Juan Pablo Magno, luchador de raza. (16 parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Y TODO ACOMPAÑADO DE UN BUEN HUMOR ESLAVO


Los que no conozcan bien a Karol Wojtyla podrían tener una caricatura de su personalidad si lo pensaran siempre trascendente y, en frase de Unamuno, estupendo. La verdad es que toda su profundidad y sus intuiciones reales y de calado, se desarrollan en un clima de serenidad y alegría en el discurrir de su vida y actividad y para probarlo selecciono un ramillete de chispazos: Cuando era Cardenal de Cracovia preguntó a un grupo de jóvenes italianos: -¿Cuántos cardenales italianos saben esquiar?- En Polonia, el 50 % de los Cardenales polacos practican el esquí. Sólo había dos cardenales, Wiszinski y él, y el único que esquiaba era él. -En África Juan Pablo lo había pasado en grande, y la alegría espontánea de aquellos cristianos nuevos lo había conmovido y revigorizado. No dejó de burlarse de quienes se veían incapaces de seguir un ritmo tan brutal. En un momento dado saludó con la mano a un equipo de televisión alemán y preguntó: “¿Qué tal, chicos? ¿Seguís vivos?” -Y a los monseñores de la curia, exhaustos por la marcha y el calor, les dijo: “No os preocupéis, que este año, pasaremos la Navidad en la nieve, en una estación de esquí en los Abruzos en Terminillo”. Los prelados, acostumbrados al ritmo tradicional del Vaticano, no parecieron quedarse muy tranquilos. -La teología política del padre Juan Metz era controvertida, considerada como fuente de la teología de la liberación. Al final del seminario de humanidades en Castelgandolfo, creado por el Papa, a la hora de la foto de familia, Metz trataba de pasar inadvertido. El Papa se fijó en él y le dijo: “¡Usted, Metz, un poco más cerca del Papa!”, y todos se rieron, incluido Metz que obedeció. -Cuando dispone construir una piscina en Castelgandolfo, le dijeron: Santidad ¿y si los paparazzi sacan en las revistas al Papa en bañador? – “Cuando saquen 100 ya estarán satisfechos, ¿no cree? - Durante la segunda Cuaresma que predicó el padre Rainiero Cantalamesa a la Casa Pontificia, disertó sobre el tema del demonio. El Prefecto de la Casa Pontificia, que acompañaba al papa después de la predicación a sus apartamentos, le dijo: “Ahora, Santidad, sabemos que el predicador cree en la existencia del demonio; es una buena señal, piensa como el papa”. El papa le respondió: “La buena señal es que el papa piensa como el predicador”. En el mes de noviembre de 1793, cuando la República Francesa, en Notre-Dame de París fue entronizada la diosa Razón. Sobre una especie de montaña por la que descendían las leyes y los pensamientos inspirados en la proximidad del cielo, se había construido el templo de la filosofía donde aparecían las imágenes de los sabios fundadores de la nueva religión. Brillaba la antorcha de la Verdad entre dos filas de jovencitas vestidas de blanco y coronadas de hojas de encina, que esperaban la aparición de la diosa, que salió del templo de la Filosofía. Desde esta perspectiva racionalista, la Iglesia se convierte en una institución más, el papa es despojado del misterio en que se fundamenta su elección, origen de su autoridad y se pondrá en tela de juicio su magisterio, reducido a símbolo inoperante. Así se explica que centenares de teólogos racionalistas, servidores de la diosa Razón, reprocharán al papa excesos de poder y denigrarán su moral, que preferirían más acorde con el espíritu del siglo. –“Se preocupan por agradar al mundo”, dice el papa, mirando hacia la capilla donde reza a diario mucho rato; “yo tengo que preocuparme en primer lugar de agradar a Dios”, ha escrito André Frosard. -A los jóvenes en Cuatro Vientos: “¿Cuántos años tiene el Papa? –“¡Eres joven”!!, -gritan. “Un joven de 83 años”… A una señora polaca que, después del atentado le dijo: Santidad, estoy muy preocupada por Su Santidad, le respondió: “También yo, señora, estoy preocupado por mi santidad”. Había escrito también el mismo André Frosard: “Wojtyla al tomar el nombre de Juan Pablo II, se ha puesto a la sombra de sus dos predecesores, pero el sol no puede ponerse a la sombra”. El papa, entristecido, le dijo: -“¿Está usted seguro de que es necesaria esa comparación? ¿No puede usted encontrar otra cosa?”. -El mismo André Frosard refiere que Juan Pablo le contó un chiste: -El Papa está orando y le pregunta a Dios: “Señor, recobrará Polonia algún día la libertad?- “Sí- le responde Dios, pero no mientras tú vivas”. El Papa sigue preguntando: Señor, ¿después de mí habrá algún Papa polaco? – “No, mientras yo viva”, contesta Dios”.

SUS INTUICIONES CONFIRMADAS POR LA EXPERIENCIA

Todavía adolescente, pensaba que la crisis del mundo moderno era una crisis de ideas, de la idea del ser humano y de que la historia se escribe a partir de la cultura y de las ideas, porque las ideas entrañan consecuencias y, si son erróneas originan aspiraciones destructivas, aunque se disfracen de humanismo. Sus intuiciones tempranas sobre la raíz de la crisis de la edad moderna irán afinándose con la experiencia y enriquecerán su gobierno con una experiencia pastoral de enorme amplitud respecto a los problemas reales del mundo de hoy. En el campo filosófico y desde la Universidad Católica de Lublín, reconstruyó los cimientos intelectuales de la civilización moderna. A través de miles de horas en el confesionario, de cientos de seminarios, libros, clases y artículos, y a lo largo de un pontificado en que ha tratado los asuntos más importantes del panorama humano, su convicción fundamental ha permanecido constante: los horrores de la vida del siglo XX, nazis, comunistas, racistas, nacionalistas, consumistas, hedonistas y egocentristas, son producto de conceptos erróneos del ser humano, aunque la era moderna se enorgullezca de su humanismo y declare la libertad como su más noble aspiración. 

LA “VERITATIS SPLENDOR”, EJE DE SU FILOSOFIA HUMANISTA 

Juan Pablo II comparte este orgullo y esta aspiración, pero cree que ni el humanismo contemporáneo ni la libertad que persigue tienen cimientos seguros. Y las grietas en los cimientos son fatales, son asuntos de vida o muerte para millones de personas, porque un humanismo con una inadecuada interpretación de la libertad, se convierte en autodestructivo y antropófago, la libertad se convierte en libertinaje y la anarquía en una amenaza. La supremacía de raza de Hitler, la lucha de clases de Marx, la utopía de Lenin, la crueldad de Stalin, han producido una horrible montaña de asesinatos criminales acrecentada por las modernas tecnologías. ¿Y cómo ver la catástrofe a que el mundo está abocado motivado por el odio que engendra el terrorismo amenazador? ¿A dónde va a parar la humanidad cuando los inventos, fruto de de la propia creatividad, amenazan la existencia del proyecto humano? Ahondando en el problema se forjaron en Juan Pablo sus convicciones de que la persona es un ser moral en sí mismo y la moralidad no es un fruto añadido de una cultura y condicionado por la historia y estudiado por la moral de situación, sino que el ser humano es un agente moral, lo que significa que vivimos en un universo humano cuya estructura es dramática, porque aboca al hombre al gran drama de luchar para transformar la persona que es en la que debe ser. Lucha que es enfrentarse a la realidad del mal, en crímenes colectivos como el Holocausto, los Gulag y los Pol-Pot, en la explotación del ser humano, económica, política o sexualmente y en la vida de cada día. El mal no tiene la última palabra, porque en el centro del drama humano está Cristo, cuya participación en la condición humana y victoria sobre la muerte, significan que la lucha no es ni una vana ilusión ni una fantasía ante el temor de la oscuridad moderna. La esperanza en Cristo es la verdad de nuestro mundo y la exclusión de Cristo es un atentado contra el hombre. 

IDEAS CLAVE DE LA ENCÍCLICA “VERITATIS SPLENDOR”

La humanidad para ser libre tiene que respetar la verdad sobre el hombre. Los mandamientos de la ley de Dios no son un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino una senda hacia la altura de la perfección. La adquisición de la cultura moderna debe basarse en el sentido profundo de la dignidad de la persona y del respeto a la conciencia, que no justifican una concepción subjetiva del juicio moral. El hombre es libre, pero sólo Dios tiene poder de decidir sobre el bien y el mal. Las normas éticas derivan de la naturaleza humana e incluyen preceptos que obligan a todos y siempre, pues la naturaleza humana trasciende la diversidad de las culturas. Como la conciencia puede errar, nunca es aceptable confundir un error subjetivo sobre el bien moral con la verdad objetiva. Los pronunciamientos de la Iglesia sobre cuestiones morales no menoscaban la libertad de conciencia, porque esa libertad no es nunca con respecto a la verdad sino sólo en la verdad. Es importante la opción fundamental de orientar la vida hacia Dios. Pero, aunque no haya un rechazo explícito de Dios, la trasgresión voluntaria de la ley moral en materia grave es pecado grave. Cuando los actos son intrínsecamente malos, la intención buena o determinadas circunstancias pueden atenuar su malicia, pero no suprimirla. Es ingenuo pensar que se presta un servicio al hombre deslavazando la moral, pues la comprensión exige amor al bien verdadero de la persona y a su auténtica libertad. La alianza entre democracia y relativismo ético priva a la convivencia de referencias morales seguras. Los teólogos moralistas, que aceptan la función de enseñar la doctrina de la Iglesia, deben dar ejemplo de asentimiento al Magisterio. Los Obispos deben exigir que se respete el derecho de los fieles a recibir la doctrina católica en su pureza e integridad.

SIN LEY NATURAL NO HAY FUNDAMENTO ÉTICO COMÚN 

En estos momentos falta un fundamento ético en la humanidad por el rechazo de la ley natural, que no se puede justificar por la diferente creencia o cultura ni por el consenso de las mayorías. Como consecuencia de la crisis de la metafísica, en muchos ambientes no se acepta que hay una verdad grabada en el corazón de todo ser humano. Es pernicioso difundir entre los creyentes una moral de carácter fideísta. “Falta una referencia objetiva para las legislaciones que se basan solamente en el consenso social, haciendo cada vez más difícil el que se pueda llegar a un fundamento ético común a toda la humanidad. Para redescubrir la idea de la ley moral natural, este Papa ha escrito dos encíclicas, la “Veritatis splendor” en 1993 y la “Fides et ratio” en 1998. Por desgracia, no parece que estas enseñanzas hayan sido recibidas hasta ahora en la medida deseada y este problema complejo debe ser profundizado ulteriormente”, ha dicho Juan Pablo II en reciente discurso. 

FUNDAMENTOS DE LA MORAL

En la encíclica Veritatis splendor, Juan Pablo II explica detenidamente los fundamentos de la moral teniendo en cuenta la situación cultural y social actual. La encíclica es una luminosa enseñanza sobre la libertad, de la que ha dicho que si él hubiera de escoger una frase del Evangelio, se quedaría con ésta: "La verdad os hará libres". La encíclica, dice, quiere recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas. El peligro viene de tendencias influidas por corrientes de pensamiento que desvinculan la libertad humana de su relación con la verdad, origen de varios errores: la negación de la doctrina sobre la ley natural; el rechazo de ciertas enseñanzas morales de la Iglesia; la duda de la validez de los Mandamientos en toda circunstancia y el nexo entre fe y moral, como si sólo la primera definiera la pertenencia a la Iglesia, y no las cuestiones sobre la conducta, que pertenecerían al juicio de la conciencia individual. 

UNA MORAL ALENTADORA 

En una penetrante meditación sobre el diálogo entre Jesús y el joven rico (Mt 19, 16), que siempre se citaba para argumentar sobre la vocación religiosa: “¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?”, subraya el Papa, no se refiere tanto a las reglas que hay que observar, cuanto a la aspiración central de toda decisión y de toda acción humana. La pregunta es un eco de la llamada de Dios, Bien absoluto, que nos atrae hacia Sí. De esta perspectiva se ha de partir para renovar la teología moral, como quiso el Concilio Vaticano II, de manera que su exposición ponga de relieve la altísima vocación que los fieles han recibido de Cristo, corrigiendo la ley de mínimos y la casuística de los últimos siglos, derivada de los nominalistas del XIV, acrecentada con la Ilustración y contaminada por el jansenismo, que partían del Antiguo Testamento y del Decálogo, marginando la gracia de Cristo. Se había atenuado la conexión entre la teología moral y la dogmática y espiritual, como si pensar en vida moral fuera algo distinto de la vida de gracia vivida en Jesucristo. El principal punto de referencia de la teología moral preconciliar eran los Diez Mandamientos, no el Sermón de la Montaña, y era importante insistir en que los mandatos debían entenderse en un contexto claramente cristiano. Las Bienaventuranzas y los Diez Mandamientos debían ir juntos. La vida moral debía ser concebida otra vez como un crecimiento en la alegría de la virtud para preparamos a alcanzar nuestro destino: la vida eterna en la luz y el amor de la Santísima Trinidad. La Gracia, la oración y la iluminación del alma por el Espíritu Santo eran minimizadas. La llamada del Concilio al desarrollo de la teología moral estaba justificada. La controversia que siguió al Vaticano II tenía que ver con este desarrollo y su relación con las fuentes de la moral católica de la Biblia, los primeros Padres de la Iglesia y santo Tomás de Aquino. La Ley, según Pablo a los Gálatas, cumplió el oficio de pedagogo que anuncia y denuncia el pecado, pero es la gracia de Cristo la que lo destruye. Juan Pablo II, siguiendo el apunte no desarrollado del Concilio, presenta el fundamento de la moral cristiana en su horizonte amplio y atractivo, con una exposición positiva, lejos de todo legalismo o rigorismo, de visiones estrechas y casuísticas extenuantes. Al hilo del pasaje evangélico, muestra que la vida moral es el crecimiento del hombre en la libertad, lo que supone una verdadera revolución equiparable a la conseguida por Santo Tomás en el siglo XIII en que, bautizando a Aristóteles, dio un viraje a la formulación de la teología, que influye hasta hoy. También este nuevo rumbo iniciado por Juan Pablo II, influirá positivamente en los siglos venideros.

LAS EXIGENCIAS DEL AMOR 

La vida moral es la respuesta a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del hombre. Es una respuesta de amor. Por eso, reconocer al Señor como Dios es el núcleo fundamental, el corazón de la Ley, del que derivan y al que se ordenan los preceptos particulares. Los preceptos del Decálogo constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad. No son imposiciones externas a la persona, pues Jesús eleva los mandamientos de Dios, interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo brota de un corazón que ama y que, porque ama, está dispuesto a las mayores exigencias. Los mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior es el amor. Jesús indica el itinerario que comienza con el respeto de los mandamientos y culmina en su invitación al joven: “Si quieres ser perfecto... ven y sígueme”. Seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana. Esta configuración con Cristo no es posible para el hombre con sus solas fuerzas, sino que es fruto de la gracia. En este juego de la llamada de Dios y la respuesta humana se manifiesta la dinámica particular del crecimiento de la libertad hacia su madurez. 

LA LIBERTAD RECLAMA LA VERDAD 

El sentido más profundo de la dignidad de la persona y de su unicidad, y el respeto debido a la conciencia, es una adquisición positiva de la cultura moderna. Pero estas conquistas quedan, en algunas corrientes del pensamiento de hoy, desvirtuadas por varias desviaciones: Se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto, que sería la fuente de los valores; se ha atribuido a la conciencia individual la prerrogativa de una instancia suprema del juicio moral, hasta llegar a una concepción radicalmente subjetiva del juicio moral. Tales errores están estrechamente relacionados con la crisis en torno a la verdad, que lleva a una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, distinta de la verdad de los demás. Esta crisis explica la paradoja de que nuestro tiempo, en que tanto se ha exaltado la libertad, sea a la vez la época de los determinismos de toda clase y exagerando los condicionamientos históricos, sociales, sicológicos, biológicos. 

LA JUSTA AUTONOMIA DEL HOMBRE 


Algunas tendencias de la teología moral, influidas por esas corrientes de pensamiento, coinciden en debilitar o negar la dependencia de la libertad de la verdad. El Papa aclara la relación entre la libertad y la ley. Ciertas corrientes teológicas plantean un pretendido conflicto entre la libertad y la ley, porque piensan que el sometimiento a normas no creadas por el hombre, como la ley natural de que habla la Iglesia, sería incompatible con su dignidad. El Papa reconoce una justa autonomía del hombre, pero sólo Dios tiene poder de decidir sobre el bien y el mal, lo que no es arbitrariedad, porque Dios, que sólo Él es bueno, conoce perfectamente lo que es bueno para el hombre y en virtud de su mismo amor se lo propone en los mandamientos. La ley natural no manda sino el bien del hombre, pero él es libre con autonomía propia, que aunque no le capacita para crear los valores y las normas morales, es sujeto de la vida moral que exige su propia creatividad, origen y causa de sus actos deliberados.