Juan Pablo Magno, luchador de raza. (quinta parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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POLONIA Y SUS CIRCUNSTANCIAS

Somos hijos de una familia. Hemos crecido en un país con una cultura y un lenguaje. Nos hemos desarrollado arropados por unas amistades. Hemos seguido una vocación, tenemos unas aficiones, gozamos de unas convicciones religiosas, nuestras vidas tienen un humus en el cual han sido arraigadas y allí se han desarrollado. En definitiva nuestra personalidad es deudora de una familia, de una educación y fisonomía moral y física, cultura filosófica y lenguaje. Todo ello constituye los muchos rieles por los que discurren todas las personas. Pero la amplitud de los rieles difiere. Unas vidas transitan por vías estrechas; otras, por vías anchas. Karol Wojtyla ha caminado por unos rieles extraordinariamente amplios.

Para entender al Papa hay que asomarse a su interior. Para él, la esperanza de la perspectiva humana está arraigada en la fe, y ésta no es una opción religiosa en un supermerca­do de posibles verdades. Para él la verdad del mundo le ha cautivado desde joven y ha conformado su vida. Es la verdad de la que se ha querido rendir testimonio. El pertenece a tres historias: la de Polonia, la de la Iglesia y la de la humanidad. Ninguna de las tres se puede ya pensar sin él. No se puede poner en tela de juicio al Papa Juan Pablo II sin tener en cuenta la situación en gloria y en límites, que Polonia, la Iglesia y la humanidad ofrecen en un determinado momento de su Historia.

CAMINO DE CADA PERSONA

Cada hombre ha nacido para realizar una obra concreta y para hacerla bien hecha. Cada persona configura el cargo que ocupa a la vez que es el cargo el que configura a cada persona. El sentido profundamente providencialista de Juan Pablo II, siempre en las manos de Dios a través de María, nos permite pensar que es muy consciente de tener una misión para su país, apresado entre dos grandes potencias Alemania y Rusia, como un grano de trigo entre dos ruedas de molino. Una misión para el pueblo católico de Polonia, atenazado por el nazismo y el comunismo, negadores de la dignidad humana. Y una misión hacia la humanidad de encararla ante la su­prema posibilidad que el hombre tiene de abrirse a Dios, de reconocerse en el Verbo Encarnado y de realizar la existencia humana como la realizó Cristo.

AMBIVALENCIA EN POLONIA

La primera vista del Papa a Polonia fue premonitoria. Apoteósica y triunfal como de Domingo de Ramos, que precipitó la caída del dominó con pies de barro de la estatua de Nabucodonosor. Y a la vez la trama criminal del Viernes Santo. El año 1989 fue el final de una lucha colectiva, en la que él había sido uno de los protagonistas decisivos. La segunda visita a su pueblo le trajo una desilusión. La gloria de la liberación de un pueblo no lleva con­sigo la realización automática de la libertad.

La Polonia libre del comunismo eligió nueva forma de ciudadanía, en la que la fe católica ya no era necesaria como refugio político y tenía que ser fruto de una elección personal de naturaleza religiosa. Ahora era libre para ser católica y para dejar de serlo. La Ilus­tración, la Modernidad, la sociedad de mercado y el pluralis­mo democrático, no son por si mismos ni el demonio ni el paraíso. Una cosa es la libertad política, otra la libertad religiosa dentro de la comunidad política y otra la libertad interior del hom­bre creyente derivada del acto de fe. Las tres son separables pero no confundibles. Juan Pablo II se encontraba con una Polonia nueva, que desde su libertad no seguía lo que él hubiera deseado y por lo que había empeñado su vida. Esa es la gloria y la pasión de todo libertador. Esa misión liberadora que, como Moisés frente al Faraón, él se propuso llevar a cabo frente al comunismo, sin miedo a nadie y con la seguridad de ver al Invisible actuando en el tiempo, es la misma que ha prolongado en su pontificado.

LA ELECCION DE JUAN PABLO EN EL MOMENTO JUSTO

Juan Pablo II fue elegido en el justo momento de giro, en 1978, después de un posconcilio exultante y lleno de promesas, abiertas las ventanas para que entrara el aire de la primavera en la Iglesia. Mientras algunos reclamaban un Vaticano III, radical y revolucionario, otros acusaban al Vaticano II de haber desencuadernado los fundamentos de la fe. Hombres que habían sido decisivos en la preparación y realización del Concilio comen­zaron a comprobar que las cosas no caminaban como ellos habían previsto y esperado. Apareció la expresión “Crisis de fe”.

Sorprendentemente, justo al día siguiente de concluir el Concilio, el Papa Pablo VI declaró el año siguiente como “Año de la fe”. De Lubac, Jenin, Ratzinger y otros, no ocultaron su preocupación. Se escucharon fórmulas que a los españoles nos recordaban la frase de Ortega ante la República: “No es eso”. Juan Pablo II se había propuesto conseguir la regeneración frente a un cristianismo que comenzaba a perder la confianza en sus posibilidades intrínsecas; que se resignaba a que la fe quedara como mero factor de cultura, ético o estético, y a que la Iglesia se di­luyese en la sociedad sin su apor­tación específica de sal y ciudad puesta en lo alto. Ante la perplejidad y zozobra reinantes, Juan Pablo II quiso devolver al pueblo cristia­no sus certezas primordiales, la seguridad en su fe, la confianza en su capacidad de futuro y la inmediatez con Dios. El, hombre de ideas claras y fundamentales, hombre del pue­blo y de muchedumbres, quiso, no sólo convencer de la necesidad humana del Bien y de la Verdad, sino proponerlas con claridad y entusiasmo para enardecer al pueblo y hacerlo vibrar. Está convencido de que el pueblo vibra ante la belleza del Bien y de la Verdad presentados con vigor, convencimiento y entusiasmo. Tenía cualidades y carisma para hacerlo con su poder de convocatoria sin igual. Es un líder al compás de los tiempos.

OBJETIVOS A CONSEGUIR

Sus discursos y Encíclicas. Sus documentos todos, Exhortaciones Pastorales y Cartas, nos permiten deducir que sus objetivos primordiales han sido la defensa de la persona, incluso la no nacida, la florida de la juventud y la que se marchita en el ocaso cercana a la muerte; la libertad del hombre, oprimido por las causas que sean, tanto políticas como fundamentalismos y la verdad que funda al hombre y le libera de la mentira, le abre a Dios, a su misterio personal y al prójimo. Quiere que el hombre se identifique y se realice como ser moral. Ha repetido machaconamente que no todo poder político, científico o técnico tiene legitimidad moral. En cuanto a la Iglesia, se ha propuesto la clarificación en el campo de la fe; la apertura hacia mundos lejanos, como América, la India, el Pacífico; la entrada en mundos cerrados, como Cuba, el Islam, el judaísmo; el diálogo con regímenes o comunidades de fe enfrentadas tradicionalmente con Roma, como Rusia; el regreso a los orígenes comunes del monoteísmo en Occidente, la peregrinación proyectada y frustrada al Sinaí, la oración junto con las grandes religiones del mundo en Asís; la decisión de clarificar el ejercicio del propio pontificado, consciente de que es la máxima dificultad en el ecumenismo cristiano. Una persona no lo puede hacer todo ni todo al mis­mo tiempo: las certidumbres masivas y las matizaciones mi­noritarias, el apoyo a las instituciones tradicionales y la aprobación y cercanía a los nuevos grupos y movimientos nacientes. Todo papa es solidario del an­terior y queda remitido a su sucesor. Más allá de su figura de pontífice está su personal destino heroico, la certeza pública de su fe y la grandeza de su fidelidad, la fortaleza del herido y la firmeza del enfermo, que permanece fiel a su propósito hasta el final, porque, como Moi­sés, ve al Invisible y sabe que el Invisible lo ve (Heb 11,27).

INCOMPRENDIDO

La condición de polaco de Juan Pablo II ha sido una barrera para ser comprendido en Occidente, por el prejuicio muy arraigado a causa que la ignorancia histórica y geográfica, impide a muchos intelectuales y escritores occidentales imaginar a los polacos en la vanguardia de la vida intelectual y cultural mundial. A muchos el calificativo de intelectual polaco les parece contradictorio. Sin embargo Polonia gana a todos en heroísmo y en patriotismo. Además del exterminio de los judíos que fue obra de los nazis, Polonia sufrió una dictadura atea a la que se rebeló con bravura. Lo que allí hizo el marxismo no fue tan grave ni cruel como lo perpetrado en España y nosotros nos escondimos y sólo tuvimos fuerzas para someternos a los asesinatos criminales con la mansedumbre de las ovejas conducidas al matadero. Hay que contar con esa rebeldía de Wojtyla asimilada de sus compatriotas. Se da la paradoja de que Juan Pablo II resulta incómodo para conservadores, progresistas, marxistas, neoliberales, socialdemócratas, feministas, homosexuales... cuando él mismo es un rebelde y un inconformista, que adopta nuevas formas de ejercer el magisterio.

Aún es pronto para juzgarlo, pero sin él, el siglo XX será difícil de entender. Marcará historia, él mismo es una parte de esa historia. Su pontificado es uno de los más importantes de los últimos siglos para la Iglesia y para el mundo. El es tal vez el Papa de mayor trascendencia desde la Reforma y la Contrarreforma en el siglo XVI. Si aquel período definió las relaciones entre la Iglesia católica y el mundo moderno, el presente, con el Concilio Vaticano II y el pontificado de Juan Pablo II han marcado una serie de hitos que determinarán el curso del catolicismo mundial más allá del tercer milenio. También es increíble que siendo el Papa más visible de la historia, quizá sea también la figura menos comprendida, aunque para millones de personas, es la gran figura de nuestros tiempos, el defensor, la fuerza moral y el campeón de la causa de la libertad, que ha guiado a la humanidad a través del más sangriento de los siglos.