Domingo XX Tiempo Ordinario, Ciclo c

El fuego que separa

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre 

 

 

1. "Ahí lo tenéis", respondió el rey Sedecías, hombre voluble y de débil voluntad, a sus dignatarios, cuando le dijeron: "Ese hombre debe morir porque está desmoralizando a los soldados y a todo el pueblo con sus discursos". Entre otras muchas, esta escena de su entrega, asimila Jeremías a Jesús de Nazaret. Y lo arrojaron en el aljibe, donde Jeremías cayó de golpe y se hundió en el lodo. ¡Qué precio tan alto hay que pagar por la verdad! Jeremías 38, 4.

2. A la oración del profeta gritada con angustia: "Señor, date prisa en socorrerme", sigue la respuesta del Señor, que se inclinó y escuchó su grito, y por medio de un extranjero etíope, criado y eunuco, que como un buen samaritano se compadeció de Jeremías, "le sacó de la fosa fatal, de la charca fangosa, afianzó mis pies sobre la roca y aseguró mis pasos" Salmo 39.

3. El profeta sufre la más cruel persecución. Sus enemigos intentan matarle y para eso lo arrojan en una cisterna. Jerusalén sufre un asedio prolongado de dieciocho meses. Se multiplican las escenas de terror: hay madres que se comen a sus propios hijos y beben sus propios excrementos. Cuando el rey Sedecías huía con su familia ha sido capturado en Jericó, y han asesinado a sus hijos uno a uno en su presencia. La ciudad ha sido saqueada, demolida e incendiada, los supervivientes han sido desterrados a Babilonia, y Jeremías, salvado de la prisión y conducido a Egipto, muere apedreado por sus compatriotas. Rilke lo ha visto así:

"Antes era yo tierno como trigo temprano,

 mas tú, oh enfurecido, tú has logrado irritar

el corazón que yo te había ofrecido,

 de modo que ahora hierve, igual que el de un león.

¿Qué boca me exigiste que tuviera, 

entonces, cuando yo era casi un niño?

Se ha convertido en una herida: ahora, 

años fatales sangran de ella, uno tras otro.

"Cantaba yo a diario nuevas penas 

que tú, insaciable, habías inventado,

 y no fueron capaces de matarme la boca;

 mira a ver cómo puedes calmarla, cuando los 

que destruyamos y rompamos 

estén perdidos y dispuestos

 y hayan perecido en el peligro:

 pues entonces, en el montón de escombros, 

quiero, por fin, oir mi voz de nuevo,

que era desde el principio sólo un llanto".

 Jeremías, tipo auténtico de Jesús, inspirador del poema del Siervo Paciente de Isaías, anticipa también la resurrección de Cristo al ser liberado de la muerte en la cisterna. San Juan de la Cruz lo rememora en la "Noche oscura del espíritu", como prototipo de aniquilamiento.

4. "He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!". Estas palabras de Jesús tienen el mismo sentido que las que pronunció en el Cenáculo, la víspera de su Pasión: ¡Cómo he deseado comer esta Pacua con vosotros! Jeremías, entregado por el rey Sedecías con las palabras entreguistas: "Ahí tenéis al Hombre", anticipa la entrega de Jesús al pueblo por Pilato, con las mismas palabras: "¡Ecce Homo!". Y arrojado en el fango de la cisterna para que allí se pudra, y liberado, anticipa el calabozo donde Jesús fue metido, y la crucifixión horrorosa, y la liberación por el Espíritu con su resurrección. Y Jesús no se echa atrás ante lo que le espera, porque sabe que no hay otra manera de redimir al mundo y cumplir la voluntad del Padre.

5. El Dios de Jesús no es un dios griego que actúa de espectador de la acción del mundo, como "convidado de piedra", sino que actúa como Redentor. Es un actor más de la historia humana. Con Amor Eterno introduce a su Hijo Amado en la vorágine de las pasiones de los hombres para que sufra y padezca con ellos y sea discutido por ellos, convertido en bandera discutida y en "Signo de contradicción" (Lc 2,35). No viene a quemar al mundo con el fuego de su Espíritu desde fuera del mundo, sino sumergiéndose en el mar proceloso del pecado y de los intereses creados de los hombres, del poder y del mal.

6. Jesús no es un pirómano que enciende el fuego impumemente desde fuera, sino un acelerador y propagador del fuego, que está deseando meterse entre las llamas para destruir el mundo viejo de pecado y crear un mundo nuevo de redención y de gracia y de amor. Toda su vida desde el pesebre hasta el Calvario, ha sido un reguero de amor. Con ese amor purifica a los hombres y los salva. Unos le aceptan, otros le contradicen. Pero él no ha venido a traer al mundo una paz falsa y ficticia, que deje las cosas como están. Portador del Amor, desencadenará inevitablemente la espada. Los que se quieran separar de él, no serán forzados a permanecer con él. Cuando sus discípulos comiencen a extender su fuego de amor, "más fuerte que la muerte" (Cant 8,6), experimentarán las palabras del Maestro. Si él fue discutido, también ellos lo serán  (Jn 15,20). La palabra de Jesús viene a separar a los hombres, y a romper los lazos de la sangre y del egoísmo, para crear una familia nueva y universal, la familia de los hijos de Dios, que "cumplen la voluntad de su Padre" Lucas 12, 49. Pero el mal, la mediocridad, y la visión mundana de la vida no se dejan arrebatar la presa sin lucha, incluso en el santuario más íntimo y primigenio de la familia y del hogar. Santa Juana de Chantal tuvo que vencer, como tantos, la resistencia de su propia familia al seguimiento de Cristo. La palabra de Dios ilumina las sombras de nuestra realidad, y quienes viven en la tiniebla siempre intentarán apagar esa luz (Jn 1,5). Por eso, para evitarse problemas, siempre ha habido quienes, queriendo vivir a costa de la palabra de Dios (Am 7,14), la han dulcificado, limándole las aristas, convirtiéndola en un mensaje de salvación para la otra vida, como si no tuviera nada que decir sobre la presente. A éstos son a los que denuncia el profeta Jeremías, porque engañan al pueblo ocultándole que está enfermo y haciendo así imposible su curación: «Porque, pequeños y grandes, todos procuran aprovecharse; profetas y sacerdotes practican el engaño. Pretenden curar a la ligera la fractura de mi pueblo diciendo: paz, paz, y no hay paz» (Jr 6,13-14).

7. “Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado” Hebreos 12,1. La Carta a los Hebreos individualiza la naturaleza de la lucha, basada en la palabra evangélica del “abneget semetipsum”. Niéguese a sí mismo. No hay que esperar las luchas de fuera. Hay otras luchas previas que pelear, sin las cuales no seremos auténticos cristianos. Hay que luchar contra el pecado y las pasiones; las costumbres y los criterios propios que, cuando uno comienza a darse a Cristo en edad madura, tienen más fuerza porque están muy arraigadas. Es lo que dice San Agustín: Las zarzas parecen inofensivas cuando están brotando, pero ¡ay cuando hayan crecido! El fuego de Cristo ha de abrasar las malezas, los matorrales y el monte bajo que está muy crecido por la lluvia de los años y porque dejar una costumbre es morir. Para tener fuerza en esa guerra nos aconseja el Apóstol que no nos sintamos solos e invisibles, sino que sepamos ver la nube ingente de espectadores que nos contemplan desde la eternidad, el primero Cristo, cuyo ejemplo de renuncia del gozo inmediato, nos estimula y nos fortalece. El modelo de Cristo y el de los espectadores que nos contemplan, junto con la experiencia y la filosofía que nos dicen que vale la pena pelear como única manera de gozar la paz interior, propiciada por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, que siempre está orando por nosotros, a cuya oración hemos de unir la nuestra, para que no nos deje caer en la tentación y nos libre del mal. El Señor nos pide mucho, pero nos lo da todo. Vale la pena negociar con él.

8. Las palabras de Jesús continúan siendo verdaderas y actuantes, sobre todo cuando vamos a traerle sobre el altar con el fuego del Espíritu, presencializando "el bautismo con el que él deseaba ardientemente ser bautizado", el de su sangre derramada en su muerte en la cruz para destruir nuestros pecados y los de todo el mundo. Y conducirnos a la intimidad de su vida resucitada, con el Padre y con el Espíritu Santo.