La Palabra vive entre nosotros

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. Primero fue el tabernáculo, tienda portátil, en medio de su pueblo, acampado en el Sinaí. Después, fue el Templo de piedra en Silo y en Jerusalén. Eran preparaciones, símbolos de la presencia de Dios entre los hombres. Cuando los tiempos granaron y reinaba la paz en el orbe, en medio del esplendor del Imperio Romano, siendo Emperador César Augusto, la Palabra se hizo hombre, uno más de nosotros, y vino a vivir con nosotros, y a comer a nuestro lado, y a llorar, y a amar y a compartir nuestras fatigas, zozobras, y alegrías, sobresaltos y monotonías, rudezas y desvíos, tanto más agudos, cuanta mayor era su sensibilidad, creado por el Espíritu Santo para más redimir, por más amar. Dios hecho hombre ha acampado entre nosotros. Es lo que viene a decirnos la primera lectura de este domingo, que confirmará la lectura 3ª de Juan.

2. "La Sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. En medio de su pueblo será ensalzada, recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos... Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré de amar jamás" Eclesiástico 24,1. Hoy comprobamos que los sabios de Israel habían recibido una revelación incompleta de la Sabiduría. Ellos la concebían, no como Persona, sino como criatura de Dios, aunque existente en él desde el principio, y eterna para siempre. Y la veían obedeciendo a Dios cuando le ordena establecer su morada en Jacob, en Israel, en Sión, en Jerusalén. Era una visión grandiosa, pero imperfecta. 

3. San Juan, ya en plenitud y madurez de manifestación, entonará su gran HIMNO a la PALABRA, revelación suprema ya y definitiva: "La Palabra, que era Dios, acampó entre nosotros. Era Vida, y era Luz" de los hombres Juan 1,1 y ¡cuánta necesidad tenían los hombres de esa Luz!. En el tiempo, había "Nacido de María Virgen", pero desde el Principio había sido engendrado y no creado del Padre: 

"El corriente que de estas dos procede
se que ninguna de ellas le precede 
Aunque es de noche", 
lo cantará San Juan de la Cruz. 

4"En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo" (Hb 1,1). 

Cuando los hombres hablan, pronuncian palabras. Pero sus palabras son palabras, palabras, palabras...Se han gastado las palabras. No tienen sentido, carecen de vida. Son sólo sonidos lanzados al viento. Palabras corteses. Palabras mundanas. Palabras vacías. Palabras monótonas. Palabras de cumplimiento social. Sosas, siempre iguales, gastadas de tanto decirlas, de tanto manosearlas. De tanto repetirlas. De tanto trillarlas. Como quien repite el Avemaría sin sentido, sin pensarlo, sin saber lo que dice. Pero el “yo” en el fondo. El “yo” asomando desvergonzante la cabecita por entre las retamas. Es necesario que el podador dé un buen golpe y decapite toda la palabrería y se quede sólo el silencio profundo y fecundo.

5. "Lo bueno, si breve, dos veces bueno". Es un refrán atribuído a Gracián, que aceptamos como dogma, cuando merece ser analizado y desmitificado. La eternidad feliz es buena, pero es eterna, ¿sería dos veces buena, sino fuera tan eterna, sino más breve? La Suma Teológica de Santo Tomás es buena, ¿pero no sería dos veces buena, si en vez de 3 partes, tuviera una sola? Pensemos en San Agustín, el primero de los Padres, ¿cuántas obras escribió? Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Aguila de Hipona, no sabes lo que has hecho. Eres bueno, pero si hubieras sido más breve, habrías sido dos veces bueno. Y así, todos. Subió al púlpito el buen predicador y comenzó su sermón: "Me ha dicho el párroco que sea breve; las clavariesas, también y hasta las autoridades, así que voy a ser breve: Ave María Purísima". Y se bajó. La causa que hace que lo bueno breve, sea dos veces bueno, es que es difícil y arduo conseguir algo bueno largo. Y para relleno, comienzan las repeticiones, y las muletillas y los lugares comunes, anodinos, vulgares y manidos. Pero esa no debe ser la solución del refrán. La solución es suprimir la hojarasca bullanguera, que alarga lo breve y lo hace no sólo bueno, sino malo. Ahí reside la explicación del mito de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Se escriben tres páginas geniales, y, como hay que terminar el libro de quinientas, se rellena con todos los tópicos y lugares comunes que hacen que lo primero y único bueno, consiga que el excesivo montón de palabras vacías, como nueces fallidas, habladas o escritas, lleguen a producir náusea. 

Y tengo la impresión de que los tiros van por ahí y por eso los oyentes se disponen al cabezazo, en cuanto que empieza la homilía: lugares ramplones y triviales, repeticiones innecesarias, verborrea y falta de solidez, por carencia de estudio riguroso y bien preparado y condimentado. Lo peor que me ha sucedido en mi vida dilatada de predicador es el cambio variable de auditorio. Cuando estás un tiempo razonable hablando a un mismo grupo, ha asimilado y te comprende a la primera, y eso, te incita la inspiración. Al cambiar de oyentes, la tierra está en barbecho, y todo se les hace nuevo. Capto que reciben la palabra como el niño el aceite de ricino. Ilustraré este razonamiento con un ejemplo de vida. Dirigí un Retiro a sacerdotes y estaban con la boca abierta y terminó el Retiro con aplauso general y, sobre todo, con provecho, hasta visible. El Vicario Episcopal estuvo presente. Terminado y pasados días, me llamó y me dijo: Demasiado plato.- ¿Pero estaba rico?, le contesté. Mira, cuando a mí me sirven un plato exquisito y sólido y con rigor, si no puedo con todo el plato, de cuatro partes me como una, y salgo nutrido. Es como la mesa del self-service. El que pueda más, que se aproveche. Es decir: Creemos que la gente entiende menos de lo que entiende. Y sí entiende. Y si les decimos siempre cosas triviales para que ellos no tengan que hacer ningún esfuerzo, y sobre todo, para que nosotros nos ahorremos el esfuerzo, a parte de que se esclerosarán, nunca promocionaremos a los fieles, ni menos convenceremos a los más preparados en otros temas, pero semianalfabetos en teología, en biblia y en cosas de Dios. Siendo sacerdote muy joven prediqué una misión en dos parroquias simultáneamente. La gente escuchaba. Me comentó el Párroco: Cuesta seguirte, pero tus palabras convencen y alimentan. Ya sabréis perdonarme este testimonio "pro domo sua". Una Homilía, de aquí, yo no la llamaría Homilía, sino, modestamente, manantial de homilías. El que quiera copiar todo el texto sin seleccionarlo personalmente conociendo a sus feligreses o grupos, no sabe lo que hace. Pero aquí hay materia para documentarse, asimilar, elegir los textos necesarios, y hacer trabajar su propia minerva, sin esperar a que nos den el trabajo hecho.

6. Cuando Dios habla por el Hijo nos lo dice todo en una PALABRA: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo" (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 99). Y muchos rechazaron la Palabra: "Vino a los suyos y los suyos no la recibieron". 

7. Cuando el mundo se oscurecía progresivamente en sus tinieblas, o en sus luces de neón, era necesaria la Luz. Y vino la Luz a iluminar la tiniebla. Y las tinieblas no la recibieron. Prefirieron su oscuridad, su caos, su propia hecatombe, ruína y destrucción. 

Engreídos en su soberbia, quisieron construir una ciudad a su aire, sin Dios, sin Luz, sin Verdad. Inducidos por el Padre de la mentira, se encerraron en su laberinto, del cual no podían salir. Como el aprendiz de brujo, no le funcionó el ensalmo. Con demasiada frecuencia preferimos a las criaturas. ¿Es que pensamos que nos pueden ofrecer más felicidad?

8. Cada hombre que no recibe a Cristo, está cegando la fuente de la Luz para él y para el mundo. Pero los que le han recibido son hechos hijos de Dios. Han recibido con Cristo toda clase de bendiciones espirituales y celestiales; han sido elegidos para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor. Nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo, conforme a su agrado. Fue su voluntad, su amor y su gloria y alabanzaEfesios 1,3. 

9. La Sabiduría recibió orden de morar en Jacob. Igualmente: "El Verbo se hizo carne, es decir, debilidad, y plantó su tienda entre nosotros y hemos contemplado su gloria, la gloria que le pertenece como Hijo Unico del Padre, lleno de gracia y de verdad". El Evangelio de Juan comienza con la gran sinfonía del HIMNO AL VERBO HECHO CARNE, como ya hemos dicho.

Es todo él una obertura que abre la espléndida obra y grandiosa que es el Evangelio de San Juan. Y en él se encuentran ya esbozados algunos de los grandes temas que se irán desarrollando, a lo largo de la composición en variaciones diversas y resonancias diferentes. Entre todos destaca su estructura poética y un concepto teológico nuevo: el título de “Verbo” dado a Jesús. Seguramente este poema nació en alguna Iglesia donde Juan había desarrollado su ministerio, tal vez en Efeso. Dios en su eternidad estaba siempre con su Verbo, con su Palabra. Y pone el énfasis no en lo que es Dios, sino en sus relaciones con los hombres. El término mismo Verbo-Palabra sugiere de inmediato una comunicación humana, que se origina en la Palabra. Como es un texto poco profundizado, voy a intentar desmigarlo para darlo, en frase de San Pedro: "como a niños recien nacidos, que anhelan la leche espiritual no adulterada, para que alimentados con ella, crezcáis en el orden de la salvación" (1ª, 2,2). 

“La Vida era la Luz de los hombres”. Del Verbo ha brotado la vida; todo lo que tiene vida, vive porque participa su vida, que a la vez es "Luz de vida”: porque da y produce vida. en el Evangelio de Juan, Luz y vida son correlativos.

"Y la Luz brilla en la tiniebla”. En medio del ambiente de pecado, víctima de la fuerza satánica, que no la venció. El Verbo es señalado aquí como “la Luz verdadera”, la luz auténtica que reúne todas las características de la Luz, con acción iluminadora universal, que alumbra a todo hombre que viene al mundo.

"El mundo no la conoció". Ese conocimiento no sólo es actividad del entendimiento, sino conocimiento que comporta una actitud de conversión, de entrega, de servicio y de amor. “Vino a su casa y los suyos no le recibieron”. Hay una frase terrible en el libro de Jeremías, que decide el rechazo de la llamada de Dios: "Hemos curado a Babilonia, pero no ha sanado, dejadla y abandonémosla" (51,9). 

"Pero a cuantos lo recibieron”, porque algunos lo recibieron, “les dió poder para llegar a ser hijos de Dios”. Son los que creen en su Nombre, es decir, “los que creen” y le aceptan en plenitud. Se refiere al grupito que creyó en Jesús, en virtud de la vida que el Verbo comunica e ilumina, son hijos de Dios. “Y el Verbo se hizo carne y fijó su tienda entre nosotros. Y contemplamos su gloria, gloria como de Hijo Unico del Padre, lleno de gracia y de verdad". Juan tiene muy vivo el recuerdo de aquella inmensa tarde en que tuvo apoyada su cabezaen el Corazón del Verbo-Hombre en la última Cena, que rememorará San Juan de la Cruz: 

"Quedéme y olvidéme
El rostro recliné sobre el Amado,
Cesó todo y dejéme,
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado". 

He aquí el gran misterio de la encarnación del Verbo de Dios! El Verbo entra y se somete al orden de las cosas que comienzan a existir en un determinado orden, al que él viene a someterse y a ordenar. El ingreso del Verbo en este mundo da un salto trascendente, paso de gigante, y hace posible un nuevo principio. Que el Verbo se encarnó, enfatiza la humilde condición a la que se ha humillado el que lo había hecho todo: La expresión “carne” designa al hombre, y subraya su condición de flaqueza y de creaturiedad. Lo había dicho Isaías: “Toda carne es heno, hierba, y toda su gloria como flor del campo. Se seca la hierba, se marchita la flor, pero la Palabra de nuestro Dios permanece por siempre".

Al venir el Verbo al mundo y hacerse hombre toma todas las limitaciones, debilidades y flaquezas de la condición humana, excepto el pecado. Y se hace hombre porque trae una misión divina, en consonancia con su mismo ser. Si es la Palabra, su misión será hablar, “comunicar” los secretos divinos, “revelar” al mundo las cosas que pertenecen a la intimidad de Dios.

“Y plantó su tienda entre nosotros”. Existiendo permanentemente en el Padre, vino a plantar su tienda, y su morada, y a vivir en medio de nosotros. Es la plenitud de habitación de Dios en medio de la humanidad: "El Creador me ordenó: "Habita en Jacob, sea Israel tu heredad". El vocablo escogido para expresar la habitación entre nosotros es muy expresivo: “Plantar una tienda, un tabernáculo, una casa, una morada”. 

La presencia de Dios entre nosotros no se podía realizar si la Palabra misma de Dios no asumía la naturaleza humana en una misma persona. 

El "Y contemplamos su gloria" alude a la experiencia personal de los mismos Apóstoles, que contemplaron su “poder taumatúrgico”, sus obras prodigiosas, que manifestaban la presencia de Dios. Pero su gloria se manifestó soberanamente, cuando al salir Judas del cenáculo, dijo: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre", y al ser clavado y elevado en la cruz, paso para su subida al Padre. El “Lleno de gracia y de verdad" denota su amor infinito, gratuito y compasivo, causa de que “de su plenitud todos hemos recibimos y gracia tras gracia". 

10.- Comprendemos que con el Salmo 154 “Glorifica al Señor Jerusalén porque en ninguna nación obró así: Anunciar su Palabra, sus decretos y mandatos” para invitarnos a recibir en nuestra casa al Verbo Divino que viene a revelarnos las maravillas del Padre y a contarnos las locuras de su amor, que se siente feliz viviendo con nosotros. Si a un joven aristócrata, acostumbrado a una vida sumamente refinada, se le envía a vivir a una tribu de esquimales, o de gitanos, ¿notará la diferencia?. El Hijo de Dios ha dado un salto mayor, de gigante (Sal 18,6). Del cielo a la tierra. De la compañía de los ángeles, a la de los hombres rudos que somos. ¡Y está a gusto! (Prov 8,31). Y quiere que estemos con El. Lo peor es que podemos cerrarle la puerta, como lo hicieron en Belén, y como lo hacemos cada día tantas veces. Le cerramos la puerta a El, cuando no acogemos sus palabras y cuando no acogemos a los hermanos, sus hermanos, los hijos adoptivos de su Padre. Pues el mandamiento del amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el rango de la acción (San Agustín). Por eso quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4,20). Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne (Is 58,7). 

11. Al acampar Dios entre nosotros, Dios está en todos nosotros, en cada uno de nosotros. Lo que hacemos al prójimo lo hacemos a Dios. No le cerremos la puerta de nuestro corazón, como los que no le quisieron recibir, sino "abramos de par en par las puertas a Cristo" (Juan Pablo II).