Domingo de Pentecostés, Ciclo B

¦Ven Espíritu Santo!

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1 La palabra de la Liturgia nos presenta hoy al Espíritu Santo, alma de la Iglesia, como una fuerza centrífuga de expansión: "El Espíritu del Señor llena el mundo y él, que lo mantiene todo unido, habla con sabiduría" Sabiduría 1,7, y como una fuerza centrípeta interior de santificación, porque él es el santificador, según la oración colecta: "Santifica a su Iglesia extendida por todas las naciones y derrama sus dones sobre todos los confines de la tierra". Esto nos pone en guardia para no ilusionarnos con un estilo sucedáneo y ficticio de evangelizar por papeles. Es el Espíritu el que llena los corazones de los fieles y enciende en ellos la llama de su amor, como pedimos en la antífona que precede al evangelio. "Alerta pues los activistas, que pretenden dar la vuelta al mundo con sus predicaciones, asambleas, organizaciones y cambios de estructuras, alerta, que harían mucho más provecho a la Iglesia si dedicasen la mitad de ese tiempo a la oración. Y de seguro darían más gusto a Dios. Su oración alcanzaría de Dios la bendición de obras. Y con menos esfuerzos, serían más eficaces. Conseguirían más con una obra que con mil. Y en la oración recuperarían energías perdidas en la acción. Lo contrario todo es dar golpes en el yunque con el hierro frío, con lo cual no se consigue casi nada o nada. Y no es raro que, en vez de aprovechar, perjudiquen...El bien no se puede hacer más que por la fuerza de Dios" (San Juan de la Cruz leído hoy).

2. Jesús ha subido a los cielos. Aunque la comunidad reunida por Cristo no carece ya de ningún elemento esencia1, pues ya ha recibido el acervo de la doctrina, la jerarquía y la misión conferida con las palabras: “Id y enseñad a todas las gentes” (Mt 2,I9), sin embargo, la actitud de los discípulos es todavía de timidez ante la gran batalla. Van a comenzar una guerra, y se ven desarmados. Les han hecho paracaidistas, y, como no saben aterrizar, titubean y tiemblan sus carnes. Se les encarga salir al mundo a proclamar las maravillas de Dios, y su lengua, como la de Moisés, es premiosa. Se les manda crear vida, y se experimentan estériles. Necesitan pues, imperiosamente, el impulso definitivo y la fuerza, la intrepidez y el poder de persuadir con palabras como espadas, la fecundidad del Señor y creador de vida, que descienda para completar la obra de Cristo. También hoy- y sobre todo hoy- le hacen falta a la Iglesia, lenguas para anunciar en forma nueva y con medios nuevos, verdades incómodas, sin herir, y poder para persuadir a aceptar valores profundos, sin humillar. Exponiendo la verdad sin imponerla. Los discípulos de Jesús, que habían sido instruidos por el Señor, esperan al Espíritu Santo, y se preparan para recibirlo.

3. "Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres y con María, la Madre de Jesús y con sus hermanos" (He 1,14). Estaban todos reunidos en compañía de la Virgen y oraban. Oraban porque sabían que las promesas divinas se cumplen y se adelantan por medio de la oración (Lc 11,13). Estaban unánimes, concordes, jun-tos, porque la oración de muchos unidos por el amor tiene la pro-mesa de su eficacia (Mt 8, 19). Permanecían cerrados al exterior y ordenaban todas sus facultades y potencias superiores e inferiores a la oración. Jesús, que se entregó cuarenta días a la oración y al ayuno para prepararse a la predicación del Reino, quiso que los suyos dedicaran diez días al mismo ejercicio, a fin también de convertirse en ejemplo para todos los que intentan difundir el evangelio. No sabían cuándo había de llegar el Espíritu, y multiplicaban sus plegarias como si cada día lo hubieran de recibir, importunando a Dios para que, si no por amigos, al menos lo alcanzasen por importunos (Lc 11,18).

4. María oraba y presidía. Madre de la Iglesia en el Calvario, lo era también en el cenáculo. ¿Qué mejor intercesora para implorar que venga a nosotros el Espíritu Santo? El mandato del Señor fue para los apóstoles motivo de este recogimiento, pero también la experiencia de su debilidad. Del escán-dalo sufrido en la pasión sacaron el deseo de ser confortados por el Espíritu Santo. Y a me-dida que suplicaban, el Espíritu Santo ensanchaba su corazón para que orasen más intensamente.

5. El Espíritu Santo, soplo de Dios, se manifiesta y se hace sentir en la oración. En cualquier lugar del mundo donde se ora, está el Espíritu Santo, hálito vital de la oración. Y si la oración está difundida en todo el orbe, es porque está extendida la presencia y la acción del Espíritu Santo, que "alienta" la oración en el corazón del hombre. Muchas veces, bajo la acción del Espíritu, brota la oración a pesar de las prohibiciones y persecuciones, e incluso de las proclamaciones oficiales arreligiosas o ateas.

6. La oración es la voz de los que no tienen voz, y en esta voz resuena siempre aquel "poderoso clamor" que la Carta a los Hebreos atribuye a Cristo. En la oración se revela también el abismo que es el corazón del hombre: una profundidad que es de Dios y que sólo Dios puede colmar, con el Espíritu Santo. Leemos en San Lucas: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan".

7. El Espíritu Santo es el don que "viene en auxilio de nuestra debilidad". "Nosotros no sabemos orar como conviene; mas el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables". Y nos guía "interiormente" supliendo nuestra incapacidad de orar. El está presente en nuestra oración y le da una dimensión divina. De esta manera, "el que escruta los corazones conoce cual es la aspiración del Espíritu y que su intercesión a favor de los santos es según Dios".

8. Nuestra época tiene especial necesidad de la oración. Si en el transcurso de la historia muchas personas han dado testimonio de la importancia de la oración, en estos años va aumentando también el número de personas que dan la primacía a la oración y en ella buscan la renovación de la vida espiritual. A pesar del vertiginoso progreso de la civilización técnico-científica y de las conquistas reales y las metas alcanzables, el hombre y la humanidad están amenazados. Frente a este peligro, y en medio de la decadencia espiritual del hombre, muchos buscan la fuerza capaz de elevarlo, salvarlo de sí mismo, y de sus propios errores y desorientaciones, y descubren la oración, en la que "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza". De este modo, los tiempos en que vivimos acercan al Espíritu Santo a muchas personas que acuden a la oración. (Juan Pablo II. "Dominum et vivificantem").

10. La fiesta de Pentecostés era celebrada al principio por los judíos para ofrecer a Dios las primicias de los frutos del campo. Después, para agradecer la libera-ción de la esclavitud de los faraones, y el don de la Antigua Ley. Los cristianos celebramos Pentecostés cincuenta días después de la Pascua, en la que ha sido inmolado el Cordero de Dios. Pentecostés, que para nosotros constituye un tema de profundidades teológicas, para la multitud judía que inundaba Jerusa-lén, era algo vital. Bullían las calles, porque era una fiesta de las tres principales, a las que acudían hebreos, procedentes no sólo de Palestina, sino de toda la diáspora: “partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia”.

11. No sólo estaban allí juntos en el Cenáculo los doce, sino los ciento veinte. A partir de este momento, la escena, concisamente narrada por Lucas, nos describe los signos que acompañaron a la infusión del Espíritu Santo. Los apóstoles estaban sumidos en oración, y el ruido, que había bajado sobre Elías como un aura suave, hoy se manifiesta como viento recio. El Espíritu Santo es el Espíritu de paz. Si ahora se manifiesta con signos portentosos es porque significa la plenitud otorgada, el ímpetu de amor y la grandeza de Dios, que descendía. Viento de Dios que inunda toda la casa, son las inspira-ciones que nos envía el Espíritu, a las que, si correspondemos, seguirán otras mayores, visitándonos con sus dones y frutos. Inspiraciones a veces repentinas, porque el Espíritu sopla cuando quiere y donde quiere. Inspiraciones, que no debemos ignorar. "Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno" Hechos 2,1. Resplandor de fuego en la sala. Llamas como lenguas encendidas se posaron sobre los discípulos. Fuego en forma de lenguas, luz y calor que enardece e ilumina y convierte en llama de amor viva a la persona de que se apodera, tal que no pude callar sin hablar y proclamar "magnalia Dei". "Tu palabra era un fuego en mis entrañas. Quería callar y no podía".

12. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo. El símbolo de posarse denota algo permanente. La teología nos exp1ica en qué consistió esta infusión del Espí-ritu Santo. Dios está presente en todas partes por esencia, presencia y po-tencia, por inmensidad; pero, así como el rey se hace más pre-sente allí donde tiene más interés, Dios está más presente, donde está verificando una acción nueva, y allí está su esencia, porque en Dios se identifican ser, obrar y poder. Dios, que está presente en todas las almas como lo está en el fondo de los mares, comienza a existir de modo especial cuando crea la gracia, que produce en nosotros una nueva relación con El. El que estaba como Creador comienza a vivir como amigo y como don. Y nos acompaña, dirige, ilumina, amonesta, corrige con amargura cuando nos desviamos y consuela en la tribulación. No se aparta nunca, si nosotros no acallamos su voz.

13. Los apóstoles antes de Pentecostés vivían en gracia y Dios habitaba en ellos. Pero Dios puede producir dentro de nosotros nuevos efectos y concedernos nuevos poderes, una nueva entrega y presencia o una presencia más íntima. El Señor en el cenáculo les dice: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22), para conferirles el poder de perdonar los pecados, y ahora, cuando se trata de una efusión superior que los convierte en prolongación de su Persona, les otorga una espléndida manifestación de signos exteriores. Y, como, las operaciones ad extra son comunes a las tres divinas Personas, pues en Dios la operación se identifica con la esencia indivisa, descienden e inhabitan las tres divinas Personas. Bajó sobre todos, y a cada uno de ellos le confirió la gracia necesaria para su misión. A María la llenó como Mediadora universal y Reina de los apóstoles. Y a los apóstoles, según las distintas misiones de Pedro y de Juan. Así llena a las almas, según la misión para la que las destina.

14. Serían como las nueve de la mañana, la hora tercia, y los apóstoles se presentaron en los patios del templo adonde los judíos acudían en muchedumbre para orar en la fiesta de Pentecostés. Ya habían sido transformados en hombres nuevos y valerosos. La barquilla de Jesús comenzaba a navegar. Había comenzado un mundo nuevo. El reino de la Verdad y de la Vida, de la Santidad y la Paz. ¿Qué piloto de barco humano hubiera podido sospechar tal periplo a lo largo de los siglos y a través de todos los continentes? ¿Habría pensado Pila-to y Caifás, que cuando se estudiara la historia de Roma, permanecería el poder de Jesús personificado por aquellos galileos?

15. Sintetizo la alegoría San Francisco de Sales: Caluroso y asfixiante verano. Jardines sedientos esperando la lluvia. Las hierbas palidecen y se secan; se ajan las flores, y los arbustos se convierten en leña seca. Los campesinos se reúnen, y hacen rogativas pidiendo la deseada lluvia. Pero viene un viento impetuoso y caliente y una grande y negra nube oscurece todo el cielo; dentro de ella se engendra el trueno y bri-llan los relámpagos; fulmina el rayo; el granizo y la tempestad lo arrasarán todo. Amenaza de rui-na total. Los pobres labradores, con mayores ansias, y con más suspiros, levantan sus encallecidas manos al cielo; ruegan al Creador que ahuyente la miseria de las pobres familias. Y entonces, gota a gota, la nube se rompe en agua, que se parece más a un gran rocío que a una impetuosa lluvia. Los labradores alaban a Dios, viendo reverdecer sus jardines y sus campos más que nunca, en-derezarse las flores, y recuperar la vida de una abundante cosecha. El jardín de la Iglesia naciente había estado por al-gún tiempo privado del agua viva, es decir, de la dulce presencia del Señor; el miedo de la persecución judía había marchitado las flores y las pobres plantas, exceptuada la azucena singular de la Santísima Virgen. Todos juntos oraban para impetrar el rocío del espíritu consolador. Y el ruido, el viento, la impetuosid-ad, trae una lluvia de gracias celestiales que les convierte en hombres como árboles frutales abundosos: "Como árbol plantado junto a la corriente de las aguas, dará fruto a su tiempo y sus hojas no caerán, y todas las cosas que haga prosperarán" (Sal 1,3).

16. También Santa Teresita nos dice: "Poco después de mi primera comunión tuve un segundo retiro, para la confirmación. Me preparé con toda devoción para recibir al Espíritu Santo. Me parecía absurdo que no se prestase gran importancia a la recepción de este sacramento de amor. No pudiendo confirmarnos el día prefijado, tuve la dicha de gozar de un retiro más largo. ¡Qué dichosa se sentía mi alma! A imitación de los apóstoles, esperaba con alegría la consolación prometida y me regocijaba de verme pronto cristiana perfecta y de ostentar perpetuamente impreso el signo misterioso del inefable sacramento".

17. Hay dos reinos enfrentados: el reino del Espíritu y el reino del pecado. Para vencer al mundo del pecado: "Recibid el Espíritu Santo. Perdonad los pecados". Como el Espíritu en el Génesis alentaba sobre las aguas, plásticamente y en parábola, Jesús, antes de entregar el Espíritu a sus discípulos, sopla sobre ellos, como en una creación nueva. Entonces dijo Dios: "Hágase la luz". Ahora dice Cristo: "Perdonad los pecados". Y se hace la luz en medio de la tiniebla. En Pentecostés el Espíritu es dado a la Iglesia para que lleve al mundo la Palabra y realice las obras de Dios: Transformar los corazones mediante el perdón y la purificación de los pecados. Así como el Espíritu invadió a Jesús y con su fuerza lo resucitó, hoy invade a la Iglesia y la resucita del pecado.

18."Todos los discípulos estaban juntos" Hechos 2,1. También está con ellos María, la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia. Hicieron la fracción del pan, y oraron. Desde el corazón de María absorta en Dios, brotan raudales de amor hacia sus hijos, hacia toda la Iglesia, aquella germinal, y la futura, hasta el fin de los siglos. Mientras oraban fueron invadidos por el fuego llameante del Espíritu Santo, que los cambió totalmente, como padre amoroso de los pobres, como don espléndido, como luz que penetra las almas, como fuente del mayor consuelo, como dulce huésped de las almas, como descanso de nuestro esfuerzo, como brisa en las horas de fuego.

19. A ese Espíritu manso al que corresponden tales atributos, le suplicamos: que su divina luz entre hasta el fondo del alma y nos enriquezca; llene el vacío del hombre, y destruya el poder del pecado que, sin su presencia domina; que riegue la tierra seca; que sane el corazón enfermo; que lave las manchas podridas; que infunda calor ardiente en el hielo; que dome el espíritu indómito; que reparta su siete dones; que nos salve, y que nos de su gozo eterno. Al Espíritu que canta el Salmo 103 bendiciéndolo por su grandeza porque es el río de donde brota la vida, como de los cuatro ríos que regaban el paraíso, o el agua que brotaba del santuario que vivificaba las riberas en las que hacía crecer los doce árboles con frutos permanentes y medicinales, que nos narra Ezequiel y el Apocalipsis. Al Espíritu que envía su aliento y crea el cosmos y regenera y repuebla la faz de la tierra.

20. Ese es el Espíritu de Dios y esas son sus acciones benéficas, que se actualizan hoy de una manera especial en el Sacramento de la Eucaristía que fervientemente y con gozo exultante, vamos a obrar sobre el altar para nosotros y para toda la Santa Madre Iglesia, llamada a endiosar a toda la humanidad. Pues, "todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu y hemos bebido de un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo" 1 Corintios 12,3.