Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

La virtud de la fortaleza

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Dice santo Tomás en la 2-2, cuestión 123, 1: "Es propio de la virtud humana que el hombre y sus actos se sometan a la razón, lo cual sucede de tres modos: Rectificación de la razón, obra de las virtudes intelectuales; a) Rectificación que aplica la rectitud a los asuntos humanos, labor propia de la justicia; b) Rectificación por la que se vencen los obstáculos que impiden la rectitud, ya sea obstaculizada por objetos deleitables, que se consigue por la virtud de la templanza; c) o impedida por las dificultades interiores o externas, a las cuales hace frente por la virtud de la fortaleza.

Pocas virtudes son más necesarias, dada la psicología humana dañada, y el entorno y circunstancia en que tiene que vivir y crecer la vida tanto la humana y más aún la cristiana, como la fortaleza. Por eso Dios, en los planes de su gracia, la infunde junto con la gracia santificante para encender el apetito irascible, en el que reside la fortaleza y al que debe robustecer para que no desista en el trabajo de conseguir el bien difícil, por grandes que sean las dificultades y de fortalecer la voluntad para que no deje la luchar hasta conseguir el bien arduo o difícil, aun con peligro de muerte.

Como el soldado en la batalla, la virtud de la fortaleza tiene que atacar y resistir. Estos dos actos constituyen la fortaleza: de los que el más difícil es resistir porque dice relación a otro más fuerte que acomete; y porque implica mucho tiempo y permanecer firme es muy difícil. Acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades sin que no nos lleven a la tristeza. En el primer caso encuentran su campo propio de actuación la valentía y la audacia; en el segundo, la paciencia y la perseverancia. Todos los días se nos presentan muchas ocasiones para vivir estas virtudes: para superar los estados de ánimo, para evitar las quejas inútiles, para perseverar en el trabajo cuando comienza el cansancio, para sonreír cuando nos encontramos con menos facilidad de hacerlo, para corregir lo que sea necesario, para comenzar cada labor en su momento, para ser constante en el apostolado con nuestros familiares y amigos...En resumen, la fortaleza es una virtud cardinal, infundida con la gracia santificante, que enardece el apetito irascible y la voluntad para que no desistan de conseguir el bien arduo y difícil.

VIRTUD CARDINAL Y VICIOS OPUESTOS

La fortaleza tiene las propiedades comunes a todas las virtudes car­dinales que, según Santo Tomás, (1-2, q. 61), son discreción, rectitud, moderación y firmeza. La fortaleza se reserva para sí la gloria de la firmeza, ya que tanto es más alabado el que se mantiene firme cuanto más poderoso es el adversario.

Los vicios opuestos a la fortaleza son el temor o cobardía, la impasibilidad y la audacia. Dentro del temor se incluye el respeto humano. La impasibilidad o indiferencia que no teme los peligros reales, sólo se explica por el desprecio de la vida, por la soberbia o por la necedad. En este mismo orden, la audacia o temeridad se expone a los peligros sin causa justificada.

VIRTUDES DERIVADAS DE LA FORTALEZA

Son virtudes derivadas de la fortaleza la magnanimidad y la magnificencia, que emprenden obras grandes con mucho coraje y confianza, a pesar de los grandes dispendios que van a exigir. Las dificultades y obstáculos que se presenten producidos por la tristeza, serán vencidos por la paciencia; y si son debidos a la larga duración de la lucha o del trabajo, que producen sufrimiento, son sorteados por la perseverancia y por la constancia. Santa Teresa no habría llevado a cabo su gran empresa sin una dotación extraordinaria y heroica de fortaleza. Es la virtud necesaria imprescindiblemente en los fundadores y en quienes ejercen la magnificencia.

EL MARTIRIO, ACTO SUPREMO DE LA FORTALEZA

El siglo XX ha sido el siglo martirial de la Iglesia que intentó cobrar su máxima expresión en el asesinato del Sumo Pontífice, el Obispo vestido de blanco que vio Lucía en Fátima que caía como muerta al suelo. Una pistola disparó la bala, pero otra mano la dirigió. El martirio es la mayor expresión de la virtud de la fortaleza y el testimonio supremo de una verdad que se confiesa hasta dar la vida por ella. El ejemplo del mártir «nos trae a la memoria que a la fe se debe un testimonio personal, preciso, y -si llega el caso- costoso, intrépido; y nos recuerda que el mártir de Cristo no es un héroe extraño, sino que es para nosotros, es nuestro» (Pablo VI, Alocución del 3 de noviembre de 1965). La sangre que derramó San Juan Bautista, junto a la de los mártires de todos los tiempos, se une a la Sangre redentora de Cristo ofreciendo ejemplo de amor y de firmeza en la fe, de valentía y de fecundidad. Los mártires no son sólo un ejemplo incomparable del pasado; nuestra época actual es también tiempo de mártires, de persecución, incluso sangrienta.

«Las persecuciones por la fe son hoy muchas veces semejantes a las que el martirologio de la Iglesia ha registrado ya durante los siglos pasados. Asumen formas diversas de discriminación de los creyentes, y de toda la comunidad de la Iglesia. » Hoy hay centenares y centenares de miles de testigos de la fe, muy frecuentemente desconocidos u olvidados por la opinión pública; y sólo conocidos por Dios. Ellos soportan privaciones diarias, en las más diversas regiones de cada uno de los continentes. Creyentes obligados a reunirse clandestinamente. Obispos, sacerdotes, religiosos a los que les está prohibido ejercer el ministerio en sus iglesias o en sus reuniones públicas, dijo Juan Pablo II en su Meditación-plegaria, en Lourdes, 14 de agosto de1983. Jóvenes generosos, a los que se impide entrar en un seminario. Padres a los que se niega la posibilidad de asegurar a sus hijos una educación en su propia fe. Hombres y mujeres, trabajadores manuales, intelectuales y de todas las profesiones, los cuales, por el simple hecho de profesar su fe, afrontan el riesgo de verse privados de un porvenir brillante para sus carreras o sus estudios».

El Señor no pide a la mayor parte de los cristianos que derramen su sangre en testimonio de la fe que confiesan. Pero sí una firmeza heroica para proclamar la verdad con la vida y la palabra en ambientes quizá difíciles y hostiles a las enseñanzas de Cristo, y para vivir con plenitud las virtudes cristianas en medio del mundo, en las circunstancias en las que nos ha colocado la vida: es la senda que deberán recorrer la mayoría de los cristianos, que han de santificarse siendo heroicos en los deberes y circunstancias de cada día. El cristiano de hoy tiene necesidad de modo particular de la virtud de la fortaleza, que, además de ser humanamente tan atractiva, resulta imprescindible dada la mentalidad materialista de muchos, el ambiente laicista propugnado por los gobiernos, la comodidad, el horror a todo lo que suponga mortificación, renuncia o sacrificio...todo acto de virtud incluye un acto de valentía, de fortaleza; sin fortaleza no se puede ser fiel a Dios.

NECESIDAD DE LA FORTALEZA

Ha escrito la autora y poetisa Kathleen Norris: «Un escritor dijo en una ocasión que la verdadera religión de Estados Unidos es el optimismo y la negación de la realidad». En ciertos círculos de la sociedad estadounidense se percibe un optimismo desenfadado y superficial que no es sino reflejo de una espiritualidad alegre y frívola. Porque el optimismo al que se refiere el autor no se basa en la alianza libe­radora con el Creador, en la que se enmarca nuestra salvación y redención en Cristo Jesús, ni está sustentado por la pasión inspira­dora y vivificante del Espíritu. Sus raíces se encuentran, más bien, en las falsas seguridades del pensamiento secular y humanista. Se trata de un desesperado gesto de valor del creyente que sólo lo es de nombre y cuyo planteamiento de la religión y la vida, pragmá­tico y típicamente estadounidense, tiene más de profano que de sagrado. La religión estadounidense del optimismo es también una religión que niega la realidad. Lo que se niega y reprime son las indecorosas ambiciones que lle­van al egoísmo y la supremacía sobre los demás. La magnanimi­dad de los Estados Unidos en cuanto nación y la equidad de sus ciudadanos se funden en un estado espiritual que se resiste a reco­nocer su propia injusticia y pecado. Las religiones gemelas del optimismo y la negación de la realidad generan cegadores aires de superioridad moral que, a su vez, fomentan resentimientos y envi­dias en los demás. En la medida en que el optimismo y la negación de la realidad asumen la función religiosa del espíritu, éste mani­fiesta la bravuconería derivada de un conflicto edípico no resuelto y se niega de plano a aceptar como sus elementos definidores la dependencia de la divinidad y el carácter profundamente relacio­nal de la vida.

  El mayor error de una religión civil, construida sobre el optimismo y la negación de la realidad, consiste, sin embargo, en que no toma en serio el incesante deseo de la psique humana de ser el «centro de atención de todo el mundo». No se toma en serio el mal. Subestima nuestra condición pecadora, esto es, edípica. Infra­valora la fuerza destructiva de la envidia y la ira, del insaciable (K. NORRIS, Cloister Walk, Riverhed Books, New York 1996). Pienso que ese aire deletéreo no es exclusivo de América; ha inficionado también a Europa, como se manifiesta en la infravaloración del pecado, el humanismo no cristiano del que se están negando las raíces, y en España la mediocridad de que alertó alarmado el Arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián en el reciente Congreso de Cristianos y vida pública en que se mueven o se inmovilizan los cristianos y la facilidad con que se consigue la gloria del cielo, no muy diferente de los jardines de las huríes del Islam, el pensamiento débil y la superficialidad de la literatura que consumen aún los cristianos, omitiendo por enervamiento el esfuerzo del estudio serio y de la lectura profunda y la abundancia de predicación y catequesis intrascendente y sin mordiente incapaz para conseguir las resoluciones decididas y valerosas, influenciadas por el escaso tiempo con que cuentan los pastores que, por su escasez y por la falta de una nueva planificación, se desangran en el activismo que impide pensar, a la vez que la falta de aprovechamiento de las fuerzas aún válidas y valiosas. Ya dijo hace años Roger de Taizé: los pastores y cristianos de España influirán poco porque estudian poco y oran poco.

LA FORTALEZA DE CADA DIA

Es necesaria la virtud de la fortaleza para no perder el camino, para dejar a un lado las baratijas de la tierra y no permitir que el corazón se les apegue en una sociedad en la que muchos las tienen como el fin de su vida y olvidan que su corazón sólo Dios lo puede saciar su. Muchos cristianos parecen haber olvidado que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa, por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos, pues el que conoce las riquezas de Cristo Señor nuestro, por ellas desprecia todas las cosas. Porque nada hay que pueda compararse con aquel tesoro supremo.

Para tal desprendimiento y para no convertir los medios en fines, es necesaria la virtud de la fortaleza, que hace pacientes ante los la siembre costosa y la espera larga de la cosecha, los acontecimientos y noticias desagradables y ante los obstáculos de cada día, para saber esperar el momento oportuno tanto para corregir, como para no manifestar un gesto agrio, malhumorado o triste ante una espera que se prolonga, ante planes imprevistos que se cambian a última hora, o frente a los fracasos. Para tener paciencia y ser comprensivos con los demás, cuando parece que no mejoran o no ponen todo el interés en corregirse, y para tratarlos siempre con caridad, con aprecio humano y con sentido sobrenatural. Quien tiene a su cargo la formación de otras personas, sean padres, maestros, o superiores, necesita la fortaleza de la paciencia.