Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

La iglesia que se purifica

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Santo Tomás se había doctorado en Teología con una tesis sobre "La Majestad de Cristo". Desde entonces, dedicó su vida entera a orar, predicar, enseñar y escribir. Y su elocuencia era tal que la gente prefería escucharle a él, más que a Alberto Magno, su maestro suyo y gran teólogo, porque le superaba en precisión, lucidez, concisión y fuerza de expresión. París le reclamaba como suyo; los Papas deseaban tenerle junto a ellos; los estudios de su Orden deseaban disfrutar de su doctrina. Enseñó en Anagni, Roma, Bolonia, Orvieto, Viterbo, Perugia, París y en Nápoles. El Papa Clemente IV le ofreció el Arzobispado de Nápoles, que él, humildemente, rehusó. Afortunadamente, pues, si lo hubiera aceptado, no habría escrito la "Summa Theologica." De oración insigne, sus éxtasis eran frecuentes. En Nápoles, cuando completó su tratado sobre la Eucaristía, tres hermanos le vieron elevado, mientras una voz le decía: "Has escrito bien de mí, Tomás, ¿que recompensa deseas?". - "Nada más que a ti, Señor". El Concilio de Trento contaba con tres libros de consulta: la Biblia, los Decretos de los Papas, y la Suma Teológica de Santo Tomás. A ruegos del Papa compuso los himnos para la Fiesta Corpus Christi, el “Pange Lingua”, el “Tantum ergo” y todos los demás del Oficio Divino. Tan amante de la Virgen María, que saludaba en todas sus página con el “Ave María”. No pudo terminar la tercera parte de la Suma. El 6 de diciembre de 1273, dejó su pluma y no escribió más. Se había quedado en la cuestión 90. ¿Qué le había ocurrido para no poder terminar su gran obra? Después de un largo éxtasis en la Misa, dijo a Fray Reginaldo: "No puedo escribir más. Se me han revelado tales secretos, que todo lo que he escrito me parece que no vale nada". Fray Reginaldo, su discípulo, fiel amigo y secretario, complementó el tratado de los sacramentos desde el de la Penitencia y los Novísimos, utilizando sus comentarios al libro de las "Sentencias" de Pedro Lombardo, que había escrito en su juventud, en París. El tratado del Purgatorio, que yo titulo LA IGLESIA QUE SE PURIFICA, y que incluyo en el Tratado de la Iglesia, aunque completado por Fray Reginaldo, es de Santo Tomás joven.

EL PURGATORIO EXISTE
Es de fe que existe el purgatorio, donde las almas de los fieles que murieron en gracia satisfacen, más que purgan, el reato de pena, y no el de culpa. "La contrición borra los pecados, pero no quita del todo el reato de pena; ni tampoco perdona siempre los pecados veniales, aunque desaparezcan los mortales. Ahora bien: la justicia de Dios exige una pena proporcionada que restablezca el orden perturbado por el pecado. Luego todo el que muera contrito y absuelto de sus pecados, pero sin haber satisfecho por ellos a la divina justicia, debe ser castigado en la otra vida. Negar el purgatorio es, pues, blasfemar contra la justicia divina. Es un error contra la fe. Por eso san Gregorio Niseno dice: "Nosotros afirmamos y creemos en la existencia del purgatorio como una verdad dogmática". Y la misma Iglesia universal manifiesta su fe en él en la praxis del ofrecimiento de sufragios y oraciones por los difuntos "a fin de que sean liberados de sus pecados".

LA PERFECCION DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO
La perfección moral de estas almas es superior a la que puede alcanzar el cristiano en este mundo, porque su gracia es superior a la que ningún justo de la tierra goza, gracia que hace desaparecer todo pecado y que les hace impecables. Santo Tomás escribe que no es la pena la que remite la culpa, sino la caridad. "Parece probable que quien vive en caridad y se da cuenta de que se le acerca la muerte, mueva su afecto por la caridad contra los pecados, incluso veniales, y hacia Dios. Con ello se le remitirán los pecados veniales en lo que tienen de culpa, y quizá también en lo que tienen de pena, si la caridad es intensa". Las almas del purgatorio son santas, aunque todavía no ven a Dios cara a cara. Y entre la Iglesia de los que peregrinan y la de los bienaventurados existen relaciones y mutua comunicación, como corresponde a los miembros de un mismo cuerpo místico, y los fieles que se purifican pueden ser ayudados por los fieles peregrinantes con sus sufragios.

LA DOCTRINA DE LOS CONCILIOS.
El Concilio de Trento, afirma que el purgatorio existe y la Iglesia puede ayudar con su intercesión a cuantos se encuentran en él (D 1580). Y el Vaticano II: "La Iglesia de los viadores, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo el cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos, guardó con gran piedad la memoria de los difuntos y ofreció sufragios por ellos, porque "santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (2 Ma 12,46). La fe nos ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros hermanos queridos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera. Sigue el Vaticano II: "Este Concilio recibe la venerable fe de nuestros antepasados sobre el consorcio vital con nuestros hermanos de la gloria celeste, o de los que se purifican después de la muerte y confirma los decretos de los Concilios Niceno II, Florentino y Tridentino". "Nuestra debilidad queda más socorrida por su fraterna solicitud. La iglesia peregrinante, reunida en Concilio, sintió la necesidad de manifestar su conciencia de estar ontológicamente unida a la Iglesia celeste". "Algunos de los discípulos del Señor peregrinan en la tierra, otros, ya difuntos, se purifican, mientras otros son glorificados contemplando claramente el mismo Dios, Uno y Trino, tal cual es; mas todos estamos unidos en fraterna caridad y cantamos el mismo himno de gloria a nuestro Dios (LG 49).

EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA
"La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones "pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados" (2 M 12, 45)" (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor" (CIC 958).

LA FE RAZONADA.
Si la muerte sorprende al hombre cuando su desarrollo, por sus faltas y negligencias, no ha culminado aún, aunque el deseo de su voluntad profunda es conseguir la talla de la divina voluntad, mientras el hombre no esté limpio y refulgente hasta sus raíces, es imperfecto y no puede participar de la visión de Dios, como quien tiene cataratas o defectos de retina. Un ejemplo nos lo aclarará: Cuando nace un niño prematuro, el cariño de sus padres lo deposita en la incubadora hasta que llegue a su plena maduración. El bautismo nos sembró la semilla de la resurrección. Durante nuestra vida se va desarrollando Cristo por el ejercicio de las virtudes evangélicas y el alimento de los sacramentos, sobre todo de la eucaristía: "Quien come mi carne y bebe mi sangre, vivirá eternamente" (Jn 6,55). Esta vida culmina en la muerte, en la cual el cristiano se asimila a Cristo muerto y resucitado. Si al morir está todavía inmaduro, el mismo cristiano al verse ante Dios, se ve imperfecto y dice como San Pedro: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador, aunque quiero estar contigo". El Padre Dios coloca a ese cristiano, a ese hijo inmaduro, en la incubadora del Purgatorio, negado por los protestantes, pero definido, como hemos probado, por la Iglesia Católica, aunque no hay que entender las metáforas como tales y no como realidades literales, pues la representación de las llamas crueles ha distorsionado la realidad del purgatorio, y la sensibilidad moderna no cree en las horribles historias sobre los suplicios de las pobres almas y pasa de la verdadera realidad. Según el sentido cristiano, el purgatorio no es una especie de campo de concentración, donde el hombre tiene que purgar penas impuestas de una manera más o menos positivista y justiciera, sacadas de un código voluminoso, aplicado arbitrariamente, sino el proceso radicalmente necesario de transformación del hombre para vestirle las galas que corresponden al banquete de bodas del Cordero. No pudiendo merecer, sólo pueden esperar con la llama de un ansia que da pena. De la misma manera cuando nosotros hablamos de la duración del purgatorio en términos de tiempo humano por la debilidad de nuestra inteligencia, el espíritu intuye que es un tiempo nuevo y espiritual y de fino y puro desarrollo al que coopera el dolor del amor.

FECUNDIDAD DEL GRANO QUE MUERE.
"Si el grano no cae en la tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, produce mucho fruto"(Jn 12,24). De ese grano muerto en el calvario y enterrado, han brotado tres espigas: la de la vida celeste, la de la vida que se purifica y la que peregrina en este mundo. Las tres están unidas en la caridad. Estamos unidos con nuestros difuntos, pues la familia no se divide, sino que se transfigura en la ciudad celeste y ellos nos ven, como el jardinero ve las rosas en el jardín, aunque las rosas, que viven una vida inferior, no vean al jardinero. Nosotros somos esas rosas, visibles para ellos pero ciegos para verlas.

TESTIMONIOS DE MÍSTICOS Y POETAS.
Santa Catalina de Génova, considerada como la mística del Purgatorio, dice que su fuego es sabroso, aunque mortificante, como todo lo que purifica. ¿Qué hace el crisol con el oro? En el purgatorio, las almas, puros espíritus, están abrasadas de amor y, al no tener nada porque están desnudas, como tenían en este mundo, que les pueda distraer del ansia de ver y unirse a Dios, para lo que fueron creadas, se mueren porque no mueren. Al no estar hechizada ni cegada y deslumbrada por la belleza y poder humano, anhela a Dios con todas sus fuerzas. El anhelo insatisfecho de Verdad y de Amor quema al hombre como fuego. El ansia de Dios lo devora. A medida que se van penetrando más y más de amor, su deseo de Dios va creciendo con movimiento uniformemente acelerado. Así pudo escribir Santa Catalina de Génova, ya citada: “Es una pena tan excesiva, que la lengua no sabría expresarla, ni la inteligencia concebir su rigor. Pero no creo que se pueda hallar una alegría igual a las de las almas del purgatorio, si no es el de los bienaventurados en el cielo, alegría que aumenta cada día, a medida que Dios penetra en el alma sufriente, y la atraviesa al mismo ritmo que van desapareciendo, quemados por el fuego del amor, los obstáculos que se oponían”. A medida que el amor va invadiendo todos sus niveles humanos, se inflama más y más su deseo y va consumiendo su egoísmo. Dante, en la Divina Comedia, en el canto XXIII del Purgatorio escribe este verso de profunda dulzura: “Se oyó llorar y cantar: “Domine, labia mea aperies” con tal acento, que hacía nacer en nosotros placer y dolor”. Cuanto más se ahonda y profundiza el nivel del dolor, tanto más se eleva el júbilo del surco. El desarrollo de la persona avanza con la contribución de su dolor. Así, la frase de M. De Saci al morir, está impregnada bellamente de esperanza y de fe: “Oh, bendito purgatorio”. El fuego del purgatorio es un fuego de júbilo, al contrario del sufrimiento del infierno que es un fuego de tormento. En el Purgatorio las almas sin su envoltura biológica, ni la distracción de sus anteriores deberes, son necesariamente contemplativas, todas entregadas a Dios. Su fuego es llama que consume y no da pena, como dice San Juan de la Cruz, porque su amor a Dios es inmenso y saben que están salvadas y próximas a reposar en sus brazos.