Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

El Sacramento de la Eucaristía

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre





Bien expresó en su himno “Adoro te devote” el Santo Doctor Angélico su fe y su adoración: "Te adoro devotamente, oculta divinidad - Que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente... - La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces, - sólo con el oído se llega a tener fe segura; - Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; - nada más verdadero que esta palabra de verdad" (CIC 1381). En los relatos de la institución de la Eucaristía de Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 14 y 1 Cor 11, 23, aparece clara la verdad de la presencia real del Señor. Lo que el Señor da de comer es su cuerpo y lo que da de beber es su sangre. Pero esta realidad objetiva del cuerpo y de la sangre del Señor tiene un doble destinatario: el hombre, que come y bebe; y Dios, a quien se ofrece por nosotros. Este destino doble marca el doble carácter de la Eucaristía: es sacramento y es sacrificio. 

Es sacramento porque es un rito sensible ordenado a la colación de la gracia a los hombres. Es también sacrificio porque en él hay una víctima que se ofrece a Dios en holocausto. Estos tres dogmas principales, de la presencia real, del sacramento y del sacrificio, eran creídos por la Iglesia desde siempre, pero fueron reafirmados por el Concilio de Trento, con ocasión de los errores protestantes. 

Todo lo que Santo Tomás ha escrito en este tratado del sacramento de la Eucaristía se refiere a estas verdades. Se nos presenta la Eucaristía como manjar, porque se contiene bajo las especies de pan y vino y como víctima, porque se hace presente por una consagración inmolaticia. El efecto del manjar eucarístico es la gracia cibativa. Los efectos de la víctima eucarística son el sacrificio, con sus valores latréutico, propiciatorio, eucarístico e impetratorio. 

Según santo Tomás hay sacrificio cuando las cosas ofrecidas a Dios son sometidas a una acción, como matar los animales, partir el pan, comerlo o bendecirlo, o quemar el incienso, por cuya acción, algo se hace sagrado. Cuando no se actúa sobre lo ofrecido, no hay sacrificio sino oblación, de pan, incienso, flores o dinero, porque no hay acción sacrificial sobre lo ofrecido. 

CUATRO ASPECTOS O VALORES DEL SACRIFICIO EUCARÍSTICO
Todos los hombres deben rendir culto a Dios por ser quien es y porque dependen de El y sólo lo pueden conseguir en plenitud con el valor latréutico del sacrificio. Le deben gratitud por lo que han recibido de Dios, que es todo, lo que se tributa con el valor eucarístico del acto sacrificial. El deber de tener propicio a Dios el hombre por sus pecados, se cumple por el valor propiciatorio. A la petición de lo que todo hombre necesita para alcanzar su fin, se ordena el valor impetratorio del sacrificio. Estos valores, aunque no son exclusivos del sacrificio y pueden darse y se dan en otros actos de culto, tienen su expresión más total en el sacrificio, porque es el mismo Cristo Dios quien actúa.

La eucaristía no es sólo alimento destinado a los hombres, no es sólo sacramento. La cena del Señor, la fracción del pan que celebraban los primeros cristianos no era sólo un banquete, es sacrificio también y, como tal, tiene a Dios como destinatario. Y el sacrificio eucarístico aparece en la Revelación relacionado con el sacrificio de la cruz.: "Cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor" (1 Cor 11, 26). 

MEMORIAL-PRESENCIA VIVA
El rito eucarístico es memorial de lo acaecido en el Calvario, que fue un verdadero sacrificio. Pero ese memorial no es un simple recuerdo, sino una presencia, porque en la eucaristía se hace presente el que estaba en la cruz del Calvario: la misma víctima y el mismo sacerdote. De manera impresionante lo describe Juan Pablo II: “Cristo va a Jerusalén para afrontar el sacrificio cruento del Viernes Santo. Pero el día anterior, en la Última Cena, había instituido el sacramento de este sacrificio. Pronunció sobre el pan y sobre el vino las palabras de la consagración: "Esto es mi Cuerpo. Este es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía''. Sabemos que a esta palabra hay que darle un sentido fuerte, más allá del recuerdo histórico. Es el "memorial" bíblico, que hace presente el acontecimiento mismo. ¡Es memoria-presencia! 

Por la acción del Espíritu Santo, que el sacerdote invoca: "Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros el Cuerpo y Sangre de Jesucristo Nuestro Señor". El sacerdote no sólo recuerda la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, sino que éstos se realicen en el altar por su ministerio, que actúa in persona Christi. Lo que Cristo ha realizado sobre el altar de la Cruz, e instituido como sacramento en el Cenáculo, el sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo. En este momento el sacerdote está como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que dice adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo en la Ultima Cena”. Con la afirmación que sigue a la consagración: 

“¡Este es el Misterio de la fe!”, el Papa explica el significado real de esta profesión de fe y del compromiso que contraen todos los bautizados al participar de la Eucaristía, de vivir su sacerdocio real y profético. Esta afirmación, dice el Papa, “se refiere a la Eucaristía, pero también al sacerdocio. No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no hay sacerdocio sin Eucaristía. No sólo el sacerdocio ministerial está vinculado a la Eucaristía; también el sacerdocio común de todos los bautizados tiene su raíz en ella. Responden los fieles: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús''. 

En el Sacrificio eucarístico los fieles se convierten en testigos de Cristo crucificado y resucitado, y se comprometen a vivir su triple misión --sacerdotal, profética y real-- recibida en el Bautismo. “Cincuenta años después de mi Ordenación puedo decir que el sentido del propio sacerdocio se redescubre cada día más en ese Misterio de fe. Esta es la magnitud del don del sacerdocio y es también la medida de la respuesta que requiere. ¡El don es siempre más grande! Y es hermoso que sea así. Es hermoso que un hombre nunca pueda decir que ha respondido plenamente al don. Es un don y también una tarea: ¡siempre! Tener conciencia de esto es fundamental para vivir plenamente el propio sacerdocio. La Redención, el precio que debía pagarse por el pecado, lleva consigo también un renovado descubrimiento, como una "nueva creación", de todo lo que ha sido creado: del hombre como persona, del hombre creado varón y mujer, el redescubrimiento, en su verdad profunda, de todas las obras del hombre, de su cultura y civilización, de todas sus conquistas y actuaciones creativas”. 

Lo único que es distinto es el modo de la victimación; el de la cruz fue cruento, el de la eucaristía incruento. León XIII, en la Encíclica "Mirae caritatis", recoge la doctrina de la Suma cuando dice que "la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, nada es más grato ni más honroso para Dios que este augustísimo misterio en lo que tiene de sacrificio". 

LA PRESENCIA DE CRISTO
"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Bien lo expresó en su himno el Santo Doctor Angélico, ya citado al principio. También la teología de santa Teresa es sumamente eucarística. Ella recibió los carismas mayores en el santo sacrificio o en el momento de la comunión, como el matrimonio espiritual, cuando le administraba el sacramento san Juan de la Cruz. La presencia real del Señor, "debajo de aquel pan está tratable", la necesidad de su alimento, la profanación y supresión de los sagrarios por los herejes, y el sacrificio de la cruz, están patentes en sus libros: "En la Eucaristía se realiza ahora la Pasión verdaderamente".

LA EUCARISTIA, SACRIFICIO DE ACCION DE GRACIAS 
"Romped el pan y dad gracias" (Didache 14,1). Sabemos que sólo podemos dar gracias a Dios en plenitud celebrando la eucaristía, que, esencialmente es acción de gracias celebrada amorosamente. Es un misterio más profundo e insondable que el corazón de nuestra vida que la acción de gracias a Dios no consiste en un grito de júbilo, ni en una exaltación del corazón, sino en el sacrificio de Jesús, la eucaristía. El sacrificio de la misa, es la acción religiosa de la Iglesia y el único acontecimiento misterioso, de valor infinito, y la acción más grande que el propio Dios ha puesto en nuestras manos. Sólo con ella podemos dar gracias a Dios debidamente por Cristo, con Cristo y en Cristo. Según la Mediator Dei, los elementos que integran el sacrificio son la ofrenda, el sacerdote, la acción sacrificial el fin y el sentido sacrificiales. 

1) La Ofrenda es "el divino Redentor, en su naturaleza humana y en la realidad de su cuerpo y de su sangre". En esa ofrenda hay que incluir también, como esencial, a la Iglesia cuerpo de Cristo y, a través de ella, al mundo entero. 

2) El sacerdote es Cristo que se ofreció en la cruz en sacrificio para siempre y que está sentado en el cielo como sumo sacerdote a la diestra del Padre para interceder por nosotros (Heb 7,24; 10,12; Rom 8,34; l Pe 3,22). Su sagrada persona está representada por su ministro, quien, en virtud de la consagración sacerdotal se asemeja al sumo sacerdote y tiene el poder de obrar con la fuerza y en persona del mismo Cristo (Enc.Mediator Dei, 2ª parte (2 Cor 5,20). Cristo se sirve del sacerdote, que se le entrega en obediencia y amor, y así la obra que el sacerdote cumple (palabras y acción) pertenece a la realidad terrestre que, por el mandato de Cristo y su cooperación, se convierte en signo eficaz y creador de realidad y este es el sentido de memoria. "Aquella inmolación incruenta con la cual, por las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en estado de víctima sobre el altar, la realiza el sacerdote en cuanto representa a la persona de Cristo, no en cuanto tiene la representación de todos los fieles... Si el sacerdote representa al pueblo es porque representa la persona de Cristo, Cabeza de todos los miembros por los cuales se ofrece; y se acerca al altar como ministro de Jesús, inferior a Cristo, pero superior al pueblo" (Belarmino). Encíclica Mediator Dei. 

FINES DEL SACRIFICIO
La acción sacrificial: Dice Trento que con el Sacramento de la misa se nos aplica la redención, no se opera. Acción hecha con cuatro fines: 1º Glorificar al Padre, con Cristo, por Cristo y en Cristo con todos los santos y ángeles, y así termina el prefacio: Cantamos el himno de tu gloria diciendo sin cesar. Lo mismo decimos al final del canon de la misa, Por Cristo con Él y en Él a ti Dios Padre omnipotente todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos". 2º Dar gracias a Dios; eucaristía significa acción de gracias, y así comienza el prefacio de la misa: Verdaderamente es digno y justo es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar…. 3º Expiación, satisfacción y reconciliación de nuestros pecados, y "los de todo el mundo" (l Jn 2,2). "El sacrificio de la misa se ofrece como sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo" (Plegaria cuarta). "Como Cristo en los días de su vida sobre la tierra, ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas a aquel que podía salvarle de la muerte, y fue oído en vista de su reverencia", así también se ofrece el sacrificio de la misa como un sacrificio de plegaria e impetración por los vivos y difuntos. 

ELEMENTOS DEL SACRIFICIO
En el sacrificio histórico de la cruz, como en el de la misa, hay que distinguir: a) la mactación o la muerte: el elemento esencial del sacrificio de la cruz fue la aceptación voluntaria de Cristo, por obediencia al Padre y por amor a los hombres, morir. 

b) los sufrimientos que preceden a la muerte y que la acompañan. Toda la vida de Cristo, desde el pesebre hasta la cruz, está encaminada al sacrificio. La vida entera del cristiano, enraizada en Cristo por el Bautismo, va a desembocar en la muerte, que es el signo del sacrificio de Cristo. Pero antes de la culminación del sacrificio Cristo ha sufrido padecimientos físicos y psíquicos, dolores y temor de la muerte que integran su viacrucis hasta su muerte. "Y hundido bajo el peso que le abruma / del fúnebre madero / anhela llegar antes al Calvario / por antes inmolarse por su pueblo". 

En el sacrificio de la misa todo es signo sacrificial. En efecto, las especies consagradas son un signo objetivo que significa el cuerpo y la sangre sacrificados de Cristo. La ofrenda del sacrificio de la cruz está presente bajo las especies de pan y vino. El sacerdocio ministerial de Cristo ejerce su eficacia en el servicio del sacerdote. La vida, milicia, de los cristianos, los sufrimientos de los fieles que son su cuerpo, aunque entran en el mundo de la experiencia, constituyen el signo de los padecimientos de Cristo, del Señor ya glorificado. Así es como el sacrificio de la misa se convierte en "sacrificio de la Iglesia", de los cristianos, como afirmamos al invitar a los fieles a orar sobre las ofrendas: "En el momento de celebrar el sacrificio de la Iglesia". Y así es como el sacrificio de la de la misa actualiza en este mundo el sacrificio de la cruz. El consacrificar de la Iglesia en el sacrificio de la misa no sólo es de tipo personal-espiritual, sino que afecta a todos los hombres, como pecadores necesitados del sacrificio redentor de Cristo. "Ofreced vuestros cuerpos como hostia…" (Rm 12,1) "Cumplo en mi carne…" (Col 1,24). "El tiempo que perdí quiero ir llorando, / no el vagar, que siempre he trabajado /mas yerras en la vida, andando andando / si sigues el camino equivocado. Quiero llorar la gracia en mí baldía / tras de vivir al manantial pegado; / el agua que en mi huerto se perdía / y ver pudrir el fruto no logrado".

c) la inmolación como acto del yo divino-humano, expresado con las palabras: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42). Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc 23,46). b) "La conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, en cuanto que por medio de señales diversas se significa y se muestra Jesucristo en estado de víctima" (Mediator Dei). Es discutible si las especies separadas son signo de la separación del cuerpo y de la sangre o de si solo el cáliz con la sangre, como señal del sacrificio sangriento que sella la alianza del NT es signo de la muerte. San Gregorio de Nacianzo, Ep. 17, habla de mactatio mystica en la que las palabras consecratorias inmolaticias serían instrumento de la inmolación. La inmolación como gesto sacrificial y acto íntimo y existencial de la persona, se dio en el sacrificio de la cruz en el acto personal del Dios-hombre en obediencia y en amor. La íntima actitud personal de sacrificio sigue siendo en Cristo, ahora en el cielo, donde ofrece al Padre su sacrificio por nosotros, como en la cruz; y en la eucaristía se hace realmente presente con el mismo Cristo, de modo que, en el sacrificio de la misa, podemos participar en el sacrificio de Cristo, como María, Juan, las santas mujeres y el centurión participaron en el de la cruz. Los cristianos, miembros del cuerpo de Cristo, deben participar en la actitud sacrificial en el sacrificio de la misa con la actitud sacrificial de Cristo en la cruz de sacrificar su yo divino-humano. Cristo creó y se adquirió la Iglesia con el sacrificio de la cruz. Los cristianos, como miembros de la Iglesia y de Cristo, alcanzan con su entrega al Padre en obediencia y en amor, la comunión íntima con Cristo, sacerdote y víctima y participación real-sacramental en su sacrificio, consiguiendo la redención merecida por el sacrificio de la cruz, que les convierte en Iglesia. El sacrificio de la misa significa un descenso de Cristo desde el cielo al altar y una ascensión de los miembros de Cristo hasta su Cabeza en el cielo, una liberación sacramental del pecado y una glorificación del hombre en Cristo y por la fuerza del Espíritu Santo, para gloria del Padre.