Juan Pablo II, Totus Tuus

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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  Apenas se ha despertado de la anestesia. Sale de la nube y dice con un gesto que quiere escribir. “¿Qué me han hecho?”. Así preguntó San Juan de la Cruz al cirujano que le había abierto la pierna en vivo: “¿Qué me ha hecho, señor Licenciado?”- Y a continuación ha escrito: “Totus tuus”. ¿En qué suelo vital arraigan las raíces de un hombre que ha cambiado la historia de Europa, que ha determinado el rumbo de la Iglesia católica durante más de veinticinco años y se ha convertido en una referencia moral para millones de hombres de toda cultura, religión y geografía? ¿De qué fuentes originales ha bebido y en qué manantiales se ha seguido abrevando hasta estos últimos días en los que el dolor y el resuello le agotan hasta el borde del abismo?, se pregunta Olegario González de Cardedal, refiriéndose a la totalidad de su persona. Y apunta sus fuentes: familia religiosa, arraigo en su amor, influencia de San Juan de la Cruz y Max Scheller, de De Lubac y Von Balthasar.

Se comprende que cuando los historiadores o biógrafos o articulistas de periódicos relaten sus orígenes, desconozcan un dato imprescindible, pero los teólogos no pueden ni deben omitirlo, ya que el mismo Juan Pablo lo expresa rotundamente cuando habla del origen de su vocación sacerdotal en “Don y misterio”. En ese libro escrito con motivo de sus Bodas de Oro sacerdotales, nos da una pista inconmensurable, que es el manantial donde nace toda su epopeya apostólica. Allí descubre su dimensión mariana, originada y crecida en la atmósfera familiar, en el ambiente parroquial de Wadowice, en el convento carmelitano y sumergido en el ambiente popular de Cracovia y de Polonia, en cuya dimensión mariana creció, y afortunado a la vez, con la amistad de San Maximiliano Kolbe, del cardenal Wyszynski y del Padre Francisco Blachnicki, prisionero de los nazis y de los soviéticos y Fundador del Movimiento “Luce-Vita. A los diez años le visten los carmelitas el escapulario del Carmen, los salesianos en Cracovia, lo cuentan entre las filas del "Rosario vivo” vinculado a la devoción a María Auxiliadora. Y Tyranowski, el sastre místico, le introduce en el estudio de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, donde nace su vocación sacerdotal, en la que por sus estudios y reflexión comprenderá más a fondo la devoción a la Madre de Dios. "Ya estaba convencido - escribe - de que María nos conduce a Jesús, pero en este periodo comencé a comprender que también Jesús nos conduce a su Madre. “Hubo un momento en que en cierto sentido puse en tela de juicio mi devoción mariana por considerar que sobrepasaba exageradamente mi veneración por Cristo mismo".

SAN LUIS MARIA GRIGNON DE MONFORT

Exactamente en ese momento le llega la insuperable ayuda que le proporciona el “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María” de San Luis Maria Grignon de Monfort. “A decir la verdad, el tratado en sí, escribe, puede sorprender a algunos con su exagerado estilo barroco, pero su contenido es precioso, porque proporciona al lector la conciencia de que la mariología está fundada en el Misterio Trinitario y en la verdad de la Encarnación de la Palabra. "Comprendí entonces por qué la Iglesia recita el Ángelus tres veces al día. Entendí por qué las palabras de esta oración eran cruciales. Expresan el núcleo del suceso más grande de la historia de la humanidad”. El lema episcopal y papal de Karol Wojtyla, Totus Tuus, está radicado en la mariología de San Luis María Grignon de Monfort y constituye la abreviación de la fórmula entera de la consagración, que dice “Totus Tuus ego sum et omnia mea tua sunt”, “Soy todo Tuyo y todo lo mío es Tuyo”.

EL SECRETO DE SU FUERZA

  “Totus tuus”. Lo lleva en el tuétano. Es su lema personal. Su lema pontifical. Su vida. La que recorre todo su pontificado pastoral. Su entrega total a la Madre de Cristo. Ese “Totus tuus” expresa la dimensión mariana de su vida personal, de su acción sacerdotal y pontifical. Sólo quien se asome a esa espiritualidad dejará de sorprenderse ante la vida y la obra de Juan Pablo; así como será incapaz de comprender nada de su vida íntima quien no tenga sensibilidad y capacidad para entender este embrión fecundo de su fe y de su entrega a María, que bebió en Polonia y reforzó en las lecturas nocturnas de Grignon de Monfort, bajo la tenue luz en la planta química Solvay y que, como Pontífice ha expresado en su Encíclica: “Redemptoris Mater” de 1987 y en la Carta apostólica “Mulieris dignitatem”, en el año mariano 1988. Ambos documentos explicitan la doctrina de la “Lumen Gentium”. Dice San Ambrosio que María es tipo de la iglesia, “typus Ecclesiae”. Como la vocación que une a María con la Iglesia es la maternidad, porque las dos son Madres, entregarse a María es entregarse a la Iglesia, y entregarse a la Iglesia es entregarse a Dios. Así se entiende con luz nueva el lema pontifical de Juan Pablo II, que es el mismo del Obispo joven de Cracovia: “Totus Tuus Mariae”, porque el “Totus Tuus Mariae” equivale a “Totus Tuus Ecclesiae”, y en consecuencia a “Totus Tuus Deo”. Esa es la revelación de la raíz de sus 26 años de pontificado como testigo y maestro de su entrega a Dios con María.

LA CONSAGRACIÓN A MARÍA DE SAN LUIS Mª GRIGNON DE MONFORT

En su obra Tratado de le verdadera Devoción a la Santísima Virgen, leemos: “Nuestra perfección con­siste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, y pues que María es entre todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con Jesucristo. Esta consagración es como una renovación de las promesas del Bautismo en las manos de María.

Consagrarse es entre­garse enteramente a la Santísima Virgen. Sólo aquél a quien el Espíritu Santo revele este secreto, será conducido a tal estado, para progresar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta la transformación en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo y ser todo de Jesucristo por medio de María. Es menester entregarle nuestro cuerpo con to­dos sus sentidos y sus miembros; nuestra alma con todas sus potencias; nuestros bie­nes exteriores, nuestra fortuna presente y futura; nuestros bienes interiores y espiri­tuales, méritos, virtudes y buenas obras pasadas, presentes y futuras; todo lo que tenemos en el orden de la naturaleza y de la gracia, y todo lo que lleguemos a tener en el futuro de la gracia y de la gloria, sin reserva ninguna, ni de un céntimo, ni un cabello, ni la obra más pequeña, por toda la eternidad, sin pretender ni esperar ninguna otra recompensa de nuestra ofrenda, que pertenecer a Jesu­cristo por María y en María, aunque ella no fuera, la más liberal y reconocida de las criaturas”.

LA CONSAGRACION A MARIA SEGÚN JUAN PABLO II

  Consagrarse a María, significa acoger su ayuda, para consagrar el mundo, el hombre, todos los pueblos y la humanidad al que es infinitamente santo. Juan Pablo II ofrece el testimonio de que la consagración a María significa hacerla entrar en la propia vida espiritual. Ello conduce a la comunión de las personas, nos introduce en la profunda relación interpersonal con la Madre del Señor. Como testimonio de este principio, Juan Pablo II, le ha consagrado la Iglesia, todos los países y todos los pueblos, en el umbral del tercer milenio del cristianismo. Incluyendo a todos los que han creído en Jesucristo reconociendo en él su signo conductor en el viaje de la historia y a toda la humanidad, incluso a los que aún buscan a Cristo.

EN JASNA GORA

El 17 de junio de 1999, en el umbral del tercer milenio en Jasna Góra dijo: “Madre de la Iglesia, Virgen Auxiliadora, en la humildad de la fe de Pedro te presento a toda la Iglesia, a todos los continentes, los países y los pueblos que han creído en Jesucristo y lo han reconocido como conductor en el camino de la historia. Te presento a ti, Madre, a toda la humanidad, también a los que aún buscan el camino hacia Cristo. Sé su guía y ayúdales a abrirse a Dios que viene. Te presento a los pueblos del Este y del Oeste, del Norte y del Sur, y a tu materna solicitud consagro a todas las familias de los pueblos. Madre de la fe, de la Iglesia, así como en el cenáculo de Jerusalén rezabas con los Apóstoles de Cristo, permanece con nosotros hoy en el cenáculo de la Iglesia, al final de este segundo milenio de la fe y suplica para nosotros la gracia de la apertura al don del Espíritu Santo”.

MARÍA MADRE AL PIE DE LA CRUZ

La presencia de María al pie de la cruz testimonia su fe estable, en las promesas de Dios, que ha presentido en el día de la Anunciación. Cuando Jesús entrega a Juan su Madre nos dice cómo Dios se entrega a los hombres y cómo los hombres nos hemos de entregar a Dios por María, figura de la Iglesia, en la cual y por la cual María desempeñará el papel de madre. Juan, la Iglesia, la acogió, y confió en Ella. La entrega de la Iglesia a María es, por tanto, una consecuencia de la obra de redención realizada por Dios en Cristo. Es decir, es una consagración a Dios según el ejemplo de María.

El itinerario de la oración de Karol Wojtyla en su infancia, en su adolescencia y como sacerdote y obispo, lo conduce a los "senderos marianos", especialmente a Kalwaria, el mayor santuario de Cracovia, donde irá en peregrinación, para consagrar a Dios las cuestiones de la Iglesia a través de Maria sobre todo durante el régimen comunista.

E1 15 de agosto de 1970, solemnidad de la Asunción, dijo: “Y aquí, en esta colina –Cálvaria--, los senderos de Jesús se interrumpen; se interrumpen en el sepulcro, como si los que los construyeron no hubiesen querido pronunciar la última palabra. Pero la palabra no dicha por ellos fue proclamada en pleno. Para ello fueron indispensables los senderos de la Madre de Dios, su dormición, su entierro y luego la Asunción. Y aquí descubrimos la verdad de la Resurrección de Cristo. Porque su Resurrección se repitió en su Madre y en la Asunción. Aquí en el Calvario vemos de modo evidente este vínculo estrecho entre la vida de Cristo, su Pasión, la muerte, su Resurrección y la vida de María, desde la Inmaculada Concepción hasta la Asunción. Y aprendemos aquí en este Calvario el misterio de María a través de Cristo, para aprender a profundizar el misterio de Cristo a través de María”.

ARZOBISPO DE CRACOVIA

  Ya Arzobispo de Cracovia, el 8 de mayo de 1966, en la Catedral de Wawel en el milésimo aniversario del bautismo de Polonia, dijo: “Te consagro; ¡oh Madre!, como pastor de la Iglesia de Cracovia, a toda esta Iglesia como tu propiedad en el presente y en el futuro. Si es tu propiedad no se puede disipar ni perder. Si somos tu propiedad, a pesar de todas las dificultades y obstáculos, Cristo estará y crecerá en nosotros. ¡Oh Madre!, tú eres nuestra confianza, nosotros como tu propiedad y Tú como nuestra confianza. Acógenos Madre como tu propiedad. Acoge nuestra confianza sin límites. Y en su “Totus Tuus” incluía a aquellos a quienes servía. El Santuario Mariano sobre el Calvario para él fue un Santuario Cristocéntrico, en el que el hombre encuentra su lugar al lado de Cristo a través de su Madre. Así lo confirmó en su personal y emotivo discurso: “Veníamos aquí muchas veces desde Cracovia especialmente en los momentos importantes. Sin embargo, a menudo venía aquí sólo y caminaba por los senderos del Señor Jesús y de su Madre, y meditaba sobre sus santísimos misterios. Además de esto consagraba al Señor Jesús a través de María las cuestiones difíciles y los argumentos de responsabilidad, de modo especial en todo mi servicio episcopal. Me daba cuenta de que tenía que venir aquí más a menudo porque las cuestiones de este tipo eran cada vez más y, porque normalmente se resolvían después de mi visita a estos senderos. Os puedo decir hoy, que casi ninguna de las cuestiones que de vez en cuando turbaban el corazón de un obispo, y en cualquier caso despertaban en mí el sentido de las grandes responsabilidades, no habrían madurado sino aquí, a través de la oración ante el rostro de un Gran Misterio de la fe, que el Calvario esconde en sí mismo. Cada vez que venía aquí tenía la conciencia de sumergirme en este depósito de fe, esperanza y amor, que llevaban a esta colina, a este santuario, a todas las generaciones del Pueblo de Dios de la tierra de la que yo provengo y en cuya fuente bebo continuamente. A todos los que vengan aquí en el futuro les pido que recen por uno de los peregrinos del Calvario, que Cristo ha llamado con las mismas palabras con las que llamó a Simón Pedro. Lo ha llamado de alguna manera desde estas colinas, diciéndole.- "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”.

JUAN PABLO II, ELEGIDO PAPA

El 16 de octubre de 1978. Terminado el Cónclave en el que los Cardenales le han elegido Papa, Wojtyla expresó por dos veces una especie de credo mariológico personal sometido a la fe en Cristo Jesús-Señor y Salvador. En aquel momento solemne, cuando el Cardenal Decano, en nombre de todo el Colegio de los electores, pide su consentimiento: ¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?, ante el supremo silencio expectante del Colegio de los Cardenales, respondió: “En la obediencia de la fe hacia el Cristo mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la Iglesia - consciente de todas las dificultades – acepto”. Después, desde la logia de San Pedro, en un acto decisivo, insólito y cargado de emoción y de lágrimas, proclamó ante los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro: “Temía aceptar esta elección, pero lo hice en el espíritu de obediencia a nuestro Señor y en la total confianza en su santísima Madre. Hoy estoy ante vosotros para expresar nuestra fe común, nuestra esperanza y nuestra confianza en la Madre de Cristo y Madre de la Iglesia”.

LAS CONSAGRACIONES DE PIO XII Y PABLO VI A MARÍA

Primero fue Pío XII el 31 de octubre de 1942, cuando Europa y el mundo vivían el drama de la segunda guerra mundial. El Santo Padre pedía la conversión de las conciencias, la vuelta de la alegría y de la paz para tantas madres y tantos padres, mujeres, hermanos y niños inocentes y tantos seres humanos cuya vida había sido truncada: ¡Madre de la Misericordia! ¡Pide para nosotros la paz de Dios, pero sobre todo la gracia, que pueda convertir los corazones humanos, la gracia que prepara, facilita y asegura la paz! Reina de la paz, ruega por nosotros y dona la paz al mundo inmerso en la guerra, en la verdad, justicia y amor de Cristo. Le siguió Pablo VI el 13 de mayo de 1967 en Fátima en el 50° aniversario de la primera aparición en Fátima. Entregó la Iglesia y el mundo a la protección de María. La elección de Karol Wojtyla inauguró el proceso de cambios en todo el bloque del Este. El atentado contra su vida del 13 de mayo de 1981, ocurrió exactamente el día del 64° aniversario de la aparición en Fátima. Desde entonces los actos de la consagración a la Madre de Dios constituyen la parte integral de casi todas las peregrinaciones apostólicas del Papa Wojtyla.

SU ÚLTIMA VISITA A POLONIA

Su última visita a Polonia en agosto de 2002, en el Calvario, expresa de nuevo la convicción del carácter teológico especial de este lugar, y la unidad entre la mariología y la cristología. Dijo: este lugar predispone extraordinariamente el Corazón y la mente a la penetración de los misterios de este vínculo, que unía al Salvador en su Pasión y a su Madre Dolorosa. En el centro de este misterio del amor todas las personas que vienen aquí se encuentran a sí mismas, su vida, su cotidianidad, su debilidad y simultáneamente la potencia de la fe y la esperanza en la fuerza que nace de la convicción de que la Madre no abandona a su niño en la necesidad, sino que le conduce al Hijo y lo entrega a su Misericordia.

EN LA BASÍLICA DE SANTA MARIA LA MAYOR

La dimensión cristológica y eclesial constituye la esencia de las consagraciones de Juan Pablo II constituida por el acto de la entrega. El 8 de diciembre de 1978 en la Basílica de Santa Maria la Mayor, consagró a María a todos los que él sirve y a todos los que con él sirven. “El Papa, dijo, al comienzo de su servicio episcopal en la Cátedra de San Pedro en Roma, desea consagrar la Iglesia en especial a Aquella en la que se cumplió la maravillosa y total victoria del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la gracia sobre el pecado, a Aquella de quien Pablo VI dijo que es el comienzo del mundo mejor, la Inmaculada. Se consagra a ella a sí mismo, como el siervo de los siervos, y a todos los que sirve, y a todos os que con él sirven. Le consagra también a la Iglesia romana, como garantía y principio de todas las Iglesias del mundo, en su universal unidad”. Tres años después, en el mismo lugar, el Santo Padre pide la consagración al Espíritu Santo, que en María ha realizado cosas grandes: “En nuestros tiempos junto con la obra del Concilio Vaticano II, renació en la Iglesia la esperanza de la renovación. Cuando esta esperanza sufre diferentes dificultades, cuando el mundo contemporáneo a menudo se resiente del peligro de la guerra, parece que es necesario dirigirse de nuevo al Espíritu Santo a través del Corazón de la Madre de Dios, a la que a menudo el Papa Pablo VI llamaba "la Madre de la Iglesia”.

EN MÉXICO

  En México el 27 de enero de 1979, la consagración asume la dimensión trinitaria. Juan Pablo II “pide a María que ayude a la Iglesia a ser la sierva fiel de los misterios divinos y la fortificación de los hermanos en la fe, la Maestra de la verdad anunciada por Cristo y el amor que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo, y sensibilizar a los jóvenes a la preparación al servicio de Dios mismo: permite, por tanto, que yo Juan Pablo II, obispo de Roma y Papa, junto con mis hermanos en el episcopado, representantes de la Iglesia en México y en toda América Latina, en este solemne momento te consagremos y te ofrezcamos a ti, Sierva del Señor, toda la herencia del Evangelio, la cruz y la resurrección de la que todos somos testigos, apóstoles, maestros y obispos. Madre, ayúdanos a ser los siervos fieles de los grandes misterios divinos, apóyanos en la enseñanza de la verdad, que proclamaba tu Hijo y ayúdanos a difundir el amor, que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a consolidar a nuestros hermanos en la fe, despertar la esperanza en la vida eterna. Madre despierta en las jóvenes generaciones la preparación al total servicio de Dios. Reina de los Apóstoles, acoge nuestra preparación al sincero servicio a la cuestión fundamental planteada por tu Hijo, según el Evangelio, a la cuestión de la paz apoyada en la justicia y en el amor entre la gente y entre los pueblos.

EN TURÍN

Turín, 13 de abril de 1979. Juan Pablo II recordó la eterna elección de María y su inclusión por Dios en la obra redentora del género humano e hizo de la Inmaculada el signo de la esperanza para los que quieran perseverar cerca de Cristo y vencer al mal con el bien. Le consagra a ella la Iglesia para que Ella pueda iluminar las oscuras y peligrosas etapas de los caminos humanos en la tierra: “¡Oh Madre y Señora nuestra! Al comienzo de los tiempos de la salvación, el Padre eterno te quiso y te escogió a ti Inmaculada para Madre del Verbo Encarnado. Y te admitió al comienzo de esta lucha entre el bien y el mal. Así marcó tu humilde maternidad con el signo de la esperanza para todos, que en esta lucha, desean perseverar al lado de tu Hijo y quieren vencer el mal con el bien. ¡Oh Madre! Esta oración es otra forma de entrega que esperamos pueda decirte todo de nosotros. Que pueda acercarnos de nuevo a ti, la Madre de Dios y de los hombres, Consuelo, Auxilio, gran Maestra nuestra, que pueda acercarnos a Ti. No permitas que se pierdan los hermanos de Tu Hijo.

EN FÁTIMA

El 13 de mayo de 1982 Juan Pablo II peregrinó a Portugal, al santuario de Fátima, para agradecer a María el haberle salvado la vida en el atentado, ocurrido el 13 de mayo de 1981, en la misma fecha de 1917 en que comenzaron las apariciones de la Madre de Dios. Juan Pablo II mismo señaló que justo un año después del atentado, el 13 de mayo de 1982, acudió a Fátima. Allí dijo: “He venido aquí porque en este día, el año pasado, en la plaza de san Pedro en Roma, hubo un atentado a la vida del Papa, en modo misterioso coincidía con la fecha de la primera aparición en Fátima. He venido porque en este lugar, predilecto de la Madre de Dios, quiero realizar una acción de gracias a la Divina Providencia. Y por esto, ¡Oh Madre de los hombres y de los Pueblos! Tú, que conoces todos los sufrimientos y esperanzas, acoge nuestro grito dirigido al Espíritu Santo directamente en tu corazón y abraza con el amor de la Madre y de la sierva este nuestro mundo humano, que te entregamos y consagramos, llenos del temor por el temporal y eterno destino de los hombres y los pueblos. Cuando hoy estoy ante ti, Madre de Cristo, deseo junto con toda la Iglesia ante tu Inmaculado Corazón unirme con nuestro Salvador en esta consagración para el mundo y la humanidad, que sólo en su divino Corazón tiene la fuerza de obtener el perdón. Bendita tú eres, más allá de todas las cosas, sierva del Señor, ¡que eres obediente de lleno a esta divina llamada! Ave María, que estás indisolublemente ligada al sacrificio redentor de Tu Hijo”.

¿Podría olvidar que el evento en la plaza de San Pedro tuvo lugar el día y a la hora en que, hace más de sesenta años, se recuerda en Fátima, Portugal, la primera aparición de la Madre de Cristo a los pobres niños campesinos? Porque, en todo lo que me ha sucedido precisamente ese día, he notado la extraordinaria materna protección y solicitud, que se ha manifestado más fuerte que el proyectil mortífero. Durante el tiempo de Navidad de 1983 visité al autor del atentado en la cárcel. Con­versamos largamente. Alí Agca, como dicen todos, es un asesino profesional. Esto significa que el aten­tado no fue iniciativa suya, sino que algún otro lo proyectó, algún otro se lo encargó. Durante toda la conversación se vio claramente que Alí Agca continuaba preguntándose cómo era posible que no le saliera bien el atentado. Porque había hecho todo lo que tenía que hacer, cuidando hasta el último detalle. Y, sin embargo, la víctima designada escapó de la muerte. ¿Cómo podía ser? Se preguntaba qué ocu­rría con aquel misterio de Fátima y en qué consistía dicho secreto. Lo que más le interesaba era esto; lo que, por encima de todo, quería saber. (Juan Pablo II, Memoria e identidad, pg 202).

EN EL PASO AL NUEVO MILENIO

En la medianoche del 31 de diciembre de 2000, Juan Pablo II recordó la figura de Cristo, e imploró la llamada a Él y al testimonio de Él ante el mundo y terminó con la consagración a la Madre de Dios, la centinela de los nuevos tiempos: “Al final de este encuentro de oración, que termina el año 2000, dirigimos nuestra mirada hacia Cristo, Salvador del hombre. Es Él quien con la sabiduría de su Espíritu nos ayuda a afrontar los desafíos del nuevo milenio. Es Él quien nos da la capacidad de sacrificio de la vida por la gloria de Dios y por el bien de la humanidad. Hemos de comenzar de nuevo a partir de Él y ser sus testigos en el futuro que nos espera. Dejémonos llevar por su amor. Os deseo que este nuevo año traiga justicia para todos los pueblos, fraternidad y bienestar. Pienso aquí, en especial, en los jóvenes que son la esperanza del futuro: a fin de que la luz de Cristo Salvador de sentido a su existencia, los guíe por los caminos de la vida y les haga más fuertes en el testimonio de la verdad y al servicio del bien. Entrego estos deseos a la intercesión de la Madre de Dios. Virgen Santísima, centinela de los tiempos nuevos, ayúdanos a mirar con fe a los tiempos pasados y al año que comienza. Estrella del tercer milenio, guía nuestros pasos hacia Cristo, vivo ayer, hoy, y por los siglos de los siglos, y haz que nuestra humanidad, temerosa ante el nuevo milenio, sea cada vez más fraterna y solidaria.

LA REDEMPTORIS MATER

Los textos de la consagración a María de Juan Pablo II, no son solo una innovación teológica propia del Papa Wojtyla, sino la expresión de una fe viva y práctica, que vislumbra en la Madre de Dios el ejemplo de una confianza plena en Él. En la encíclica Redemptoris Mater, realiza un análisis del testamento de Cristo transmitido desde la cruz. Único Salvador, al confiar su Madre al apóstol, lo obliga a cuidarla con filial solicitud y a asegurarle la protección necesaria. Confiando Juan a María, lo introduce en una irrepetible relación interpersonal que constituye el núcleo de maternidad. La palabra consagración significa una especial relación personal que es consecuencia de la respuesta al amor y significa la comunidad de vida que se constituye entre Madre e hijo con la fuerza de las palabras de Cristo, que realiza la obra de la salvación.

JUAN PABLO II TESTIGO Y MAESTRO

Había escrito Pablo VI en la Exhortación apostólica “Evangelli nuntiandi”, que el hombre de hoy escucha más atentamente a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros, los escucha porque son testigos.

Los hombres de hoy escuchan a Juan Pablo II porque es un testigo y un maestro, porque con su vida testimonia lo que enseña. Ahora está hablando desde la cátedra del sufrimiento. “En estos momentos en los que Juan Pablo II no puede pronunciar palabras por la traqueotomía, dice el arzobispo y teólogo Bruno Forte, habla al mundo desde la cátedra del sufrimiento. Bruno Forte, miembro de la Comisión Teológica Internacional, considera que el testimonio del Santo Padre en estos momentos puede tener un impacto mayor que muchas palabras.

El Santo Padre está hablando desde la cátedra indiscutible del sufrimiento, ofrecido por amor y vivido en la fe, afirmó también en Radio Vaticano, el arzobispo de Chieti. “Esta cátedra no tiene necesidad de palabras. El gesto de bendecir a la muchedumbre y después de llevarse la mano al cuello herido por la traqueotomía, hablan de manera elocuente, como diciendo: "No puedo hablar, pero todo lo ofrezco a Dios por vosotros". Creo que esta elocuencia, sin palabras, tiene un impacto en nuestro tiempo mayor que el de las mismas palabras. De este modo, el Papa habla verdaderamente a todos los hombres, a cada hombre, en cualquier lugar, pues habla con un lenguaje que todos pueden ver y comprender, el del sufrimiento y el del amor con que lo ofrece. Visto con los ojos de Cristo, el sufrimiento ofrecido por amor, asume un valor positivo.

Un Papa tiene que sufrir, porque tiene que amar. Es el obispo de la Iglesia que preside en el amor y no hay cátedra más elevada que la del amor y la del dolor ofrecido por amor. Todo esto no tiene un horizonte de exaltación del sufrimiento por el sufrimiento, su horizonte es la felicidad y la salvación. A la luz de Cristo el dolor contiene una promesa de salvación y de felicidad, si se ofrece con Él y si se ofrece por amor a Dios y a los hombres. De San Maximiliano Kolbe se ha dicho que su amor a la Inmaculada, que esperaba ver un día en las cúpulas del Kremlin, alimentado día a día, le había otorgado las fuerzas para ofrecerse a morir de hambre en Auswichz a cambio de la vida de un padre de familia. De ese mismo hontanar saca fuerzas Juan Pablo II para sobrellevar todos sus martirios. Se ha cumplido y se está cumpliendo en él lo previsto y escrito por San Luís Mª Grignon de Monfort: “Quien se consagra enteramente a la Santísima Virgen progresará de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta la transformación en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo siendo todo de Jesucristo por medio de María”. Esa es la raíz vital de Karol Wojtyla, de Juan Pablo II, el Magno.