Juan Pablo Magno, luchador de raza. (16 parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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POR ENCIMA DE LA DIVERSIDAD DE CULTURAS


Donde sólo hay leyes biológicas la Iglesia insiste en que se debe respetar la estructura natural del acto sexual por ley moral se dice, lo cual es no entender la unidad de alma y cuerpo, olvidando que es en esta unidad donde la persona es sujeto de sus actos morales. Dividir alma y cuerpo es separar la naturaleza de la libertad. Como la ética tiene su origen en la naturaleza humana, incluye preceptos que obligan a todos y siempre. Pero a lo largo de la historia han existido diversas culturas. ¿Se puede mantener que unos mismos preceptos son válidos en todo contexto cultural? Aunque el hombre existe siempre en una cultura concreta, no se agota en esta misma cultura y el mismo progreso de las culturas demuestra que en el hombre hay algo que las trasciende, que es la naturaleza del hombre, y ella es la medida de la cultura y la condición para que el hombre no sea prisionero de ninguna de sus culturas, sino que defienda su dignidad personal de acuerdo con la verdad profunda de su ser. 

LA CONCIENCIA 

Según las teorías que proponen una interpretación creativa de la conciencia, ésta no puede limitarse a aplicar normas universales, que no recogen las particularidades de las distintas situaciones y personas. Por tanto, la conciencia estaría autorizada a salirse de la ley para justificar acciones que ésta prohíbe. El Papa explica que la conciencia es testigo de la cualidad moral de la persona y de sus actos; por eso pronuncia juicios de absolución y de condena, por lo mismo que reconoce el carácter universal de la ley. La conciencia es la norma de la moralidad personal, porque la autoridad de su voz y de sus juicios deriva de la verdad sobre el bien y sobre el mal moral, que debe escuchar y expresar. La posibilidad de errar muestra la necesidad de formar la conciencia, para que pueda estar en continua conversión a la verdad y al bien. Para juzgar con rectitud no basta conocer la ley de Dios: es indispensable una especie de connaturalidad entre el hombre y el verdadero bien, lo que se consigue mediante la virtud y la gracia. La Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de la conciencia. 

LA OPCIÓN FUNDAMENTAL 

Según ella la cualidad moral de la persona depende de la orientación general que ésta haya dado a su vida, por o contra el amor a Dios y al prójimo. Los actos concretos importan menos, y el pecado grave, que aparta de Dios, se da sólo en la opción fundamental de rechazar su amor. La encíclica señala que la doctrina cristiana reconoce la importancia de la opción fundamental que compromete la libertad ante Dios por la elección de la fe. Conserva plena validez la doctrina que distingue pecados graves y veniales. 

NO BASTA LA BUENA INTENCIÓN 

Examina el problema, clásico, de las fuentes de la moralidad, a propósito de la corriente actual llamada teleologismo, que pone la moralidad en la intención y olvida el objeto de la acción, valorando la intención según las consecuencias de la acción, el consecuencialismo, o según la proporción de sus efectos buenos o malos, proporcionalismo, mirando si se busca la mayor proporción posible de bien o el mal menor. Según esto no hay prohibiciones morales, que no admitan excepciones. Un acto que violara normas universales negativas podría ser admisible si el sujeto, con la intención puesta en los valores morales superiores, obrara según una ponderación responsable de los bienes implicados. A esto responde la encíclica que el obrar humano no puede ser valorado moralmente bueno sólo porque la intención del sujeto sea buena. La fuente primordial de la moralidad es otra. «La moralidad del acto humano depende sobre todo y fundamentalmente del objeto elegido racionalmente por la voluntad deliberada». Por tanto, hay actos intrínsecamente malos: lo son siempre y por sí mismos por su objeto, independientemente de las intenciones de quien actúa y de las circunstancias. Para tener buena intención es imprescindible querer el bien y evitar el mal, y algunos actos son en sí mismos malos. 

LA VERDADERA COMPRENSIÓN 

La encíclica destaca el valor insustituible del bien moral para la sociedad, y presenta la vida moral de un modo realista y alentador. El camino del bien aparece sembrado de dificultades, que es preciso afrontar con coraje. Sería ingenuo y dañino pensar que se presta un servicio al hombre aguando la moral: así se facilitaría la destrucción de la convivencia y los atentados a la dignidad humana. Es responsabilidad de los Pastores de la Iglesia recordar a los fieles las exigencias morales en toda su radicalidad y pureza, pues la gracia de Dios capacita para vivir de acuerdo con ellas. La fe tiene también un contenido moral: suscita y exige un compromiso coherente de vida. La verdadera comprensión y la genuina compasión son amor a la persona, a su verdadero bien, a su libertad auténtica; y no falsificar la medida del bien y del mal para adaptarla a las circunstancias. Frente al relativismo, sólo una moral que reconoce normas válidas siempre y para todos, sin ninguna excepción, puede garantizar el fundamento ético de la convivencia social. Es fácil comprender que lo contrario lleva a que se multipliquen los abusos, en perjuicio sobre todo de los más débiles, pues, una vez admitidas excepciones a la ley moral, más se exceptúa quien más puede. Por eso, el Papa -como hizo ya en Centesimus annus, advierte del peligro que representa la alianza entre democracia y relativismo ético, que puede terminar en un totalitarismo visible o encubierto. 

ASPIRAR A LO MEJOR 

En las circunstancias actuales, en que se da un «oscurecimiento del sentido moral», «la evangelización - la "nueva evangelización"- comporta también el anuncio y la propuesta moral». A este respecto, tienen una misión específica, junto a la propia de los Pastores, los teólogos moralistas. A éstos compete esclarecer cada vez más la doctrina moral y «dar, en el ejercicio de su ministerio, el ejemplo de un asentimiento leal, interno y externo, a la enseñanza del Magisterio». No es su función reinventar o cambiar la moral, ni ejercer el vedettismo: «El disenso, a base de contestaciones calculadas y de polémicas a través de los medios de comunicación social, es contrario a la comunión eclesial». Sin olvidar que el pueblo cristiano tiene derecho a recibir enseñanzas conformes con la fe. Es deber de los obispos vigilar para que se respete este derecho de los fieles, evitando la confusión. Así, les corresponde «reconocer, o retirar en casos de grave incoherencia, el apelativo de "católico" a escuelas, universidades o clínicas, relacionadas con la Iglesia. El ámbito espiritual de la esperanza siempre está abierto al hombre, con la ayuda de la gracia y con la colaboración de la libertad humana. La Iglesia confía en el hombre, en su capacidad para el bien, sin duda debilitada por el pecado, pero que la gracia restaura y potencia. Lo mejor siempre es posible. Ahora que en tantos lugares la corrupción rampante y la escalada del crimen como el reciente experimento de los científicos coreanos con el que llegaron a fabricar un embrión humano, la clonación terapéutica, modo eufemístico de realizar un asesinato, como lo hicieron ya en los lager nazis y en los gulags soviéticos, que es fabricar personas humanas, como se hacen los fármacos en cadena productiva, en envases comercializados y con una calculada fecha de caducidad, con la diferencia de que lo que se ofrece no es una pastilla, un jarabe o un sobre efervescente, sino una persona humana que, una vez construida, se usa parcialmente y... se tira lo demás. Una entrega más, de una larga saga, por la que el hombre que se posiciona con rivalidad descreída ante Dios, en el fondo, quiere jugar a serIo él, destronando al verdadero Dios. Cuando se suspirar por una renovación ética, el Papa recuerda que el ideal que propone la Iglesia es asequible. Puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de practicarse. Esto es falso, porque la moral consiste en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a Él, en dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia. 

EL ESTUDIO DE RATZINGER

Según el cardenal Ratzinger, tras la caída de las ideologías marxistas, no se ha redescubierto la ética, sino más bien su desprecio y el refugio en el pragmatismo. Los años 1968, con la revolución estudiantil, y 1989, con la caída del régimen soviético constituyen una clave para comprender lo que sucedió en las últimas décadas del siglo XX. El año 1968 está ligado al surgimiento de una nueva generación, que no sólo consideró inadecuada, llena de injusticia, de egoísmo y afán de posesión, la obra de reconstrucción tras la segunda guerra mundial, sino que concibió toda la evolución de la historia, comenzando por la época del triunfo del cristianismo, como un error y un fracaso. Queriendo mejorar la historia y crear un mundo de libertad, de igualdad y de justicia, estos jóvenes creyeron que habían encontrado el mejor camino en la gran corriente del pensamiento marxista. El año 1989 asistió al derrumbe de los regímenes socialistas en Europa, que dejaron tras de sí una triste huella de tierras y almas destruidas. La doctrina de salvación marxista, había nacido en sus numerosas versiones articuladas de diferentes maneras, como una visión única y científica del mundo, acompañada por una motivación ética y capaz de acompañar a la humanidad en el futuro. Así se explica su difícil adiós, incluso después del trauma de 1989. Basta pensar en lo discreta que ha sido la discusión sobre los horrores de los "gulags" comunistas, y en lo poco que se ha escuchado la voz de Solzjenitsin: de todo esto no se habla. El silencio ha sido impuesto por una especie de pudor. Incluso se menciona sólo de vez en cuando al sanguinario régimen de Pol Pot, de pasada. Pero ha quedado el desengaño, junto a una profunda confusión. Ya nadie cree hoy en las grandes promesas morales. El marxismo se había concebido en estos términos: una corriente que auspiciaba justicia para todos, la llegada de la paz, la abolición de las injustificadas relaciones de predominio del hombre sobre el hombre, etc... Para alcanzar estos nobles objetivos se pensó en que había que renunciar a los principios éticos y que se podía utilizar el terror como instrumento. En el momento en el que todos pudieron ver, aunque sólo fuera en su superficie, las ruinas provocadas en la humanidad por esta idea, la gente prefirió refugiarse en la vida pragmática y profesar públicamente el desprecio por la ética. ¿Dónde ha quedado, en todos estos años, la voz de la fe cristiana? La respuesta a la pregunta constituye el desafío cristiano del momento. 

¿POR QUÉ HE TITULADO JUAN PABLO MAGNO EN ESTA SERIE?

En la historia de los Papas nos encontramos, en el siglo V, dos con el título de “Magno”: San León Magno y San Gregorio Magno. En esta serie dedicada a rendir homenaje filial a Juan Pablo II, me he atrevido a calificar a este Papa gigantesco, con el mismo título, que espero le otorgará la historia. En el siglo V, sucedieron grandes acontecimientos en momentos muy conflictivos, cuando destacaban personajes como Recaredo, que abjuró el arrianismo convertido por San Leandro de Sevilla y San Remigio de Reims, que bautizó a Clodoveo. Leandro había coincidido en Constantinopla con el que llegaría a ser Gregorio Magno. Atila, rey de los Hunos, después de asolar Venecia y tomar Milán, llegó a Roma. León Magno le salió al encuentro y le impresionó tanto que le prometió abandonar la guerra y retirarse a la otra parte del Danubio, momento inmortalizado por Rafael. Si el pontificado de San León Magno, en la mitad del siglo V, se desarrolló durante un periodo histórico turbulento, cuando la Iglesia estaba acechada por la presión de los pueblos germánicos, en su mayoría paganos y por el peligro del cisma del monofisismo y tuvo una importancia decisiva en las definiciones del Concilio de Calcedonia en 451, que condenó la herejía monofisita y Gregorio Magno luchó con los lombardos asediantes y destructores, Juan Pablo II, ha iluminado la Verdad, atacada por los nuevos bárbaros que amenazan la civilización y son y han sido un conjunto de ideas cuyas consecuencias incluyen políticas bárbaras, humanismos erróneos que, en nombre de la humanidad y su destino, generan nuevas tiranías y provocan sufrimiento humano. El anhelo por alcanzar el absoluto parece ser una condición connatural al hombre. Sin embargo, cuando la verdad se fragmenta y una parte de ella se considera dogmáticamente como absoluta, el sufrimiento del mundo es dominado por un espectro demoníaco. Este espectro fue el que generó el sufrimiento en Auschwitz y el archipiélago de Gulag. El mismo que se da cuando el utilitarismo se convierte en la única medida de la vida humana. Contra los nuevos bárbaros desbocados que fragmentan la verdad, Karol Wojtyla ha predicado un riguroso humanismo cristiano a lo largo de más de cincuenta años de ministerio sacerdotal, diciéndole al hombre: eres mejor de lo que imaginas, mejor de lo que el mundo moderno te ha permitido imaginar. Manifestando la fe y no sólo afirmándola es posible transformar el mundo. Así es como Juan Pablo II ha ayudado a restaurar una imagen de Dios de la que proviene un humanismo digno del Creador. La natural dignidad de nuestro linaje consiste precisamente en que resplandezca en nosotros, como en un espejo, la hermosura de la bondad divina. A este fin, cada día nos auxilia la gracia del Salvador, de modo que lo perdido por el primer Adán sea reparado por el segundo. La causa de nuestra salud no es otra que la misericordia de Dios, a quien no amaríamos si antes Él no nos hubiera amado y con su luz de verdad no hubiera alumbrado nuestras tinieblas de ignorancia.