Juan Pablo Magno, luchador de raza. (décima parte)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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LA PREOCUPACIÓN POR TODAS LAS IGLESIAS 

A punto de emprender una Visita Pastoral a Asia, treinta y cuatro mil kilómetros, Juan Pablo II hizo se enfrentó al nombramiento episcopal más comprometido y audaz de su pontificado, el del Arzobispo de París. Es un nombramiento que muestra la talla del Pontífice. Situaciones como ésta ponen de relieve su profundidad, su clarividencia, su fe de raíz y su grandeza, que nos permite admirar las maravillas que Dios puede hacer a través de un hombre de tal envergadura. Cuanto más bravo un toro en la plaza, mejor pone de relieve la casta y el fuste del torero. Poco se ha hablado de esta decisión de Wojtyla en las muchas biografías del Papa, pero señala no sólo el calado de la elección del Arzobispo de París, sino el hondo significado del deseo de la unión con el pueblo judío, que él identifica como el pueblo de nuestros hermanos mayores y la capacidad de Juan Pablo de no sólo de no rehuir los desafíos sino de provocarlos y hacerles frente. 

Su historia personal le había preparado para cimentar su posición: aparte de su pasión por la libertad y el respeto de la dignidad humana, refuerzan esta convicción el impacto producido por lo que vio en su niñez y juventud y lo que sufrió ante la hecatombe apocalíptica de aquellos que desde su niñez habían sido sus amigos polacos en el gheto de Cracovia. Su persecución, malos tratos, asesinatos, pesquisas de la GESTAPO como de acoso de fieras, el humo homicida y el nauseabundo hedor que llegaba desde el campo de Auschwitz a la ciudad, que llenaron sus noches jóvenes de estudiante clandestino y le dejaron una huella profunda e indeleble. 

LA IGLESIA FRANCESA 
En Francia, como en España, se constatan dos Francias: “Españolito que vienes al mundo, te proteja Dios / Una de las dos Españas te partirá el corazón”, cantó Machado. La Francia de tradición clerical y conservadora, y la Francia republicana, progresista y laica. Aparte de que entre 1901 y 1905, las leyes afectaron a la Iglesia en su estructura interna, y aunque la política del gobierno defendió la república frente a los peligros del nacionalismo y del antisemitismo, existía una gran división entre progresistas e integristas. Algunos católicos apostaban por el liberalismo doctrinario, hijo del protestantismo, otros reaccionaban apelando al Ancien Regime, el tradicionalismo. Los que peor lo pasaban y tenían que sufrir eran los de centro. Eran catalogados como cristianos inmaduros por los liberales y como tibios por los tradicionalistas. Quienes creen en el carácter sobrenatural de la Iglesia saben que la barca no se hundirá, pero no saben cuánto tardarán en sacar el agua que inunda la nave. 

UN OBISPO FRANCES, JUDIO, POLACO
Había nacido en París. Era hijo de padres judíos polacos emigrantes. Su madre fue deportada de Francia a Auschwitz, donde murió en 1943. El joven Aron no había recibido educación ni judía ni cristiana. Un día, de camino al Instituto, entró en la catedral de Orleans. Era Jueves Santo. Se detuvo ante el monumento y quedó extrañado ante el montón de flores y la profusión de las luminarias. Permaneció mucho rato absorto. No sabía qué significaba todo aquello, ni qué fiesta se celebraba, ni lo que hacía aquella gente allí en silencio. Marchó a su casa sin decir nada a nadie.
Al día siguiente volvió a la catedral. Quería volver a ver aquel lugar. La iglesia estaba vacía. Espiritualmente vacía también. Lo cuenta él: “Sufrí la prueba de aquel vacío, sin saber que era Viernes Santo. En aquel momento fue cuando pensé: quiero que me bauticen”. Era una elección clara. Ni un asomo de proselitismo, que hubiera rechazado la gran personalidad de este adolescente. Una clara llamada de Dios. Una predilección. Un misterio. Se dirigió al obispo de Orleans, un oratoriano muy culto que le instruyó en la doctrina cristiana, y le aconsejó que pidiera permiso a sus padres. “Hablé con mis padres, fue una escena muy dolorosa, totalmente insoportable. Los dos se negaron a darme el permiso. Les dije que mi decisión no implicaba tener que abandonar la condición judía, sino, por el contrario profundizar en ella, desarrollarla y darle plenitud. Yo no tenía en absoluto sensación de traicionar, ni de esconderme, ni de abandonar, sino, por el contrario, de haber descubierto el alcance de lo que había recibido al nacer. 

Aquello les parecía incomprensible, absurdo e insoportable, era lo peor de todo, la peor desgracia que podía haberles sucedido. Y yo tenía conciencia muy aguda de que les causaba un dolor absolutamente inaguantable. Aquello me destrozaba pero sentía una necesidad interna. Tiene 14 años. Fue bautizado en agosto de 1940, con el nombre cristiano de Jean-Marie. Su conversión costó al niño Aron Lustiger, la separación afectiva y real de su padre judío, que llegó a suprimirle los medios de subsistencia. Estudió literatura, filosofía y teología en la Sorbona, y fue ordenado sacerdote en 1954. Durante 15 años fue capellán de estudiantes católicos y no creyentes inquietos en la misma universidad. En 1969 fue nombrado párroco de Santa Juana de Chantal en París, donde su trabajo con estudiantes y ancianos siguió llamando la atención, y atrayendo a muchos intelectuales a escuchar sus homilías.

UNA ENCUESTA DEL CARDENAL MARTY
En 1979 el cardenal Marty, Arzobispo de París, empezó a hacer consultas ante su jubilación, y pidió a los sacerdotes de la archidiócesis que enviaran memorándums sobre las cualidades que debía reunir el nuevo arzobispo. Un grupo de sacerdotes acudió a Lustiger y le dijeron: Escribe lo que pensamos. Antes de la Revolución la Iglesia francesa había sido una Iglesia de poder, aliada del orden político. En 1789, y después en el Terror, el catolicismo francés recibió el ataque más prematuro de la modernidad secular. La Iglesia se dividió en restauracionistas con el extremismo de Action Française, el petainismo de la Segunda Guerra Mundial y el rechazo del Vaticano II del arzobispo Lefebvre y en los partidarios de pactar con el laicismo y la izquierda política, que engendró el marxismo cristiano. Divididos los católicos franceses, la Iglesia perdía su vigor evangélico. La creatividad del análisis de Lustiger veía las dos posturas como dos variantes de la misma falsa opción: una Iglesia de poder, que la convertía en vulnerable al asalto de la modernidad laica. Para Lustiger, la única opción que la Iglesia debía seguir era la evangélica. La Iglesia debía renunciar a sus pretensiones de poder, rechazar alianzas con fuerzas políticas y reevangelizar a Francia desde la cultura, sin mediación de la política. Había que llevar directamente el Evangelio a los forjadores de la cultura francesa, a la inteligencia laica. Había que reconvertir a Francia desde arriba. Programa coincidente con la primacía que proponía Juan Pablo II a la cultura en su concepto de la historia. 

Aunque Wojtyla y Lustiger no se conocían, tenían un interlocutor intelectual común, Kalinowski, antiguo colega de Karol Wojtyla en la universidad de Lublin. Este, que daba clases en Francia, había propiciado que Lustiger y los responsables de Communio, conocieran la renovación en sus fuentes y otros escritos de Wojtyla. Lustiger y los intelectuales franceses del círculo de Communio conocían bastante bien el punto de vista del cardenal Wojtyla sobre el catolicismo francés, que Wojtyla admiraba mucho pero era también muy crítico, como lo había expuesto con claridad en París. 

OBISPO DE ORLEANS Y ARZOBISPO DE PARIS
El memorando de Lustiger dirigido al cardenal Marty llegó a Roma. Jean-Marie Lustiger fue nombrado obispo de Orleans. Juan Pablo daba muchas vueltas a una cuestión de las más importantes. La necesidad de un nuevo liderazgo y un cambio de rumbo en el catolicismo francés era evidente. Pero Lustiger sólo hacía unos meses que había sido consagrado obispo y su nombramiento para Orleans no había sido bien recibido por algunos obispos por la biografía y la condición del nombrado y porque veían un desafío a la rutina. ¿Podía ser arzobispo de París un hijo de judíos polacos? Juan Pablo abordó el importante nombramiento de rodillas. 

Por fin la decisión quedó clara. Lustiger Arzobispo de París. Lustiger quedó aterrado. Le pareció que el Papa corría un riesgo enorme, y que le pedía a él otro tanto. Cuando su nombramiento como obispo de Orleáns, había escrito a Juan Pablo recordándole quiénes eran sus padres. Juan Pablo había llevado adelante el nombramiento de Orleáns, como ahora hacía con el nombramiento de París. El secretario del Papa Dziwisz, dijo tres veces a Lustiger: “Usted es el fruto de las oraciones del Papa”. Lustiger respiró hondo. Más tarde diría que de no ser por la certeza de que el nombramiento era el resultado de intensas oraciones en las que el Papa había hecho frente a los riesgos que correrían los dos, lo habría rechazado. Francia quedó estupefacta. Juan Pablo había hecho lo impensable. 

Como se esperaba las críticas llegaron de los católicos y de los judíos por la elección de un converso que siempre había declarado que se consideraba hijo del pueblo judío. Su idea sobre el judaísmo y el cristianismo es diáfana y culmina los planteamientos proféticos, especialmente de Isaías sobre el Siervo de Yahvé. El pueblo de Israel es el desarrollo histórico del Siervo, culminado en la cruz por el Mesías Jesús que se prolonga por los siglos en la Iglesia de Jesús Mesías. Ni distorsión, ni separación, sino progreso y culminación en el sacrificio Redentor Universal. Lustiger no se arredró. Inició una campaña sistemática entre el clero parisiense, que le ocupó sesenta y dos horas de reuniones, y emprendió la tarea de reevangelizar o evangelizar a Francia desde arriba, predicando cada sábado por la noche a intelectuales y estudiantes en la catedral de Nôtre-Dame y escribiendo una serie de libros de gran difusión.

LA CREACION DE CARDENALES
Ya sabemos como el Papa sabe apreciar a los teólogos, y no nos asombra que haya creado cardenal a De Lubac, signo de contradicción en su Compañía, que el día de la imposición del capelo por todo homenaje lo celebraron con unos refrescos. Designa también cardenal a Von Balthasar, el suizo más genial en la teología del siglo XX, maestro y confundador con la mística Adriana Von Speir, y al sacerdote dominico Martin Cottier, teólogo de la Casa Pontificia. Natural de Ginebra, y el más cercano colaborador del Papa y protagonista del debate teológico desde el Concilio hasta hoy. Lo mismo hizo con figuras como Henri de Lubac, Ives Congar o Avery Dulles. Esta atención es un gran estímulo para el mundo de la Teología. Una señal del respeto que el Papa tiene por los teólogos, pero también la indicación de un camino, pues considera y ha dicho que la vocación del teólogo es una vocación eclesial y que no se hace teología para uno mismo. Estudioso de la Filosofía del siglo XIX, el padre Cottier ha sido miembro de la Comisión Teológica Internacional y ha destacado la trascendencia de la jornada del 12 de marzo del 2000, con la petición de perdón por los errores de la Iglesia. Con este gesto, hemos reflexionado sobre el misterio de la Iglesia, que es santa, pero está compuesta por nosotros, que somos pecadores. 

Fue un bellísimo testimonio de la fuerza del Espíritu, que sostiene a la Iglesia y la hace avanzar en la historia para parecerse cada vez más a Cristo, pues la imitación de Cristo es un camino no sólo individual, sino también comunitario. A un testigo y mártir y le crea también Cardenal, Van Thuan.