La Ascensión del Señor, Ciclo C

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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            "Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos subiendo hacia el cielo" Lucas 24,46. La Resurrección es el estupendo y soberano triunfo de Jesús. Para tratar de entender el inmenso misterio hay que desglosarlo pedagógicamente en tres fases: la resurrección, que es la victoria sobre la muerte; la Ascensión, que es la exaltación de su humanidad resucitada; y la misión del Espíritu Santo, que es la culminación del misterio de la Encarnación.

            2  "Lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo".  Jesús ha entrado en una nueva manera de existir. Cuando los discípulos están esperando contemplar su presencia corpórea y visible, "dos hombres vestidos de blanco, les dijeron: <Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?>".

            3  Desde hoy su presencia en el mundo será distinta. No se ha ido, se ha quedado; se ha quedado y su presencia, desde hoy, es múltiple y misteriosa. El mismo nos ha dicho que El se va, pero vuelve (Jn 14,28). "No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en el Padre y vosotros en mí y yo en vosotros" (Jn 14,18). Su presencia entre nosotros ha dejado de ser física y visible, pero se ha convertido en una presencia real, activísima y formidable, como ha prometido: "Yo estaré con vosotros todos los días". "Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre". "Lo que hagáis a uno de estos pequeños a mí me lo hacéis". "Donde dos o más estén reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos". Todo realidades misteriosas. Tesoros que hay que activar en la pantalla de nuestro vivir diario. Moneda que hay que manejar sin cesar si no queremos que se desvalorice.

            4  Ha comenzado ya la presencia del amor. Los que se aman, aunque estén distantes, pueden a la vez llevar en sí una presencia de los amados, muy real y unitiva, sin nostalgia y feliz. Viven compenetrados y participan de los sucesos, dolorosos o gozosos, que acontecen a cada uno de ellos, interior o exteriormente y están seguros de la fidelidad mútua, dentro de su misma libertad. Se siguen los pasos, se imaginan los lugares, sus actividades al minuto, se localizan por el móvil, se dicen amabilidades, se cuentan las noticias hasta las más triviales. Se aman. Y se les nota. Esta presencia enamorada puede explicarnos la presencia de Cristo con nosotros. A un alma mística le susurra Jesús: Hoy me has dicho pocas veces que me amas. Si supieras cuánto me gusta oírtelo!. Y te he lo he dicho tantas veces yo, con las flores de ese jardín que he creado para ti y con la amabilidad de esa respuesta con que el vecino te ha recibido.       

5  Cristo además, se va al Padre: "Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre" (Jn 14,27). Cristo Hombre va al Padre, se sumerge en el Padre, en el seno del Padre, en la Llama de Amor Viva del Padre, de la que, como Dios, nunca se separó: "Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre". Y como Cabeza de la humanidad lleva consigo a todos los miembros, nosotros. Y así está también presente en nosotros y nosotros en El. "En El vivimos, nos movemos y existimos": "Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14,20).

6.  El libro del Apocalipsis representa el trono de Dios rodeado de los cuatro Vivientes, que representan a la creación, y de los veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas, que representan al Antiguo y al Nuevo Pueblo de Dios. Delante del trono aparece Jesucristo en la alegoría de un “Cordero en pie, como degollado”. “En pie”, o sea, vivo, resucitado. “Como degollado”, conservando las cicatrices de su inmolación, resaltando los dos aspectos del misterio pascual: Cristo muerto y resucitado. Cuando Jesucristo, Cordero vencedor de la muerte, se acerca al trono del Padre y se sienta a su derecha, resuena en el cielo un himno solemne: “Al que esta sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria, la potencia por los siglos de los siglos. Y los Ancianos cayeron rostro en tierra, y se postraron ante el que vive por los siglos de los siglos” (5,11).    

7.  La ascensión es día de gloria para el Hijo de Dios hecho hombre, y para todo el género humano. Hoy el hombre llega a su suprema realización. Uno de los nuestros, el hermano mayor, ha entrado en el cielo y se ha sentado a la derecha de Dios. Nuestra frágil naturaleza, alma y cuerpo, ha sido elevada a la dignidad más sublime, ha sido introducida en la vida íntima de Dios. El pecado y la muerte han sido vencidos en Cristo, nuestra Cabeza. En nosotros, sus miem­bros, continúa la lucha, pero con garantía de victoria en virtud de las energías de que nos ha dotado. Lo expresa la oración de la misa de hoy resumen de una frase de san León Magno: “La ascensión del Hijo es también nuestra elevación, y a la gloria donde ha llegado nuestra Cabeza, tenemos la esperanza de llegar también nosotros como miembros de su Cuerpo”.     

8. La ascensión contiene un gozoso mensaje para el hombre actual, que aspira a su realización, al despliegue integral de su personalidad, a llegar más lejos, a subir más alto, a ejercer su señorío sobre el universo. Estas nobles aspiraciones tienen su plena realización en Jesús, el Hombre nuevo, el Hombre perfecto, que ha devuelto al hombre “la imagen y semejanza de Dios” desfigurada por el pecado y la muerte. Cristo ha querido compartir con nosotros el sufrimiento y la muerte, pero también su victoria y su gloria junto al Padre: “Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo” (Jn 17,24). “Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Ap 3,21). 

9   Cristo se queda presente en la Eucaristía, Cuerpo y Sangre, ofrenda y don suyo, anticipación de su muerte por el mundo, la prueba mayor del amor entregado. Y vive en nosotros y su presencia palpita en nosotros: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él".

10  Cristo está también presente en la Iglesia, nacida de la Eucaristía y alimentada por ella, y de esa presencia deviene su fecundidad. Hasta ahora era él solo el que actuaba. Desde hoy, seréis vosotros los que actuaréis, ejercitando los poderes con que os ha enriquecido, prolongándole a él para llenar de Dios a toda la humanidad. Ese es el sentido de la pregunta de los hombres vestidos de blanco a los discípulos qué hacen mirando al cielo, cuando su tarea ha comenzado en la tierra que el Señor no ha abandonado, porque va a permanecer todos los días con ellos hasta el fin de los siglos ayudándoles el primero en la batalla fragorosa para dar a conocer y amar y a extender el Reino de su Padre (Mt 28,20).

11  "Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos. Yo os enviaré el Espíritu Santo, que os revestirá de la fuerza de lo alto".

12.  Todos los que hemos sido bautizados somos los llamados, vocacionados, a prolongar a Cristo, padeciendo y resucitando. El padecer está unido indisolublemente al resucitar. Y la fecundidad, unida al padecer de Cristo. Con el bautismo se le ha dado un corte al hombre viejo, y hemos recibido un injerto del hombre nuevo, hemos sido naturalizados en Dios. El bautismo es algo más, mucho más, que la inscripción en un registro. Es el nacimiento de un pequeño cristo que tiene que ir creciendo hasta llegar a la plenitud de la edad de Cristo (Ef 4,13). Para eso seguimos viviendo vida sacramental transfundida por los signos de la gracia.

13.  Cristo no se ha ido pues, para desentenderse de los hombres, sino para multiplicar su presencia mediante sus cristianos, miembros de la Cabeza que, subida al cielo, nos envía al Espíritu que nos fortalece. Para eso, mientras Jesús estuvo con los discípulos les fue creando sacramentos: "Bautizad, Perdonad los pecados, Esto es mi Cuerpo, Haced esto en memoria mía".

14.  No somos un partido político, sino una comunidad que vive vida sacramental. Somos un pueblo de hombres nuevos, llamados a vivir en el amor, como la Santa Trinidad. Con la Ascensión no se cierra el ciclo salvífico, sino que se nos da entrada a los hombres cristificados para extender su reino. Que no será hacer una lista de nombres que asisten, sino crear una comunidad de hombres muertos y resucitados, nuevos, salvados. Jesús, al volver al Padre, lleva con El a la Iglesia, trofeo de su victoria, como Cabeza, a la humanidad, a la que llama a ser hija suya por la fe y la gracia mediante la palabra y los sacramentos, y a la creación salida de sus manos, que alcanza así la plenitud, el orden y la paz. Cristo subió a los cielos para tomar posesión del reino de su gloria; para enviar el Espíritu Santo a los Apóstoles y a su Iglesia; para ser en el cielo mediador e intercesor nuestro y prepararnos tronos de gloria: "Tenemos un sumo sacerdote extraordinario que ha atravesado los cielos, Jesús el Hijo de Dios, porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno probado en todo igual que nosotros, excluido el pecado. Acerquémonos, pues, con toda confianza al tribunal de la gracia, para alcanzar misericordia y obtener la gracia de un auxilio oportuno" (Heb. 4, 14). La ascensión del Señor debe fomentar en nosotros de modo especial la virtud de la esperanza, puesto que El "subió a prepararnos un lugar en el cielo" (Jn. 14, 2). Este pensamiento está llamado a fortalecernos en las luchas y tentaciones de la vida recordándonos que "el compartir sus sufrimientos es señal de que compartiremos su gloria" (Rom. 8, 17).

15.  Esa es la maravillosa tarea de la Iglesia: Crear y alimentar este pueblo, mediante el anuncio de la palabra, la celebración de la eucaristía y la oración incesante, que nos da fuerza y energía para seguir realizando la misión trascendente y universal y bella. Esta es la hora de la Iglesia. Ahora que Jesús está pero no es visible es cuando nos quedamos nosotros para hacerlo visible allí donde estemos, testificando su presencia, dando fe de que Jesús, el Hijo de Dios, está presente.