por su prudencia y sus respuestas ante los doctores en el templo, recomendará incesantemente la prudencia en el evangelio, "sed prudentes"... Y san Pablo pedirá la prudencia para todos, sobre todo para los obispos: "que sean prudentes..." (1 Tim 3, 2 y Tit 2, 1). Todos los santos han sido prudentes, y nadie puede ser canonizado, si no supera el examen de la prudencia heroica. La prudencia en cuanto natural, como todo hábito, se engendra por la repetición de actos. En cuanto infusa, es infundida por Dios con la gracia santificante, por eso se pierde por un pecado grave, que priva de la gracia y de la caridad. 

LA PRUDENCIA COMO VIRTUD SOBRENATURAL

Como virtud sobrenatural es infundida por Dios en el entendimiento práctico, para el recto gobierno de nuestros actos en orden al fin sobrenatural. La prudencia tiene tres funciones: el consejo; por él se consulta y se informa antes de obrar; el juicio o conclusión de las consultas e investigaciones, y la decisión correspondiente; el imperio, que ordena ejecutar la acción y es el acto principal de la prudencia. 

CLASES DE PRUDENCIA Y SUS INTEGRANTES

Hay prudencia falsa, o de la carne, que consiste en una especial astucia y sagacidad para el mal. Y hay prudencia de la buena: natural y adquirida por el ejercicio; sobrenatural o infusa por la que el hombre se conduce por la luz de la razón, iluminada por la fe; mística, por inspiración directa del Espíritu Santo, mediante el don de consejo. 

La prudencia consta de varias partes que la integran: memoria de lo pasado: la experiencia es madre de la ciencia; inteligencia de lo presente para discernir; docilidad para pedir consejo de los sabios y prudentes; sagacidad, o rapidez para resolver los casos urgentes; razón, para reflexionar; providencia para ver de lejos y prever las consecuencias; circunspección, que atiende a todos los datos y circunstancias; cautela o precaución para sortear los obstáculos e inconvenientes que pueden comprometer la empresa. 

Y hay varias especies de prudencia: la personal, y la social, que a su vez se subdivide en gubernativa, política, familiar y militar. Hay partes derivadas: la "eubulia" o buen consejo, que inclina al hombre a encontrar los medios más eficaces y aptos para conseguir el fin; la sensatez o "synesis", que se identifica con el sentido común; y el juicio equitativo o "gnome", que es el mismo sentido común en los casos excepcionales no previstos por la ley, y que se relaciona con la "epiqueya", cuyo acto dirige con rectitud. 

Santa Teresa pone la discreción como la constante en todas sus empresas, y en la selección de vocaciones, en el discernimiento de los talentos y en el trato con las gentes. Afirma que "la prudencia es gran cosa para el gobierno". "Gran cosa es la discreción". Discreción y suavidad es el leitmotiv de la actuación de la gran Madre. Y no contemporiza con los que por prudencia de la carne, "van componiendo sus sermones para no descontentar a las gentes y, sobre todo, a los grandes". 

VICIOS CONTRARIOS. IMPRUDENCIA E INCONSTANCIA

Con san Agustín, el Angélico, se fija en los vicios opuestos a la prudencia con sus dos especies distintas: unos contrarían la prudencia; otros, se le parecen, pero en realidad son radicalmente opuestos. Aquellos son la imprudencia con sus partes potenciales, opuestas a las mismas correspondientes integrantes de la prudencia: precipitación, opuesta a la solicitud del consejo; irreflexión, que se opone al juicio, y descuida la atención a los datos necesarios para formar un dictamen equilibrado y justo; la inconstancia, que es la ligereza en adoptar cambios en las decisiones adoptadas; y la negligencia, que consiste en la falta de diligencia en ordenar eficazmente y disponer lo que se debe realizar. 

Hay vicios que se parecen a la prudencia, pero no lo son: la prudencia de la carne, así conocida tradicionalmente por Santo Tomás y toda la tradición. Podríamos brindar varias voces nuevas: prudencia del mundo, o prudencia mundana, que es fruto del materialismo y del hedonismo, que no tiene más fin que el material, el poder, el dinero y el placer. Es propio de este vicio la habilidad casi diabólica para satisfacer los vicios. También se asemejan a la prudencia la astucia, el dolo, el fraude y la preocupación y solicitud exagerada por la vida terrena, con la subversión de los valores cristianos y desconfianza de la Providencia que ello supone, cuya raíz es la avaricia.