El Sacramento del orden

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

Sabemos ya que el tratado del sacramento del Orden va incluido en el Suplemento de la Suma que, carece del genio maduro del Angélico. A pesar de esto, la doctrina actual, aunque más desarrollada, tiene sus raíces en la Suma. San Pío X, Pío XI, Pío XII, Pablo VI, el Vaticano II, el Código de Derecho Canónico, y el Catecismo de la Iglesia Católica, desde la raíz de aquella, han enriquecido la misma doctrina sobre este sacramento. A todos estos Lugares Teológicos remito al lector, aunque resumiré la doctrina de Santo Tomás, comenzando por el Catecismo de la Iglesia Católica, que reza así: "El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es pues, el sacramento del ministerio apostólico" (CIC 1536).

SACRAMENTOS PARA LA PERSONA INDIVIDUAL Y PARA LA COMUNIDAD
Entre los sacramentos, unos tienen carácter individual, y están ordenados a perfeccionar a la persona, librándola de las manchas individuales, como el bautismo, la confirmación, la eucaristía, la penitencia y la unción de los enfermos. Otros, como el Orden, a procurar el bien común de la Comunidad pues, las gracias personales que confiere, repercuten en la comunidad, porque el modo más eficaz de procurar el bien de la Iglesia es el mayor grado de gracia, que permita que el hombre pueda vencer el egoísmo para entregarse a la Comunidad, prescindiendo de sus intereses personales, búsqueda de sí mismo, orgullo, vanidad, y todos los defectos enraizados en la naturaleza humana, viciada por el pecado original.

CUERPO REAL Y CUERPO MISTICO DE CRISTO
Por el sacramento del Orden el hombre recibe el poder de realizar dos acciones, una sobre el cuerpo real de Cristo, hacer y administrar los sacramentos; otra, sobre el cuerpo místico de Cristo, que se ejerce por el pastoreo, la cura de almas. Influenciado Pío XII sobremanera por Santo Tomás, escribe en la "Mystici corporis": "Por el Orden se entregan y consagran a Dios los que han de inmolar la Hostia eucarística, los que sustenten al pueblo fiel con el Pan de los ángeles y con el alimento de la doctrina, los que lo gobiernen conforme a los preceptos y consejos de Dios, los que los fortalezcan con los demás dones celestiales".

Jesucristo, en la última cena, oró al Padre por aquellos discípulos que habían vivido con El, y les transmitió sus poderes: "Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros" (Jn 20, 21). Y porque ellos tienen la misma misión que Cristo, y los mismos poderes: "Quien a vosotros oye a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia. Y quien me desprecia a mí, desprecia también a Aquel que me ha enviado" (Lc 10, 16).

Trento ha definido que cuando Cristo mandó a los apóstoles renovar su sacrificio incruento, les confirió el sacramento del Orden. Y después de la Resurrección, les confirió el poder de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados; a los que se los retuviereis, les serán retenidos" (Jn 20, 23.

LOS PODERES DE LOS SACERDOTES
El sacerdote tiene los poderes de Cristo. El se los ha dado. Ha escrito el Cardenal Lustiger: "El poder del obispo es el poder de perdonar los pecados, de administrar los sacramentos de la salvación, y de este modo constituir la Iglesia; el poder y el deber de dar testimonio de la palabra de Dios; el poder de dar los sacramentos de la resurrección y de reunir a los hijos de Dios dispersos. Son los poderes espirituales de Cristo, de Aquel que es el Pastor, y la autoridad propia del obispo se sitúa en este dominio sacramental del servicio de la caridad divina. Tengo el deber de recordar, en medio del vaivén de las opiniones, las verdades primeras e inalienables de la fe, no tanto tirando de las orejas a los se desvíen, como ocupándome yo mismo con la mayor frecuencia a expresar públicamente la verdad que he recibido para transmitirla... Los que tienen una percepción muy aguda pueden darse cuenta de cómo este magisterio se ha ejercido a veces con estrechez de miras, otras, con una mayor inteligencia. En algunos momentos la autoridad puede ser abusivamente restrictiva y caer en defectos de rigidez o de estrechez de juicio... Para que una reflexión, a veces crítica, sea útil, es preciso, que aquél a quien se hace, viva la fe dentro de un buen equilibrio espiritual, si no, ya se puede pasar el tiempo corrigiendo la copia, que no cambiará en absoluto. A la pregunta de un periodista sobre su nombramiento de Arzobispo de París, responde que “Sabe que su nombramiento era el resultado de la oración del Papa. "Por tanto, a pesar de mis debilidades personales, en la medida en que Dios me exponía, me protegería. Así como ninguna persona razonable y responsable envía a alguien a la guerra sin darle los medios para sobrevivir, igualmente, estaba seguro de ello, yo recibiría lo necesario para desempeñar lo menos mal posible la misión que se me encomendaba". Es una aplicación práctica de la doctrina de Santo Tomás. "Solo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos". "En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su Cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor, maestro de la Verdad. Actúa en persona de Cristo Cabeza" (CIC 1548).

MEDITACION SOBRE EL MINISTERIO SACERDOTAL
Es San Pablo quien, en su Carta a los Corintios, define a los sacerdotes: "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles'' (1 Co 4,1). Juan Pablo II, en el tema VIII de su libro “Don y Misterio”, sus memorias escritas y publicadas al cumplir sus Bodas de Oro sacerdotales, medita agudamente este texto: “el administrador no es el propietario, sino aquel a quien el propietario confía sus bienes para que los gestione con justicia y responsabilidad. El sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación para distribuirlos entre las personas a las cuales es enviado. Es por tanto, el hombre de la palabra de Dios, el hombre del sacramento, el hombre del misterio de la fe''. La vocación sacerdotal es el misterio de un "maravilloso intercambio" entre Dios y el hombre. El hombre ofrece a Cristo su humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo”. El que no tiene ojos para percibir el misterio del "intercambio" del hombre con el Redentor no podrá comprender que un joven renuncie a todo por Cristo, seguro de que su personalidad humana se realizará plenamente.

LA GRANDEZA DE NUESTRA HUMANIDAD
Retóricamente pregunta Juan Pablo II: “¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día “in persona Christi” el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la Cruz? En este Sacrificio está presente del modo más profundo el Misterio trinitario, y como "recapitulado'' todo el universo creado (Ef 1,10). La Eucaristía ofrece "sobre el altar de la tierra entera el trabajo y el sufrimiento del mundo'', en bella expresión de Teilhard de Chardin. En la Eucaristía todas las criaturas visibles e invisibles, y en particular el hombre, bendicen a Dios como Creador y Padre con las palabras y la acción de Cristo, Hijo de Dios. Por eso "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar'' (Lc 10,21). Estas palabras nos introducen en la intimidad del misterio de Cristo, y nos acercan al misterio de la Eucaristía, en la que el Hijo consustancial al Padre, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación. En la Eucaristía Cristo devuelve al Padre todo lo que de El proviene, profundo misterio de justicia de la criatura al Creador, el hombre da honor al Creador ofreciendo, en acción de gracias y de alabanza, todo lo que de El ha recibido. Sólo el hombre puede reconocer y saldar como criatura imagen y semejanza de Dios tal deuda, que por sus limitación de criatura pecadora, es incapaz de realizar si Cristo mismo, Hijo consustancial al Padre y verdadero hombre, no emprendiera esta iniciativa eucarística. El sacerdote, celebrando la Eucaristía, penetra en el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es para él, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida”.

EL SACERDOTE ES EL HOMBRE DE LA PALABRA.
Afirma el Papa que el sacerdote es “el hombre de la palabra de Dios, el hombre del sacramento, el hombre del misterio de la fe''. Y lo razona: “Para ser guía auténtico de la comunidad, verdadero administrador de los misterios de Dios, el sacerdote está llamado a ser hombre de la palabra de Dios, generoso e incansable evangelizador. Hoy, frente a las tareas inmensas de la "nueva evangelización'', se ve aún más esta urgencia. Después de tantos años de ministerio de la Palabra, que especialmente como Papa me han visto peregrino por todos los rincones del mundo, debo dedicar algunas consideraciones a esta dimensión de la vida sacerdotal. Una dimensión exigente, ya que los hombres de hoy esperan del sacerdote antes que la palabra "anunciada", la palabra "vivida". El sacerdote debe "vivir de la Palabra''. Pero al mismo tiempo, se ha de esforzar por estar intelectualmente preparado para conocerla a fondo y anunciarla eficazmente. En nuestra época, la formación intelectual es muy importante. Esta permite entablar un diálogo intenso y creativo con el pensamiento contemporáneo. Los estudios humanísticos y filosóficos y el conocimiento de la teología son los caminos para alcanzar esta formación intelectual, que debe ser profundizada durante toda la vida. Pero el estudio, para ser formativo, ha de ir acompañado por la oración, la meditación, la súplica de los dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Santo Tomás explica cómo, con los dones del Espíritu Santo, el organismo espiritual del hombre se hace sensible a la luz de Dios, a la luz del conocimiento y a la inspiración del amor. Esta súplica me ha acompañado desde mi juventud y a ella sigo siendo fiel hasta ahora”.

LA CIENCIA INFUSA PRESUPONE LA ADQUIRIDA
“Enseña Santo Tomás, que la "ciencia infusa", no exime del deber de procurarse la "ciencia adquirida". Después de mi ordenación -escribe -fui enviado a Roma para perfeccionar los estudios. Luego, tuve que dedicarme a la ciencia como profesor de Ética en la Facultad teológica de Cracovia y en la Universidad de Lublin. Su fruto fueron el doctorado sobre San Juan de la Cruz y la tesis sobre Max Scheler. Debo mucho a este trabajo de investigación, que a mi formación aristotélico-tomista, injertaba el método fenomenológico, que me ha permitido escribir numerosos ensayos creativos, como mi libro "Persona y acción”, entrando en la corriente contemporánea del personalismo filosófico, cuyo estudio ha repercutido en los frutos pastorales. Muchas de las reflexiones maduradas en estos estudios me ayudan en los encuentros con las personas individuales y con las multitudes en mis viajes apostólicos. Esta formación en el horizonte cultural del personalismo me ha dado una conciencia más profunda de cómo cada uno es una persona única e irrepetible, y esto es muy importante para todo sacerdote. En diálogo con naturalistas, físicos, biólogos e historiadores, se puede llegar a la verdad. Es preciso que el esplendor de la verdad --Veritatis Splendor-- permita a los hombres intercambiar reflexiones y enriquecerse recíprocamente. He traído desde Cracovia a Roma la tradición de encuentros interdisciplinares periódicos, que tienen lugar durante el verano en CastelGandolfo”.

LOS LABIOS DEL SACERDOTE
"Los labios de los sacerdotes guardan la ciencia..." (Ml 2,7). A Juan Pablo le gustan estas palabras del profeta Malaquías, por su valor programático para el ministro de la Palabra, que debe ser hombre de ciencia en el sentido más alto del término, pues no sólo debe transmitir verdades doctrinales, sino tener experiencia personal y viva del Misterio porque en esto consiste "la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3).

EL SACERDOTE ES EL HOMBRE DEL SACRAMENTO.
En “Don y Misterio”, escribe Juan Pablo II: “Cristo va a Jerusalén para afrontar el sacrificio cruento del Viernes Santo. Pero el día anterior, en la Última Cena, había instituido el sacramento de este sacrificio. Pronunció sobre el pan y sobre el vino las palabras de la consagración: "Esto es mi Cuerpo. Este es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía''. Sabemos que a esta palabra hay que darle un sentido fuerte, más allá del recuerdo histórico. Es el "memorial" bíblico, que hace presente el acontecimiento mismo. ¡Es memoria-presencia! Por la acción del Espíritu Santo, que el sacerdote invoca: "Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros el Cuerpo y Sangre de Jesucristo Nuestro Señor". El sacerdote no sólo recuerda la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, sino que éstos se realicen en el altar por su ministerio, que actúa in persona Christi. Lo que Cristo ha realizado sobre el altar de la Cruz, e instituido como sacramento en el Cenáculo, el sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo. En este momento el sacerdote está como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que dice adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo en la Ultima Cena”.

EL HOMBRE DEL MISTERIO DE LA FE
Con la afirmación que sigue a la consagración: “¡Este es el Misterio de la fe!”, el Papa explica el significado real de esta profesión de fe y del compromiso que contraen todos los bautizados al participar de la Eucaristía, de vivir su sacerdocio real y profético. Esta afirmación, dice el Papa, “se refiere a la Eucaristía, pero también al sacerdocio. No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no hay sacerdocio sin Eucaristía. No sólo el sacerdocio ministerial está vinculado a la Eucaristía; también el sacerdocio común de todos los bautizados tiene su raíz en ella. Responden los fieles: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús''. En el Sacrificio eucarístico los fieles se convierten en testigos de Cristo crucificado y resucitado, y se comprometen a vivir su triple misión -sacerdotal, profética y real- recibida en el Bautismo. “Cincuenta años después de mi Ordenación puedo decir que el sentido del propio sacerdocio se redescubre cada día más en ese Misterio de fe. Esta es la magnitud del don del sacerdocio y es también la medida de la respuesta que requiere. ¡El don es siempre más grande! Y es hermoso que sea así. Es hermoso que un hombre nunca pueda decir que ha respondido plenamente al don. Es un don y también una tarea: ¡siempre! Tener conciencia de esto es fundamental para vivir plenamente el propio sacerdocio. La Redención, el precio que debía pagarse por el pecado, lleva consigo también un renovado descubrimiento, como una "nueva creación", de todo lo que ha sido creado: del hombre como persona, del hombre creado varón y mujer, el redescubrimiento, en su verdad profunda, de todas las obras del hombre, de su cultura y civilización, de todas sus conquistas y actuaciones creativas”.

SER SACERDOTE HOY
El sacerdote, con toda la Iglesia, camina con su tiempo, y es oyente atento y benévolo, pero a la vez crítico y vigilante de lo que madura en la historia. El Concilio ha mostrado cómo es posible y necesaria una auténtica renovación, en plena fidelidad a la Palabra de Dios y a la Tradición. Pero más allá de la debida renovación pastoral, el sacerdote no ha de tener ningún miedo de estar "fuera de su tiempo", porque el "hoy" humano de cada sacerdote está insertado en el "hoy" de Cristo Redentor. La tarea más grande para cada sacerdote en cualquier época es descubrir día a día este "hoy" suyo sacerdotal en el "hoy" de Cristo, del que habla la Carta a los Hebreos, inmerso en toda la historia, en el pasado y en el futuro del mundo, de cada hombre y de cada sacerdote. "Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre'' (Hb 13,8). Si estamos inmersos con nuestro "hoy'' humano y sacerdotal en el "hoy" de Cristo, no hay peligro de quedarse retrasados en el "ayer"... Cristo es la medida de todos los tiempos. En su "hoy" divino-humano y sacerdotal se supera de raíz toda oposición entre el "tradicionalismo" y el "progresismo''.