Juan Pablo Magno, luchador de raza. (13 parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

SU ORDENACION SACERDOTAL. 


El 1 de noviembre de 1946 fue ordenado sacerdote en Cracovia pensando en toda la realidad del ministerio sacerdotal acogiendo en la propia vida la cruz de Jesucristo. Celebró su primera Misa, que fueron tres por ser el Día de Difuntos, en la catedral de Wawell, que llegaría a ser su Catedral Episcopal, acompañado como presbítero asistente por el Padre Figlewicz, que murió siendo ya obispo. Y participando Malinski, el profeta de su elección como Papa y compañero suyo en su discipulado de Tyranonowski, gravemente enfermo. Karol Wojtyla, hombre que rebosa gratitud, esa virtud tan desconocida por el género humano, desea que Dios le recompense a todos el bien que de ellos recibió. Así lo escribe en “Don y Misterio”. 

OTRAS DEUDAS RECONOCIDAS, RECORDADAS Y AGRADECIDAS
Su devoción a la Virgen, que está en los orígenes de su vocación al sacerdocio, vienen desde si niñez y adolescencia con los Carmelitas de Wadowice“ y su juventud con la lectura en la fábrica de sosa de Solvay de San Grignon de Monfort: “Me ayudó el libro de San Luis María Grignion de Montfort "Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen''. María nos acerca a Cristo, con tal de que se viva su misterio en Cristo. El autor es un teólogo notable. Su pensamiento mariológico está basado en el Misterio trinitario y en la verdad de la Encarnación del Verbo. Ese es el origen del Totus Tuus, que deriva de Grignion de Montfort”.

SAN JUAN MARÍA VIANNEY Y SAN JUAN DE LA CRUZ
Desde Roma visitó Ars con gran devoción. Escuchemos cómo nos relata su emoción y el influjo de San Vianney, como en nosotros, que lo leímos cuando seminaristas por aquellos mismos años: “Con gran emoción visité la vieja iglesita de Ars, donde San Juan Vianney confesaba, enseñaba el catecismo y predicaba sus homilías. Desde los años del seminario había quedado impresionado por la figura del Cura de Ars, por la lectura de su biografía escrita por Mons. Trochu. San Juan Vianney sorprende porque en él se manifiesta el poder de la gracia que actúa en la pobreza de los medios humanos. Me impresionaba profundamente su heroico servicio en el confesionario. Confesando más de diez horas al día, comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horas, había logrado, en un difícil período histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia y fuera de ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su confesionario. En medio del laicismo y del anticlericalismo del siglo XIX, su testimonio constituye un acontecimiento revolucionario. Con su figura llegué a la convicción de que el sacerdote realiza una parte esencial de su misión en el confesionario. He procurado mantener siempre el vínculo con el confesionario tanto durante los trabajos científicos en Cracovia, como ahora en Roma, aunque sea de modo casi simbólico, volviendo cada año al confesionario el Viernes Santo en la Basílica de San Pedro.

Al sastre Kalinovsky le tributa también su recuerdo por haberlo iniciado en la lectura de San Juan de la Cruz, que leyó exhaustivamente, le enamoró para siempre y estudió profundamente, hasta el punto de dedicarle su tesis doctoral en el Angelicum, bajo la dirección del Padre Garrigou-Lagrange, en julio de 1948. 

DE ROMA A POLONIA. CURA PASTORAL
“Después me puse en camino de regreso a Polonia. En los dos años de permanencia en la Ciudad Eterna había "aprendido" intensamente Roma: la Roma de las catacumbas, la Roma de los mártires, la Roma de Pedro y Pablo, la Roma de los confesores. Vuelvo a menudo a aquellos años con la memoria llena de emoción. Al regresar llevaba conmigo no sólo un mayor bagaje de cultura teológica, sino también. la consolidación de mi sacerdocio y la profundización de mi visión de la Iglesia. Aquel período de intenso estudio junto a las Tumbas de los Apóstoles me había dado tanto desde todos los puntos de vista. Gracias a Roma mi sacerdocio se había enriquecido con una dimensión europea y universal. Regresaba de Roma a Cracovia con el sentido de la universalidad de la misión sacerdotal, que sería magistralmente expresado por el Concilio Vaticano II, sobre todo en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium”. 

Ocurre a veces. Unas, para adiestrar al llamado a otras tareas más conformes con su preparación, otras por la malevolencia humana y otras por la urgencia de la necesidad, o por las trazas de la Divina Providencia que trastueca los planes de los hombres cambiando su destino. “Apenas llegado a Cracovia, encontré en la Curia Metropolitana el primer destino. El arzobispo entonces en Roma, me había dejado por escrito su decisión. Vicario de Niegowiic“. Acepté el cargo con alegría. Fui desde Cracovia a Gdow en autobús, desde allí un campesino me llevó en carreta a la campiña de Marszowice y después caminé a pie por un atajo a través de los campos. Divisaba a lo lejos la iglesia de Niegowic. Era el tiempo de la cosecha. Caminaba entre los campos de trigo con las mieses en parte ya cosechadas, en parte aún ondeando al viento. Cuando llegué finalmente al territorio de la parroquia de Niegowic, me arrodillé y besé la tierra, gesto aprendido de San Juan María Viarmey. En la iglesia me detuve ante el Santísimo Sacramento; despues me presenté al párroco, Mons. Kazimierz Buzala, quien me acogió muy cordialmente y después de un breve coloquio me mostró la habitación del vicario. Allí estuvo un año y ejerciendo de vicario y profesor de religión de cinco escuelas en las campiñas pertenecientes a la parroquia, adonde me Ilevaban en un pequeño carro o en la calesa. Recuerdo la cordialidad de los maestros y de los feligreses. A veces vuelvo con el pensamiento al recogido silencio que reinaba en las clases, cuando, durante la cuaresma, hablaba de la pasión del Señor. La parroquia se preparaba para la celebración del quincuagésimo aniversario de la Ordenación sacerdotal del párroco. Los feligreses decidieron que el regalo más hermoso para el homenajeado sería la construcción de un nuevo templo”. 

EN SAN FLORIÁN DE CRACOVIA 
Al año siguiente “fui destinado a la parroquia de San Florián de Cracovia. El párroco, Mons. Tadeusz Kurowski, me encargó la catequesis en los cursos superiores del instituto y la acción pastoral entre los estudiantes universitarios. Comencé allí las conferencias para la juventud universitaria; las tenía todos los jueves y trataban de los problemas fundamentales sobre la existencia de Dios y la espiritualidad del alma humana, temas de impacto en el contexto del ateísmo militante, propio del régimen comunista”. 

A los dos años el Arzobispo Eugeniusz Baziak, sucesor del Cardenal Sapieha, le orientó hacia la labor científica, “lo que supuso una reducción del trabajo pastoral, tan querido por mí. Me costó, pero me preocupé de que la dedicación al estudio científico de la teología y de la filosofía no me indujera a "olvidarme'' de ser sacerdote; más bien debía ayudarme a serlo cada vez más. En este testimonio jubilar tengo que expresar mi gratitud a toda la Iglesia polaca, en cuyo seno nació y maduró mi sacerdocio. Entre los obispos del período bélico he de mencionar la figura inquebrantable del Príncipe Metropolitano de Cracovia, Adam Stefan Sapieha, y entre los del período de la posguerra, la figura del siervo de Dios Cardenal Stefan Wyszynski. Es una Iglesia que ha defendido al hombre, su dignidad y sus derechos fundamentales, una Iglesia que ha luchado valientemente por el derecho de los fieles a profesar su fe. 

He podido conocer desde dentro, los dos sistemas totalitarios que han marcado trágicamente nuestro siglo: el nazismo, con los horrores de la guerra y de los campos de concentración, y el comunismo, con su régimen de opresión y de terror. Es fácil comprender mi sensibilidad por la dignidad de toda persona humana y por el respeto de sus derechos, empezando por el derecho a la vida. Es una sensibilidad que se formó en los primeros años de sacerdocio y se ha afianzado con el tiempo. Y mi preocupación por la familia y por la juventud: todo esto ha crecido en mí de forma orgánica gracias a aquellas dramáticas experiencias”.

RECUERDA SU IGLESIA DE CARCOVIA
“De la Iglesia de Cracovia, de la que he sido miembro como sacerdote y después cabeza como Arzobispo, me vienen a la memoria tantas figuras eminentes de párrocos y vicarios, que sería demasiado largo mencionarlos a todos uno a uno. A muchos de ellos me unían y me unen vínculos de sincera amistad. Los ejemplos de su santidad y de su celo pastoral han sido para mí de gran edificación. Indudablemente han tenido una influencia profunda sobre mi sacerdocio. De ellos he aprendido qué quiere decir en concreto ser pastor. Estoy profundamente convencido del papel decisivo que el presbiterio diocesano tiene en la vida personal de todo sacerdote. La comunidad de sacerdotes, basada en una verdadera fraternidad sacramental, constituye un ambiente de primera importancia para la formación espiritual y pastoral. El sacerdote, por principio, no puede prescindir de la misma. Le ayuda a crecer en la santidad y constituye un apoyo seguro en las dificultades. ¿Cómo no expresar, con ocasión de mi jubileo de oro, mi gratitud a los sacerdotes de la Archidiócesis de Cracovia por su contribución a mi sacerdocio?”.

LOS LAICOS 
El sacerdote conoce la vida por los libros y las revistas. El laico por la vida misma. De aquí saco una conclusión: El intercambio entre sacerdotes y laicos, cristianos o no, creyentes o no, es muy enriquecedor. Aunque mi actividad sacerdotal no se ha desarrollado en sectores selectos, siempre cultivé la amistad entre los seglares. Nunca viví en un gheto. Se que esto llamaba la atención entre mis compañeros sacerdotes y algunos hacían comentarios como éste: Sabe hacerse ayudar por los seglares. Sin contar el enriquecimiento que esto reporta a la Iglesia, a la comunidad, por el trabajo multiplicado, su contacto te da perspectivas, te hace brotar iniciativas, te suscita ideas y hasta estímulos. Pues siempre del contacto, del diálogo, brotan ideas y enfoques, que hacen más real la predicación o los escritos. De todo esto se deduce, que los laicos tienen un importante quehacer necesario en la Comunidad y no sólo pasando la bandeja de la colecta, ni encendiendo las velas del altar. Hay que calar más hondo y ensanchar el campo. Y resumiendo: practicando el arte mayéutico: ayudar a suscitar energías nuevas, ideas audaces, iniciativas realistas "pegadas a la tierra". Debe de haber terminado ya para siempre la época clericalista. Todos redimidos por Cristo, y no sólo los curas, y todos redentores con Cristo, y no sólo los Obispos. Y cuando estos unos y otros se rezagan, los laicos auparles y empujarles y estimularles. En mis años jóvenes de párroco y de incipiente fundador, alguna persona me decía: 

--¡Cuánto tiempo le robamos! 

--Me dais vida, añadía, si no hubiera sido por vosotros yo me habría asfixiado. 

Así lo confirma Juan Pablo II: “Estos días pienso también en todos los laicos que el Señor me ha hecho encontrar en mi misión de sacerdote y de obispo. Han sido para mí un don singular, por el cual no ceso de dar gracias a la Providencia. En cierto modo me han indicado el camino, ayudándome a comprender mejor mi ministerio y a vivirlo en plenitud. Ciertamente, de los frecuentes contactos con los laicos siempre he sacado mucho provecho. Entre ellos había simples obreros, hombres dedicados a la cultura y al arte, grandes científicos. De estos encuentros han nacido cordiales amistades, muchas de las cuales perduran aún. Gracias a ellos mi acción pastoral se ha multiplicado, superando barreras y penetrando en ambientes que de otro modo hubieran sido muy difíciles de alcanzar. En verdad, me ha acompañado siempre la profunda conciencia de la necesidad urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia. Cuando el Concilio Vaticano II habló de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, pude experimentar una gran alegría: lo que el Concilio enseñaba respondía a las convicciones que habían guiado mi acción desde los primeros años de mi ministerio sacerdotal.