Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

La virtud de la afabilidad

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

DEFINICIÓN Y RAZONES

La virtud de la afabilidad inclina y facilita al hombre decir y hacer todo lo que ayuda a hacer agradable la vida social, familiar y comunitaria, pues según santo Tomás: "Así como no es posible vivir en sociedad sin la verdad, de la misma manera es necesaria la afabilidad, pues, como dice Aristóteles: "nadie puede aguantar un solo día de trato con una persona triste o desagradable" (2-2, 114 a 2). Aunque en el mundo, según el Barón de Holbach, la afabilidad y la indulgencia verdadera son frutos raros, pues provienen de la reflexión, de la experiencia y de la razón. Sigue Santo Tomás: “leemos en Eclo 4,7: Muéstrate afable con la asamblea de los pobres”. Es necesario que exista un orden conveniente entre el hombre y sus semejantes en la vida ordinaria, tanto en sus palabras como en sus obras; es decir, que uno se comporte con los otros del modo debido. Es preciso, pues, una virtud que observe este orden convenientemente. Y a esta virtud la llamamos amistad o afabilidad.

DOBLE AMISTAD

  Asimismo Aristóteles habla de una doble amistad. Una, que consiste principalmente en el afecto con que amamos a otra persona. Esta puede acompañar a toda clase de virtudes. Otra, que consiste exclusivamente en palabras o hechos exteriores, la cual, prácticamente, no es amistad perfecta, sino algo semejante a ella. Esta forma de amistad es la que guarda las normas de cortesía en el trato ordinario con las personas. Entre todos los hombres reina naturalmente una cierta amistad general; en este sentido leemos en Eclo 13,19 que “todo animal ama a su semejante”. Y se manifiesta en signos externos de palabra o de obra, que uno manifiesta incluso a personas extrañas y desconocidas, en la cual no hay simulación, al no darse muestras de amistad perfecta. En realidad no nos comportamos con la misma familiaridad con los desconocidos que con aquellos a quienes estamos unidos por lazos de amistad especial. Lo sensato y propio del sabio es hacer la vida agradable a los que conviven con él; pero no con una alegría lasciva, lejos de la virtud, sino honesta, conforme al salmo 132,1: “Ved qué bueno y deleitable convivir juntos los hermanos”.

EL TALANTE Y EL TALENTO

Habrá casos en que, para evitar un mal, será necesario que la persona afable tenga que decidir obligatoriamente cosas o disponer órdenes o leyes que contristen a aquellos con quienes convive o a sus amigos. Es lo que hizo San Pablo, como él mismo refiere en 2 Cor 7,8: “Si con mi carta os entristecí, no me pesa; y me alegro, no porque os entristecisteis, sino porque os entristecisteis para penitencia”. Así, pues, no debemos mostrar un rostro jovial para quedar bien con los que cometen pecados, o, peor, con los que legislan inmunidad para cometerlos, pues de esta manera se autorizarían, cuando ni siquiera debe parecer que condescendemos con sus vicios y aberraciones, pues de esta manera de alguna forma se les daría excusa para seguir pecando y cometiendo tropelías y deformando las conciencias.

ES PARTE DE LA JUSTICIA

  La afabilidad es parte de la justicia en cuanto se une a ella como a su virtud principal. En efecto, coincide con la justicia en que una y otra dicen relación de alteridad exigida sólo por un deber de honestidad, que no de justicia y que obliga más al afable en cuanto afable, que al que la recibe, porque el afable debe tratar a los demás de la manera que pide la virtud de la afabilidad. El hombre es por naturaleza un animal social, y se le exige por una cierta honestidad decir la verdad a los demás, sin la cual no sería duradera la sociedad humana. Igualmente, así como el hombre no podría vivir en sociedad sin la verdad, tampoco sin la delicia de la convivencia, porque, según Aristóteles en su Ética, nadie puede convivir todo un día con una persona triste o desagradable. Por tanto, el hombre está obligado por un cierto deber natural de honestidad a convivir afablemente con los demás, a no ser que por alguna causa se vea obligado en ocasiones, a entristecer a alguno para su bien. No hay que interpretar estas palabras del Filósofo como si debiéramos hablar y tratar del mismo modo a conocidos y desconocidos, porque él mismo añade que no conviene ser afable o desagradable lo mismo con los familiares que con los desconocidos. Es decir que, con las excepciones prudentes, debemos comportarnos con todos de la forma más conveniente.

PACIENCIA Y DOMINIO

El trato amable y la delicadeza con propios y extraños, exige dominio y tacto para evitar y silenciar lo que puede herir, buscando siempre las palabras más adecuadas y agradables. Tampoco hay que caer por exceso, en la adulación, que pretende conseguir ventajas a base de lisonjas, en cuya raíz siempre hay hipocresía y egoísmo. También se oponen a la afabilidad, por su misma naturaleza, el egoísmo, el gesto destemplado, el malhumor, la falta de educación, la grosería, el desorden, el no tener en cuenta los gustos, preocupaciones e intereses de los demás. Se opone también a la afabilidad el espíritu de contradicción, que sistemáticamente se sitúa siempre en contra de la opinión de los demás. El espíritu de contradicción se origina cuando no se tiene ni sensibilidad ni reparo en hacer sufrir y contristar con la contradicción lo que se opone a la virtud de la amistad o afabilidad, cuya función es convivir agradablemente con otros (Santo Tomás, Suma, 22, q. 116, a. 1).

VICIOS CONTRARIOS

  La afabilidad tiene dos vicios contrarios: por una parte, la excesiva severidad, y por otra el halago zalamero. La afabilidad se mantiene en el punto medio, entre lo mucho y lo poco, la sequía y la inundación, usando la afectuosidad cuando lo pidan quienes se acercan, y conservando aun entonces suave gravedad, conforme a la variada condición de quienes tratemos, escribe San Francisco de Sales (Conversaciones espirituales). Era modélico el Cardenal Herrera Oria. Cuando se le presentaba una idea, una opinión o una iniciativa, aunque de pronto la viera desacertada, su afabilidad la orillaba de entrada con la frase: en principio me parece bien. Después se disponía a razonar y a disponer al interlocutor a que aceptara de buen grado el error. El Cardenal Montini, siendo Arzobispo de Milán, cuando tenía que imponer alguna sanción enviaba a su secretario a manifestarle al sancionado, que el cardenal le seguía apreciando y que ante él no había perdido su anterior estima.

EL EJEMPLO DE JESÚS

¿Por qué come con publicanos y pecadores?, decían asombrados y escandalizados los fariseos. Jesús se encontraba bien entre gentes tan diferentes. Se sentía bien con todo el mundo. Ha venido a salvar a todos. No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Y porque todos somos pecadores y estamos enfermos, Jesús quiso vivir entre nosotros. El Señor no rehuyó el trato social, sino que lo buscó. Se entendió bien Jesús con los tipos humanos y los caracteres más variados: con un ladrón convicto, con los niños de inocentes y de sencillos, con hombres cultos y pudientes como Nicodemo y José de Arimatea, con mendigos, con leprosos, con familias... Este interés manifiesta el afán salvador de Jesús, que se extiende a todas las criaturas de cualquier clase y condición. Tuvo amigos, como los de Betania. Lázaro es nuestro amigo. Los tuvo en Jerusalén los que le prestaron una sala para celebrar la Pascua con sus discípulos, y conocía bien al que le prestaría el pollino para su entrada solemne en Jerusalén. Jesús mostró un gran aprecio a la familia, donde se ha de ejercer en primer término la convivencia, con las virtudes que ésta requiere, y donde tiene lugar el primero y principal trato social. Así nos lo muestran aquellos años de vida oculta en Nazaret, de los que el Evangelista resalta, por delante de otros muchos pequeños sucesos que nos podría haber dejado, que Jesús Niño estaba sujeto a sus padres. Debió de ser uno de los recuerdos imborrables de María en aquellos años. Para ilustrar el amor de Dios Padre con los hombres se sirve del amor de un padre para con su hijo que no le da una piedra si pide pan, o una serpiente si le pide un pez. Resucita al hijo de una viuda en Naím, porque se compadece de su soledad, era hijo único, y de su pena. Y Él mismo, en medio de los sufrimientos de la cruz, vela por su Madre confiándola a Juan. Así lo entendió el Apóstol: y el discípulo, desde aquel instante, la recibió en su casa.

PRACTICAR LA AFABILIDAD COMO JESÚS

Como Jesús debemos aprender a convivir con todos, por encima de sus defectos, ideas y modos de ser. Debemos aprender de Él a ser personas abiertas, con capacidad de amistad, dispuestos siempre a comprender y a disculpar. Un cristiano no puede estar encerrado en sí mismo, despreocupado y ajeno a lo que pasa a su alrededor. Una buena parte de la vida está poblada de pequeños encuentros con personas que vemos en el ascensor, en la cola de un autobús, en la sala de espera del médico, o en el tráfico de la gran ciudad. Santo Tomás señala la importancia de la afabilidad, que ordena las relaciones de los hombres con sus semejantes, tanto en los hechos como en las palabras, para hacer la vida más grata a quienes vemos todos los días. Ella debe formar como el entramado de la convivencia, que aunque no cause gran admiración, cuando falta, se vuelven tensas las relaciones entre los hombres y se falta frecuentemente a la caridad y el trato se hace difícil y amargo. La afabilidad y las otras virtudes con las que se relaciona hacen amable la vida cotidiana: la familia, el trabajo, el tráfico, la vecindad... “De estas virtudes, según San Francisco de Sales, hay que tener una gran provisión y muy a mano, pues se han de estar usando casi de continuo”. ¡Cuántas veces las tinieblas de la soledad, que oprimen a un alma, pueden ser desgarradas por el rayo luminoso de una sonrisa o de una palabra amable! (Juan Pablo II). Escribe Santa Teresa, la que era enemiga de santos encapotados: “Así que, hermanas, todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios procurad ser afables y entender con todas las personas que os trataren, de manera que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A la religiosa importa mucho esto: mientras más santas, más conversables con sus hermanas, que aunque sintáis mucha pena si no van sus pláticas todas como vos las querríais hablar, nunca os extrañéis de ellas y así aprovecharéis y seréis amadas, porque mucho hemos de procurar ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos (Teresa de Jesús, Camino de perfección, 41, 7).