Juan Pablo Magno, luchador de raza. (novena parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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EL PROFESOR WOJTYLA

Un día de otoño de 1955 un sacerdote que rondaba los treinta y cinco años, entró en el seminario de Cracovia con un gorro de piel en la cabeza y un abrigo verde oscuro gastado sobre la sotana raída, para dar su clase de ética social católica. Se quitó el abrigo y empezó a caminar de un lado a otro del estrado, desenmarañando una madeja de argumentos entretejidos en la teología y la vida ordinaria. No se cansaba de considerar un asunto particular, primero desde un ángulo, después desde otro, tratando de captar la cuestión con rigurosa exactitud. A veces se interrumpía, hacía una pausa y observaba a sus seminaristas de Cracovia, Czestochowa y Silesia, para asegurarse de que le estaban siguiendo. Los tenía totalmente absortos. No sólo vestía como ningún otro en la facultad, sino que nadie enseñaba como él. No hacía una mera transmisión de información. Hacía una exploración intelectual. En las clases de repaso, que él llamaba “coloquios”, solía instar a los alumnos a hablar libremente sobre lo que habían escuchado. Un alumno, Romuald Waldera, de veintidós años, empezó a echar un rapapolvo al profesor. Acababa de llegar al seminario de la Facultad de Derecho de la Universidad Jagelloniana, y venía con la cabeza llena de las ideas que le había inculcado la propaganda de los teóricos marxistas. Atacó las ideas del profesor y las enseñanzas sociales de la Iglesia con tal vehemencia que varios compañeros, consternados, empezaron a susurrarle: Basta o te expulsarán. El profesor continuó caminando de un lado a otro de la sala, con las manos en la espalda y la cabeza gacha.

Por fin, el joven se sentó. La clase se llenó de un denso silencio. El padre Wojtyla interrumpió sus paseos, permaneció en pie en el centro del estrado y dejó estupefactos a todos los alumnos, empezando por Waldera: “Caballeros, atiendan, por favor. Lo que su compañero acaba de decir evidencia que está empezando a pensar en términos teológicos”.

A continuación se dedicó a analizar cada uno de los puntos expuesto por Waldera, sin alzar nunca la voz, respondiendo a cada una de las cuestiones planteadas. Otros alumnos se decidieron a participar, sobre el Estado de Polonia y sobre Dios. El profesor caminaba de arriba abajo, escuchando. Tras cada estallido, sugería con calma un modo católico de pensar en aquellos problemas. Al final de la clase, el padre Wojtyla invitó a Waldera al salón del seminario para conversar. Había intuido la inquietud de aquel joven, y quería ayudarle. 25 años después, Romualdo Waldera recordaría la amabilidad de su profesor y se propuso imitarle siempre que, como sacerdote, tuviera que lidiar con los revolucionarios exaltados.

EL PROFESOR HABLA A LOS PROFESORES
Juan Pablo II llega a Salamanca. Es posible que recordara aquella llegada a su Universidad de Jagellonica en Cracovia y rememorara la escena anterior. Esta vez, también es otoño. El otoño trae a Salamanca su luz más tibia y su belleza más serena. El Tormes recobra su cauce lento y sobre las piedras de las calles se oyen de nuevo los pasos de sus estudiantes, camino de las aulas, donde descubrirán las fórmulas e ideas, ensueños y pasiones. El otoño convida a los estudios, según reza Fray Luis: “Recoge ya
en el seno / el campo su hermosura; / el cielo aoja con luz triste el ameno / verdor y hoja a hoja / las cimas de los árboles despoja.” Su llegada a Salamanca le recordaría a Juan Pablo, su entrada en la Universidad de Cracovia con ilusión de joven poeta tras la palabra viva, el ritmo de los hombres y la historia de su pueblo, palabra que se hace llama y llanto. Por esta Salamanca de los poetas y de los humanistas, de los juristas y los místicos, le preguntaba al Rector de la Universidad Pontificia, Olegario González de Cardedal: “¿Se siente todavía aquí la presencia de Fray Luis de León, de Francisco de Vitoria y de de Soto? ¿Quedan huellas de san Juan de la Cruz y de aquel seglar santo, tan buen teólogo como escritor, Mejo Venegas? ¿Por qué fueron allí tan buenos amigos teólogos y poetas”?

LA SANTIDAD AÑORADA POR NEBRIJA
Escribía Nebrija a un amigo: “Este poeta, noble por la sangre, por la inspiración y por las letras, ha sabido bellísimamente hermanar la poesía con la teología, interpretando fielmente el sentido de las Escrituras y mostrándose en todo momento verdadero teólogo y poeta consumado”. ¿Pensaba Juan Pablo en el Comentario a Job de Fray Luis de León, o en la “noticia y lumbre y divina” del Cántico de San Juan de la Cruz, poseedores los dos de la “teología escolástica, con la que se entienden las verdades divinas”, acompañada de “la teología mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, más juntamente se gustan” (Cántico, prol. 3)? En aquél entonces Villalón fustigaba a los teólogos: “Si nos comparamos con los teólogos de antes, dados a lectura de la Sagrada Escritura, ¿qué diremos de los de este tiempo? Aquéllos eran verdaderos teólogos, porque se adornaban de un amor de Dios y de un temor de su majestad, con el cual alcanzaban el verdadero saber y dispuestos en santidad fácilmente eran alumbrados para escudriñar los secretos de la Sagrada Escritura... Mas los teólogos de ahora, oh Dios inmortal, que no lo puedo decir sin lágrima....” Y además de la falta de santidad añade: no estar versados en las ciencias humanas y experimentales. Sobre la medicina dicen que ha menester la experiencia; no hay facultad que juntamente con las letras no la tenga necesidad y más la teología. Sólo quien mira con amor generoso y conocimiento exacto hacia las tareas presentes hereda el pasado glorioso. Juan Pablo II hizo el supremo honor a los teólogos españoles, recordándoles aquellos nombres de antaño: Fray Luis de León, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Bartolomé de Carranza, Juan de Maldonado, mientras les señalaba la misión que ellos tienen hogaño. El papel en la evangelización de tantos países, por la riqueza de sus místicos y la creatividad de sus intelectuales. El derecho de gentes se fraguó en Salamanca, siglos antes de la Revolución francesa y de la Ilustración. El Papa lo conoce bien porque es un universitario muy culto y el gran impulsor de la antropología cristiana. Nunca se había dicho entre nosotros con tal claridad que dedicarse a la teología es una bella misión, por más ardua y difícil que sea.

PLENITUD DE SABER DEL TEOLOGO
Hay que conocer amorosa y rigurosamente la revelación de Dios, amorosa y rigurosamente la historia, amorosa y rigurosamente nuestra situación cultural, amorosa y rigurosamente las pasiones y esperanzas, tanto individuales como colectivas, que conmueven al alma humana. Para ser teólogo hay que haber reposado sobre el pecho del Señor y ser capaces de auscultar el latido del corazón de los hombres, como escribió Evagrio: “El pecho del Señor Jesús, contiene la sabiduría de Dios; el que se recostase sobre él será teólogo”. Y luego, desde ese pecho y desde esos latidos, conjugados, hay que hablar teológicamente de Dios, del Dios trinitario, manifestado en el Hijo Unigénito; hablar cristológicamente de Jesús; hablar religiosa y cristianamente del hombre en su dignidad inviolable, en su situación, en su dimensión ética y en su quehacer histórico. Nunca se había oído en España con tal explicitud, comenta Cardedal, que sólo en fidelidad y creatividad simultáneas se puede cumplir tal misión; que ella exige una dedicación entera de la vida; que para llevarla a cabo hay que estar enraizados en la comunión eclesial, celebrativa y predicadora y no menos estar enraizado en la tierra de los hombres para compartir y compadecer sus pasiones y percibir todo el aliento de sus creaciones. “La fe es la raíz vital y permanente de la teología, que brota precisamente del preguntar y buscar intrínsecos a la misma fe”. Toda búsqueda e interrogación hechas con amor y limpieza de alma orientan hacia la fe, confiada adhesión y de consentimiento humilde al misterio. La teología aparece así como el punto de convergencia de dos grandes búsquedas: por un lado, la de la fe que marcha apasionada hacia la comprensión del Dios revelado y de toda realidad desde Él, y por otro, la de la inteligencia humana, que inquiere sentido para la totalidad, razón para la existencia, esperanza y comunión para la vida humana. Job, Prometeo y Sócrates son así, compañeros de viaje del teólogo. Estar entre estos dos fuegos es la vocación del teólogo. Y el fuego puede alumbrar y puede quemar; puede calentar o puede transformar en cenizas. Sólo los ingenuos o los violentos piden demasiado al teólogo. Él ofrece lo que tiene; es pobre y pecador, como todos, y en comunión con todos los miembros de la Iglesia tiende a comprender la anchura y profundidad del misterio de Dios, para poder ser el hontanar de la vida para sus hermanos.

SED CREATIVOS
“Queridísimos profesores: Sabed que el Papa, que ha sido también hombre de estudio y de universidad, comprende las dificultades y las exigencias enormes de vuestro trabajo. Es una tarea callada y abnegada, que os pide la dedicación plena a la investigación y a la enseñanza. Porque la enseñanza sin la investigación corre el peligro de caer en la rutina de la repetición. Sabed ser creativos cada día, para lo cual tenéis que estar en vanguardia de las cuestiones actuales mediante una lectura asidua de las publicaciones de la más alta calidad y el duro esfuerzo de la reflexión personal. Haced teología con el rigor del pensamiento y con la actitud de un corazón apasionado por Cristo, por su Iglesia y por el bien de la humanidad. Sed tenaces y constantes en la maduración continua de vuestras ideas y en la exactitud de vuestro lenguaje. Quisiera que no olvidaseis estas palabras: vuestra misión en la Iglesia es tan ardua como importante. Vale la pena dedicarle la vida entera. La enseñanza sin la investigación corre el peligro de rutina, tenéis que estar en vanguardia, lectura asidua de las publicaciones de la más alta calidad. Con esta consigna definía su propia personalidad. Juan Pablo quería conocer la universidad salmantina. Quería ver la luz y las piedras, el cielo y el aire de la ciudad en que el místico de Fontiveros aprendió aquella teología, que llama “silbo de la inteligencia sustancial”, "toque de Dios”, “divino silbo que entra por el oído del alma” (Cántico14, 14). ¿Qué sería del papa y los teólogos, sin los místicos, a quienes el Espíritu les da “sustancia entendida y desnuda de accidentes y fantasmas”? (Cántico 14,14). Gracias a ellos perduran vivos el conocimiento y la experiencia del Dios viviente en el mundo. Juan Pablo II ha hecho el supremo honor a los teólogos españoles y de manera especial a los teólogos salmantinos, al recordarles aquellos nombres de antaño: Fray Luis de León, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Bartolomé de Carranza, Juan de Maldonado..., mientras les señalaba la misión que ellos tienen hogaño. Nunca-afirma Olegario de Cardedal- se había dicho entre nosotros con tal claridad que dedicarse a la teología es una bella misión, por más ardua y difícil que sea. Porque hay que conocer amorosa y rigurosamente la revelación de Dios, amorosa y rigurosamente la historia, amorosa y rigurosamente nuestra situación cultural, amorosa y rigurosamente las pasiones y esperanzas, tanto individuales como colectivas, que conmueven al alma humana.