Domingo XX Tiempo Ordinario, Ciclo B

El banquete preparado

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre 

 

 

1. " La Sabiduría se ha construido su casa..., ha preparado el banquete; ha enviado a sus criados para que anuncien: <Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado>" Proverbios 9, 1. El autor sagrado personifica la Sabiduría en una joven delicada y hermosa que construye una casa lujosa digna de su categoría, elegancia, poderío y buen gusto, para celebrar el banquete. Las características de esta joven no pueden ser más atractivas: majestuosidad y exquisitez, hermanadas con una delicada sencillez. Porte real y clase, fuera de cualquier ordinariez. Todo señorío que hace más apetitosa la invitación. La majestad de su porte se magnifican con la ternura y la delicadeza de los sentimientos, sensibilidad y tacto, comprensión, compasión y cariño, junto con la hermosura espiritual de su trato, afable y cordial, manso y humilde, sin estridencias repulsivas, ni destemplanzas apresuradas y nerviosas. Realmente es una figura amable y real, regia, impactante. Seductora y leal. Bella. Perfecta. Es todo lo que uno pueda desear y conocer, tocar y acariciar. Ser amado por ella y amarla, como dicha suprema. Su mansión hace referencia al templo de Salomón, de magnificencia proverbial, donde moraba Dios y acudían los israelitas a encontrarse con él, a orar y a ofrecer sacrificios y celebrar banquetes. En el Nuevo Testamento la casa lujosa es el pìso de arriba, el Cenáculo, y en la Iglesia , el templo cristiano. Y el antitipo de la joven singular el más bello de los hijos de los hombres, el magnífico y feliz Jesucristo, la Persona Encarnada de Dios, la Sabiduría de Dios (1 Cor 1,24).

2. El banquete en Isaías es símbolo de los bienes mesiánicos. Por eso Jesús anunciará el Reino de los cielos con la alegoría de un banquete, al que invitarán los criados del rey (Mt 22,2) a participar de la vida eterna a todos los hombres de los cuatro puntos cardinales, según estamos leyendo en el libro de los Proverbios. En uno y otro libro, la invitación se dirige a los pobres: ignorantes, o marginados, postergados. "Dejad la inexperiencia y viviréis. Seguid el camino de la prudencia". “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a todas las naciones”.

3. Para seguir el camino de la prudencia, he aquí unas cuantas normas de discreción, tacto y delicadeza, lejos de chocarrerías y ordinarieces: No hablar por hablar. El que habla por hablar, por lo menos cometerá muchas indiscreciones, a veces acerca de su propia vida, y peor si se refieren a la vida de los otros, de los que presume estar enterado, por vanidad. Es el complejo de periodista que todos llevamos dentro, de ser el primero en dar la noticia, de saber y publicar las más interesantes y complicadas. ¡Qué sería sino de la prensa rosa y no digamos de la amarilla! Gran carácter hace falta y mucho silencio para vencer tal afán y no desear pasar por ser el más enterado, el de mayor confianza y confidente de cualquiera que sobresalga. Saber mucho y hacer como que no se sabe es virtud de discreción que difícilmente poseerán los muy habladores que, además, se pavonean de su facilidad de hablar, aunque su conversación no tenga sustancia. Y lo peor es que ya no se puede recoger el agua derramada. Huir del chismorreo. Antes de tirar la piedra mirar dónde puede caer y si puede herir o lastimar. No meter baza en todos los platos deseando ser el perejil de todas las salsas, el niño de todos los bautizos, la novia de todas las bodas, y hasta el muerto de todos los entierros. No pretender enseñar a todos, sin tener misión. No intentar hacer ver que se sabe todo. Evitar críticas malévolas bajo capa de hacer correcciones fraternas. No contar al otro lo que le puede doler para que le duela, o decirle lo que dicen de él, que es lo que tú dices o has dicho de él. Todas estas maldades insensatas son compatibles con gente que come el pan de vida indiscriminadamente: "Homo homini lupus" (Hobbes). De éstos dice Santiago: "Si alguno se cree hombre religioso pero no pone freno a su lengua, sino que engaña a su propio corazón, su religión es vana" (Sant 1,26). Y San Pablo: "No seáis atolondrados, sino daos cuenta de lo que el Señor quiere" Efesios 5,15.

4. Dice Jesús a los judíos: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo" "Este es el cáliz de mi sangre". "El que come mi carne y bebe mi sangre resucitará el último día" Juan 6,51. Disputaban los judíos. Era natural. Conocían a Jesús superficialmente y sabían que era hijo de José, ¿cómo ahora les dice que ha bajado del cielo? Dice la definición escolástica que la vida es “origo viventis a vivente in similitudinem naturae”. “Origen de un viviente de otro viviente en semejanza de naturaleza”. De un rosal no puede nacer un pájaro, ni de un pájaro un hombre. Menos de un hombre Dios. Cada uno engendra seres de su misma naturaleza. Los israelitas comieron el maná en el desierto y murieron. Jesús da pan multiplicado y morirán quienes lo comieron. Pero él ha venido para que tengamos vida y vida abundante y eterna.. Como nadie pueda dar lo que no tiene, ningún hombre puede dar la vida eterna. Sólo la puede dar Jesús, que la recibe del Padre: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí”. 

5. En la mentalidad de la Biblia la sangre era considerada como la sede de la vida. Por esto, aún hoy, los hebreos no comen las carnes de animales sofocados, porque tienen su sangre dentro. Comer sangre sería como comer la vida, que es sagrada y sólo pertenece a Dios. Si la sangre es la sede de la vida, el derramamiento de sangre es el signo de la muerte. Dándonos su sangre, Jesús nos da su muerte con todo lo que ella nos ha conseguido, el perdón de los pecados, el don del Espíritu. Decir que la eu­caristía es el sacramento «del cuerpo y de la sangre de Cristo» significa que es el sacramento de su vida y de su muerte. Nosotros sabemos lo que significa decir a alguien: “¡Me cuestas sangre!”. La Eucaristía revela su extraordinaria cercanía con ­ toda la existencia humana, sagrada y profana. La sangre de Cristo no es sólo lo que ha sido derramada sobre la tierra. Sangre es una palabra, que cada día tiñe de rojo las páginas de nuestros periódicos y las imágenes de la televisión, la sangre de los campos de batalla, de las guerrillas, de los atentados, de los accidentes de carretera. Dice la Biblia que «se oye la sangre de tu hermano que clama a mí desde el suelo» (Gn 3,10). Este grito se ha acrecentado durante los siglos hasta llegar a ser un aullido inmenso. La sangre es el símbolo más ­ fuerte de todo el dolor de la tierra. Si el signo del pan lleva al altar el trabajo del hombre, con el vino y la sangre se nos descubre todo su sufrimiento. Nos lle­ga para ser rescatada, iluminada por la esperanza y por el perdón en gesto eucarístico!. Jesús dice que «quien quiera salvar su vida la perderá; pero, quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25). 

6. Pero, el discurso sobre la sangre no termina aquí: Jesús ha querido ocultar su sangre en el signo del vino. El vino representa para los hombres la alegría, la fiesta; no tanto lo útil como el pan, cuanto lo deleitable. No está hecho sólo para beber, sino también para brindar. Jesús multiplica los panes por la necesidad de la gente; pero, en Caná convierte el agua en vino para la alegría de los comen­sales. La Escritura dice que «Él saca pan de los campos, y vino que .alegra el corazón» (Sal 104, 15). «El vino representa, en la vida, la poesía y el color; es como la danza respecto al caminar o el jugar respecto al trabajar».

Si Jesús hubiese escogido para la Eucaristía pan y agua habría mirado sólo la santificación del sufrimiento. Esco­giendo pan y vino, símbolos del ayuno, ha querido indicar, la santificación de .la alegría. El vino nuevo en la Biblia , es símbolo del banquete mesiánico.

El mismo signo representa en cuanto­ sangre, el sufrimiento y en cuanto vino, la alegría. No se excluyen entre sí ambas cosas, en el sacrificio hecho por amor, como fue el de Cristo y el de todos los mártires. El vino, que la Biblia llama «la sangre de la uva», recuerda la misteriosa relación que existe entre el amor y el sacrifi­cio. Al elegir pan y vino quiso indicar también la santificación de la alegría. Debemos aprender a vivir los gozos de la vida, eucarísticamente, en acción de gracias a Dios. La presencia y la mirada de Dios no destruyen nuestras alegrías honestas sino que las dilatan y plenifican. Cristo no quita nada y lo da todo. Ahora bien, para corregir el botellón juvenil moderno, cada vez más juvenil y hasta adolescente, San Pablo nos ha advertido: «no os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu». Sugiere luchar contra la ebriedad del vino con «la sobria embriaguez del Espíritu». 

7. Sabemos ya que San Juan en vez de relatar como los sinópticos la institución de la Eucaristía , hace esta meditación en profundidad del pan vivo que da vida. Comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre, es la manera maravillosa que inventó el Amor para deificarnos, trinititarnos, cristificarnos. 

8. Pero la manducación material no es suficiente. Es necesaria la aceptación de Jesús y de su evangelio en la fe: "No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" (Mt 7,21). Tendríamos que hacer un esfuerzo mayor para recibir con más hondura la realidad que se nos transmite en el evangelio. ¿No lo hacemos porque no tenemos tiempo? ¿A dónde queremos llegar tan deprisa? Y, ¿cómo profundizamos las homilías, cuya hondura nunca alcanzaremos a agotar, y que tanta fuerza tienen meditadas a fondo y predicadas con calor y con sabiduría y no como columnas de periódico, que se lee rápido pero no deja huella?

9. Quisiéramos que todos se apresurasen a comer el pan, pero no caemos en la cuenta de que Jesús se ha pasado la vida compartiendo el pan. Dios se ha hecho hombre para compartir su pan con el hombre. Ha compartido la pobreza del hombre, las humillaciones del hombre, la emigración con el emigrante, la muerte con los malhechores. Dios ha multiplicado los panes para que los hombres comieran. Eso le da derecho a pedir que comamos su pan, que es nuestra comida eterna, la única que nos capacita para penetrar en la corriente de la vida de Dios, que es nuestra plenitud y saciedad. Sólo quien se pasó la vida entregando su vida terrena y repartiendo el pan de la palabra y de los sacramentos, puede esperar una descendencia numerosa como las arenas del mar. El pan de la palabra. ¡Qué bien lo entendió Santa Clara cuando el Papa Gregorio prohibió que los frailes menores fueran a predicarles! Ella tan apasionada de la palabra como obediente, dispuso que si los frailes no iban a repartirles el pan de la Palabra de Dios, tampoco vinieran al monasterio a llevarles el pan que mendigaban y compartían con ellas.

10. Por eso el Señor no nos deja solos. Ante la incapacidad que tenemos los hombres de vivir su propia vida, la que El recibe del Padre, de darle la gloria que como Dios y creador se merece, de darle las gracias que los hombres le debemos por todo lo que hace por nosotros y de pedir perdón y hacerle propicio para que nos siga otorgando su amor, nos integra en su propia vida por la eucaristía. Y se presenta ante el Padre, como Hijo suyo y Hermano nuestro, y nos lleva con él como Cabeza de la Iglesia. Pero vivir cristianamente es vivir al revés de como vive la mayoría, pues vivir esclavos de la mayoría no es un criterio válido en moral, dado el subjetivismo que reina. Hay que comer el pan de vida si no queremos ser muertos vivientes. ¿Y qué diremos de los que vienen al banquete y se quedan mirando el manjar sin comerlo?

11. Con el realismo de reconocer que la comida del pan no nos va a dar resueltos los problemas, ni a secar las lágrimas, ni a quitar todas las piedras del camino, ni a convertir esta tierra en paraíso. Esta tierra es lugar de peregrinación, desierto y lucha, de espadas y rocas inamovibles ante nuestro paso. Nos da la esperanza. El pan que Jesús nos ofrece no es un pastel, sino pan duro de esperanza y energía, de fortaleza y de seguridad, de certeza en la noche de la proximidad del amanecer en la luz que no se acaba, y es plenitud feliz. Me volvía a mi mente lo que un ateo dijo un día a un amigo creyente: «Si yo pudiese creer que en aquella hostia está verdaderamente el Hijo de Dios, como decís vosotros, creo que caería de rodillas y no me levantaría jamás».

12. San Francisco de Asís escribía en una carta a sus frailes. «Oíd, hermanos míos, La bienaventurada Virgen es tan enaltecida, como es justo, porque llevó en su santísimo seno al Hijo de Dios; si es venerado el sepulcro en el que algún tiempo estuvo yacente; ¿cuán santo, justo y digno debe ser aquel que lo toma en sus propias manos, lo recibe en el corazón y en la boca y lo ofrece a los demás para que lo reciban? ¡Gran miseria y un miserable mal, si, teniéndolo presente así, os preocupa cualquier otra cosa que estuviese en el universo entero! La humanidad se estremece, el universo entero tiembla y el cielo se llena de gloria cuando sobre el altar en las manos del sacerdote está Cristo, Hijo de Dios vivo... ¡Oh admirable alteza y estupenda dignidad! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublime humildad, que el Señor del Universo Dios e Hijo de Dios, se humille de tal manera para esconderse! En la poca apariencia de pan! (Carta a su Orden). En una procesión en Lourdes, Crsto en la diminuta hostia de la custodia escoltado por obispos y cardenales con sus ricos ornamentos, dijo a Gabriela Bossy, mística francesa: "Yo, el más pequeño". 

13. Esta es la razón que mueve a San Pablo a ordenar a los Efesios (5,15): para que se abran a la fuerza transformadora del pan de vida: Recitad salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Celebrad constantemente la eucaristía. ¡Gloria a tí, Señor Jesús!