El Patriarca San José

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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TU PADRE Y YO TE BUSCABAMOS

"Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados" (Lc 2,41). La palabra padre en labios de María, tiene una significación plena en el orden espiritual, moral y afectivo. María le da la preferencia a José. Le honra, le pone delante. Ni en el orden ontológico ni el de la santidad le corresponde esa preferencia, pero sí en el orden jurídico familiar y social. La frase "Nos has tratado así", indica la unión de corazones; José es verdadero esposo de María y está unido a ella en el dolor. Como hay unión de corazones, sufren juntos por la pérdida y separación de Jesús.  

LA PERDIDA DE JESUS

Cuando perdemos a Jesús, sufrimos. Me diréis que hay muchas personas que están apartadas de Dios y no sufren por ello. Sí que sufren, aunque no se dan cuenta. Puede uno no darse cuenta de que está tragando veneno, pero se envenena sin darse cuenta. Dicen que el sida puede estar latente en un organismo durante años. Cuando se quebrantan los mandamientos se produce un desequilibrio, un desquiciamiento de la persona. Se da la esquizofrenia, que consiste en la disociación del deber y del hacer. Los mandatos de Dios no son arbitrarios. El sabe lo que nos conviene y lo que nos daña. Por eso manda lo que nos conviene y prohibe lo que nos daña. La ausencia, la pérdida de Jesús causa dolor, angustia: "Te buscábamos angustiados". El amor espiritual es más fuerte que el natural. "Los amores de la tierra le tienen usurpado el nombre" al amor, dice Santa Teresa. "El que ama con amor espiritual, dice San Juan de Avila, necesitaría dos corazones: uno de carne para amar; otro de hierro para recibir los golpes por la pérdida de los hijos espirituales”. El corazón de María estaba ya desbordado de amargura cuando prorrumpe en estas palabras de queja, reprensión cariñosa y respetuosa. ¿Por qué nos has tratado así, a los dos? Unidos en la misma duda. Y unidos en la misma acción: "Te buscábamos angustiados". José y María, como Abraham, tienen que recibir la herida dolorosísima de la separación del hijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?". -¿Qué dice? ¿Qué lenguaje es éste?- Este Jesús no es el Jesús que ellos conocían. Jesús ha marcado una línea clara de separación. Se les exige el desprendimiento total. La noche del espíritu, que María vivirá en el Calvario, se le adelanta a José en este momento. La colaboración de José a la Redención alcanza ahora mismo un nuevo dolor. Y así fue en toda su vida. En el viaje a Belén, en la noche del Nacimiento, en el día de la presentación en el Templo, en la huída a Egipto, ante la profecía de Simeón, en Nazaret, en el Templo con los Doctores.     

CUANDO DIOS BUSCA…

Dios creó el mundo hermoso para dárselo al hombre, al que quiere feliz con El y para siempre. Los hombres no acaban de conocer cuánto les ama Dios y buscando ser felices se hacen más esclavos. El hombre pecó y sigue pecando. Y se esclavizó. Se han hecho un Dios a la medida de sus deseos, dirá Nietzche: "Si es verdad que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, le salió bien, porque el hombre ha hecho a Dios a su imagen y semejanza". Los hombres hacen Dios lo que desean que sea su dios, el becerro de oro, o el dinero de plástico, o el sexo, o el poder, o la vanidad, o todo a la vez. Pero Dios sigue buscando a ese hombre que se ha perdido. Jesús deseaba ya derramar su Sangre, viendo la sangre profética en el Templo para comprar el encuentro de los hombres, y como José y María seguirá buscando... Cuando hemos perdido la cartera, el carnet, o el pasaporte, los buscamos con desespero. Me acuerdo de aquellos padres del niño autista perdido en los Pirineos, buscando angustiados a su hijo. Y de tantos otros… Jesús, encarnación del Amor del Padre, explicó tres parábolas de busqueda: una mujer perdió una moneda. cosa inanimada. un pastor perdió una oveja, animal desprovisto del instinto de orientación, de entre cien que tenía. y la de la conversion. el padre no busca al hijo, sino espera que actue su razón y su amor. y le ofrece su casa, su abrazo y su amor. amor que busca, que perdona, que crea. esa es su alegría. la alegria del encuentro, que es evidente en las tres.  

ITINERARIO DE LA HUIDA

Conocemos el proceso del huído: mucho dinero, muchos amigos. Gastos fastuosos, derroche de sus facultades, de su afectividad, de su sueño, se le apodera la pereza, va perdiendo la ilusión para los deberes serios, comienzan a mermar sus caudales, empiezan a desfilar los amigos falsos, que no le encuentran ya tan manirroto. En el fondo cada día menos alegría, se ensombrece su rostro, se acaba su campechanía y su capacidad de desenfado. Pasa hambre, va a cuidar cerdos, y no le dejan hartarse de bellotas como ellos. Y de pronto, piensa en su padre, en su casa, en sus criados que comen pan y él ni siquiera bellotas. ¿Qué hará su padre si él regresa a casa? ¿Qué dirá la gente, si él, que se marchó con tanta fanfarronería y altivez, regresa humillado y roto, empobrecido y mugriento? Pero, el hambre y la miseria son ya tan grandes, que pasa por todo: "me pondré en camino a donde está mi padre, reconoceré que he pecado" (Lc 15,1) y le diré que disponga de mí como de un criado en su casa, a su lado, junto a él. jesús está revelando el corazón del padre. "cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo". profundos sollozos de alegría, vestido nuevo y anillo de bodas en el dedo, sandalias sin estrenar, sacrificio del ternero más gordo, y el banquete. para llegar a descubrir la revelación de la misericordia de dios hace falta una larga evolución espiritual, a través de muchos acontecimientos dolorosos y muchas desilusiones amarguras y fracasos.  

…JOSE AYUDA A BUSCAR A LOS PECADORES

Dios tiene el corazón en un puño cuando a alguno de sus hijos le envuelve el pecado. se ha perdido. es como el pastor que cuenta las ovejas, 97, 98, 99, ¿y la 100? sufre porque sabe que ella sufre. Dios sufre porque sabe que el pecador es ese hijo que pasa hambre, que lo ha perdido todo, menos su dignidad de hombre y de hijo. Y el padre es fiel. Lo busca. Envia sus profetas, sus sacerdotes, en busca de la oveja perdida. "Las ovejas que me ha dado mi Padre nadie las arrebatará de mi mano". Los 90 millones de niños que son destrozados en el seno de sus madres, los miles de niños víctimas de la prostitución infantil, del asesinato en las calles, “los meninos da rua”, los enfermos del sida, los drogadictos, los esclavos de la inmoralidad y de la droga del sexo, las víctimas de todas las guerras de la historia, los esclavizados por el orgullo y la soberbia, por la envidia que les carcome las entrañas... El terrorismo, la delincuencia juvenil, la inseguridad ciudadana: el hombre de nuestro tiempo está sometido como en ninguna otra época a enormes tensiones que ponen en peligro su equilibrio psicológico. La higiene acabó con las pestes; las vacunas con las enfermedades contagiosas; la técnica con la servidumbre del trabajo físico. Pero el nuevo estilo de vida propiciado por la revolución industrial, ha hecho del hombre moderno un pelele vulnerable y desmadejado, en manos de esos invisibles agresores que son la ansiedad, la depresión, la esquizofrenia. Hoy que el mundo está loco, hace falta como en ningún otro tiempo un momento de reflexión para el cultivo del espíritu. Dios lo busca. Dios los quiere liberar, pacificar, que se reunan en su familia, que pertenezcan al Reino suyo de paz y amor. No quiere que sean niños perdidos. Y los busca. Busca a Adán, ¿dónde estás? Busca a Caín, ¿qué has hecho con tu hermano?  

JOSE, PADRE DE FAMILIA, LLORADO POR SU HIJO JESUS.

La paternidad de José va más allá de la de todos los padres terrenales, aún sin ser su filiación carnal, ya que en él se refleja la paternidad de Dios mismo constituyéndolo en cabeza de la familia con un corazón a la medida del Hijo de Dios y de su Madre María. Así pues, Dios dio a María a José por esposo no sólo para su apoyo en la vida sino para hacerlo participar del sagrado vínculo del matrimonio. La familia santa de Nazaret trabaja, cumpliendo el mandato del Creador: "Comerás del fruto de tu trabajo"; allí la fecundidad es mirada y valorada como bendición del Señor: "Tu mujer como parra fecunda; tus hijos como brotes de olivo, alrededor de tu mesa. Donde Dios derrama su bendición: "Que el Señor te bendiga y veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida" (Sal 127). Cuando ya no era tan necesario, por ser Jesús adulto y capaz de proteger a su madre, José, se sintió cansado con un cansancio que hasta entonces no conocía, agotada su vida en el taller, sintió frío y Jesús y María, alarmados y llenos de pena, corrieron a su lado y asistido por ellos cuidadosamente y con inmenso cariño, murió en la paz de Dios. Jesús, que lloró con tanta emoción ante el sepulcro de Lázaro, ¿cómo lloraría al morir su padre, a quien tanto amaba? Y las lágrimas de su esposa María, se unieron a las de su Hijo, porque se les iba el esposo y el padre, compañero de la peregrinación. Por eso, por el consuelo que tuvo al morir en brazos de su hijo y de su esposa, es el patrono de los agonizantes. Jesús, José y María, asistidnos en nuestra última agonía. Vio la siembra y supo que se acercaba la cosecha, que no pudo ver.  

EFICACIA DE LA INTERCESIÓN DE JOSÉ

Santa Teresa experimentó la eficacia de la intercesión de San José y "se hizo promotora de su devoción en la cristiandad occidental" y, principalmente, quiere que lo tomemos como maestro de oración. José, padre de Jesús, que entregó al Redentor su juventud, su castidad limpia, su santidad, su silencio y su acción, puede hacer suyo el Sal 88: "El me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora".   

DIOS NO NECESITA NUESTRAS OBRAS SINO NUESTRO AMOR

San José nos enseña que lo importante no es realizar grandes cosas, sino hacer bien la tarea que corresponde a cada uno. "Dios no necesita nuestras obras, sino nuestro amor" (Santa Teresa del Niño Jesús). La grandeza de san José reside en la sencillez de su vida: la vida de un obrero manual de una pequeña aldea de Galilea que gana el sustento para sí y los suyos con el esfuerzo de cada día; la vida de un hombre que, con su ejemplaridad y su amor abnegado, presidió una familia en la que el Mesías crecía en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres (Lc 2,52). No consta que san José hiciera nada extraordinario, pero sí sabemos que fue un eslabón fundamental en la historia de la salvación de la humanidad. La realización del plan divino de salvación discurre por el cauce de la historia humana a través, a veces, de figuras señeras como Abraham, Moisés, David, Isaías, Pablo; o de hombres sencillos como el humilde carpintero de Nazaret. Lo que importa ante Dios es la fe y el amor con que cada cual teje el tapiz de su vida en la urdimbre de sus ocupaciones normales y corrientes. Dios no nos preguntará si hicimos grandes obras, sino si hicimos bien y con amor la tarea que debíamos hacer. El evangelio apenas si nos dice nada de san José. Poquísimo nos dice de su vida, y nada de su muerte, que debió de ocurrir en Nazaret poco antes de la vida pública de Jesús. Sólo Mateo escribe de José una lacónica frase que resume su santidad: era un hombre justo. Acostumbrados a tanto superlativo, esta palabra tan corta nos dice muy poco a nosotros, tan barrocos. Pero a un israelita decía mucho. La palabra "justo” ciñe como una aureola el nombre de José como los nombres de Abel (He 11,4), de Noé (Gn 6,9), de Tobías (Tb 7,6), de Zacarías e Isabel (Lc 1,6), de Juan Bautista (Mc 6,20), y del mismo Jesús (Lc 23,47). “Justo”, en lenguaje bíblico, designa al hombre bueno en quien Dios se complace. El Salmo 91,13 dice que “el justo florece como la palmera”. La esbelta y elegante palmera, tan común en Oriente, es una bella imagen de la misión de san José. Así como la palmera ofrece al beduino su sombra protectora y sus dátiles, así se alza san José en la santa casa de Nazaret ofreciendo amparo y sustento a sus dos amores: Jesús y María.  

EL TRABAJO ORDINARIO

La santidad de José consiste en la heroicidad del monótono quehacer diario. Sin llamar la atención, cumplió el programa de quien es "justo” con Dios mediante el fiel cumplimiento de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad; y con el prójimo por medio de su apertura constante al servicio de los demás. Como se construye la casa ladrillo a ladrillo, el edificio de la santidad se va realizando minuto a minuto, haciendo lo que Dios quiere. “San José es la prueba de que, para ser bueno y auténtico seguidor de Cristo, no es necesario hacer "grandes cosas", sino practicar las virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI).  

EL SANTO DEL SILENCIO

José es el santo del silencio. Hay un silencio de apocamiento, de complejo, de timidez. Hay también un silencio despectivo, de orgullo resentido. El silencio de José es el silencio respetuoso que escucha a los demás, que mide prudentemente sus palabras. Es el silencio necesario para encauzar la vida hacia dentro, para meditar y conocer la voluntad de Dios. José es el santo que trabaja y ora. Trabajar bajo la mirada de Dios no estorba la tarea, sino que ayuda a hacerla con mayor perfección. Mientras manejaba la garlopa y la sierra, su corazón estaba unido a Dios, que tan cerca tenía en su mismo taller. Una mujer santa decía a sus compañeras de fábrica: "las manos en el trabajo, y el corazón en Dios”. El humilde carpintero de Nazaret fue proclamado por Pío IX Patrono de la Iglesia universal, y Custodio del Redentor por Juan Pablo II. Es muy coherente que el cabeza de la Sagrada Familia sea el Protector y el Custodio de la Iglesia, la gran familia de Dios extendida por toda la tierra.