Domingo de Pentecostes, Ciclo C

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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LA INVASION DEL ESPÍRITU DE DIOS EN EL MUNDO. 

EL DINAMISMO DE LA IGLESIA

1 Comienza el tiempo del Espíritu Santo, Espíritu Creador, Señor y dador de vida quien, a su vez, es el protagonista principal del libro de los Hechos. El autor recurre al lenguaje metafórico cuando intenta describir su venida: Utiliza el ruido de un viento recio, las lenguas como llamaradas, y la comunicación en lenguas extranjeras Hechos 2,1. De una manera semejante a como hoy se intenta describir el momento de la creación por la teoría del bing-bang, como una explosión fabulosa, el autor sagrado, en este caso Lucas, forcejea con los símbolos para transmitirnos el terremoto suave que interiormente acontece en el mundo con la invasión del Espíritu de Dios, como una inmensa botella de champang que estalla y rebosa. 

2 El cuarto evangelio nos dice que el Señor "sopló sobre los discípulos para comunicarles el Espíritu Santo" Juan 20,19. En claro paralelismo con la descripción de la creación del primer hombre, cuando Dios "sopló en sus narices" (Gn 2,7); y con el mandato del Señor a Ezequiel: "Sopla sobre estos huesos para que revivan" (Ez 37). El "soplo", "viento", "aliento", en castellano; "ruaj","pneuma", en hebreo y en griego, son sinónimos de Espíritu. El Don pues, del Espíritu comunicado a sus discípulos la tarde de la Resurrección y el de Pentecostés, son descritos de la misma forma que la creación del hombre, cuando el Señor creó en él la vida. “En el principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era caos, confusión y oscuridad y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gn 1,1)Todo esto indica que estamos en el origen de una humanidad nueva, de una nueva creación. Allí caos y confusión. El Espíritu convierte el caos en cosmos. Crea belleza desde el horror de la fealdad. Orden, desde la desorganización. Limpieza desde la basura. Esta evolución no ha sido repentina e inmediata. Ha durado millones de años. La ciencia se esfuerza por analizar. Pero desde luego no fue obra de una casualidad ciega. Sino de un Amor inicial y constante que perdurará hasta el final. Acontecerán descubrimientos inauditos, inventos beneficiosos, pero en todo ellos aletea el Espíritu Creador siempre: “Mi Padre siempre trabaja. “El Espíritu de Dios, que con admirable Providencia guía el curso de los tiempos y reneva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución”, testifica el Vaticano II. Crece el orden y la vida, la belleza y los maravillosos descubrimientos, pero con ellos, también la cizaña. Esta prevalece por más dañina, pero el trinfo será del buen grano, bello y limpio.

3. Lucas acumula imágenes para sugerimos que Pentecostés fue similar a la gran teofanía del Sinaí. El período abarca los mismo días: cincuenta después de Pascua, igual que el fragor de huracán y las llamaradas de fuego. El Pentecostés judío conmemoraba el don de la Ley en el Sinaí, y Dios eligió el mismo día para enviar al Espíritu Santo, porque se inauguraba la nueva Ley. Aquella era externa, ésta interior grabada, no en tablas de piedra, sino en el corazón con el fuego del Espíritu. Esta dinamiza desde dentro; no para someter esclavos, sino para educar hijos en la libertad: “Donde está el Espíritu del Señor, allí esta la libertad” (2Co 3,17), libertad “para servirnos por amor los unos a los otros” (Ga 5,13). 

4. Hoy es, pues,  el aniversario del nacimiento de la Iglesia. Apenas nacida del Espíritu, rompe los cerrojos del cenáculo y se asoma al balcón de la historia para abrazar de una mirada a la humanidad entera. Es lo que pone de relieve san Lucas, el historiador de la universalidad de la Iglesia. Al oír el ruido del huracán, acudieron los habitantes de Jerusalén y los peregrinos venidos a la fiesta de Pentecostés desde todas las regiones del Imperio romano. Lucas enumera una docena de ellas siguiendo la dirección de oriente a occidente, señalando el camino que emprenderá el Evangelio en su expansión. 

5. La Iglesia, nacida del Espíritu, “hace suyos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo” (GS 1). Y en el afán de llegar a todos los hombres, les hablará en sus propias lenguas. No se encerrará en una lengua, por sagrada que sea. Mientras en el templo de Jerusalén y en el monasterio de Qumrán se alababa a Dios sólo en hebreo, los apóstoles reciben del Espíritu el don de hacerse entender en una multitud de lenguas extranjeras: "¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?". Pero las lenguas de fuego del día de Pentecostés insinúan que el Espíritu da a la Iglesia un lenguaje ardiente como el fuego del amor, que todos los hombres entienden. Y hoy más que nunca hace falta el amor, no un amor de bellas palabras, sino un amor solidario capaz de compartir. Esta mañana de Pentecostés el fuego ha prendido sobre la colina de Sión y se propagará de ciudad en ciudad hasta la capital de los Césares y hasta el confín del mundo. Se refería a este fuego Jesús cuando dijo: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviese ya ardiendo!" (Lc 12,49). 

6. ¿Qué es esto!” se decían extrañados los peregrinos judíos que habían venido a Jerusalén, para los cuales la religión no era más que un código anquilosado de ritos externos. ¡Es Pentecostés del Espíritu! -les dice Pedro en pie con los Once; es una ráfaga de aire fresco que echa fuera el olor encerrado de la antigua Ley. Desde el Vaticano II sopla este mismo viento en la Iglesia. Es el aire fresco que entró al abrir la ventana, como dijo el Beato Juan XXIII. Fue la gran manifestación del Espíritu, un despertar de la primavera. Pedro abrió de par en par el balcón del cenáculo y nos ha dicho: ¡Es Pentecostés!

7. Pero para que aparezcan las flores de la vida tiene que ser removida la muerte. Por eso se comunica el don del Espíritu Santo como poder contra el pecado: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados". Esa es, pues, la misión del Espíritu Santo, que es enviado para actualizar constantemente en la historia a Jesucristo, su Persona, sus palabras y sus obras. Podemos decir que el Espíritu Santo es la presencia activa y la acción presente del Señor glorificado en la Iglesia y en el mundo, actuando tanto individualmente como comunitariamente. 

8. Es el Espíritu Santo el que actúa en la misión de la Iglesia, descubriéndole campos nuevos de acción, tareas nuevas, e impulsándola a tomar iniciativas nuevas, fecundando siempre su acción. Por eso debe estar atenta a los signos de los tiempos, que llevando siempre una iniciativa divina, hay que saberla discernir con perspicacia y con docilidad, magnanimidad y humildad y sin pusilanimidad.

9. Siempre que se confiesa a Cristo en el mundo, se hace presente el Espíritu, y cuando se va construyendo la comunidad y ésta va creciendo, allí está el Espíritu dando dinamismo y siendo la fuente del crecimiento.

10. El Espíritu es la fuerza que impulsa la vida de los creyentes. Por eso nos exhorta Pablo: "Andad en Espíritu y no según la carne" (Gal 5,16); "Si vivís según la carne, moriréis, si según el Espíritu, viviréis" (Rm 8,10). Los cristianos deben producir los frutos del Espíritu: "Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, domininio de sí" (Gál 5,22). 

11. El Espíritu es el que nos abre a Dios: ora en nosotros con gemidos inefables y nos permite decirle "Abbá", "Padre" (Rm 8,15); y el que nos hace abrirnos a los hermanos: "Vosotros fuisteis llamados a la libertad; pero que no sea motivo para servir a la carne, sino servíos unos a otros, mediante la caridad" (Gál 5,13). En fin, el Espíritu nos convierte en pequeños cristos que multiplican su presencia y su acción en el mundo. 

12. El Espíritu Santo nos revela la realidad verdadera de la creación. Por eso para el creyente nada es pequeño ni trivial: todo es don y gracia. Cosas, sucesos pequeños y ordinarios, también los grandes acontecimientos. En todo debe saber descubrir el cristiano la huella del Espíritu y todo debe ser motivo de gozo y de acción de gracias. Pero sobre todo, se manifiesta la acción del Espíritu Santo, allí donde se produce una vida nueva, o donde se impulsa la perfección en todos los órdenes, sobre todo en el esfuerzo de los hombres y de los pueblos a favor de la vida, de la justicia, de la libertad, de la paz.

13. Allí donde los hombres se despojan de su egoísmo, se reunen en la caridad, se perdonan y disculpan, se hacen mútuamente el bien y se ayudan, está de manera especial presente el Espíritu. Porque el hombre se encuentra a sí mismo y avanza por el camino de la perfección, no cuando se entrega a los impulsos del egoísmo, sino cuando da, ofrece, comparte. Donde hay caridad se anticipa la plenitud y la transformación del mundo. 

14. El hombre encuentra su perfección más profunda donde su condición de persona es aceptada y respetada incondicional y definitivamente. Sólo Dios puede aceptar al hombre de esa manera. Y le acepta de hecho en su amistad y le hace partícipe de su vida por el Espíritu Santo. Una vez entroncado en Dios el hombre y salvado y santificado, es capaz de manifestar los frutos de esta santidad y amistad en su trato con los hermanos: en su afabilidad, disposición siempre atenta a ayudar, en su comprensión y tolerancia, en su generosidad. Y como la comunicación con Dios es la perfección mas honda del hombre, el que se abre a la acción del Espíritu Santo, queda lleno de paz interior, de consuelo y de gozo espiritual. La resurrección de Jesús marca el acontecimiento fundamental que hizo posible el nacimiento de la primitiva comunidad cristiana. Pero ésta no comprendió todo el alcance de la resurrección hasta después de la venida del Espíritu Santo.

15. Al recibir la comunión ejercitemos nuestra profunda fe en la llegada a nosotros del Espíritu que disipe el fragor del mal y de las tinieblas que todavía nos vencen; ahuyente el  caos del desorden y abrillante la belleza de nuestra vivir hasta hacernos hombres divinos. ¡“Ven Espíritu Santo; Ven, no tardes”!