Himno sacerdotal

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Brota en mi corazón un himno ardiente
cuajado en el manantial del ser:
Jesús Martí, yo te elijo, vente,
yo te llamo: Jesús Martí Ballester.

Cogiste mi corazón de niño
con ternura delicada y paternal,
me sedujo tu afecto y tu cariño
y me dejé cautivar.

Yo escuché tu llamada gratuita
sin saber la complicación que me envolvía,
me enrolé en tu caravana de tu mano
sin pensar ni en las espinas ni en los cardos.

Te fuí fiel, aunque a girones
en mi camino fuí dejando trozos de mi corazón,
hoy me encuentro con un cáliz rebosante de jazmines
que potencian mis anhelos juveniles
y me acercan más a Dios.

En el ocaso de la carrera de mi vida
siento el gozo de la inmolación a Tí.

Tienes todos los derechos de exigirme,
puedes pedir si me ayudas a decir siempre que ¡Sí!.

Necesitaste y necesitas de mis manos
para bendecir, perdonar y consagrar;
quisiste mi corazón para amar a mis hermanos,
pediste mis lágrimas y no me ahorré el llorar.

Mis audacias yo te dí sin cuentagotas,
mi tiempo derroché enseñando a orar,
mi voz gasté predicando tu palabra
y me dolió el corazón de tanto amar.

A nadie negué lo que me dabas para todos.

Quise a todos en su camino estimular.

Me olvidé de que por dentro yo lloraba,
y me consagré de por vida a consolar.

Muchos hombres murieron en mis brazos,
ya sabrán cuánto les quise en la inmortalidad,
me llenarán de caricias y de flores el regazo,
migajas de los dulzuras de la Pascua nupcial.

Pediste que te prestara mis pies
y te los ofrecí sin protestar,
caminé sudoroso tus caminos,
y hasta el océano me atreví a cruzar.

Cada vez que me abrazabas lo sentía
porque me sangraba el corazón,
eran tus mismas espinas que me herían
y me encendían en tu amor.

De Hostias fuí sembrando mi camino
inmoladas
en la cenital consagración:
cincuenta mil Eucaristías ofrecidas
actualizan la eficacia de tu redención.

No me pesa haber seguido tu llamada,
soy feliz siendo latido en tu Getsemaní;
pero tengo una pena agazapada en el alma:
de no estar a la altura de Tí.

Mi gratitud hoy te canto, ¡Cristo de mi sacerdocio!
Mi fidelidad te juro, Jesucristo Redentor.
Ayúdame a enriquecer con jardines a tu Iglesia,
que florezcan y sonrían aun en medio del dolor.

Sean esos jardines para tu recreo y mi trabajo,
multiplica tu presencia por los campos hoy en flor,
que lo que comenzó con la pequeñez de un pájaro,
crezca en multitud de águilas que absorban tu Corazón.