Juan Pablo Magno, luchador de raza. (cuarta parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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ES NOMBRADO OBISPO 


Parece que tienen prisa en hacerle obispo, dijo él, cuando, estando de excursión navegando con sus muchachos, le llamaron urgentemente desde el Arzobispado de Varsovia para notificarle que el Papa le había nombrado Obispo Auxiliar de Cracovia. Posteriormente, Pablo VI lo llamó al Vaticano, para dirigirle a él y a la Curia romana los Ejercicios. Les habló con claridad sobre el marxismo. Lo había vivido. Lo estaba viviendo. Libertad, derechos de la persona al ejercicio de su vida personal y colectiva. Libertad de los presos políticos, o fundamentalismos religiosos. Amor a la verdad que libera al hombre. El gobierno comunista apoyó su nombramiento de arzobispo de Cracovia y los comisarios que le promovieron con su beneplácito quedaron consternados porque se erigió en abogado implacable de los derechos religiosos y civiles de sus diocesanos. 

VIDA NORMAL Y SENCILLA
Ya cardenal a los cuarenta y siete años, no vivía como los altos prelados, sino que esquiaba, pasaba las vacaciones entre laicos y remaba en kayak. Mientras llevaba a cabo una de las más exhaustivas puestas en práctica del Vaticano II en el mundo, seguía siendo un intelectual activo, dirigía seminarios doctorales y presentaba documentos académicos en las conferencias internacionales. A los cincuenta y ocho años fue elegido obispo de Roma, el primer Papa no italiano después de 455 años y el primer Papa eslavo de la historia. Cuando visite Polonia, su patria, desencadenará la revolución de conciencia que colapsará el Imperio soviético en la Europa Central y del Este. Vigorizará de forma espectacular el estilo de ejercer el pontificado, peregrinando a todos los confines del globo, explotando los medios de comunicación modernos, y escribiendo un flujo interminable de documentos que inciden en todos los aspectos de la vida católica y de las más cruciales cuestiones del panorama mundial. Seguramente es todavía pronto para juzgarlo. Pero sin él, el siglo XX será difícil de entender. Marcará historia, él mismo es una parte de esa historia. 

HOMBRE DE ORACIÓN 
Nombrado obispo titular de Ombi y auxiliar del arzobispo Baziak y administrador apostólico de la archidiócesis de Cracovia, aceptó el nombramiento y acudió de inmediato al convento de las ursulinas, donde llamó a la puerta y preguntó si podía entrar a rezar. Le guiaron hasta la capilla y le dejaron a solas. Pasado cierto tiempo, las monjas empezaron a preocuparse y abrieron la puerta de la capilla para ver qué ocurría. Wojtyla estaba postrado en el suelo ante el sagrario. Atemorizadas, las hermanas se marcharon. Regresaron varias horas más tarde. El sacerdote desconocido continuaba postrado ante el Santísimo. Ya era tarde, y le dijeron: “Quizá el padre desearía venir a cenar...” Respondió: “Mi tren no sale hacia Cracovia hasta pasada la medianoche. Por favor, dejad que me quede aquí. Tengo un montón de cosas de que hablarle al Señor...”. Después de resolver sus asuntos con el Señor, Wojtyla se dirigiría a hablar de la cuestión con el arzobispo Baziak, quien esperaba que su nuevo auxiliar se quedase en la ciudad. Wojtyla le dijo al arzobispo que tenía que regresar al río Lyne a celebrar la misa del domingo para sus amigos. 

IMPRESIONA SU VIDA DE ORACION
Lo que más le impresiona de Juan Pablo II al arzobispo Giovanni Battista Re, uno de sus colaboradores más cercanos, es la intensidad de su oración, manifestación de una profunda y viva comunión con Dios. Como sustituto de la Secretaría de Estado, ha despachado diariamente con él y ha dicho: Este pastor profundamente humano, este intelectual de extraordinario vigor, este líder que arrastra a la juventud, es ante todo un hombre de oración. Es impresionante cómo se abandona: se nota un dejarse llevar que le es connatural, y que le absorbe como si no hubiera problemas y compromisos urgentes que le llaman a la vida activa. Su actitud en la oración es recogida y, a la vez, natural y desprendida: testimonio de una comunión con Dios intensamente arraigada en su alma; expresión de una oración convencida, saboreada, vivida. Por la mañana temprano está en la capilla, absorto en la meditación y en el diálogo con Dios, antes de comenzar la Misa. Durante el día, el paso de una ocupación a otra está marcado por una breve oración. Inicia cada página que escribe con caligrafía pequeña, sus homilías, discursos y documentos. Conmueve la facilidad, la espontaneidad y la prontitud con que pasa del contacto humano con la gente al recogimiento del coloquio con Dios. El Papa se prepara para los distintos encuentros que tendrá en el día o durante la semana rezando por ellos. 

MONSEÑOR INNOCENTI
Cuando el Papa llegó a Madrid en su primera visita a España, en 1982, el Nuncio apostólico, Monseñor Innocenti, se despertó muy pronto. Descendió a la planta baja a las 5.30 de la mañana, convencido de no encontrar a nadie, ya que el desayuno estaba previsto para las 6.30 y la salida del Papa de la Nunciatura a las 7. Recorrió las habitaciones para verificar que todo estuviera en orden, y empezó por la capilla. Se sorprendió al ver que la luz estaba encendida. Abrió la puerta y vio al Papa arrodillado ante una estación del Viacrucis. Era viernes y era un día con un programa que iba desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche, y el Papa a las 5.30 ya estaba en la capilla para hacer el Viacrucis. Antes de cualquier decisión importante, Juan Pablo II reza mucho. Puedo afirmar que las decisiones más importantes han sido maduradas durante semanas y semanas de oración. En su vida existe una admirable síntesis entre oración y acción. La fuente de la fecundidad de su actuación está precisamente en la oración. Este Papa tan dinámico y dedicado al servicio del hombre; este Papa que aparece también ante los ojos de quien no acoge el mensaje cristiano como defensor y heraldo de las aspiraciones del hombre; declara que tiene el compromiso prioritario de orar. El Papa ha cumplido ochenta y dos años: sus pasos parecen cansados, su rostro sufrido, pero esto agranda el valor de sus gestos. El Papa es cercano a cada hombre. Comprende los problemas, las dudas, la búsqueda de verdad y de libertad del corazón humano; los sufrimientos que afligen a sus semejantes los ha vivido y los vive en carne propia en una medida poco común. Y por eso tiene la capacidad de hablar al corazón de cada persona. 

Las primeras palabras que el Papa Wojtyla dijo ya revelaban algo de su personalidad, pero era difícil prever el huracán que traería. El hecho de que, tras cuatro siglos y medio, el Papa fuera elegido de fuera de Italia parecía un acontecimiento destinado a señalar el camino de la historia. En realidad en él se ha revelado una persona extraordinaria. En ningún Papa ha surgido el «carisma de masas» como en este Papa de las multitudes, que continúa fascinando aún hoy que camina y se mueve con dificultad. Lo que llama más la atención del Papa Wojtyla es la seguridad en el trato, en el discurso, en el gobierno de la Iglesia. Es un hombre de certezas, nacidas de una fe profunda. 

SU AMOR APASIONADO A CRISTO
Desde los primeros momentos de su pontificado, ha demostrado la inquebrantable firmeza de su fe, y un arrollador amor a Cristo. Desde la apasionada llamada lanzada en la Misa de inicio de su pontificado: «¡No tengáis miedo: abrid las puertas a Cristo!». En aquella conmovedora expresión ponía de manifiesto la línea inspiradora de su pontificado. El deseo y el deber, de dar a conocer a Cristo, el ansia apostólica que lo impulsaría por los caminos del mundo, para anunciar a todos que sólo en Dios, cercano en Cristo, la humanidad puede encontrar la verdadera salvación. Verdad que proclama con una fidelidad y un valor que ni siquiera las balas del 13 de mayo de 1981 consiguieron rozar. El Papa ve al hombre con los ojos de Cristo, lo ama con el corazón de Cristo, en quien está su redención y su plenitud. Fátima confirma el alcance profético del pontificado y su vínculo con los dramas del siglo, entre los que surge el trágico desafío lanzado a la Iglesia por el ateísmo. La connotación principal de su pontificado es específicamente religiosa. El móvil de todas sus iniciativas es doble: el amor a Cristo y el amor al hombre, en quien se refleja la imagen de Dios. Lo que movió al Papa a combatir el comunismo no fue de orden político, sino religioso y moral, porque se trataba de un sistema político que propugnaba el ateísmo, perseguía a la Iglesia y oprimía al hombre negándole la plena libertad. Karol Wojtyla tuvo en Cracovia la experiencia de todo lo que tenía el comunismo de inhumano y contrario a la religión. 

En estos años la historia del mundo ha cambiado también gracias a la palabra y a las peregrinaciones apostólicas de Wojtyla. Y su arrojo espiritual parece lejos de agotarse. El rasgo dominante en el Papa viajero es el carisma especial para este apostolado. Sabe hablar a cada pueblo de la manera apropiada, y obtiene una popularidad espontánea, porque en él no hay ruptura entre lo que piensa, lo que cree, lo que dice y lo que es. Esta limpia coherencia, este testimonio es precioso para los hombres de nuestro siglo, que tienen necesidad de testigos más que de maestros.

ES UN MISTICO
El misticismo de Karol Wojtyla constituye un factor a tener en cuenta. En su vida existe una dimensión en la que Dios es su solo compañero e interlocutor. Antes de la elección del papa Juan Pablo II, escribía yo que estaba deseando que nos presidiera un Papa que introdujera a toda la Iglesia en Ejercicios Espirituales; quería decir que nos dedicara a la oración. Juan Pablo II ha colmado mi deseo, comenzando por él mismo. Escribe el cardenal Suenens: «Ora hasta provocar envidia», decía de él Paul de Haes, uno de sus compañeros de estudio en Roma. De hecho se inclina y se pliega en dos. Al verle como postrado durante su acción de gracias en la Capilla Sixtina, creí que se sentía mal. Encarna la oración en todo su cuerpo, y en ese momento parece tener diez años más. Pero cuando se inclina y sonríe, rejuvenece de un extraño modo».

Esta dimensión del Pontífice no debe ser pospuesta al estudiar su persona y su acción. Es evidente que se trata de un excelso y polifacético superdotado, pero sus eminentes cualidades han sido abrillantadas y potenciadas por su carácter místico. De una manera semejante a Santa Teresa de Jesús, persona también soberanamente dotada, cuyas sobresalientes cualidades de todos conocidas, quedaron sublimadas por los dones místicos excepcionales con que fue enriquecida, al buen observador no se le ocultará que la dimensión mística, desconocida quizá hasta para él, ha elevado su vida y su actividad pasmosa a una altura inmensa e incomprensible. Se publicaron unas fotos suyas tomadas en la terraza del Vaticano sumergido en la oración de rodillas y con lágrimas copiosas que delatan un don de lágrimas, característica del místico habitual.

2.- EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA (Comentarios a la Suma de Santo Tomás) (2)
Por Jesús Martí Ballester
Bien expresó en su himno “Adoro te devote” el Santo Doctor Angélico su fe y su adoración: "Te adoro devotamente, oculta divinidad
Que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente... 
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces, 
sólo con el oído se llega a tener fe segura; 
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; 
nada más verdadero que esta palabra de verdad" (CIC 1381). 

En los relatos de la institución de la Eucaristía de Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 14 y 1 Cor 11, 23, aparece clara la verdad de la presencia real del Señor. Lo que el Señor da de comer es su cuerpo y lo que da de beber es su sangre. Pero esta realidad objetiva del cuerpo y de la sangre del Señor tiene un doble destinatario: el hombre, que come y bebe; y Dios, a quien se ofrece por nosotros. Este destino doble marca el doble carácter de la Eucaristía: es sacramento y es sacrificio. 

Es sacramento porque es un rito sensible ordenado a la colación de la gracia a los hombres. Es también sacrificio porque en él hay una víctima que se ofrece a Dios en holocausto. Estos tres dogmas principales, de la presencia real, del sacramento y del sacrificio, eran creídos por la Iglesia desde siempre, pero fueron reafirmados por el Concilio de Trento, con ocasión de los errores protestantes. 

Todo lo que Santo Tomás ha escrito en este tratado del sacramento de la Eucaristía se refiere a estas verdades. Se nos presenta la Eucaristía como manjar, porque se contiene bajo las especies de pan y vino; y como víctima, porque se hace presente por una consagración inmolaticia. El efecto del manjar eucarístico es la gracia cibativa. Los efectos de la víctima eucarística son el sacrificio, con sus valores latréutico, propiciatorio, eucarístico e impetratorio. 

Según santo Tomás hay sacrificio cuando las cosas ofrecidas a Dios son sometidas a una acción, como matar los animales, partir el pan, comerlo o bendecirlo, o quemar el incienso, por cuya acción, algo se hace sagrado. 

Cuando no se actua sobre lo ofrecido, no hay sacrificio sino oblación, de pan, incienso, flores o dinero, porque no hay acción sacrificial sobre lo ofrecido. 

CUATRO VALORES DEL SACRIFICIO EUCARÍSTICO
Todos los hombres deben rendir culto a Dios por ser quien es y porque dependen de El; esto lo consiguen mediante el valor latréutico del sacrificio. Le deben gratitud por lo que han recibido de Dios, que es todo. Esto se tributa con el valor eucarístico que hay en el acto sacrificial. El deber de tener propicio a Dios el hombre por sus pecados, recibe su cumplimiento por el valor propiciatorio. A la petición de lo que todo hombre necesita para alcanzar su fin, se ordena el valor impetratorio del sacrificio. Estos valores, aunque no son exclusivos del sacrificio y pueden darse y se dan en otros actos de culto, tienen su expresión más perfecta en el sacrificio.

La eucaristía no es sólo alimento destinado a los hombres, no es sólo sacramento. La cena del Señor, la fracción del pan que celebraban los primeros cristianos no era sólo un banquete, es sacrificio también y, como tal, tiene a Dios como destinatario. Y el sacrificio eucarístico aparece en la Revelación relacionado con el sacrificio de la cruz.: "Cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor" (1 Cor 11, 26). 

MEMORIAL DE LA PASION
El rito eucarístico es memorial de lo acaecido en el Calvario, que fué un verdadero sacrificio. Pero ese memorial no es un simple recuerdo, sino un rito en el que se contiene lo mismo que se contenía en la cruz: la misma víctima y el mismo sacerdote. Sólo es distinto el modo de la victimación; el de la cruz fue cruento, el de la eucaristía incruento. León XIII, en la Encíclica "Mirae caritatis", recoge la doctrina de la Suma cuando dice que "la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, nada es más grato ni más honroso para Dios que este augustísimo misterio en lo que tiene de sacrificio". 

"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Bien lo expresó en su himno el Santo Doctor Angélico: "Te adoro devotamente, oculta divinidad - Que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente... - La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces, - sólo con el oído se llega a tener fe segura; - Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; - nada más verdadero que esta palabra de verdad" (CIC 1381).

La teología de santa Teresa es sumamente eucarística. Ella recibió los carismas mayores en el santo sacrificio o en el momento de la comunión, como el matrimonio espiritual, cuando le administraba el sacramento san Juan de la Cruz. La presencia real del Señor, "debajo de aquel pan está tratable", la necesidad de su alimento, la profanación y supresión de los sagrarios por los herejes, y el sacrificio de la cruz, están patentes en sus libros: "En la Eucaristía se realiza ahora la Pasión verdaderamente".

SACRIFICIO DE ACCION DE GRACIAS 
"Romped el pan y dad gracias" (Didache 14,1). 
Sabemos que sólo podemos dar gracias a Dios en plenitud celebrando la eucaristía, que, esencialmente es acción de gracias celebrada amorosamente. Es un misterio más profundo e insondable que el corazón de nuestra vida que la acción de gracias a Dios no consiste en un grito de júbilo, ni en una exaltación del corazón, sino en el sacrificio de Jesús, la eucaristía. El sacrificio de la misa, es la acción religiosa de la Iglesia y el único acontecimiento misterioso, de valor infinito, y la acción más grande que el propio Dios ha puesto en nuestras manos. Sólo con ella podemos dar gracias a Dios debidamente por Cristo, con Cristo y en Cristo. Según la Mediator Dei, los elementos que integran el sacrificio son la ofrenda, el sacerdote, la acción sacrificial el fin y el sentido sacrificiales. 

LA OFRENDA Y EL SACERDOTE
La Ofrenda es "el divino Redentor, en su naturaleza humana y en la realidad de su cuerpo y de su sangre". En esa ofrenda hay que incluir también, como esencial, a la Iglesia cuerpo de Cristo y, a través de ella, al mundo entero. 

El sacerdote es Cristo que se ofreció en la cruz en sacrificio para siempre y que está sentado en el cielo como sumo sacerdote a la diestra del Padre para interceder por nosotros (Heb 7,24; 10,12; Rom 8,34; l Pe 3,22). Su sagrada persona está representada por su ministro, quien, en virtud de la consagración sacerdotal se asemeja al sumo sacerdote y tiene el poder de obrar con la fuerza y en persona del mismo Cristo (Enc.Mediator Dei, 2ª parte (2 Cor 5,20). Cristo se sirve del sacerdote, que se le entrega en obediencia y amor, y así la obra que el sacerdote cumple (palabras y acción) pertenece a la realidad terrestre que, por el mandato de Cristo y su cooperación, se convierte en signo eficaz y creador de realidad y este es el sentido de memoria. "Aquella inmolación incruenta con la cual, por las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en estado de víctima sobre el altar, la realiza el sacerdote en cuanto representa a la persona de Cristo, no en cuanto tiene la representación de todos los fieles... Si el sacerdote representa al pueblo es porque representa la persona de Cristo, Cabeza de todos los miembros por los cuales se ofrece; y se acerca al altar como ministro de Jesús, inferior a Cristo, pero superior al pueblo" (Belarmino). Encíclica Mediator Dei. 

FINES DEL SACRIFICIO
La acción sacrificial: Dice Trento que con el Sacramento de la misa se nos aplica la redención, no se opera. Acción hecha con cuatro fines: 

1º Glorificar al Padre, con Cristo, por Cristo y en Cristo con todos los santos y ángeles, y así termina el prefacio: Cantamos el himno de tu gloria diciendo sin cesar. Lo mismo decimos al final del canon de la misa, Por Cristo con Él y en Él a ti Dios Padre omnipotente todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos". 

2º Dar gracias a Dios; eucaristía significa acción de gracias, y así comienza el prefacio de la misa: Verdaderamente es digno y justo es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar…

3º Expiación, satisfacción y reconciliación de nuestros pecados, y "los de todo el mundo" (l Jn 2,2). "El sacrificio de la misa se ofrece como sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo" (Plegaria Eucarística cuarta). "Como Cristo en los días de su vida sobre la tierra, ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas a aquel que podía salvarle de la muerte, y fue oído en vista de su reverencia", así también se ofrece el sacrificio de la misa como un sacrificio de plegaria e impetración por los vivos y difuntos. 

ELEMENTOS DEL SACRIFICIO
En el sacrificio histórico de la cruz, como en el de la misa, hay que distinguir: 

a) la mactación o la muerte: el elemento esencial del sacrificio de la cruz fue la aceptación voluntaria de Cristo, por obediencia al Padre y por amor a los hombres, morir. 

b) los sufrimientos que preceden a la muerte y que la acompañan. Toda la vida de Cristo, desde el pesebre hasta la cruz, está encaminada al sacrificio. La vida entera del cristiano, enraizada en Cristo por el Bautismo, va a desembocar en la muerte, que es el signo del sacrificio de Cristo. Pero antes de la culminación del sacrificio Cristo ha sufrido padecimientos físicos y psíquicos, dolores y temor de la muerte que integran su viacrucis hasta su muerte. 

"Y hundido bajo el peso que le abruma
del fúnebre madero
anhela llegar antes al Calvario 
por antes inmolarse por su pueblo". 

SIGNOS SACRIFICIALES
En el sacrificio de la misa todo es signo sacrificial. En efecto, las especies consagradas son un signo objetivo que significa el cuerpo y la sangre sacrificados de Cristo. La ofrenda del sacrificio de la cruz está presente bajo las especies de pan y vino. El sacerdocio ministerial de Cristo ejerce su eficacia en el servicio del sacerdote. La vida, milicia, de los cristianos, los sufrimientos de los fieles que son su cuerpo, aunque entran en el mundo de la experiencia, constituyen el signo de los padecimientos de Cristo, del Señor ya glorificado. Así es como el sacrificio de la misa se convierte en "sacrificio de la Iglesia", de los cristianos, como afirmamos al invitar a los fieles a orar sobre las ofrendas: "En el momento de celebrar el sacrificio de la Iglesia". 
Y así es como el sacrificio de la de la misa actualiza en este mundo el sacrificio de la cruz. El consacrificar de la Iglesia en el sacrificio de la misa no sólo es de tipo personal-espiritual, sino que afecta a todos los hombres, como pecadores necesitados del sacrificio redentor de Cristo. 

"Ofreced vuestros cuerpos como hostia…" (Rm 12,1) "Cumplo en mi carne…" (Col 1,24). 

"El tiempo que perdí quiero ir llorando, 
no el vagar, que siempre he trabajado 
mas yerras en la vida, andando andando 
si sigues el camino equivocado. 

Quiero llorar la gracia en mí baldía
tras de vivir al manantial pegado; 
el agua que en mi huerto se perdía / y ver pudrir el fruto no logrado".

c) la inmolación como acto del yo divino-humano, expresado con las palabras: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42). Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc 23,46). 

d) "La conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el 
Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, en cuanto que por medio de señales diversas se significa y se muestra Jesucristo en estado de víctima" (Mediator Dei). Es discutible si las especies separadas son signo de la separación del cuerpo y de la sangre o de si solo el cáliz con la sangre, como señal del sacrificio sangriento que sella la alianza del NT es signo de la muerte. San Gregorio de Nacianzo, Ep. 17, habla de mactatio mystica en la que las palabras consecratorias inmolaticias serían instrumento de la inmolación. La inmolación como gesto sacrificial y acto íntimo y existencial de la persona, se dio en el sacrificio de la cruz en el acto personal del Dios-hombre en obediencia y en amor. 

La íntima actitud personal de sacrificio sigue siendo en Cristo, ahora en el cielo, donde ofrece al Padre su sacrificio por nosotros, como en la cruz; y en la eucaristía se hace realmente presente con el mismo Cristo, de modo que, en el sacrificio de la misa, podemos participar en el sacrificio de Cristo, como María, Juan, las santas mujeres y el centurión participaron en el de la cruz. Los cristianos, miembros del cuerpo de Cristo, deben participar en la actitud sacrificial en el sacrificio de la misa con la actitud sacrificial de Cristo en la cruz de sacrificar su yo divino-humano. 

Cristo creó y se adquirió la Iglesia con el sacrificio de la cruz. Los cristianos, como miembros de la Iglesia y de Cristo, alcanzan con su entrega al Padre en obediencia y en amor, la comunión íntima con Cristo, sacerdote y víctima y participación real-sacramental en su sacrificio, consiguiendo la redención merecida por el sacrificio de la cruz, que les convierte en Iglesia. El sacrificio de la misa significa un descenso de Cristo desde el cielo al altar y una ascensión de los miembros de Cristo hasta su Cabeza en el cielo, una liberación sacramental del pecado y una glorificación del hombre en Cristo y por la fuerza del Espíritu Santo, para gloria del Padre.