Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

El amor de Dios

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

 

La voluntad, como potencia o motor del alma, produce múltiples afectos, a saber: amor, odio, deseo, temor, tristeza, gozo e ira. El acto más característico y propio de la voluntad es e1 amor y sólo el amor y el gozo caben en la voluntad Dios; los otros, que entrañan imperfección, no caben en Dios, como explica Santo Tomás en ]a cuestión 20 de la 1 parte, que: las potencias intelectuales se mueven por la fuerza de las sensitivas, que siempre van acompañadas de una conmoción orgánica, y por eso se llaman pasiones y Dios no tiene pasiones. En Dios evidentemente hay amor, que es el primer afecto de la voluntad, y el origen de todos los otros afectos, pues sin el amor ni puede existir el deseo. En efecto, el bien, objeto primario del amor, siempre es objeto de deseo y apetecible, por eso, cuando deseamos el bien, lo deseamos racionalmente porque lo amamos. Ni puede sin el amor existir el odio, si no hay amor al bien, y por eso odiamos el mal en cuanto se opone al bien. Y la falta de bien nos entristece. Y su posesión nos llena de gozo. Todos los seres dotados de voluntad aman el bien, aunque su amor es limitado porque también lo es su voluntad. Por el contrario en Dios, al ser infinita su voluntad, su amor es también infinito. Este es el primer artículo que estudia en esta cuestión el Doctor Angélico.

 

DIOS ES AMOR

 

Dios en la Revelación, se ha llamado Amor: "Dios es Amor" (1 Jn 4,16), lo que significa no sólo que ama, sino que El es el amor mismo, viviente y sustancial. "Dios es amor" es la frase que refleja fielmente el amor de Dios. Por eso dice San Juan: "El que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es amor" (1 Jn 4,8). Luego el amor proviene de Dios y es Él quien lo demuestra a cada persona otorgándole la capacidad de amar. El siempre mora en una atmósfera de amor. El objeto fiel del amor de Dios es Jesucristo, y así lo expresa el Padre: "Este es mi Hijo amado, en el cual me complazco" (Mt 3,17).

 

DIOS AMA A TODAS LAS CRIATURAS

 

Se pregunta Santo Tomás en el segundo artículo si Dios ama a todas las criaturas. Acudamos a la Sagrada Escritura. Leemos en el libro de la Sabiduría: "'Amas a todos los seres, y no aborreces nada de lo que has creado". Y el Nuevo Testamento: “Dios demuestra el amor que nos tiene, porque cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom 5,8). "Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo" (103,16).

 

Pero es verdad que el amor de Dios supera la comprensión humana y nos pone en una situación difícil de resolver. Sólo por la Revelación de su Hijo, comprendemos su amor a nosotros, los pecadores y nos demuestra la gratuita oportunidad de redimimos, "Quiere que todos los hombres se salven, y que vengan al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). "En esto se mostró el amor de Dios en que nos entregó a su Hijo para que vivamos por él. En esto consiste el amor de Dios: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él

nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (1 Juan 4,8).

 

OBJETO FORMAL DEL AMOR DE DIOS.

 

Pero ¿qué es lo que Dios ama para seguir siendo Dios? Porque si Dios ama algo que no sea El mismo, deja de ser infinito, pues, por serlo, no le falta ninguna perfección. Dios ama a Sí mismo como Sumo Bien y de su mismo bien y bondad nace el deseo de participar su mismo bien, y por razón de la difusividad del bien, ama el bien suyo que hay en cada criatura. Cuando algunos filósofos, como Kant, Hennes, Gunther y Laberthoniere, acusan a Dios de egoísmo trascendental porque ama todas las cosas en orden a él mismo, ignoran la naturaleza del amor, cosa que en Kant es lógico, porque niega a la naturaleza humana la capacidad de captar la esencia del ser, lo que es falso, porque puede conocer las leyes más íntimas de la realidad, como la desintegración del átomo y el descubrimiento del genoma humano. Y, sobre todo, ignoran la condición de la perfección de Dios, que si amara algo que no fuera él como objeto primario, lo que amara, le faltaría a él y entonces ya no sería Dios; porque si Dios es infinitamente perfecto, en ese caso no lo sería, pues le faltaría la perfección que buscaría en otro ser. Por otra parte, egoísmo es amar buscando su bien propio sacrificando todo lo demás, pero Dios busca siempre el bien de todas sus criaturas y no puede amar en ellas más que el bien, la bondad; la verdad y la belleza que él les ha comunicado o les está comunicando.

 

SANTO TOMÁS Y SAN JUAN DE LA CRUZ

 

La autoridad teológica de Santo Tomás es excelsa. Podríamos citar un rimero apabullante de testimonios. Valgan entre todos, los del Cardenal Sforza Pallavicini, que dice: "Los más grandes elogios que se han tributado al Doctor Angélico, siempre son inferiores a sus méritos, como el sol es más grande en realidad, que lo que aparece en la tierra. Yo sigo su doctrina y la seguiría aunque me la prohibiesen. El Padre Luis de La Puente dice: El Doctor Angélico vale por diez mil testigos. Pedro Labbé dice: Cristo es el Verbo del Padre; Santo Tomás, el adverbio del Hijo. Quien conoce a Santo Tomas, conoce a todos los demás Padre y Doctores; pero conociendo a todos estos no llega a conocerle a él. En donde el mismo San Agustín es oscuro, Santo Tomás es claro; donde los otros dudan, Tomás no vacila; donde acaban los demás comienza Santo Tomas. El Padre Gratry admira la densidad metálica de su estilo, cuyas fórmulas breves y enérgicas parecen inspiradas por Dios para fijar definitivamente la verdad. Santo Tomás es la más alta santidad unida al genio más elevado. Valga este preámbulo para enmarcar la siguiente afirmación mía, previo el conocimiento de que San Juan de la Cruz conoce a Santo Tomás y es tomista. Pues bien. Cuando San Juan escribe del amor, a mi parecer, excede a Santo Tomás en el análisis, en la profundidad y en la claridad, probablemente por su seguimiento filosófico de Aristóteles, más que el teológico de San Agustín y probablemente, místicamente, no está en el cenit de la mística, pues escribe la 1ª Parte de la Suma en 1266 y vivirá otros seis años más. Por algo San Juan de la Cruz es designado como el Doctor del Amor. Escuchemos a Juan de la Cruz: "Dios así como no ama nada fuera de sí, así no ama a ninguna más bajamente que a sí porque todo lo ama por sí mismo… Amar Dios al alma es meterla en cierta manera en sí mismo, igualándola consigo, con el mismo amor con que El se ama" (San Juan de la Cruz . Cántico 32, 6). Dios ama no porque sea buena la criatura, sino que la criatura es buena porque Dios la ama. En este sentido dice san Pablo:” ¿Quién es el que a te hace superior? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿a qué tanto orgullo como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4,7).

 

 

PODER UNlTIVO DEL AMOR

 

Por otra parte, el amor tiene poder unitivo. Cuando uno se ama a sí mismo, quiere el bien para sí, y busca incorporar ese bien a sí mismo poseyéndolo, con lo cual se une el que ama con el bien que ama. Y cuando amamos y deseamos el bien para otro, consideramos a ese otro como nuestro mismo yo, es decir, incorporamos a aquellos para quienes queremos el bien a nuestro propio yo, porque al desearles el bien a ellos, los consideramos como una prolongación de nuestra misma persona, por eso el amor une. La palabra revelada lo expresa con mucha plasticidad cuando nos narra el amor de Jonatán, hijo del rey Saul, a su amigo David: “Conglutinó el alma de Jonatán con el alma de David". De donde si el amor de un hombre para con otro hombre fue tan fuerte que pudo conglutinar un alma con la otra, ¿qué será la conglutinación que hará el alma con el esposo Dios, el amor que tiene el alma al mismo Dios, especialmente siendo Dios aquí el principal amante?" (lb C 31,2).

 

Por eso Dios no quiere de nosotros otra cosa más que amor, porque, como nos ama y El sabe que no nos puede venir el bien más que de la unión con El, Sumo Bien y sólo el amor nos une con El, queriendo engrandecernos, desea nuestro amor. Como no hay otra cosa en que más nos pueda engrandecer que igualándonos consigo mismo, por eso solamente se sirve de que le amemos, porque la propiedad del amor es igualar al que ama con la cosa amada" (lb Anotación para la Canción 28).

 

AL UNIR EL AMOR IDENTIFICA E IGUALA

 

Porque el amor identifica, al unificar, iguala. Es como el agua mezclada con el vino que se convierte y se hace vino. La Liturgia nos impone a los sacerdotes mezclar unas gotas de agua con el vino que va a ser consagrado, y el agua queda convertida en vino, y el vino de la mezcla, en la sangre de Cristo. La gota de lluvia que cae en el océano se identifica con el agua del océano; dos velas encendidas juntas se igualan en la misma llama. El amor es el que iguala, identifica, permaneciendo la diferencia de las diferentes personalidades, como en la Santa Trinidad. De tal manera que la persona bienaventurada amará con el mismo amor de Dios y entenderá con el mismo entendimiento de Dios. Es, no sólo indecible, sino portentosamente formidable. Si una madre muy inteligente y muy santa y muy hermosa, en todo distinguida, tuviera en su mano el elixir para conseguir que su hijo fuera como ella, ¿dejaría de administrárselo? El elixir del amor hace iguales, identifica. Por eso Dios no pide de los hombres otra cosa más que amor; es el mandamiento primero y principal; porque amándonos sin medida y deseando nuestro bien, sólo nos lo puede dar, haciéndonos una sola unidad con El, para lo que oro Jesús en la última Cena: "Padre, que sean Uno, como Tu y Yo, somos uno".

 

EL AMOR ETERNO Y GRATUITO DE DIOS

 

A lo largo de su historia, Israel descubrió que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerle entre todos los pueblos como pueblo suyo y ofrecerle su amor gratuito, Israel comprendió gracias a sus profetas, que también por amor, Dios no dejó de salvarlo y de perdonarle su infidelidad y sus pecados. El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo. Es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada; vencerá las peores infidelidades; llegará hasta el don más precioso de su Hijo único. El amor de Dios es eterno. "Porque los montes se distanciarán y las colinas se moverán, mas mi amor no se apartará de tu lado" (ls 54,10). "Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti" (Jr 31,3). Pero San Juan irá todavía más lejos al afirmar: "Dios es Amor"; el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo; El mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en El (CEI, 21,8). "Dios es Amor" es la definitiva clave de bóveda de la verdad sobre Dios, que se abrió camino mediante numerosas palabras y muchos acontecimientos, hasta convertirse en plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre todo con su cruz y su resurrección. La fe de la Iglesia culmina en esta verdad suprema.

 

Santa Teresa llena de gratitud exclamará: "Me amas más de lo que yo me puedo amar ni entiendo". Sin tener que amar amáis I Engrandecéis nuestra nada".

 

DIOS DEMUESTRA SU AMOR EN LA CRUZ

 

“Al hombre, atormentado por la duda y el pecado ha dicho el Papa, citando el Evangelio de Juan, la Cruz le revela que "tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna", En una palabra, la Cruz es el símbolo supremo del amor", En efecto, Cristo tiene que expiar el pecado en su cuerpo y en su espíritu o alma. Con la muerte sufre el castigo del cuerpo y en el alma sufre la carencia de la visión beatífica que le correspondería como hombre inocente. Antes de morir ya ha sentido el abandono de Dios, que corresponde a la pena de daño. Al morir experimenta en su alma la privación de la visión beatífica, la ausencia de Dios, característica principal del infierno. Y su cuerpo es solidario con los muertos para experimentar "el polvo eres" y poder ser el primogénito de los muertos. Así es como expía el pecado, cuyo castigo es la muerte; y no sólo lo expía, sino que vence la muerte por haber pasado por ella. El Dios del Antiguo Testamento es un Dios grande, poderoso, vencedor de sus enemigos. En una teofanía grandiosa en el imponente macizo rocoso del Sinaí, precedido por la solemne manifestación cósmica del retumbar de los truenos, del fulgurar de los relámpagos y de la oscuridad de la nube espesa en el monte humeante, se manifestó Dios, tres veces santo, al pueblo aterrorizado en el campamento. Hoy se conocen las leyes físicas de estos fenómenos naturales causados por descargas eléctricas, pero en aquellos tiempos, impresionaban a los pueblos extraordinariamente. El Dios del Éxodo es el Dios que se manifiesta en la Zarza ardiente. y que hace vacilar los fundamentos de los montes, que tronó desde los cielos, que hizo sonar su voz, que lanzó sus saetas y los desbarató, fuIminó sus rayos y los consternó (Sal 18,7). Es el Dios que arranca los cedros de raíz, que se sienta sobre el aguacero. El Dios de las plagas de Egipto, el que mata a los primogénitos del país, el Dios que separa las aguas del mar Rojo. El Dios que hace caer serpientes en el desierto, el Dios que hace brotar agua de la roca.

 

DEL DIOS PODEROSO AL DIOS DEBIL

 

Pero he ahí que el Dios que los judíos nunca pudieron comprender que tuviera un Hijo, Jesús, se convierte en un Dios débil y humillado, anonadado. Vendido por Judas, negado por Pedro, juzgado por el sanedrín, por  Herodes y Pilato, preferido por los judíos a Barrabás, un bandido, abofeteado, azotado, escupido por los soldados, coronado de espjnas, abochornado y burlado con un manto escarnio de púrpura, mofado como rey de burla, pedido para ser crucificado. Condenado a muerte, escarnecido en la Cruz, insultado por los ladrones y por los Sumos Sacerdotes: "Si eres hijo de Dios, sálvate y baja de la Cruz". Movían la cabeza. Ha salvado a otros y a sí mismo no se puede salvar. El Dios Jesús callaba. Ofrecía su mejilla a los que le golpeaban y soportaba que se mofasen de él, y Dios muere, no con una muerte heroica y grande, sino humillante y dolorosa, escandalosa. Muere crucificado, tormento horrible, condena de esclavos. La inspiración del gran poeta ha intuido la inmensa e infinita angustia del hombre Jesús:

 

"El subía bajo el follaje gris,

todo  gris y confundido con el olivar,

y metió su frente llena de polvo.

muy dentro de lo polvoriento de sus manos calientes" (Rilke).

 

El velo del Templo se rasgó. Ante la debilidad espantosa de Dios, debe rasgarse también nuestro concepto del Dios del Antiguo Testamento. Debemos aceptar a un Dios humillado,

que se encarna en la debilidad humana y que quiere ser el servidor de todos y el que está en los pequeños, en los sin cultura, en los marginados y en los torturados de todas las sociedades: "Lo que hacéis a uno de mis pequeños, a mí me lo hacéis".

 

Sin penetrar en la mística terrible del Mysterium íniquitatis se comprende un poco que se admita la muerte de Jesucristo como sola una voluntad perversa de los que no le admitieron, y entonces no sé qué exégesis correcta podrá hacerse del texto revelado de la carta a los Hebreos 10,1-18.

 

TANTO DOLOR CORRESPONDE A TANTO AMOR

 

¿Por qué tanto dolor, Señor? ¿Por qué tanta humillación? ¿Tantas palabras, tanta formación, tantos desvelos, tanto amor malbaratado, tanta angustia y zozobra, pobreza y sufrimiento? ¿Por qué tanta sangre, Señor? ¡Qué gran amor el tuyo y el de tu Padre, que te entrega para que participemos de vuestra vida trinitaria y feliz por siempre! Te adoramos, Cristo y te bendecimos porque por tu santa Cruz has redimido al mundo.

 

Los novillos de Basán se han desbocado,

los mastines en jauría me acorralan,

la soledad es total, cruda y sarcástica,

cual la hiel de la Cruz, retama amarga.

 

¡Ay si me descubrieses por un tiempo,

aunque breve, tu faz de amor dulcísimo,

Jesús del terremoto, Jesús de mi agonía!

¡Ay si tus ojos deslumbrantes me miraran!

 

Pero no, es la hora inexorable

del misterioso poder de las tinieblas,

la de la angustia y dolor sin analgésico,

la del frenesí y de la locura sin fronteras.

 

Señor Jesús, no es poesía.

Getsemaní es amar, morder el polvo,

como un mar sin riberas en tus brazos.

 

Los pies y las manos taladrados,

ya en la Cruz, me horrorizan y me aterran,

al rededor se oyen gritos y golpes de martillos.

Martillos y puñales y lanzadas.

 

Y palabras y palabras y palabras,

envenenadas con caridad por vaselina,

Pretextando y juzgando LEY en mano,

Por no haber asimilado su doctrina.

 

 Y se levanta la Cruz majestuosa,

en un silencio escalofriante

de dolor y de ignominia.

Allí estás Tú, mi Jesucristo,

Maestro, Redentor, hecho un gusano.

 

Tiritando de fiebre y despojado,

sin honor, sin amor, hecho un leproso,

te me acercas y me eclipsan tus tinieblas,

y me quemas, y me incendias y... te alejas.

 

Jesús- Dios en el cepo y ultrajado.

¡No hay piedad para Ti. Tú que la diste

a inagotables chorros a cualquiera!

-¡Blasfemo!- oyes que te gritan, y Tú callas...

 

Cierras tus ojos bellos para mirar al Padre,

y pides perdón para los deicidas...

Otra vez los abres y nos das

a tu hermosa Madre traspasada,

y le prometes al ladrón la VIDA.

 

Tienes sed y la sufres, Tú, la fuente,

Eres Pastor y te quedas sin ovejas,

Y al morir, tu Iglesia es María y Juan y Magdalena,

 Y aunque Pedro te negó, no lo desechas.

 

Les disculpas y rocías con tu Sangre.

A tu Padre le dices que qué saben...

Ese es el Amor, el de tu Reino,

el que nos dejas como Ley, Valor Supremo.

 

Todo está ya cumplido, ¿qué más queda?

Que tu Cuerpo consumido dé cosecha

De flores y de esmeraldas

Y olorosas primaveras

El Ungido está aquí, el Seducido espera.

 

¿Qué hay en tu corazón que, triturado,

sigue, mientras sangra y llora a gritos, perdonando?

Dime ¿Qué hay en tu corazón, Maestro,

que soy un aprendiz y no comprendo?

 

El Padre te abandona y Tú le gritas,

tu garganta reseca balbucea,

el clamor del populacho se desploma

sobre tu Cuerpo Santo y tu alma bella.

 

y Tú en la Cruz sigues y sigues,

sin huir; ni maldecir, ni fulminar un rayo.

¡Esa fuerza, Señor, no es la de un hombre!

¡ Esa fuerza es la de un Dios Crucificado!