Juan Pablo Magno, luchador de raza. (12 parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Era noviembre de 1996. Unos días de molestias abdominales y acceso de fiebre. El Papa había tenido, otra vez que pasar por la agonía de otra intervención quirúrgica. Poclínica Gemelli, el “Vaticano número 3”, como él lo ha designado con humor. El día 8 de octubre se le extirpó el apéndice. El domingo siguiente, saludó al pueblo desde una ventana del hospital. Había grabado el discurso del ángelus para que fuera retransmitido en la plaza de San Pedro. Aún había querido escribir personalmente todas las tarjetas recibidas con estas letras escuetas a quienes le deseaban una pronta recuperación. «Gracias. JP III».

Todos los sacerdotes del mundo que celebraban sus bodas de oro ese año se reunieron en Roma convocados por Juan Pablo II, para reflexionar durante varios días sobre el sacerdocio, presididos por él. El sacerdocio, DON Y MISTERIO. Don excelso de Dios y misterio escondido, inaudito e inescrutable. ¿Por qué nosotros? Llamados a ser otros Cristos, con sus poderes, con sus responsabilidades, con su gracia. ¿A qué altura debemos rayar en santidad? Vamos a actuar en Persona de Cristo, portadores de su Palabra, ministros del perdón. Misterio de fe. Don sublime. Criaturas humanas investidas con los poderes de Dios. Así como Saúl sobresalía por encima de todos los israelitas, de los hombros arriba en estatura, tiene que sobresalir el sacerdote en santidad, había escrito Juan de Ávila. El sacerdote como la Madre de Dios sobrenaturalmente excelsa, lo hace nacer con sus palabras y debe imitarla en las virtudes.

EXPERIENCIA EMOCIONANTE
Mil seiscientos sacerdotes y noventa obispos celebraron con el Papa. Una experiencia emocionante de solidaridad sacerdotal internacional. Las celebraciones se iniciaron en el aula Pablo VI el 7 de noviembre con una oración vespertina y un programa de testimonios. Imponente el del padre Anton Luli, jesuita albanés de ochenta y seis años de edad. Había pasado cuarenta dos años de su vida encerrado en cárceles comunistas, campos de trabajo y sufriendo grotescas torturas físicas. Mientras le torturaban, dijo, «Cristo me daba una fuerza y una alegría extraordinarias. Fue una gran experiencia sacerdotal y siempre estaré agradecido a Dios por ella... Nos lo quitaron todo, pero nunca consiguieron arrancar de nuestro corazón el amor de Cristo y de nuestros hermanos. El Señor me pidió que viviera clavado en una cruz, así que abrí los brazos para servirle con abnegación, para celebrar la Eucaristía y el ministerio sacerdotal y para soportar cualquier cadena o sufrimiento». El padre Luli y el Papa se fundieron en un abrazo mientras los asistentes aplaudían emocionados. Las celebraciones culminaron con una misa en la Basílica de San Pedro. Los mil seiscientos sacerdotes que celebraban sus bodas de oro entraron en la basílica revestidos con estolas bordadas con el escudo de armas del Papa, regalo de Juan Pablo. La procesión duró cuarenta y cinco minutos y los concelebrantes se situaron en semicírculo frente al altar, adornado con flores rojas, blancas y amarillas, los colores de la bandera de Polonia y las de la Santa Sede. Ataviado con una casulla de color rojo brillante y dorado, Juan Pablo fue recibido con una calurosa ovación de las diez mil personas de la Basílica. Fue un acto de acción de gracias por las vidas que aquellos habían dedicado su vida a Cristo y a los hombres durante cincuenta años, día a día, pulso a pulso.
La antífona del salmo eran las palabras de Cristo a Pedro: «Yo he rogado por ti a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos». Un coro de ciento treinta cantores de Sicilia, entonó un Magnificat compuesto para la ocasión por Giuseppe Liberto. A continuación de la misa, los celebrantes y los 116 cardenales concelebrantes ocuparon asientos especiales frente a la basílica de San Pedro, para asistir al ángelus y a un concierto. En la plaza había tanta gente congregada que la multitud inundó la Via della Conciliazione.

SE DIRIGE A TODOS LOS SACERDOTES
El Papa vestido con casulla blanca dirigió un breve discurso a los presbíteros católicos: En este momento estoy pensando en todos los sacerdotes del mundo. Estoy pensando en los sacerdotes ancianos y enfermos. Hoy les visito en espíritu y me detengo junto a ellos para ofrecerles mi simpatía fraternal. También estoy pensando en los sacerdotes jóvenes que se inician en su ministerio y les animo a fortalecer su ardor apostólico. Asimismo, pienso en los párrocos, auténticos padres de familia de sus comunidades, y en los misioneros dispersos por los cinco continentes que dan a conocer a Cristo, Revelador de Dios y Salvador de la Humanidad. Pienso también en los sacerdotes que atraviesan por dificultades materiales y espirituales, y en aquellos que han abandonado el compromiso que una vez abrazaron. Pido a Dios que todos ellos me den fuerzas. Os abrazo a todos, queridos sacerdotes de todo el mundo, y os encomiendo a María, Madre de Cristo, Eterno Sacerdote, Madre de la Iglesia y de nuestro sacerdocio. Mientras un gran globo multicolor con una inscripción en italiano y polaco: «Felicidades, Santo Padre!», se elevaba en aquella fría mañana, la orquesta y los coros de la Radio Televisión Italiana entonaron el Te Deum de Haydn y otras composiciones. La banda de música de la policía y de los carabinieri tocaron el Himno Pontificio, el himno nacional italiano, y la marcha triunfal de Aída. El concierto concluyó con el himno El árbol de la fe y la paz, cantado por un católico, un judío y un musulmán, y el Papa soltó cinco palomas blancas como símbolo de la paz.

EL DECRETO CONCILIAR SOBRE LOS PRESBITEROS
Cuando se celebró el trigésimo aniversario del Decreto sobre los Presbíteros, diversos sacerdotes habían hablado de su vocación. El Papa también ofreció su propio testimonio. Sus palabras tuvieron un eco may grande. A raíz de ello, le pidieron que volviera a tratar, de un modo más amplio, el tema de su vocación, con ocasión de sus Bodas de Oro. Se resistió al principio. Pero después aceptó la invitación, como un servicio propio del ministerio petrino. En él cuenta sus raíces más profundas, y su experiencia más íntima. Da gracias al Señor y lo ofrece a los sacerdotes y al pueblo de Dios como testimonio de amor. Voy a proponer desde aquí el texto abreviado publicado por Juan Pablo II en su libro Don y Misterio". ¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal?, se pregunta. La conoce sobre todo Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera infinitamente al hombre. Cada sacerdote lo experimenta durante toda la vida. Ante la grandeza de este don sentimos cuán indignos somos de ello. "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto dure" (Jn 15, 16). "Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón'' (Hb 5, 4). "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo te constituí profeta de las naciones" (Jr 1, 5). Estas palabras inspiradas estremecen profundamente toda alma sacerdotal. Por eso, cuando hablamos del sacerdocio y damos testimonio del mismo, debemos hacerlo con gran humildad, conscientes de que Dios "nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia" (2 Tm 1, 9). Al mismo tiempo, nos damos cuenta de que las palabras humanas no son capaces de abarcar la magnitud del misterio que el sacerdocio tiene en sí mismo.

LASTIMA QUE NO ESTUDIE TEOLOGIA
El Arzobispo de Cracovia, Adam Stefan Sapieha, visitó la parroquia de Wadowice cuando yo era estudiante en el instituto. Mi profesor de religión, P. Edward Zacher, me encargó darle la bienvenida. Después de mi discurso, el Arzobispo preguntó al profesor qué facultad elegiría yo al terminar el instituto. El P. Zacher respondió: "Estudiará filología polaca". El Prelado comentó: "Lástima que no sea teología". La vocación sacerdotal no estaba aún madura, a pesar de que a mí alrededor eran muchos los que creían que debía entrar en el seminario. Y tal vez alguno pudo pensar que, si un joven con tan claras inclinaciones religiosas no entraba en el seminario, era porque otros amores o aspiraciones estaban en juego. En efecto, en la escuela tenía muchas compañeras y en el círculo teatral escolar, no faltaban posibilidades de encuentros con chicos y chicas. Sin embargo, el problema no era ese. En aquel tiempo estaba fascinado por la literatura, por la dramática, y por el teatro. Me inscribí en la Universidad Jaghellonica para realizar los cursos de Filología polaca. Comencé los estudios en la Facultad de Filosofía, pero sólo logré acabar el primer año, porque el 1 de septiembre de 1939 estalló la segunda guerra mundial.

LA GUERRA
EI estallido de la guerra cambió de modo radical la marcha de mi vida. Los profesores de la Universidad intentaron comenzar el nuevo año académico, pero las clases duraron sólo hasta el 6 de noviembre de 1939, cuando las autoridades alemanas convocaron a todos los profesores a una asamblea en que deportaron a aquellos respetables hombres de ciencia al campo de concentración de Sachsenhausen. Acababa así el período de los estudios de filología polaca y comenzaba la ocupación alemana, durante la cual al principio intenté leer y escribir mucho. A esa época se remontan mis primeros trabajos literarios. Empecé a trabajar como obrero en una cantera de piedra vinculada a la fábrica química Solvay. Allí escribí una poesía. "Escucha bien, escucha los golpes del martillo, la sacudida, el ritmo. El ruido te permite sentir dentro la fuerza, la intensidad del golpe. Escucha bien, escucha, eléctrica corriente de río penetrante que corta hasta las piedras, y entenderás conmigo que toda la grandeza del trabajo bien hecho es grandeza del hombre...''. Con el estallido de una carga de dinamita, las piedras golpearon a un obrero y lo mataron. Quedé desconcertado: "Levantaron el cuerpo, en silencio avanzaban. Abatidos, sentían en todos el agravio..." El barrenero, algunas veces, me decía: "Karol, tu deberías ser sacerdote. Cantarás bien, porque tienes una voz bonita y estarás bien..." Lo decía con toda sencillez. En aquella época estuve en contacto con el teatro de la palabra viva, que Kotlarczyk había fundado y continuaba animando en la clandestinidad.

DECISION
En el otoño de 1942 tomé la decisión definitiva de entrar en el seminario clandestino de Cracovia. Durante el período de la ocupación el Arzobispo estableció el seminario, en su residencia. Nuestro Padre espiritual era el P. Stanistaw Smolenski, doctorado en Roma y hombre de una gran espiritualidad; hoy es Obispo auxiliar emérito de Cracovia. En la Facultad teológica tuve la suerte de conocer algunos profesores eminentes. Hoy abrazo con un recuerdo lleno de gratitud a todos mis Superiores, Padres espirituales y Profesores, que en el período del seminario contribuyeron a mi formación. A comienzos del quinto año, el Arzobispo decidió que me trasladara a Roma para completar los estudios. Fue así como fui ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946. Éramos siete. Hoy vivimos solamente tres. EI hecho de ser pocos permitía estrechar lazos profundos de conocimiento recíproco y de amistad. Esto se podía decir también, de las relaciones con los Superiores y Profesores.

FORMACION
En todo nuestro proceso formativo hacia el sacerdocio ejerció un influjo relevante la gran figura del futuro Cardenal Adam Stefan Sapieha, para el cual tengo un recuerdo emocionado y agradecido. Su prestigio había crecido porque vivíamos en su residencia y lo veíamos cada día. Cuando fue nombrado cardenal toda la población acogió este nombramiento como un justo reconocimiento de aquel gran hombre, que durante la ocupación alemana había sabido mantener alto el honor de la Nación, demostrando la propia dignidad de modo claro para todos. Cuando regresó de Roma los estudiantes levantaron en brazos su automóvil y lo llevaron hasta la Basílica de la Asunción manifestando el entusiasmo religioso y patriótico que su nombramiento había suscitado en la población.

PREPARACION FAMILIAR
La preparación para el sacerdocio en el seminario, fue precedida por la que me ofrecieron mis padres con su vida y su ejemplo. Mi reconocimiento es sobre todo para mi padre, que enviudó muy pronto. Aún no había recibido la Primera Comunión cuando perdí a mi madre: apenas tenía 9 años. Por eso, no tengo conciencia clara de la contribución, que ella dio a mi educación religiosa. Después de su muerte y de la de mi hermano mayor, quedé solo con mi padre, que era un hombre profundamente religioso. Su vida era muy austera. Era militar y, cuando enviudó, su vida fue de constante oración. A veces me despertaba de noche y encontraba a mi padre arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia. Entre nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio, pero su ejemplo fue para mí el primer seminario, una especie de seminario doméstico. En Cracovia, había un convento de Carmelitas Descalzos. Tenía contactos con ellos y una vez hice allí mis Ejercicios Espirituales, con la ayuda del P. Leonardo de la Dolorosa. Durante un cierto tiempo consideré la posibilidad de entrar en el Carmelo. -De hecho profesó como terciario carmelita y viste el escapulario del Carmen-. Las dudas fueron resueltas por el Arzobispo Cardenal Sapieha, quien dijo escuetamente: "Es preciso acabar antes lo que se ha comenzado''. Y así fue.