Homilía en las bodas de oro 

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Valencia- Carpesa, 8 de junio de 1997.

"No me habéis elegido vosotros a mí, fuí yo quien os he elegido a vosotros y os destiné a que os pongáis en camino y deis fruto, y un fruto que dure" (Jn 15,16).


1. Quiero dar las gracias a todos los que habéis querido acompañarme en este día de mis Bodas de Oro con el sacerdocio, sacerdotes, compañeros, familiares, amigos. Hoy hace cincuenta años había mucha gente que estaban aquí visibles y ahora están en el cielo, especialmente mis padres y mi hermana, padrinos, y tantos y tantos amigos queridos. Santos queridos, hacednos sentir hoy vuestra presencia en esta celebración jubilar entre nosotros ahora. 
Me gustaba en Barcelona pasear de vez en cuando por una rosaleda grandiosa, Cervantes. Era una pura delicia. Había rosas blancas, amarillas, rosas, rojas, burdeos, granate, carmesíes. Y pensaba: Yo veo las rosas, su colorido y hermosura, percibo su olor y perfume. Ellas no me ven. Viven en otra dimensión. Crecen, pero no entienden. Se visten de colores, pero no aman. Así los moradores de la ciudad celeste nos ven a nosotros, aunque nosotros no les vemos a ellos porque vivimos en la nube oscura. Son invisibles, pero no ausentes. ¿Están en las sombras? Somos nosotros los que vivimos en la sombra. Ellos están ahora más presentes que antes. Nos ven, nos aman, ruegan por nosotros, ellos con ojos bellos y resplandecientes, llenos de gloria nos reconocen. Felices, transfigurados, no han perdido su delicadeza, su amor por nosotros. Porque los que eran cristianos corrientes, ahora son perfectos, los que sólo eran hermosos, ahora son buenos; los que eran buenos, ahora son santos. No sólo ven la esencia divina porque son bienaventurados, sino que no han perdido su naturaleza humana y continúan todo lo que lleno de belleza y amor habían atesorado durante su vida terrena. Viven una vida divina y una vida humana gloriosa y transfigurada. Y siguen con dinamismo mayor actuando, inspirando, arreglándonos problemas, a veces minúsculos, a veces grandes. Le pregunté a mi madre, poco antes de morir: "Mare, ¿que fará per mí cuant estiga en el cel?" - Y me respondió sin pensarlo, con aquella rapidez e inteligencia que la caracterizaba: "Tot lo que puga". Estaba en la línea de Teresita: "Yo no muero, entro en la Vida". "Quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra". 



2. Porque Dios ama, creó el mundo: Cuánta maravilla, cuánta belleza. Creó los hombres. Los hombres pecaron. Lo hemos escuchado en la lectura del Génesis (3,9). El pecado es un desequilibrio, un desorden, los ojos fuera de sus órbitas, monstruoso, un hueso fuera de su sitio, en busca de un placer, un egoismo, una soberbia. Un sol que se sale del camino buscando su independencia. Frustraron el camino y la meta de la felicidad. De ahí nace la necesidad de la expiación, del sufrimiento, del dolor, por amor, para restablecer el equilibrio y el orden. Dios envía una Persona divina, su Hijo, a "aplastar la cabeza de la serpiente", haciéndose hombre para que ame como Dios, hasta la muerte de cruz, con el Corazón abierto.



Ese hombre Dios, inicia la redención de los hombres, sus hermanos. El es la Cabeza, a la cual quiere unir a todos los hombres, que convertidos en sacerdotes darán gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu, e incorporados a la Cabeza, serán corredentores con El de toda la humanidad. Pero, antes de morir, elige a unos hombres para que, en virtud del sacerdocio ministerial, bauticen, perdonen los pecados y renueven su propio sacrificio, en beneficio y servicio de sus hermanos.



Por eso los cristianos debemos tomar nuestra cruz, y los sacerdotes, más, por más configurados con Cristo, con sus mismos poderes. Los sacerdotes de la A. A. sacrificaban en el altar animales, pero no se sacrificaban ellos. Los sacerdotes nos hemos de inmolar porque Cristo se inmoló a sí mismo. Hemos de ser como él, sacerdotes y víctimas, porque nusestro sacerdocio es el suyo.



Una idea infantil del cristiano, que se acomoda al mundo, una mentalidad inmadura del sacerdote, lo hace un funcionario. De ahí surgen consecuencias de carrierismo, al estilo del mundo, excelencias, trajes de colores, que obnubilan el sentido sustancial del sacerdote-víctima, que conducen a la esterilidad, y contradicen la misión: "para que os pongáis en camino y deis fruto que dure". El fruto que dura es el de la conversión, la santidad, que permanecerá eternamente.



3. El sacerdocio hoy está bastante desvalorizado. Las cosas poco prácticas no se cotizan. Esta generación consumista sólo tiene ojos para sus intereses. Ha perdido el sentido de la gratuidad. Un beso y una sonrisa no sirven para nada, pero los necesitamos mucho. Un jardín no es un negocio, pero necesitamos su belleza. Cultivar patatas y cebollas es más productivo, pero los rosales y las azucenas son necesarios. 



El sacerdote sirve. Siempre está sirviendo. Es necesario como la escoba para que esté limpia la casa. Pero a nadie se le ocurre poner la escoba en la vitrina. 



El sacerdote perdona los pecados, es instrumento de la misericordia de Dios. En un mundo lleno de rencores y envidias, el sacerdote es portador del perdón. Está siempre dispuesto a recibir confidencias, descargar conciencias, aliviar desequilibrios, a sembrar confianza y paz. El sacerdote ilumina. Cuando nos movemos a ras de tierra, nos señala el cielo. Cuando nos quedamos en la superficie de las cosas, nos descubre a Dios en el fondo. 

El sacerdote intercede. Amansa a Dios, le hace propicio, le da gracias, da a Dios el culto debido. Impetra sus dones. 

El sacerdote ama. Ha reservado su corazón para ser para todos. El sacerdote es antorcha que sólo tiene sentido cuando arde e ilumina. 

El sacerdote hace presente a Cristo. En los sacramentos y en su vida. Es el alma del mundo. Donde falta Dios y su Espíritu él es la sal y la vida. No hace cosas sino santos. Todos hemos de ser santos, pero sin sacerdotes difícilmente lo seremos. Es grano de trigo que si muere da mucho fruto. Nada hay en la Iglesia mejor que un sacerdote. Sí lo hay: dos sacerdotes. Por eso hemos de pedir al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies (Mt 9,38). 



4. "No me habéis elegido vosotros a mí, os he elegido yo a vosotros". La elección indica siempre predilección. Si voy a un jardín, miro y remiro: tallo, capullo, color, aguante...Elijo, corto y me la llevo. Pero sé que yo no podré ni cambiar el color, ni darles más resistencia, ni aumentarles la belleza. 
Cuando Dios elige, elige a través de su Verbo: "Por El fueron creadas todas las cosas". Cuando un joven elige a su novia, es él quien elige. Si eligiesen sus padres u otros, probablemente saldría mal. Cuando Dios elige esposa, respeta a su Hijo, que se ha desposar con ella. Cuando Dios elige ministros suyos, deja a su Verbo la elección. Porque han de continuar sus mismos misterios.

Parece que el Señor tendrá sus preferencias. Contando con que siempre puede rectificar y enderezar, romper el cántaro y rehacerlo, y purificar, es verosímil que cuente con lo que ya hay en las naturalezas, creadas por El: "Omnia per ipso facta sunt".

Una de las primeras cualidades que parece buscará será la docilidad. Docilidad que casi siempre es crucificante. Otra, será la sencillez: "Si no os hacéis como niños"... Manifestarse sin hipocresís, con naturalidad.

5. LLegó a la parroquia un sacerdote fuera de serie. Me fascinó: -¿Quieres ser acólito?- me preguntó. Y dije que sí. Los acólitos llevábamos unos bonetes rojos muy graciosos, a tono con las sotanas rojas. Nos había advertido el Señor Cura que al pasar por la ermita de San Roque en los entierros, saludáramos quitándonos el bonete. Nadie se acordaba. Yo sí, y me descubrí. El Cura, que nos observaba, me dijo, metiéndome debajo de la capa: "¡Qué bon retoret faríes!". Pasó un tiempo, y germinó la semilla, y un día le dije: -"Vullc ser capellá". El se puso serio. Llamó a mis compañeros y quise que lo repitiera ante ellos. Me comprometió. Y hasta hoy. Cincuenta años. Día a día, gota a gota...

6. HIMNO SACERDOTAL. 

Brota de mi corazón un himno ardiente
cuajado en el manantial del ser:
Jesús Martí, yo te elijo, vente,
yo te llamo: Jesús Martí Ballester.

Cogiste mi corazón de niño
con ternura delicada y paternal,
me sedujeron tu afecto y tu cariño
y me dejé cautivar.

Yo escuché tu llamada gratuita
sin saber la complicación que me envolvía,
me enrolé en tu caravana de tu mano
sin pensar ni en las espinas ni en los cardos.

Te fuí fiel, aunque a girones
fuí dejando en mi camino pedazos de corazón,
hoy me encuentro con un cáliz rebosante de jazmines
que potencian mis anhelos juveniles
y me acercan más a Dios.

En el ocaso de la carrera de mi vida
siento el gozo de la inmolación a Tí.

Tienes todos los derechos de exigirme,
puedes pedir si me ayudas a decir siempre que ¡Sí!.

Necesitaste y necesitas de mis manos
para bendecir, perdonar y consagrar; 
quisiste mi corazón para amar a mis hermanos, 
pediste mis lágrimas y no me ahorré el llorar.

Mis audacias yo te dí sin cuentagotas, 
mi tiempo derroché enseñando a orar,
gasté mi voz predicando tu palabra
y me dolió el corazón de tanto amar.

A nadie negué lo que me dabas para todos.

Quise a todos en su camino estimular.

Me olvidé de que por dentro yo lloraba,
y me consagré de por vida a consolar. 

Muchos hombres murieron en mis brazos, 
ya sabrán cuánto les quise en la inmortalidad, 
me llenarán de caricias y de flores el regazo, 
migajas de los deleites de su banquete nupcial.

Pediste que te prestara mis pies
y te los ofrecí sin protestar, 
caminé sudoroso tus caminos, 
y hasta el océano me atreví a cruzar.

Cada vez que me abrazabas lo sentía
porque me sangraba el corazón,
eran tus mismas espinas las que me herían
y me encedían en tu amor.

Fuí sembrando de hostias el camino
inmoladas en la cenital consagración:
más de treinta mil misas ofrecidas
han actualizado la eficacia de tu redención.

No me pesa haber seguido tu llamada, 
estoy contento de ser latido en tu Getsemaní;
sólo tengo una pena escondida allá en el alma:
la duda de si Tú estás contento de mí.

Mi gratitud hoy te canto, ¡Cristo de mi sacerdocio!
Mi fidelidad te juro, Jesucristo Redentor.
Ayúdame a enriquecer con jardines a tu Iglesia, 
que florezcan y sonrían aun en medio del dolor.

Sean esos jardines para tu recreo y mi trabajo,
multiplica tu presencia por los campos hoy en flor,
que lo que comenzó con la pequeñez de un pájaro, 
se convierta en muchas águilas que roben tu Corazón.

EN CARPESA

. Las Bodas de Oro las celebré en la Parroquia de lo Santos Abdón y Senén de la Ciudad de VALENCIA-CARPESA, donde mis padres contrajeron matrimonio, fui bautizado, confirmado y recibí la primera Comunión, escuché la llamada del Señor, celebré mi Primera Misa, oficié los funerales de mis padres y hermana y donde sus cuerpos esperan la Resurrección. CARPESA existe ya en el tiempo de los árabes y fue conquistada por Jaime I que la entregó a la Orden de Montesa permutándola por Ruzafa cuya historia ofrezco:

LA CONSTRUCCIÓN

Jaime I conquista a los árabes la torre y la alquería de Moncada y Carpesa y las cambia a la Orden del Temple por Ruzafa y otras propiedades llegando a la consolidación definitiva por carta de población en 1248. Cincuenta años duró el dominio del Temple hasta que pasó a la Orden de Santa María de Montesa. El rey Jaime II proyectó, fundir las Ordenes de los Templarios y Hospitalarios, y crear una nueva orden, propia del territorio valenciano, para luchar contra los árabes. El Papa Juan XXII, quiso que la orden llevara el título de Santa Maria de Montesa concediendo su licencia desde Aviñón, en bula del 10 de junio de 1317, para contener las invasiones de sarracenos en el Reino de Valencia, bajo la regla del Cister y como filial de la de Calatrava en el castillo de Montesa, a la que incorporaba todos los bienes, créditos, honores, derechos, jurisdicciones, vasallos, en el Reino de Valencia de la extinguida orden del Temple, así como también lo poseído por la orden del Hospital, para prestar al rey de Aragón todos los servicios como lo habían hecho Hospitalarios y Templarios.

FUNDACIÓN DE LA ORDEN

El 22 de julio de 1319 se fundó la orden. En la Capilla del Palacio del Obispo de Barcelona, reunidos el Comendador de Calatrava, los Abades de Santa Creus, de Benifasar y de Valldigna, Caballeros militares, de las órdenes de San Juan del Hospital, de San Jorge y de la Merced, y muchos Caballeros de la Corte Real; tras la misa solemne, vistieron el hábito y profesaron la orden de Calatrava Guíllem de Eril y otros más. A continuación el Abad de Santa Creus, autorizado por el papa, nombró primer maestre de Montesa a Fray Guíllem de Eril. La Orden comprendía la valía de Cervera y San Mateo, Traiguera, San Jorge, Chert, Canet lo Roig, La Jana y Cálig. Cuevas de Vinromá, Albocácer, Salsadella, Tirig, Villanueva de Alcolea, Torre Endoménech y Serratella, y Culla, Benafigos y el Molinell, Adzaneta, Torre Embesora, Villar de Canes y Vistabella, Benasal, Ares, Benicarló,Vinaroz, Alcalá de Chivert, Santa Magdalena de Pulpis, Onda, Tales y Artesa, Villafamés y Burriana, Peñíscola, Montroy, Perpuchent, Ademuz y Castellfabib, Moncada, CARPESA, Borbotó y Masarrojos, Benifaraig, Rocafort y Godella Sueca, Montesa, Vallada y Silla. En 1399 el rey de Aragón Martín el Humano incorporó a la orden de Montesa la de San Jorge con aprobación del papa Benedicto XIII. El emblema de Montesa, que hasta entonces había sido una cruz florlisada en negro cambiaría por la cruz llana de gules de San Jorge. La denominación popular por la que siguió conociéndose continuó siendo "de Montesa" y continuó perteneciendo a la Corona de Aragón.

Su carisma era socorrer a los pasajeros cristianos. En 1587, Felipe II incorporó la orden de Montesa a la Corona, y asumió la jerarquía de Gran Maestre, que siguió siendo siempre el rey de España, hasta el rey Alfonso XIII, aunque con la Constitución de Cádiz de 1812 los bienes de la orden pasaron al Tesoro público. Cuando se declararon extinguidos los señoríos territoriales por la desamortización de Mendizabal, en 1835, la orden quedó reducida a una corporación nobiliaria de carácter honorífico.

LA REPÚBLICA

En 1931, al proclamarse la República, las órdenes militares fueron suprimidas. El poblado pasa por varias vicisitudes: será municipio independiente y después incorporado a la ciudad de Valencia. Su parroquia, cuyos Titulares son los Santos mártires Abdón y Senén, tiene varias filiales, Bonrepós y Mirambell, que en 1574 se erigió como parroquia independiente, segregándose de Carpesa. También era filial Borbotó, que se independizó a mediados del Siglo XX. La Parroquia de San Bernardo Mártir- Pueblo Nuevo, fue erigida, segregándola de la Parroquia de Carpesa-Valencia el año 1942. Carpesa en la actualidad es un Distrito de Valencia Ciudad.