Juan Pablo Magno, luchador de raza. (11 parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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SUS LIBROS 

A lo largo de este siglo, los papas han cambiado el estilo de su vida y de su magisterio. Junto a las definiciones o declaraciones, Encíclicas, Motus proprios y Cartas Apostólicas, que aparecían en las Actae Apostolicae Sedis, comenzaron a surgir los libros diálogos. Primero fue Jean Guitton con los Diálogos con Pablo VI, luego André Frossard con Conversaciones con Juan Pablo II. Posteriormente Victorio Messori, presentó al Papa un cuestionario para responder a problemas fundamentales de la fe, de la Iglesia y de la conciencia humana. Las respuestas de Juan Pablo II, constituyen el libro “Cruzando el umbral de la esperanza” en el que se mezclan géneros literarios distintos. Cuenta el proceso el mismo Messori. “En mi apartado refugio, irrumpió un imprevisto telefonazo del director general de la RAI. En octubre de 1995 se cumplían quince años del pontificado de Juan Pablo II. El Santo Padre había aceptado someterse a una entrevista televisiva propuesta por la RAI, que hubiera sido absolutamente la primera en la historia del pontificado. Nunca un sucesor de Pedro se había sentado ante las cámaras de la televisión para responder apresuradamente, durante una hora, a unas preguntas que quedaban a la completa libertad del entrevistador. Sería transmitido primero por la televisión italiana en la noche del decimoquinto aniversario, y retransmitido a continuación por las mayores cadenas mundiales. El director me preguntaba si estaba decidido a dirigir yo la entrevista con una difusión masiva en muchas lenguas. La fase de preparación --llevada con tal discreción que ni una sola noticia llegó a oídos de los periodistas-- incluía también un encuentro con Juan Pablo II en Castelgandolfo. Allí, con el debido respeto, pero con franqueza, pude explicar qué intenciones me habían llevado a esbozar un primer esquema de preguntas. Porque, un «Hágalo usted mismo» había sido la única indicación que se me había dado. La operación cuyo título sería «Quince años de papado en TV» no se realizó.

CAMBIO DE RUMBO
Pasaron algunos meses. Y un día, recibo otra llamada telefónica --totalmente imprevista-- del Vaticano, de Joaquín Navarro-Valls, portador de un mensaje del Papa. El Papa me mandaba decir: «Aunque no ha habido modo de responderle en persona, he tenido sobre la mesa sus preguntas; me han interesado, y me parece que sería oportuno no abandonarlas. Por eso he estado reflexionando sobre ellas y desde hace algún tiempo, en los pocos ratos que mis obligaciones me lo permiten, me he puesto a responderlas por escrito. Usted me ha planteado unas cuestiones y por tanto, en cierto modo, tiene derecho a recibir unas respuestas... Estoy trabajando en eso. Se las haré llegar. Luego, haga lo que crea más conveniente.» Una vez más Juan Pablo II confirmaba esa fama de «Papa de las sorpresas» que lo acompaña desde que fue elegido; había superado toda previsión. Un día recibí en mi casa al doctor Navarro-Valls, quien sacó de su cartera un gran sobre blanco. Dentro estaba el texto que me había sido anunciado, escrito de puño y letra del Papa, quien, para resaltar aún más la pasión con que había manuscrito las páginas, había subrayado con vigorosos trazos de su pluma muchísimos puntos. El título mismo del libro es de Juan Pablo II. Lo había escrito personalmente sobre la carpeta que contenía el texto; aunque precisó que se trataba sólo de una indicación, dejaba a los editores libertad para cambiarlo.

CRUZANDO EL UMBRAL DE LA ESPERANZA
El libro entrevista del Papa es una Catequesis sobre el credo; fragmentos de la vida que revive la historia heroica de su pueblo; charlas de un párroco que adoctrina, alienta, corrige y consuela a sus feligreses; profesor en la universidad que ofrece la síntesis del pensamiento moderno; propuesta moral de un anciano que nos dice lo más esencial e inviolable de la vida humana, tras haberla visto negada y desollada en su país, subyugado por el nazismo y el comunismo; testamento de un creyente, que se ha jugado su vida por el evangelio en situaciones extremas. Y desde toda esta entraña de humanidad viva, su palabra es la palabra de un papa que siente como su responsabilidad suprema mantener al mismo tiempo y unidas la verdad de Cristo, la unidad de la Iglesia y la libertad del hombre. Y todo dicho ante el mundo con respeto y sin rebozo, con amor y sin miedo. Es curioso que algunos que admiten la grandeza de este Papa, señalan la necesidad de un papa italiano que, corrigiendo la radicalidad del polaco, contemporice con la dolce vita europea. ¿Ignoran la historia de Belén de Judá, la más pequeña de las ciudades de Judá? A medida que se avanza en la lectura del libro, crece el interés, porque del carácter doctrinal directo pasa a la narración biográfica. Sobre la marcha habla de casi todo: desde la exposición de los viejos Concilios que propusieron la fe trinitaria hasta su opinión sobre el Estado de Israel, su denuncia de los parlamentos que decretan la muerte de la vida incipiente, su pensamiento sobre el fundamentalismo y la New Age, su juicio sobre los nuevos movimientos de la Iglesia que, cumplen la misma función que las órdenes religiosas cuando nacieron, su pronunciamiento sobre los mártires de la guerra civil española y su reconocimiento de santos auténticos entre los ortodoxos y protestantes.

LA ORACIÓN DEL «VICARIO DE CRISTO»
Preguntando al Papa, el que preside la caridad de los hombres que oran, no podía faltar en el variado elenco de las preguntas de Messori, la cuestión básica sobre la actividad príncipe de la Iglesia, la oración. Le pregunta el periodista:
--¿Cómo --y por quiénes y por qué-- reza el Papa?
Responde el Papa:
--¡Habría que preguntárselo al Espíritu Santo! El Papa reza tal como el Espíritu Santo le permite rezar. Pienso que debe rezar de manera que, profundizando en el misterio revelado en Cristo, pueda cumplir mejor su ministerio. Y el Espíritu Santo ciertamente le guía en esto. Basta solamente que el hombre no ponga obstáculos. «El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad.» ¿Por qué reza el Papa? ¿Con qué se llena el espacio interior de su oración? Alegrías y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de hoy son el objeto de la oración del Papa, palabras con que se inicia el último documento del Concilio Vaticano II, la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo.

EVANGELIO: ALEGRIA Y ESPERANZA
Evangelio quiere decir buena noticia, y la Buena Noticia es siempre una invitación a la alegría. ¿Qué es el Evangelio? Es una gran afirmación del mundo y del hombre, porque es la revelación de la verdad de su Dios. Dios es la primera fuente de alegría y de esperanza para el hombre. No se trata de una alegría ingenua ni de una esperanza vana. La alegría de la victoria sobre el mal no ofusca la conciencia realista de la existencia del mal en el mundo y en todo hombre. Es más, incluso la agudiza. El Evangelio enseña a llamar por su nombre el bien y el mal, pero enseña también que «se puede y se debe vencer el mal con el bien» (Rom 12,21).

La moral cristiana tiene su plena expresión en esto. Sin embargo, si está dirigida con tanta fuerza hacia los valores más altos, si trae consigo una afirmación tan universal del bien, no puede por menos de ser también extraordinariamente exigente. El bien, de hecho, no es fácil, sino que siempre es esa «senda estrecha» de la que Cristo habla en el Evangelio (Mat 7,14). Así pues, la alegría del bien y la esperanza de su triunfo en el hombre y en el mundo no excluyen el temor de perder este bien, de que esta esperanza se vacíe de contenido.

Sí, el Papa, como todo cristiano, debe tener una conciencia particularmente clara de los peligros a los que está sujeta la vida del hombre en el mundo y en su futuro a lo largo del tiempo, como también en su futuro final, eterno, escatológico. La conciencia de tales peligros, sin embargo, no genera pesimismo, sino que lleva a la lucha por la victoria del bien en cualquier campo. Y esta lucha por la victoria del bien en el hombre y en el mundo provoca la necesidad de rezar.

LA ORACION DEL PAPA. SOLICITUD POR TODAS LAS IGLESIAS
La oración del Papa tiene, además, una dimensión especial. La solicitud por todas las Iglesias impone cada día al Pontífice peregrinar por el mundo entero rezando con el pensamiento y con el corazón. Queda perfilada así una especie de geografía de la oración del Papa. Es la geografía de las comunidades, de las Iglesias, de las sociedades y también de los problemas que angustian al mundo contemporáneo. En este sentido el Papa es llamado a una oración universal en la que la preocupación por todas las Iglesias, le permite exponer ante Dios todas las alegrías y las esperanzas y, al mismo tiempo, las tristezas y preocupaciones que la Iglesia comparte con la humanidad contemporánea. Se podría también hablar de la oración de nuestro tiempo, de la oración del siglo XX. El año 2000 supone una especie de desafío. Hay que mirar la inmensidad del bien que ha brotado del misterio de la Encarnación del Verbo y, al mismo tiempo, no permitir que se nos desdibuje el misterio del pecado, que se expande a continuación. San Pablo escribe que «allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20).

Esta profunda verdad renueva de modo permanente el desafío de la oración. Muestra lo necesaria que es para el mundo y para la Iglesia, porque en definitiva supone la manera más simple de hacer presente a Dios y Su amor salvífico en el mundo. Dios ha confiado a los hombres su misma salvación, ha confiado a los hombres la Iglesia, y, en la Iglesia, toda la obra salvífica de Cristo. Ha confiado a cada uno cada persona y el conjunto de los seres humanos. Ha confiado a cada uno todos, y a todos cada uno. Tal conciencia debe hallar eco constante en la oración de la Iglesia y en la oración del Papa en particular. Todos somos «hijos de la promesa» (Gal 4,28). Cristo decía a los apóstoles: «Tened confianza, Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Pero también preguntaba: «El Hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará aún fe sobre la tierra?» (Lc 18,8).

DIMENSIÓN MISIONERA DE LA ORACIÓN DE LA IGLESIA Y DEL PAPA
La Iglesia reza para que, en todas partes, se cumpla la obra de la salvación por medio de Cristo. Reza para poder vivir, ella también, constantemente dedicada a la misión recibida por Dios. Tal misión define su misma esencia, como ha recordado el Concilio Vaticano II. La Iglesia y el Papa rezan, pues, por las personas a las que debe ser confiada de modo particular esa misión, rezan por las vocaciones, no solamente sacerdotales y religiosas, sino también por las muchas vocaciones a la santidad entre el pueblo de Dios, en medio del laicado. La Iglesia reza por los que sufren. El sufrimiento es siempre una gran prueba no sólo para las fuerzas físicas, sino también para las espirituales. La verdad paulina sobre ese «completar los sufrimientos de Cristo» (Col 1,24) es parte del Evangelio. Está ahí contenida esa alegría y esa esperanza que son esenciales al Evangelio; pero el hombre no puede traspasar el umbral de esa verdad si no lo atrae el mismo Espíritu Santo. La oración por los que sufren y con los que sufren es, pues, una parte muy especial de este gran grito que la Iglesia y el Papa alzan junto con Cristo. Es el grito por la victoria del bien, incluso a través del mal, por medio del sufrimiento, por medio de toda culpa e injusticia humanas. Finalmente, la Iglesia reza por los difuntos, y esta oración dice mucho sobre la realidad de la misma Iglesia. Dice que la Iglesia está firme en la esperanza de la vida eterna. La oración por los difuntos es como un combate con la realidad de la muerte y de la destrucción, que hacen gravosa la existencia del hombre sobre la tierra. Es y sigue siendo esta oración una especial revelación de la Resurrección. Esa oración es Cristo mismo que da testimonio de la vida y de la inmortalidad, a la que Dios llama a cada hombre. La oración es una búsqueda de Dios, pero también es revelación de Dios. A través de ella Dios se revela como Creador y Padre, como Redentor y Salvador, como Espíritu que «todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Cor 2,10) y, sobre todo, «los secretos de los corazones humanos» (Sal 44,22). A través de la oración, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta que invita a la confianza. La victoria del bien en el mundo está unida de modo orgánico a esta verdad: un hombre que reza, profesa está verdad y, hace presente a Dios que es Amor misericordioso en medio del mundo. Hasta aquí la palabra de quien tiene la máxima autoridad en la Iglesia y su biografía, a cuya luz entendemos mejor su persona y su magisterio.

CLAVES DEL LIBRO
Este libro nos da las claves para situar y comprender tanto sus libros de profesor como sus encíclicas de Papa. Los dos quicios del diálogo intelectual, que mantiene, son Kant, con el ser moral y Lévinas, con el amor. Y tras ellos van desfilando junto con los clásicos antiguos los modernos: Dostoievsky, Bulgakov, Soloviev, Gandhi, Kafka, Camus, Ricoeur, Urs Von Balthasar, Buber, Rosenzwerg, Jaworski, Mircea Eliade, Whitehead, Rilke, Max Scheller... El libro ofrece afirmaciones sapienciales de antología: «La persona es un ser para el que la única dimensión adecuada es el amor. Somos justos en lo que afecta a una persona cuando la amamos: esto vale para Dios y para el hombre». «Sí no hubiera existido la agonía de Cristo en la cruz, la verdad de que Dios es amor estaría por demostrar.» «A través del rostro habla el hombre y pronuncia estas palabras: “¡No me mates!” «La única actitud honesta en el embarazo es la radical solidaridad con la mujer. No es lícito dejarla sola». Al bajar al diálogo y reflexión compartida, el Papa ha humanizado su ministerio. El joven Wojtyla recibió este legado de su padre: «Ser un adorador de Dios en espíritu y en verdad». Justamente éste es el legado que él quiere transmitir al mundo, actualizándolo: la fe en Dios quita el miedo y engendra esperanza. El temor de Dios es todo lo contrato de tener miedo a Dios. No sólo no es verdad que el miedo haya hecho nacer la fe en Dios, sino al contrario, donde el hombre no se abre al Absoluto de amor, que es Dios, queda a merced de sí mismo, de su finitud y de su culpa, en soledad absoluta. Y esta soledad, sin el amor que le guíe y afirme incondicionalmente, más allá de su finitud y su pecado, es la matriz del miedo. En el libro late la memoria de una juventud heroicamente vivida en medio de su pueblo. Late la voluntad de verdad para la vida. Late la confianza incondicional en el Dios vivo, revelado en Cristo. Desde esos tres matices nace su llamada a cruzar el umbral de la esperanza. Ya nos había recordado Machado que:

“Los creadores de los sueños humanos son
la verde esperanza y el torvo miedo.
Y es la vida una apuesta para ver
cuál de los dos hila más ligero:
si la esperanza el copo dorado
o el miedo el copo negro”.