El sufrimiento, octavo mandamiento

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Día 15 de diciembre de 1980. Una fecha que quedará impresa en mi memoria para siempre. 

Los días anteriores ya habían sido de angustia, pero siempre, ante la duda, quedaba una tenue espe­ranza, a la que en los momentos de mayor zozobra me agarraba con fuerza. 

La situación de la Clínica del Radiólogo ni la recuerdo. Hoy no acertaría a encontrarla. Pero sí que recuerdo perfectamente que el enfermero me dijo: el Dr. hablará después con Vd. Me pareció un mal presagio... que se fué disipando a medida que el Radiólogo lanzaba placas y placas con frases optimistas. 

Al terminar la faena me hizo pasar con disimulo a su despacho y sin más me dispara el bisturí. Tengo que darle una mala noticia. Creo que me hundí de golpe por dentro. Me lo dijo brutalmente y garantizando sus afirmaciones con su larga experiencia. Un millón de pacientes han pasado por sus manos. 

No había apelación. Era la Noche. La Noche tenebrosa y oscura, el tambaleo de alguien que no sabe donde caerá, mejor, que intuye lo peor. Y sin embargo, Dios está ahí.

¿Disimular? ¿Quién puede disimular? Como un autómata bajo y acompaño y camino y me corroe a mí el mal del dolor, de la angustia.

Al médigo del digestivo. Ya no puedo disimular más. Llega el llanto y los sollozos. Y la gran compasión. Inmensa compasión. Infinita ternura. Una enorme compasión y ternura por mi hermana, como si fuera mi hija amenazada, tiranizada y yo sin poderla defender.Teniendo que dejar hacer.

Al cirujano Ahora, hay que trabajar mucho. Y la espada contra natura. No lo comprendo. ¿Por que? ¿Por qué?.. 
El doctor me llama aparte y me habla de gastos: 200.000 sólo la Clínica... 

No las tenemos, pero es lo que menos me importa. Dios proveerá, le he dicho. ¡Adelante! El médico, con misericordia, me dice que cuente con sus servicios... 

Al llegar a casa los tres abrazados en el sofá, llorando con amargura y escozor inconsolables. ¡Cómo nos debe de mirar Dios de complacido y compasivo en esta noche de Getsemaní!

¡Trague esos bocados amargos, que cuanto más amargos son para ella, tanto más dulces son para Dios! -diría San Juan de la Cruz.

Después la misa por ella. Cuarenta misas celebradas. Es la Sangre de Cristo. ¡Cristo ten piedad! 

Y el mendigar de todos los amigos oraciones por ella, por ella. Señor, su vida, sálvala, la necesitamos.

Monasterios de Salamanca y Oviedo, de Madrid, Puigerdá y Valencia, de Barcelona y Teruel, amigos buenos, almas santas, Dios os lo pague.

Y el rosario de los análisis y el talonario de los cheques que se escapa y las pesadillas de las noches largas de la larga espera…

Día 23 de diciembre. A las 6 menos cuarto sale de la habitación de la Clínica ya pinchada: dice: que se haga la voluntad de Dios, con los o jos que se van perdiendo. Hermana, ponga un centímetro más en la jeringuilla... 

Se aleja rápida la camilla. ¿Cuándo volverá?¿Qué pasará?

Que perdonen los amigos que quedaron en la habitación para consolarme y acompañarme. Yo no podía, no podía de jarla sola; quería a ayudarla al máximo, todo lo que pudiera. Y no podía hacerlo me jor que orando... ante el Sagrario. Y me fuí a la pequeña capilla. El corazón latía desaforadamente. Pasa un cuarto de hora. Pasa media hora. Una hora. Todo sigue igual. Comprometo a Jesús: Si fuera una hermana tuya yo no lo consentiría. ¿Así le pagas su entrega a Tí en su hermano sacerdote?- Cómo comprendo ahora que a quienes más amas más afliges. Es necesario. Es necesario. 
Que inocentes sufran. Que Dios elija por amor a sufrir por amor para corredemir con el dolor.

Es la corredención, es la unión con Jesús crucificado. Tormento pero en el fondo... amor. 

A las tres horas de operación una monjita amigase ha comunicado por teféfono con el quirófano. Se ha podido empalmar. 

Me transmiten: la noticia a la capilla pero... ¿será verdad? Es tanto el temor, que sospecho de todo y nada puede consolarme. Pero fué un respiro un alivio. 

A las 4 horas y media. Un señor que le espera. Buenas noti­cias. Apresuradamente voy en su busca. Está sereno y sonriente el cirujano. Satisfecho. Sí! ha podido empalmar. Estaba flexible y

vivo. Pero ¿habrá ramificaciones? Con 99 datos a favor y uno en contra o en duda… y me quedo con la duda... Porque hay que sufrir, y esta operación no se la hacen sólo a mi hermana. Soy yo también el operado en el alma. Y conmigo muchos. Sufren todos.

Llega la camilla...: Es un Cristo de Semana Santa con sus fa roles que son los goteras y las sondas y no sé cuántos aparatos más.

Ya ve y oye. Me acerco cariñosamente y dolorosamente. La beso con amor inmenso compasivo: ¡Pobrecita mia! Ella lo oyó. Lo recuerda. No lo olvidará.

Llegué a casa a las 12 de la noche. Rendido, agotado, no celebro misa. La he celebrado en carne viva.

Que la mano de Dios está aquí es una frase que repiten sin cesar los médicos. Dios nos ha ayudado. Evidentemente. Incluso hablan de milagro. Son muchas las oraciones que han subido al cielo en estos días. Y Dios ha escuchado. Nos ha probado, pero su mano se ha manifestado. A El la gloria, el honor, el poder y la acción de gracias rendida.

Pero ¿y qué es del título de este artículo: el sufrimiento, octavo sacramento?

Pues es lo siguiente: que yo he vivido estos largos días en contínua oración, en intensa intercesión, al meterme en la cama e intentar dormir, al ir y venir a la Clínica cuatro veces al día, todo, todo ha estado saturado de oración. 

Y eso, y los otros sacrificios pequeños y grandes que se van sucediendo lo considero como un fruto en en todos del dolor que se ha hecho sagrado y fecundo, causa de gracia y de vida.