Juan Pablo Magno, luchador de raza. (octava parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Un mundo de pensamiento débil atiende más a lo más superficial y poco a lo subliminal o, mejor, a las raíces. Aunque la gente sencilla ama al Papa por su entrega generosa, los más dedicados a las letras pero poco sencillos y más bien creídos y con su tufillo de pedantes, miran más la superficie y las hojas del árbol que la raíz. No olvidemos que vivimos en la era de las apariencias. La de los pavos de plástico, los blindados alquilados o los carros de combate de latón; la de los olivares artificiales y de pega, la de inauguración de hospitales vacíos con enfermos figurantes en las listas de espera o la falsificación de algún atentado para conseguir popularidad; la de las palabras falsas, sonrisas falsas, fotografías falsas, todo por conveniencias materiales y trampas para los incautos. Wojtyla es pan auténtico. Es un verdadero intelectual enormemente inteligente. 

Sus compañeros de estudios le calificaban como el hombre todo cabeza y todo corazón. Por serlo ha dado una importancia predominante a la cultura. Sabe que está en la raíz del progreso integral. Sabe que “mens agitat molem”. Que la idea mueve la masa. Lo sabe ver en los frutos de las filosofías nihilistas y descarriadas del siglo XX, que han cosechado nazismos y estalinismos. Es un intelectual de verdad. Llegó al sacerdocio desde la universidad y ya sacerdote se doctoró en Teología en el Angelicum de Roma. 

TESTIMONIO DEL CARDENAL HERI DE LUBAC
Le conocí por primera vez en el Concilio. Me atrevo a decir que me di cuenta ense­guida de que reaccionábamos con una sensibilidad idéntica a los problemas que se planteaban. Yo era experto de la Comisión teológica y además de la consonancia con él, y me impresionaron mucho las intervenciones de Wojtyla. Su superioridad, y su apertura de espíritu eran evidentes. Tuve escuchar a obispos de gran valor, pero con Monseñor Wojtyla advertía uno que las cosas quedaban situadas en un nivel excepcional. Tuve una ocurrencia en el curso de una conversación entre amigos, du­rante un paseo. Dije más o menos: “Esperemos que la Providencia nos conserve por largo tiempo a Pablo VI; pero el día que tengamos necesidad de un nuevo Papa yo tengo ya mi candidato: es Wojtyla. ¡Lástima que esto no pueda ser! No tiene ninguna posibilidad”. Pen­saba en el telón de acero, en las complicaciones diplomáticas, etc. Ya ve que no hubo profecía, más bien lo contrario; un deseo mezclado ya con una pena. Me equivoqué. 



EL PENSAMIENTO FUERTE FRENTE AL DEBIL

Wojtyla, dando suma importancia desde siempre al pensamiento fuerte de la cultura, lo intentó hacer de joven en el grupo dramático de su Cracovia para fundamentar y mantener los valores de la Patria, es lógico que lo quisiera hacer al ocupar la sede de Roma, como Cabeza de la Iglesia. Pero, aún siendo teólogo y doctor en teología, su campo principal ha sido la filosofía. Fue catedrático de Ética en la Universidad Jagellonica de Cracovia. El filósofo buscó un teólogo y lo encontró en Ratzinger, a quien Pablo VI había sacado de Universidad para hacerlo Obispo y Cardenal. Ratzinger, era unos años más joven que Wojtyla, había nacido 1927 en un pueblo de Baviera. Sus estudios teoló­gicos los hizo en una época de gran ebullición en los círculos católicos alemanes. Escribió la tesis doctoral sobre san Buenaventura, trabajo durante un año en una parroquia y pasó a ser uno de los profesores de teología más jóvenes y populares de Alemania, y consejero del cardenal Frings de Colonia, destacado reformista en Vaticano II. Ratzinger ayudó al cardenal a redactar las intervenciones que fueron determinantes en la primera sesión en 1962. Durante la última fase del Concilio empezó a temer que algunas ideas sobre la acción de la Iglesia en el mundo moderno estuvieran apartándose de la Constitución dogmática sobre la Iglesia. De regreso a Alemania, y a su tarea docente en la Universidad de Tubinga, creció su preocupación por la orientación radical que estaban tomando muchas teologías alemanas después del Concilio, especialmente en sus escarceos con el marxismo. 

LA REVISTA CONCILIUM Y SU ANTAGONISTA COMMUNIO

Cuando sus colegas intelectuales del Concilio, con los que había colaborado en la creación de la revista teológica internacional Concilium, se negarse a oponerse a esas tendencias, Ratzinger y un grupo de teólogos influyentes del Vaticano II, entre ellos Von Baltasar y Henri de Lubac, jesuíta, amigo de Wojtyla, lanzaron otra revista, Communio, para promover una interpretación más auténtica del Concilio. La escisión entre Communio fue algo más que una disyuntiva intelectual. Dejó amistades en el camino, y las polémicas a que dio lugar convirtieron a Ratziger blanco del desdén de “odio teológico” de los antiguos amigos. Entre polémica y polémica escribió una Introducción al cristianismo basada en sus cursos de Tubinga de 1967, obra absolu­tamente contemporánea en su uso de fuentes bíblicas, filosóficas y teológi­cas. A pesar de que Concilium y Communio divergieran considerablemente en su interpretación del Vaticano II, ambos grupos se consideraban sus herederos, y los dos se oponían claramente a anticonciliares como el arzobispo Lefebvre. Pablo VI lo apartó de su cátedra universitaria, para nombrarlo arzobispo de Múnich­ y posteriormente Cardenal. 

AMISTAD DE WOJTYLA CON RATZINGER

Ratzinger tuvo su primer contacto personal con Wojtyla en los cónclaves de 1978 y se intercambiaron libros. Poco después de su elección, Juan Pablo II, que quería a Ratzinger como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo a Ratzinger: “Tendremos que traerte a Roma.” Ratzinger contestó que era imposible, por el poco tiempo que llevaba en Múnich. “Tendrá que darme un poco de tiempo”, pidió al Papa. Juan Pablo reiteró su petición, y Ratzinger no pudo resistirse por segunda vez. Durante más de una década y media, Ratzinger apareció en caricaturas que lo presentaban como el fiero panzerkardinal, heredero de los inquisidores, o como un adusto alemán a malas con la modernidad. En 1997, cuando un libro-entrevista reflejó su atractiva personalidad, se dijo que el cardenal había cambiado, lo cual no era cierto. 

LA TEOLOGIA

El nombramiento de Ratzinger demostraba que el Papa se tomaba muy en serio la teología, y a los teólogos. Las contribuciones de Ratzinger a la teología, y su conocimiento enciclopédico de la tradición teológica occidental, le habían granjeado fama de excelente teólogo en todos los sectores, tanto favorables a él como críticos. Designando prefecto de la Congregación de la Fe a un hombre de su talla intelectual, y no a un veterano de la curia, el Papa mostraba su empeño por patrocinar una verdadera renovación de la teología siguiendo las ideas del Concilio.
El nombramiento de Ratzinger también era señal de que el Papa quería que la Congregación mantuviera una relación de índole contemporánea con la comunidad teológica internacional. Por eso no designó a un medievalista, ni a un experto en patrística. Nombró a un teólogo que había mantenido una vinculación tan profunda como crítica con la filosofía contemporánea y la teología ecuménica.

El Papa respetaba el tomismo y a los tomistas, pero rompió con la tradición nombrando prefecto de la Congregación de la Fe a un no tomista, clara señal de que creía en la existencia de una pluralidad legítima de métodos teológicos en que esa pluralidad debía tenerse en cuenta en la formulación enseñanzas autorizadas.

DOS COLOSOS

La asociación de los dos personajes era interesante. El Papa era filósofo, el prefecto, teólogo. Juan Pablo era polaco, y Ratzinger alemán. Karol había contado entre los arquitectos intelectuales de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno. Una década después del Concilio Ratzinger no había escatimado críticas punzantes a la interpre­tación que recibía el documento. A lo largo de su pontificado, Juan Pablo haría frecuentes comentarios sobre el siglo XXI como posible prima­vera del evangelio, después del invierno del siglo XX. Durante el mismo período, el cardenal Ratzinger profundizaría en la visión de una Iglesia del futuro menor y más pura, una Iglesia que, sin volver a las catacumbas perdiera su antiguo estatus de fuerza dominante en la cultura occidental. El creía que Occidente y su humanismo habían iniciado un declive cultural irreversible. El papa, a su ve, consideraba factible una revitalización del humanismo.

DOS TALANTES DIFERENTES

En Wojtyla, carismático y pastoral, Ratzinger reconoció junto a su pasión por el hombre, la capacidad de desvelar la dimensión espiritual de la historia, dos rasgos que convertían a la proclamación del evangelio por la Iglesia en poderosa alternativa a los falsos humanismos de su tiempo. En el docto Ratzinger, más tímido, Wojtyla reconocía a un contemporáneo que lo superaba en dominio de la teología. Juntos formaban un tándem intelectual formidable. Cada semana tenían un encuentro semanal, en el que el cardenal a solas con el Papa, repasaba la labor de la congregación. Los martes, antes y durante el almuerzo, solían reunirse para estudiar los análisis intelectuales más profundos, casi siempre en compañía de otras personas, especialmente cuando había que estudiar alguna encíclica o algún otro documento del Pontífice nuevo, como una cuestión de bioética, la situación ecuménica, las diversas teologías de la liberación o los temas de los discursos de las audiencias semanales. En esas conversaciones, tan ca­racterísticas de su pontificado, Juan Pablo, de quien dice Ratzinger que le gusta tener un trabajo sostenido- dentro de una agenda de trabajo fragmentada, fue depurando las posteriores catequesis de la teología del cuerpo, y su catequesis de seis años sobre el Credo. Quiero terminar este capítulo reproduciendo unos párrafos del diálogo entre Angel Scola, profesor de la Universidad de Letrán, y el Cardenal De Lubac, ya fallecido que se publicó en la revista italiana 30 Giorni y reprodujo en un libro la BAC: 
Angel Scola, pregunta al Cardenal Henri de Lubac: Quisiera preguntarle por el modo con que el cardenal Ratzinger gobierna la Congregación para la doctrina de la fe. Dicta libros, convoca a los periodistas, celebra conferencias de prensa, habla ante la televisión, aparece fre­cuentemente en la primera página de los perió­dicos, y es el centro de encendidas polémicas. ¿Qué lazo de unión hay entre este modo de go­bernar y el modo tradicional, que se hundía en el misterio?
--Todo lo que acaba usted de enumerar –responde De Lubac - no son precisamente actos de gobierno. Pero me parece muy positivo que la persona que ejerce ese puesto rompa con algunos hábitos de silencio, que se les reprochaban a sus antecesores. El Doctor Ratzinger es profesionalmente un exce­lente teólogo. Los mejores doctorandos acudían a la Facultad de Regensburg (Ratisbona) para ponerse bajo su dirección. No tiene miedo de abordar públicamente ni los temas fundamentales, ni los pro­blemas de actualidad, y siempre con cariño, sencillez, mesura, gran respeto a las personas, y con una sonrisa. Sin embargo, su primera preo­cupación no es la de agradar; no elude su de­ber, aunque a veces resulte ingrato. Tiene muy presente la distinción que se da en su persona entre el teólogo privado y el jefe de la Congregación; tampoco olvida que uno de los fines esenciales de su propia Congregación es el de promover de manera positiva el estudio de la doctrina y aprovecha las ocasiones para cumplir personalmente esa función. Si se encuentra algunas veces en el centro de al­gunas polémicas, ciertamente no es por su gusto. La campaña difamatoria que observo, desencadenada contra él, es una impostura o, al menos en algún que otro caso, una deplorable ligereza.