La Encarnación del Verbo

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. «Una sola fuente y una sola raíz, una sola forma resplandece en el triple esplendor. ¡Allí donde brilla la profundidad del Padre, irrumpe la potencia del Hijo, sabiduría artífice del universo entero, fruto generado por el corazón paterno! Y allí relumbra la luz unificadora del Espíritu Santo». Así cantaba a inicios del siglo V Sinesio de Cirene, en el Himno II, celebrando en la aurora de un nuevo día la Trinidad divina, única en la fuente y triple en su esplendor. Esta verdad del único Dios en tres personas iguales y distintas no está relegada en los cielos; no puede ser interpretada como una especie de «teorema aritmético celeste» sin ninguna repercusión para la vida del hombre, como suponía el filósofo Kant.

 

2. En la narración del evangelista Lucas, la gloria de la Trinidad se hace presente en el tiempo y en el espacio y encuentra su epifanía más alta en Jesús, en su encarnación y en su historia. La concepción de Cristo es leída precisamente por Lucas a la luz de la Trinidad: lo atestiguan las palabras del ángel, palabras dirigidas a María y pronunciadas en una modesta casa del pueblo de Nazaret en Galilea, al que la arqueología ha vuelto a sacar a la luz. En el anuncio de Gabriel, se manifiesta la trascendente presencia divina: el Señor Dios,a través de María y en línea de la descendencia de David, entrega al mundo a su Hijo: «Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Luc,1,31).

 

3. En este caso, el término «hijo» tiene un valor doble, porque en Cristo se unen íntimamente el lazo filial con el Padre de los Cielos y el lazo con la madre terrena. Pero, en la Encarnación participa también el Espíritu Santo, precisamente su intervención produce esa generación única e irrepetible: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por  eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1, 35). Las palabras que proclama el ángel son como un pequeño Credo, que arroja luz sobre la identidad de Cristo en relación con las demás Personas de la Trinidad. Es la fe conjunta de la

Iglesia, que Lucas presenta ya en los inicios del tiempo de la plenitud salvífica: Cristo es el Hijo del Dios Altísimo, el Grande, el Santo, el Rey, el Eterno, cuya generación en la carne se realizó por obra del Espíritu Santo. Por ello, como dirá Juan en su Primera Carta «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre» (1 Jn  2,23).

 

4. La Encarnación se encuentra en el centro de nuestra fe, en la que se revela la gloria de la Trinidad y su amor por nosotros: «La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Juan 1, 14). «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Juan 3,16). «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él»(1 Jn 4,9). A través de estas palabras de los escritos de Juan logramos comprender cómo la revelación de la gloria trinitaria de la Encarnación no es una simple iluminación que rompe la tiniebla por un instante, sino que es una semilla de vida divina puesta para siempre en el mundo y en el corazón de los hombres. En este sentido es emblemática una declaración del apóstol Pablo en la Carta a los Gálatas: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (Gál 4,4;Rom 8,15). El Padre, el Hijo y el Espíritu están presentes, por tanto, y actúan en la Encarnación para que participemos en su misma vida. «Todos los hombres --ha confirmado el Concilio Vaticano II, son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos». (Lumen gentium). Y, como afirmaba san Cipriano, la comunidad de los hijos de Dios es «un pueblo de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (De Orat. Dom., 23).

 

5. «Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina. Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo («Evangelium vitae»,37-38).

 

En este estupor y en esta acogida vital tenemos que adorar el misterio de la Santísima Trinidad, que es «el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Y por tanto el manantial de todos los demás misterios de la fe; es la luz que los ilumina» (Catecismo Iglesia Católica, 234).

 

En la Encarnación contemplamos el amor trinitario que se manifiesta en Jesús; un amor que no se queda cerrado en un círculo perfecto de luz y de gloria, sino que se irradia en la carne de los hombres, en su historia; penetra en el hombre regenerándolo y haciéndole hijo en el Hijo. Por esto, como decía san Ireneo, la gloria de Dios es el hombre viviente: «Gloria enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei»; no sólo para su vida física, sino sobre todo porque «la vida del hombre consiste en la visión de Dios» («Adv Haereses» IV, 20,7). Y ver a Dios es quedar transfigurados en él: «seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). (Andrés de Creta. Exordio de la homilia sobre la Anunciación. Theofhanes de Creta. 1546. Monasterio Stavronikita del Monte Athos. Grecia.)

INTRODUCCION  A LA HISTORIA DEL CULTO DE  LA ANUNCIACION.

 “Hoy ha llegado la alegría de todos, que absuelve de la primitiva condena. Hoy ha llegado Aquel que está en todas partes, para llenar de júbilo todas las cosas”. “Este es el día  de una buena nueva de alegría, es la fiesta de la Virgen; el mundo de aquí abajo se toca con el de ahí arriba; Adán se renueva y Eva se libra de la primitiva aflicción; el tabernáculo de nuestra naturaleza humana se convierte en templo de  Dios gracias a la divinizacion de nuestra condición por El asumida. Oh misterio. El modo del advenimiento de Dios nos es desconocido, el modo de la concepción queda inexpresable. El Angel se hace ministro del milagro; el seno de la Virgen recibe un Hijo; el Espíritu Santo es enviado; desde lo alto el Padre expresa su beneplácito, la unión se realiza por voluntad común; en Él y por medio de Él, henos aquí salvos; unimos nuestro canto al de Gabriel y cantamos a la Virgen: Ave llena de gracia, a través de ti llega la salvación, el Cristo nuestro Dios; la ha tomado nuestra naturaleza y nos ha elevado hasta él. Ruégale por la salvación de nuestras almas.” (Doxasticon. Himno de la víspera de la fiesta)

 “Hoy se inicia nuestra salvación y la manifestación del eterno misterio: el Hijo de Dios se hace Hijo de la Virgen y Gabriel anuncia la gracia. Con él decimos a la Madre de Dios: Salve llena de gracia, el Señor es contigo. A ti capitana que por nosotros combates, nosotros, tus siervos, salvados de los peligros, dedicamos el himno de victoria, como canto de agradecimiento, oh Madre de Dios. Pero tú que posees una fuerza invencible, líbranos de todos los peligros, para que podamos cantarte: Alégrate, oh esposa inviolada” (De los dos himnos de la fiesta: el Apolytikion y Kontakion).

En la Anunciación es donde “ se ha realizado el misterio que sobrepasa todos los limites de la razón humana, la Encarnación de Dios” (Monje Gregorio).
Esta fiesta es “el canto proemial de una alegría indecible” (Andrés de Creta. Homilia 119)

FIESTA LITURGICA DEL CICLO NAVIDEÑO

Los primeros testimonios de esta  solemnidad litúrgica aparecen en la época del emperador Justiniano, siglo VI. En la Iglesia antigua la fiesta de la Anunciación iba asociada inseparablemente a la Navidad.  Al aumentar la importancia de la Natividad del Señor, se formó un pequeño ciclo navideño y la Anunciación cobró mas autonomía respecto al núcleo primitivo hasta constituirse en fiesta mariana autónoma. El papa Sergio I (687 – 701), un italo – sirio oriundo de Sicilia introduce esta fiesta en la Iglesia romana. Para esta ocasión se celebraba una solemne procesión a Santa María la Mayor, basílica cuyos mosaicos estaban referidos a la divina maternidad de María, establecida por el Concilio de Efeso (431). Desde el principio la fiesta se estableció el 25 de marzo, porque circulaba la opinión de que Jesús se había encarnado coincidiendo con el equinoccio de primavera, tiempo en el que según las concepciones de la antigüedad, fue creado el mundo y el primer hombre. Esto lo comenta muy extensamente Anastasio Antioqueño (+599) en su Homilia sobre la Anunciación, 6- 7.

Ulteriores precisiones de naturaleza teológica son hechas por Máximo el Confesor (+662) en la Vida de María, 19. En ambos resuena la concepción de Cristo segundo Adán y la recreación del mundo por parte de Dios en la Encarnación con vistas a la Resurrección, plenitud de todo lo creado. Lo que más llama la atención de esta fiesta es el sentido de alegría, a veces difusa, pero siempre profunda, de los himnos, oraciones y homilías, lo que entró en conflicto con la austeridad de la Cuaresma, pero tanto en Oriente como en Occidente se decretó que se celebrara con toda solemnidad cayera cuando cayera. La iglesia bizantina ha dotado a esta solemnidad de una prefiesta, el 24 de marzo, con un espléndido oficio y numerosos himnos entre los que cabe destacar por su belleza el Canon de los Maitines de Teófanes Graptos (+845), acérrimo defensor de los iconos en la época iconoclasta.

LA ICONOGRAFIA

El icono de la Anunciación  se suele colocar ante la puerta bella del santuario entre los iconos de las grandes fiestas en el Iconostasio de los templos. Si leemos Ez. 44, 1-4, se comprenderá el sentido de ponerlo allí. Hace alusión a la virginidad de María y la gloria del Señor que es ella. Pedro de Argos (+ después del 922) comenta en la homilia a la Presentación de la Virgen, 7: “Es ella, la Virgen, la puerta que mira a Oriente que llevará en su seno a Aquel que avanza en Oriente sobre el cielo de los cielos y permanecerá inaccesible a nosotros”.
El esquema es muy simple: el ángel da su anuncio a una joven muchachaque está hilando la púrpura de pie o sentada. En algún caso tiene entre las manos un aguamanil y está junto a una fuente, esta variante es muy antigua o lee con actitud devota.

La Virgen en los iconos es representada joven, según el computo del monje Epifanio (S. IX). Este en su Discurso sobre la vida de la Madre de Dios, le calcula años, altura, rostro, color de ojos, piel etc.. A menudo la cabeza de la Virgen está inclinada ligeramente para dar cumplimiento al salmo: “Escucha, hija, mira, presta tus oídos, olvida a tu pueblo y la casa de tu padre: al Rey le agrada tu belleza”  Sal. 46, 11. Desde lo alto un rayo viene a posarse sobre ella. Representa al Espíritu, a menudo en forma de paloma, pero no es un rayo de luz sino de sombra: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. En este icono se combinan perfectamente en el Angel y la Virgen el color verde, azul, rojo, púrpura y oro, todos de gran simbolismo. La Virgen lleva un manto (maforion) rojo - marrón bordado en oro y túnica verde–azulada. El ángel lleva la misma túnica pero manto púrpura.  Ambos colores se repiten en las alas del ángel y los cojines donde esta sentada María. El color rojo del manto virginal simboliza la sangre, el principio de la vida, belleza, juventud, amor. Es el color del Espíritu Santo, fuego. Es símbolo del sacrificio y del altruismo. Es de un rojo amarronado. El color marrón del manto de la Virgen indica la humildad, la tierra arada que se presta a recibir la semilla con la que fructificar. Así lo canta el Himno del Akathistos,  2, oda 3ª. El manto del ángel es púrpura, de igual color es la lana que María hila y representa a Cristo tejiéndose en su seno. El color púrpura esta reservado a las más altas dignidades del mundo antiguo, al Emperador y simboliza el mas alto poder.  El oro simboliza la divinidad, por ello lleva un brazalete oro en el brazo. La vestidura púrpura  es a la vez real y sacerdotal. En el Angel, Dios mismo actúa en María. En algunos iconos el color de las ropas del ángel  es blanco: el color que precede a la luz del alba, que anuncia el nacimiento, la vida. Tiene una banda azul en la manga y el azul que se difumina en el blanco da vivacidad a sus alas. El azul  es el color de la inmaterialidad y de la pureza, de algo que viene de un mundo superior, de un mundo  espiritual.

Las túnicas de la Virgen y del Angel son verdes. El verde es  complementario del rojo, como lo es el agua del fuego. Es el color del mundo vegetal, de la primavera y por tanto de la renovación. Verde y vida son dos palabras profundamente conexionadas. Situado entre el azul (frío) y el rojo (caliente), el verde representa el equilibrio perfecto. Es símbolo de regeneración espiritual. El azul simboliza el desapego a los valores de este mundo y el ascenso del alma que tiende hacia lo divino, que se encuentra con el blanco virginal. El oro símbolo de la divinidad y la perfección ilumina toda la escena desde arriba, es la vida eterna que con Cristo Luz se hace presente en esta vida caduca. El oro espiritualiza las figuras, liberándolas de toda limitación terrestre y toda la composición se llena de una bella armonía.

Sobre el manto aparecen tres estrellas, frente y hombros. Corresponden al gestotrinitario de la mano derecha del ángel. Representan la señal de la santificación de la Trinidad, cual Madre de Dios. Ella era virgen antes, en y después del parto, la única siempre Virgen en el Espíritu, en el alma y  en el cuerpo.
“El Señor era Aquel que de ella nació, por tanto la naturaleza su curso mudó.” Según el Himno del Akathistos, oda 7ª.

María esta sentada sobre un trono y sus pies se apoyan en un pedestal, porque ha sido colocada por encima de la naturaleza angelical. Calza zapatitos de color púrpura, el mismo color del manto del ángel, del cojín y delvelo que esta encima de los edificios.  Este color rojo  púrpura tiende a subrayar su carácter regio. Es la Madre del Emperador y Señor del universo. “Salve Reina, Paraíso animado, en cuyo centro brota el Arbol de la Vida: el Señor cuya dulzura alienta a aquellos que tienen fe y que ya estaban sujetos a la corrupción”. Himno Akathistos, oda 5 ª.
En la antigüedad el oro y la púrpura estaban reservados solo al emperador y familiares. Se quiere evidenciar  la realeza divina que rodea a la Virgen.      

En este caso tras la simbología de colores se esconde el  significado más importante: el misterio de la Encarnación. La Virgen hila la púrpura. Teje místicamente la vestidura purpúrea del cuerpo del Salvador en su interior es el Rey Dios y Hombre.  Efrem de Siria (+ 373), en su Primer discurso sobre la Madre de Dios pone en boca del ángel estas bellísimas palabras: “La fuerza del Altísimo  habitará en ti y uno de los Tres morará en tí conforme a cuanto te he dicho. Del hilo por la trama de la tela que es tu corporeidad, El se tejerá una prenda y la llevará”, refieréndose al cuerpo de Jesús formándose en María. Según Efrem, el Señor teje la nueva prenda para quitar al hombre y a la mujer las túnicas de piel con las que los había vestido al expulsarlos del Paraíso (Gen 3, 21). “ Hoy María se ha hecho cielo y ha traido  a Dios, porque en ella  ha descendido la excelsa divinidad y ha hecho morada. La divinidad se hizo en ella pequeña para hacernos grandes, dado que por su naturaleza no es pequeña. En ella, la divinidad nos ha traído una prenda para alcanzar la salvación”.  Efrén de Siria, en su Segundo discurso sobre la Madre de Dios, expresa de forma perfecta: “El Señor ante el que tiemblan los ángeles, seres de fuego y espíritu, está en el pecho de la Virgen y lo ciñe acariciándolo como un niño... ¡¿Quién vio nunca que el fango se hiciera vestimenta del alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto a si mismo en pañales?! .” De la literatura apócrifa vienen varias referencias que se plasmaran en representaciones iconográficas. Entre ellas: hilar la púrpura. El relato de Lucas no habla de la púrpura, mencionada  expresamente en la literatura apócrifa cuando se le encarga a María hilar con púrpura y carmesí un toldo para el Templo del Señor. Hilando recibe el anuncio de su maternidad. La Virgen al ver “al Luminoso, nada segura, agachó la cabeza y calló” ( Romano el Meloda, XI,3 ).  

El ángel empuña con la mano izquierda un largo bastón, símbolo de autoridad y dignidad del individuo, del mensajero, del peregrino. Pues el ángel responde a estas características. La mano derecha se extiende cual si quisiera poner el anuncio, señal visible de una palabra  que pasa  de un individuo a otro. Acompaña a la mirada  dirigida a María: “ Un día la serpiente fue para Eva fuente de luto, y yo ahora te anuncio la gloria”. Himno Akatistos. Sus dedos  se colocan a menudo, no en el típico gesto  alocutorio, sino en el gesto de la bendición bizantina y cargada de simbología. Los tres dedos  abiertos (índice, corazón y meñique) quieren recordar la Trinidad y que el Cristo es una de las tres personas divinas.
Los dos dedos replegados (pulgar y anular)  quieren recordar que en Cristo subsisten dos naturalezas, la humana y la divina, pero generalmente en las representaciones de la Anunciación no están visibles, porque el misterio de la Encarnación aun debía comenzar. A menudo la figura angélica emana una sensación de vitalidad, de movimiento, pero su rostro trasluce una expresión de perplejidad. A veces hay dos ángeles en la misma escena. O mejor dicho dos representaciones del mismo ángel. La primera ocupa la parte izquierda representando la reflexión del ángel que “ llegado a Nazaret ante la casa de José, se para perplejo pensando que el Altísimo quisiera descender entre los humildes y se decía: “ El cielo entero con su trono de fuego, no es suficiente para contener a mis Señor ¿Cómo podrá ser acogido por esta pobre joven? ¿Se haría visible en la tierra el Terrible desde ahí arriba?. Pero ciertamente será como Él quiere. Luego, ¿por qué me paro y no vuelo y le digo a la Virgen: Salve, Virgen y Esposa” (Romano el Meloda XI, 3).

Romano el Meloda (S. VI) narra poéticamente como la Virgen refirió a José el encuentro con el ángel. Entre otras cosas le hace decir a la Virgen: “...Se presentó un ser alado y me entregó un regalo de bodas, perlas para mis orejas; puso sus palabras como pendientes ( Prov. 25, 12)... Ese saludo, dicho a mis oídos, me hizo resplandecer, me hizo madre, sin haber perdido mi virginidad...” XII, 17. La relación palabra – oído – concepción hunde sus raíces en antiquísimas civilizaciones. Para los sabios antiguos, la vida entra en nosotros a través de los oídos. Los escritores cristianos siguieron esta manera de entender la concepción.  Tertuliano (+ 220 –230) en “La Carne de Cristo” menciona la concepción de Eva a través del oído poniéndola en analogía positiva con la de María, en un texto muy bello.  Dice así: “ Como la palabra del demonio, creadora de muerte, había entrado en Eva aún virgen, de modo análogo debía entrar en una virgen el Verbo de Dios, edificador de vida, para que lo que cayó en perdición fuese reconducido a la salvación por el mismo sexo; Eva había creído en la serpiente; María creyó en Gabriel: el pecado que Eva cometió creyendo, fue borrado por María creyendo  también... ”La palabra del demonio se entiende como semilla de muerte. La palabra de Dios, Jesús, semilla de vida se plantó en María por las palabras del ángel. Efrén el Sirio (+ 373) comenta en el Diatessaron: “ La muerte hizo su entrada por el oído de Eva, por tanto la vida entró a través del oído de María”. El oído como símbolo de obediencia a la palabra y aceptación libre de la maternidad mesiánica. Son muchos los escritores orientales y occidentales los que han entendido la concepción virginal de esta forma:  Teodoro de Ancira (+ 446) “... María la Profetisa, a través del oído  concibió al Dios viviente: pues el paso físico de las palabras es el oído...”  Homilia IV sobre la Madre de  Dios y Simeón, 2 PG 77; Pseudo Crisostomo (+ 446) este sigue con la idea de Teodoro de Ancira en su Homilia  sobre la Anunciación de la Madre de Dios. Proclo de Constantinopla (+ 446) “El Emanuel abrió las puertas de la naturaleza como hombre, pero como Dios no rompió los sellos virginales, de esta forma salió del útero como por el oído había entrado; así fue alumbrado, como concebido; sin pasión entró, sin corrupción salió.” Homilia I sobre la Madre de Dios. El Pseudo Atanasio y Atanasio Antioqueño (+ 599) “ El ángel entonces se alejó, mientras ella concibió a través del oído” Homilia contra Arrio sobre la Santa Virgen Madre de Dios” del Pseudo Atanasio. Atanasio el Antioqueño sigue con este argumento en su Homilia II sobre la Anunciación Sofronio de Jerusalen (+ 638) sigue el argumento de Atanasio con pocas diferencias en su Homilia sobre la Anunciación. Andrés de Creta (+ 740)  “Ella acogió en vez del semen, la voz de Gabriel y quedó en cinta” Homilia por la Anunciación de la Santa madre de Dios. Juan Damasceno (+ 749) “La concepción  tuvo lugar a través del oído, mientras el nacimiento ocurrió por la salida usual... No era en efecto imposible salir por la puerta regular sin dañar los sellos de esta”  Exposición de la Fe ortodoxa 14, PG 94, 1159. Zenon de Verona (+ 380) “... el diablo, insinuándose en el oído con la seducción, había herido y destruido a Eva, Cristo también, a través del oído ha penetrado en María y naciendo de la Virgen ha eliminado todos los vicios del corazón...” Tratado 1, 3, 19-20 PL 11, 352. “Dios hablaba por boca del ángel y la Virgen se sentía impregnada en los oídos” Homilia sobre el Nacimiento 3, PL 39, 1987. Fabio Fulgencio (S. V); Bloso Emilio Draconcio (S. V). Ambos insisten en la imagen “ La concepción tiene lugar a través del casto oído... mediante la palabra fecundante... Dios entra en el seno virginal”. Enodio (+ 521) “La Virgen viviendo sola, concibe al Hijo a través de la escucha... lo que la lengua profirió, se hace semen” Carmen 2, 19. Alcuino (+ 804) “ El Arcángel infundió la palabra en sus oídos y Dios unió íntimamente  a sí los miembros humanos; la fe acogió aquel que la castidad engendró, mientras la antigua maldición fue destruida por la nueva bendición” Libellus adversus haeresim Felicis, 6, 9 PL 101, 211 AB. El misal de Estrasburgo, aquí se lee. “ Alégrate, Virgen Madre de Cristo, que has concebido a través del oído” El breviario maronita: “El Verbo del Padre entró en el oído de la Bienaventurada”  La escena tiene lugar en el exterior  de unos edificios. El velo púrpura que a veces cubre a la Virgen y que esta situado sobre los edificios, es una alusión al velo del templo y símbolo del velo del cuerpo del Salvador  que estaba sobre ella antes de entrar en ella. Así lo expresa Efrem el Sirio en su Primer discurso sobre la Madre de Dios. El edificio, que esta detrás del ángel, hace referencia a los templos paganos, incluido el de Jerusalén. La efigie representada en el medallón del tímpano mira en dirección contraria al misterio que se desarrolla en María. Ninguna religión antigua puede comprender ni abarcar el misterio de la Encarnación, es algo nuevo.  Dios es distinto a todas las concepciones captadas por el hombre hasta ahora. Es Dios y Hombre, el Todopoderoso se despoja de todo poder. El Incorruptible se hace corrupción. Al que el universo entero no puede contener ni abarcar se esconde en el seno de una Virgen. La razón humana nada puede entender, pasa desapercibido este gran misterio, hasta que sea manifestado y revelado por Cristo.

 El pozo, que en iconos de la Anunciación, situado delante  de María y lugar donde esta recibe el saludo del ángel, aparece detrás del estrado donde esta sentada la Virgen. El pozo es cuadrado, símbolo de la tierra, de lo creado en general y por tanto puesto en plano distinto respecto al ángel, señalando la superioridad de la naturaleza angélica. El pozo esta situado aquí, para subrayar la disponibilidad de lo creado a recibir el agua de la vida: Cristo en María. El pozo en culturas antiguas y en particular la hebrea, tiene atributos sagrados, pues realiza una síntesis de los tres ordenes cósmicos: cielo, tierra, infierno y de los tres elementos: agua, tierra, aire. Realiza una escala de salvación que une entre ellos los tres  planos de lo creado. En hebreo el pozo reviste también el significado de mujer y esposa.

En algunas representaciones, junto a los dos protagonistas, Angel y Virgen, aparece una joven. Puede ser una transposición iconográfica del anuncio a Ana, pues a veces  parece asistir sin ser vista a la escena  del anuncio como Judhit cuando Ana recibe la noticia de la concepción. Otras veces aparece hilando la púrpura con la Virgen, como dama de compañía de esta.  En otras representaciones aparece un jarrón de flores. Puede tener diversos orígenes: El más antiguo, por corresponder a la iconografía primitiva, seria el aguamanil que llevaba la Virgen al hombro camino de la fuente cuando recibió el saludo del ángel, que ahora es colocado en posición ornamental y transformado, por no saber el significado, en jarrón ornamental con flores. O también la imagen del epíteto dado a María en el Himno del Akatistos “Flor de Incorruptibilidad” y difundido en Occidente por Bernardo de Chiaravalle como “Lirio de castidad inviolada”. Este motivo lo conservan muchas representaciones occidentales de la Anunciación. Nuestro icono no lo lleva. Los textos de esta fiesta están influenciados por  una amplia tradición bíblica y patristica que incluye las aportaciones de los apócrifos, en especial del Protoevangelio de Santiago. Tambien de tradición apócrifa es el estado viudo y de edad de José, así como la vara florecida de éste, como signo de elección para esposo de María, con la variante de la paloma que sale del bastón de José y se posa sobre su cabeza como elegido. La iconografía parece haber sintetizado las aportaciones  de esta multiplicidad de tradiciones que tienen una raíz común en el evangelio de Lc. 1, 26-38, en el que está contenida la esencia del Credo de los primeros cristianos sobre la Encarnación: Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y ha nacido de una Virgen.          
Sobre el texto de Lucas 1, 26–38, Santos Padres y escritores espirituales,  se detienen a comentar dos aspectos: por qué el anuncio fue dado a una virgen prometida y por qué la virgen quedó turbada por el saludo del ángel. Hay consideraciones muy buenas de reflexión teológica, catequética y meditativa. Orígenes, Comentario del Evangelio de Lucas; Ignacio de Antioquia, en su Carta a los Efesios; Sofronio de Jerusalén, Homilia sobre la Anunciación, 23; Agustín de Hipona (354–430), La Santa Virginidad, 2, 4, 4, PL 40, 398, allí defiende que la Virgen había hecho voto de castidad. Beda el Venerable sigue esta línea en su Homilia de la Anunciación de la bienaventurada Virgen María. Se debe al Comentario del Evangelio de Lucas, de Orígenes sobre la meditación que María hacia, qué esta aparezca representada con un libro sagrado delante o entre sus manos. 
            Esta misma idea la remarca el monje Epifanio  en su libro el Discurso sobre la vida de la Santa Madre de Dios, 5: “...María se dedicaba intensamente al estudio de la Sagrada Escritura, trabajaba la lana, la seda...”  Cuando María aparece con un libro entre las manos o en el atril su significado teológico es: ella ha generado al Verbo, la Palabra, el Libro de nuestras almas.”  (Doxasticon. Himno de la víspera de la fiesta)

Esta fiesta hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo. Convergen en esta fiesta  dos líneas: 1ª. - La derivada de homilías para combatir la tendencia antimariana, donde querían demostrar en Cristo la subsistencia no solo de la humanidad sino también de la divinidad. María Madre de Dios, no solo Madre de Jesús.  2ª. - La influenciada  por la literatura aramea que había desarrollado el concepto de María  como segunda Eva. La  virginidad y concepción virginal de María, además, detentaba un papel  de tal importancia como para constituir un único asunto de la doctrina cristiana. Así lo testimonian: Orígenes en  “Contra Celsum”.  Arístides en su “Apología” dirigida al emperador Adriano (117-138) subrayando que  Jesús “de una virgen judía tomó y se revistió de carne, y habitó en la hija del hombre”. Y la cuestión era tan importante hasta el punto de creer, según sostiene Ignacio de Antioquía en su Carta a los Efesios 19, 1 que:  “ Al príncipe de este mundo permaneció oculta la virginidad de María, su parto y la muerte del Señor. Son estos los tres misterios estrepitosos, que se cumplieron en el silencio de Dios"
           En el Símbolo de la Fe  así se formula “descendió de los cielos y se encarnó por obra del Espíritu Santo en María Virgen” según el Concilio Niceno-Constantinopolitano (381) que se ha convertido en el carnet de identidad  y de ortodoxia para todas las iglesias orientales y occidentales. Si bien para llegar a esta formulación costó, pues cada iglesia tenia un formulario o Símbolo donde se expresaba brevemente, las principales verdades de la fe, pero todos hacían explícita fe en la Encarnación i la mayoría nombraban a María en su concepción virginal, algunos no nombraban al Espíritu Santo  o primero se nombraba a María y después al Espíritu Santo hasta que cuajo en el actual Símbolo “por obra del Espíritu Santo en María la Virgen”. Estos testimonios reflejan la complejidad de las controversias dogmáticas de los primeros siglos.