Juan Pablo Magno, luchador de raza. (séptima parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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“TU ERES PEDRO” 

Quiso Bernini que en lo más alto de Basílica colosal quedaran grabadas en oro las palabras de Cristo a San Pedro cuyo fundamento real está en los cimientos de la Basílica. Cuando a la pregunta de Cristo a los discípulos “¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro contestó: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo", Jesús le hizo una promesa formal: "Dichoso, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre, que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" Mateo 16,13. Pedro= Petros= Quefá= Piedra= Roca. Había sido llamado el primero por Jesús. A Pedro y a sus sucesores les concede Jesús una misión única en la Iglesia. La Iglesia desde siempre ha tenido gran presencia de esta elección de Cristo a Pedro y sus sucesores han procurado siempre ser garantes de unidad y permanencia, aunque la historia tiene el deber de situarlos en su época y momento. Como la Iglesia es presentada bajo la imagen de un edificio o construcción, necesita cimiento, roca visible. El fundamento invisible es Cristo resucitado, "porque nadie puede poner otro fundamento que el que está ya puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3,11), pero el visible es la cátedra de Pedro. 

Estos cimientos son la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia en el tiempo y en las tormentas, que tiene que superar la barca de la Iglesia, la otra alegoría apropiada al pescador de Galilea, acostumbrado a capear temporales y superar borrascas embravecidas. El poder especial de Pedro se expresa en la metáfora de las llaves, que significan la autoridad sobre la Casa, y en el poder de atar y desatar, o permitir y prohibir, que significa el gobierno de la Iglesia como sociedad. Pero, como en el mundo el poder corrompe, Jesús quiere que "el mayor entre vosotros sea el último de todos y el servidor de todos" (Mt 23,11). 

¿ME AMAS MÁS QUE ÉSTOS?
Poder de Pedro, ejercido desde el amor: por eso Cristo pregunta a Pedro: "¿Me amas más que éstos?” (21,15). En la misa del inicio del Pontificado de Juan Pablo II fue proclamado en latín y en griego el texto de Juan 21, con el que Cristo encargaba a Pedro, “apacienta mis corderos”. Con el altar adornado con gladíolos rojos y blancos, colores nacionales de Polonia, rodeado de trescientos obispos y de ochocientos dignatarios de todo el plane­ta, representantes del mundo del poder, con su profundo sentido de la oportunidad, Juan Pablo contempló la enorme muchedumbre que guar­dó un silencio impresionante y comenzó con las palabras del hombre ante cuyo sepulcro había orado una hora antes: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16,16) y dijo: “Quien ocupa la silla de Pedro en la Iglesia, debe empezar así. La profesión de fe de Pedro nacía de una convicción vivida y experimentada con hondura, pero es algo más que un simple acto de voluntad. La fe es un don, y Cristo había llamado bienaventurado a Pedro “porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17). El sucesor de Pedro sólo podía inaugurar su cargo petrino en este día y en este lugar, con las mismas palabras: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.

Puesto que la Iglesia está inmersa en la historia en calidad de testigo de esa verdad, es importante entender que la profe­sión de Pedro no trata únicamente de Pedro y Jesús: es el punto de partida de la Iglesia, y en el acto de fe de Pedro la historia de la salvación toma una dimensión eclesial, una dimensión nueva. Las vicisitudes de la Iglesia, peregrina en la historia, son las de la propia humanidad. Cristo ha acercado a la humanidad al misterio del Dios vivo. Sólo puede hacerlo el Hijo de Dios, y lo ha hecho de una manera que nos permite reconocerlo como uno de nosotros. Cristo, el Hijo del Dios vivo, nos ha hablado de su Padre, pero también nos ha comunicado la verdad definitiva sobre nosotros mismos. Jesucristo es en sí la verdad sobre la condición humana. He ahí lo que debe decir la Iglesia al mundo, a los creyentes y los buscadores de la fe, a los escépticos y a los dubitativos. Tenía, pues, una petición: Por favor, escuchad una vez más... 

EL TEMOR DE LLEGAR A ROMA
El objetivo de la llegada de Pedro a Roma había sido dar testimonio de la verdad sobre Dios y sobre la humanidad. Quizá el pescador de Galilea no quisiera venir. Quizá hubiera preferido quedarse a orillas del lago de Genesareth, con su barca y sus redes. Pero, como era obediente, había venido y se había quedado hasta el martirio, plenitud del testimonio cristiano. Ahora había llegado a la ciudad un nuevo obis­po de Roma. Quizá él también hubiera preferido quedarse en otro lugar, pero ha venido a Roma lleno de temor, consciente de su poca valía, para dar el testimonio que se le pide. Ha venido a la ciudad de Pedro dispuesto a entregar su vida al servicio de la verdad, la de que los seres humanos, re­dimidos en Cristo, son mucho más grandes de lo que suponen. 

EL PODER DE LA IGLESIA ES EL TESTIMONIO DEL EVANGELIO
El nuevo obispo de Roma no va a ser coronado con la tiara papal, símbolo del poder temporal del Papa. En el momento actual, después del Concilio Vaticano II, la Iglesia no es una Iglesia de poder, sino de testimonio evangélico. La tiara, no obstante, po­día expresar algo más: la triple condición de Cristo como sacerdote, pro­feta y rey, condición que Él ha conferido a los integrantes de la Iglesia, Cuerpo de Cristo en el tiempo y la historia. Esa es la función del papado, y la de toda autoridad en el seno de la Iglesia: servir, servir con el único objetivo de garantizar que todo el Pueblo de Dios comparta la triple misión de Cristo, y permanezca siempre bajo el poder del Señor. 

El misterio de la cruz y la resurrección es el único poder que posee la Iglesia, el único que debe perseguir: el poder absoluto, y al mismo tiempo dulce y suave, del Señor, que responde a las profundidades de la perso­na humana, a sus aspiraciones de Ia mente, del corazón y de la voluntad. El lenguaje de la verdad, no el de la fuerza. Y Juan Pablo oró así: “Cristo, haz que me convierta en siervo de tu poder, y que siga siéndolo; siervo de ese poder para el que nunca atardece. Conviérteme en siervo; en siervo de tus siervos”. 

HE ROGADO POR TI
Cristo había rogado por Pedro: "He rogado por tí para que tu fe no desfallezca. Cuando te conviertas, confirma a tus hermanos" (Lc 22,33). Hoy –dice Navarro-Valls- no se contempla al Papa como un gran administrador de la Iglesia, sino como el primero de sus apóstoles. No quiere cargar al hombre con responsabilidades morales que no entiende, sino ayudarle a entender que la asunción de las responsabilidades morales al actuar es el único modo para llegar a ser lo que se es, es decir, persona humana.

CUESTION DE FE
Hay una parte de cristianos, incluso entre católicos que o no leyeron estas palabras solemnes de Cristo o las leyeron con superficialidad y desde luego con fe enfermiza, y ofrezco un botón de muestra que hemos podido leer en un rotativo prestigioso nacional: “Con la humildad de un médico católico jubilado, y por la tristeza que me han causado las afirmaciones vertidas por Hans Küng en una entrevista publicada, me atrevo a rebatirlas. Afirma que es necesario volver a abrir las puertas y ven­tanas de la Iglesia porque el aire es irrespirable. Creo sincera­mente que desde que Karol Wojtyla pronunciara en la bendición Urbi et Orbi “no tengáis miedo”, las puertas y ventanas de la Iglesia han estado más abiertas de par en par.

Afirma que la salud de la Iglesia es mala, está en crisis, pier­de más y más fieles, las mujeres y los niños se alejan cada vez más. Yo habría deseado que H. Küng hubiera presenciado el encuentro del Papa con los jóvenes en Cuatro Vientos o la Misa de canonización en la plaza de Colón de Madrid para que palpara el resurgir de la salud de la Iglesia.
Las afirmaciones de que Jesús no estaría a favor de las posi­ciones actuales de la Iglesia, que si hubiera un voto públi­co..., que “yo soy miembro de la oposición legal a Su Santidad” y que desearía que la Iglesia estuviera más abierta a los deseos y esperanzas de la gente de hoy, revela su deseo de suprimir la jerarquía, transformando a la Iglesia en una democracia más, lo que supondría ir contra el mismo comienzo de la Igle­sia, fundada por Jesucristo:”Tú eres Pedro...”. Finalmente, creo que las palabras de monseñor Rouco Varela “lo hemos visto perdonar y pedir perdón; proclamar la verdad a todos los vientos y sufrir en silencio las incomprensiones que conlleva el ejercicio del supremo ministerio”, hacen pen­sar que si Hans Küng, en un acto de humildad, bajara de su pedes­tal y olvidara su dolor por haber sido sancionado por la Santa Sede tras cuestio­nar la infalibilidad papal, no tendría que esperar una “cierta rehabilitación en el próximo papado” sino en éste, pues a pe­sar de la agonía que Küng achaca al Papa, estoy seguro de que podría más su generosidad”. Juan V. Bosch de la Peña. El Escorial (Madrid).

LA ORACION Y EL MANDATO DE CRISTO
He rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Pedro aún no le había negado. Pedro pecó. Fue un triple pecado de apostasía. Terrible, pero previsto por Cristo que le había también prometido la conversión: “Cuando te conviertas”. Y el mandato de Cristo: Confirma en la fe a tus hermanos. ¿Alguien se atreve a confirmar en la fe al Papa, que tiene el mandato y la asistencia de Cristo de confirmar a todos en la fe, incluso al atrevido convertidor?

Ni siquiera en la Edad de Hierro del siglo X, punto bajo de la civilización cuando Roma y el Papado eran moralmente poco ejemplares y cuando durante el Renacimiento con la sociedad paganizada algunos Papas en su conducta moral pagaron tributo a las costumbres de la época, aunque también exagerados sus deslices y muy calumniados, tuvieron descalabros en la fe. En el papado se suceden una serie de grandes pontífices, algunos, ambiciosos políticos, aunque muy cultos, desde Nicolás V a Pablo III. Nicolás V fue el fundador de la Biblioteca Vaticana. Pío II era un humanista que continuó la tarea iniciada por Nicolás V, de reconstruir y fortalecer Roma. Su pontificado se critica porque se preocupó de engrandecer a su familia, pero tuvo la grandeza de terminar la Bula “Excecrabilis” en la que retracta de sus propios errores de joven, escribiendo “Rechazad a Eneas, Se llamaba Eneas Silvio Piccolomini, aceptad a Pío”. Continuaron siguiendo los pasos de los pontífices poco ejemplares otros papas renacentistas, como Sixto IV, Alejandro VI de la familia de los Borgia, padre de César y Lucrecia Borgia y los papas Médici: León X y Clemente VII. Si Sixto IV trajo a Roma los más notables artistas de Italia: Boticelli, Perugino, Ghirlandaio, Signorelli, Pinturicchio e hizo florecer la cultura y las artes, en contrapartida, acentuó la relajación moral y política, que dio ocasión a las grandes crisis religiosas del siglo XVI y a las diversas invasiones de Roma, culminadas con su saqueo, pero no fallaron en la fe. Pero, a pesar de eso, en estos lamentables tiempos brilló el majestuoso ejemplo de San Ignacio prometiendo al Papa Paulo III en 1513, obediencia con su célebre y heroico cuarto voto, que ofrece un testimonio excelso de fe, a ser meditado hoy por todos los católicos. 

Había de ser un hijo de San Ignacio como el teólogo Rahner quien escribiera en nuestro tiempo esta lapidaria frase: Prefiero ser grano de trigo dentro de la Iglesia que árbol frondoso fuera de ella. Es verdad que el sucesor de Pedro es infalible en la fe, pero no en el gobierno, pero ¿quién duda de que la gracia de estado y la luz y el poder del Espíritu Santo ofrece unas garantías de que los demás carecen, aparte de que desde el vértice de la cumbre se ve con más claridad el horizonte?

ES PREMATURO ADELANTAR LA VALORACION DE LA HISTORIA 
Cuando los historiadores intenten una valoración del pontificado de Juan Pablo II, se verá cuál ha sido su gran proyecto. En definitiva, por un lado la recuperación fuerte de la especificidad católica, desde los grandes dogmas hasta las devociones de la religiosidad popular. Y por otro lado, la máxima apertura a los otros, sean quienes sean: desde las diversas confesiones y religiones, hasta las ideologías más laicas. Ha hecho un gran esfuerzo, no sólo para mantener unidas las dos "almas" de la Iglesia, sino también para superar las antinomias, para alcanzar una nueva síntesis católica que interactúe con la cultura exterior. Y para devolver los dos pulmones a Europa, el Este y el Oeste, con San Benito, ha hecho Patrón de Europa a los dos Santos eslavos, Cirilo y Metodio. 

Y a una judía convertida, carmelita, filósofa y canonizada por él, compatrona de Europa. Este proyecto habría sido impensable sin aquel Concilio en el que aquel joven obispo fue uno de los autores decisivos de la síntesis del Vaticano II, la "Gaudium et Spes". Ha conseguido clarificar la fe en la Iglesia, abrirse a mundos lejanos, América, India, el Pacífico; entrar en mundos cerrados, Cuba, el Islam, el judaísmo; establecer el diálogo con comunidades enfrentadas con Roma, como Rusia; la vuelta a los orígenes del monoteísmo en Occidente con la peregrinación al Sinaí; los encuentros de todas las religiones en Asís. Amigo de las nacionalidades a la vez que acusador de todos los nacio­nalismos y terrorismos. 

Se ha alejado de Roma, viaje tras viaje, queriendo ver el mundo con sus propios ojos, llegar hasta las tribus más alejadas, devolviendo con sus palabras y presencia la dignidad a todas las minorías. Ha sido ciudadano del mundo y no prisionero del Vaticano, hasta el punto de que la chispa humorística romana extendía este chiste: “¿En que se diferencia Dios de Juan Pablo II? – En que Dios está en todas partes y Juan Pablo ya estuvo” y le han llamado “Juan Pablo II extramuros”. 

ACTIVIDAD ASOMBROSA
Largo recorrido en viajes. Más de un millón de kilómetros, más de ocho vueltas al mundo y tres viajes y medio a la Luna. 14 Encíclicas escritas. 201 Cardenales nombrados. 1297 Beatos en los altares. 465 Santos. 102 viajes fuera de Italia 132 países visitados. 6066 Ciudades visitadas. Ha escrito más de 100 documentos entre encíclicas, exhortaciones, constituciones, cartas apostólicas, etc. En total 50 tomos con 80.000 páginas. Entre ellas se encuentran piedras angulares para las próximas décadas como el Catecismo de la Iglesia Católica o el Código de Derecho Canónico. Ha convocado 9 consistorios, 15 sínodos. Ha presidido más de 1000 audiencias generales a peregrinos en el Vaticano con la participación de más de 16 millones de fieles. Ha realizado 138 visitas pastorales a Italia y a más de 730 parroquias o instituciones de la ciudad de Roma. Y se ha entrevistado con innumerables políticos, diplomático y lideres religiosos.