La Carta Magna del Reino, Bienaventuranzas 

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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 1. Primero fue la oración, después la elección de los Apóstoles (Lc 6,12). Bajando Jesús de la montaña ya con los Apóstoles, le esperan en la llanura algunos discípulos y un gran gentío. Cura a los enfermos y todos querían tocarle, porque irradiaba de él una fuerza que curaba a todos. Realizadas las acciones salvíficas, comienza a hablar. Este discurso es una réplica del Sinaí, con letra pequeña. Desde la base del amor en sus dos direcciones: Dios y el prójimo, Jesús borda el sermón de la Bienaventuranzas. Conoce bien el tema. Lo ha vivido siempre. Viene a predicarlo con las manos vacías y sin tablas de piedra. Con sus palabras diáfanas y diamantinas, entrega con amor su corazón. Al final hará restallar algunos latigazos, como refrendo de la positiva enseñanza anterior, pues en el contraste se aprecia mejor la luz de la dicha. 

2. Puestos a releer a Jeremías, que formula la misma doctrina, notad que es curioso, que Jesús le corrige sólo en el orden de las ideas: Jeremías comienza con la formulación negativa: "Maldito quien confía en el hombre", y pone en segundo plano: "Bendito quien confía en el Señor" Jeremías 17, 5. Jesús, al contrario, comienza diciendo: "Dichosos los pobres, los que lloráis, los que sois odiados e insultados" Lucas 6, 17. El corazón más pacificado de Jesús, formula el mismo tema con mayor psicología, haciendo brillar primero la luminosidad de la ley del reino, presentándola más atractiva y seguible. Jeremías está aún en el Viejo Testamento. Jesús está inaugurando el Nuevo. Jeremías es el profeta "seducido y forzado por Dios", y Jesús es el Hijo que se sabe querido por el Padre, y el esposo que vive feliz con su esposa, a la que está comenzando a curar y a librar de todos los males y dolencias y, sobre todo, del dominio del demonio.

3. Lucas y Mateo nos ofrecen el mensaje de las Bienaventuranzas con matices distintos. Lucas habla de los pobres a secas. Mateo de los pobres en el espíritu. Y en verdad, en el concepto bíblico de pobre va incluído el espíritu de pobre que cuenta con el Señor, se abandona en el Señor, ora y suplica al Señor. Lo dice Jeremías: "Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza". La bienaventuranza que Jesús expresa como posesión del Reino, saciedad, risa y recompensa grande, Jeremías la dibuja como un árbol de hoja perenne plantado junto al agua, que siempre da fruto. A la contemplación de ese árbol fecundo siempre regado, el agua siempre tan necesaria en aquel clima palestinense, árido y seco, siempre a merced de las lluvias, hacia el cual caminamos nosotros en España si no lo remedia el Plan Higrológico, dedica el salmista su poema 1, con el que abre su libro: "Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor". Repite el símil del árbol con agua abundante y fruto a su tiempo y con hojas siempre verdes. Y añade la prosperidad de todas las empresas que ese hombre acometa confiado en Dios, y les asegura el éxito, ayudándole él como principal autor. El hombre es un colaborador de la acción creadora e incesante de Dios, en la historia individual y en la peripecia colectiva.

4. Si la prosperidad y el progreso, y el dominio de la naturaleza para someterla cada vez más a la acción del hombre creador son queridos y alentados por Dios; si la mejor calidad de vida no es ajena a su voluntad, la pobreza amada por él no se identifica con la penuria material y con la miseria. En el diseño divino del plan del mundo no entra la desigualdad de los mundos: mundo de tercera división o de cuarta, donde no se puede vivir con dignidad, y mundo de primera, donde sobra de todo, y donde se puede comprar lujo y vivir para el derroche. No hay que considerar al enaltecer la pobreza, que aquel mundo es el que Dios quiere instalar en la tierra. Dios quiere un mundo de amor, donde el que tenga comparta con el que no posea; donde haya prosperidad, pero para todos. 

La pobreza no se identifica con el subdesarrollo, sino con la indigencia del hombre que se descubre necesitado y se abre a la acción de la voluntad de Dios y de su gracia.

5. Jeremías 17,5 y el Salmo 1 coinciden, no sólo en el espíritu, sino también en la letra. Jeremías es impulsado a expresarse así por el fracaso de la reforma del rey Josías y la importancia que en tiempos del rey Joaquín, se daba a las alianzas extranjeras: asirias y egipcias. El pueblo debe entender que su fuerza está en el Señor, y no en los poderes de la tierra.

6. Entonces, ¿por qué prospera el incrédulo y el justo padece?. Juicios de Dios, que Jesús nos desvela en las Bienaventuranzas. La pobreza no es un castigo. Es camino de gracia y portadora de salvación, si se la quiere recibir. Así juzga Jeremías, profeta de la religión interior, la que está en el corazón. 

7. El entero Antiguo Testamento es un clamor de los pobres pidiendo auxilio, misericordia, perdón, defensa, protección. Jesús ha venido a socorrer a esos pobres: A dar la Buena noticia, que eso es evangelizar. Evangelizar no es decir a los pueblos que por el camino que llevan se van al infierno, sino ofrecerles la buena noticia de que Dios en Jesús les viene a salvar: "He sido enviado a evangelizar a los pobres" (Lc 4,18). El pobre no es dichoso por su pobreza, sino porque acepta el Reino que Dios le ofrece. 

8. Los hombres tienen libre voluntad para hacer el bien o hacer el mal. Incluso se puede hacer el bien o mal hecho, o con intención torcida. Así obran los malhechores del bien. "El que pone su confianza y basa sus acciones y proyectos en la carne, será como un cardo en la estepa". El que tiene el corazón en el Señor es el árbol frondoso plantado en la corriente del agua. Un millonario puede ser pobre, si pone sus riquezas al servicio de los hermanos. Un mendigo puede ser rico de ambición desmedida y de envidia y de rencor. El desprendimiento, el poner las riquezas al servicio de los hermanos en vez de ser esclavos de ellas, y la confianza en el Señor, constituye a los pobres del Señor, los "anawim de Yavé".

9. En el mundo, los hombres propagan un conjunto de tesis que constituyen la mentalidad mundana. Con ella se sitúan respecto a las realidades más sustanciales de la vida: las cosas de la vida necesarias, los acontecimientos, las relaciones sociales. Si todo esto se posee en elevado orden, se es dichoso. En nuestro sociedad se designa con el calificativo de la "beautifoul peauple" o "Gente guapa", los de la "cultura del pelotazo", para los que el fin justifica los medios. Para Jesús esos son los ricos. Los ricos, que no tienen más que riquezas y con ellas, poder.

10. Los pobres son los que carecen de muchas cosas: de casa, o la tienen pobre; de comida, o la tiene escasa; de empleo, de salud, si están enfermos; de virtud, los pecadores; de compañía, los que padecen soledad; de cultura, los analfabetos, los incultos, los indefensos, los que carecen de recomendaciones, de influencias, de amistades. Los que porque no poseen nada o poseen poco, tienen que sufrir los abusos y la prepotencia de los poderosos. A esos y a los mansos y pacíficos y a los que lloran y padecen calumnias, difamación, burlas, malas interpretaciones, viene Jesús a darles la buena noticia. Y él es su riqueza y su dicha. "El Señor me envía a anunciar la buena noticia a los pobres". Dios me manda a que, prioritariamente, dedique mi curación y salvación a vosotros. Vuestro es el Reino de los cielos.

12. Dicen los mundanos: Lo importante es pasarlo bien ahora. ¡Y qué extendida está esta mentalidad! La juventud, que es la edad de los ideales altos y utópicos, está, o alocada, o sin ilusión y cansada; llamados a ser águilas, han quedado convertidos en aves de corral. 

A una sociedad que ha apagado las luces de la trascendencia, para la que todo termina en la muerte, que dice: "coronémonos de rosas antes de que se marchiten" (Sb 2,8), Jesús viene a ensanchar el horizonte. Mirad más arriba, no es quedéis en la tierra, que es muy pobre. El Padre le envía para que nos anuncie el Reino Eterno, y nos llama para que lo implantemos ya en este mundo. "Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados" 1 Corintios 13,12.

13. A los que tenemos comida abundante y vestido digno, no nos es lícito despreocuparnos de los que tienen hambre y sed y están desprotegidos frente a los poderosos. Debemos ser la prolongación de Jesús, viviendo con austeridad y anunciándoles con nuestra vida y sacrificio, el mundo que ya ha comenzado y que va creciendo en medio de las fatigas, el pecado y el llanto. Y sabemos que El actua con nosotros, y nos da su empuje y fuerza en la Eucaristía.