Domingo XX Tiempo Ordinario, Ciclo A

Salvación universal

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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SALVACIÓN UNIVERSAL
LOS EXTRANJEROS LLAMADOS TAMBIÉN

1. "A los extranjeros los alegraré en mi casa de oración" Isaías 56,1. Así como en el primer Isaías y en el segundo predomina un clima de optimismo teocéntrico de confianza en la acción de Dios, en el tercer Isaías prevalece la observación del derecho y la práctica de la justicia y del rito externo. Esto manifiesta una decadencia de fe, porque cuando ésta disminuye, la carencia de interioridad se intenta paliar con actos exteriores. A pesar de eso, brilla la universalidad de la salvación, incluso para los extranjeros, a quienes la ley excluía del culto comunitario.

2. Ezequiel censura que los extranjeros sirvieran en el templo: "Profanáis mi templo, metiendo en mi santuario extranjeros... Dice el Señor: "Ningún extranjero... entrará en mi santuario" (Ez 44,7). Contrariamente el tercer Isaías escribe: "No diga el extranjero que se ha dado al Señor: <El Señor me excluirá de su pueblo> (Is 56,3).

Pero no sólo hay salvación para los extranjeros. La hay también para los eunucos. "No diga el eunuco: <Yo soy un árbol seco>... A los eunucos les daré en mi casa y en mis murallas un monumento y un nombre mejores que hijos e hijas; nombre eterno les daré que no se extinguirá" (Is 56,4). "Porque mi casa es casa de oración".

La razón de la universalidad de la salvación es que Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4). Dios no es racista. Eligió primero al pueblo de Israel, pero no para excluir, sino para comenzar. Ellos primero, pero para todos. La casa de Dios es casa de oración, y todos pueden orar, sean de la raza que sean, sean del país que sean.

3. El salmo se hace eco de la universalidad, pidiendo a Dios "que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que le teman hasta los confines del orbe". Pide piedad y benevolencia divina manifestada en el rostro del Señor resplandeciendo sobre su pueblo. El mirar de Dios es amar. Y amar es llenar de bendiciones. La protección y la ayuda del Señor a su pueblo será como una lámpara que atraerá a todos los pueblos a Dios y a su salvación y a reconocer como santos sus caminos y sus mandatos y voluntad. La perspectiva del salmista es universal y considera al pueblo de Dios como el centro de todas las naciones, que cuando vean que Dios lo protege se sentirán atraídos hacia él, comprobando que el gobierno de Dios es justo y eso les hace romper en cantos de alegría. Salmo 66.

4. La prueba mayor de la universalidad de la salvación nos la ofrece el relato de la oración de la mujer cananea: "Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas" Mateo 4,23. Hasta los discípulos le pidieron a Jesús que la atendiera porque iba detrás gritando movida su gran necesidad de madre dolorida, por su fe ferviente.

5. No desistió Jesús de darles el descanso y el retiro y la formación que preparaba a sus discípulos y que lo habían dificultado las multitudes, en Betsaida. Ahora los conduce hacia Fenicia, subiendo por la costa de gran belleza. Tiro y Sidón era la tierra de los paganos. En esa tierra, una mujer cananea, o sirofenicia, como la define Marcos, y por lo tanto pagana, da un ejemplo impresionante de fe, que supera todas las pruebas, dificultades y humillaciones. A la primera petición de la mujer, “Ten compasión de mí, Señor, mi hija tiene un demonio muy malo", Jesús no respondió nada". Ni siquiera eso. La insistencia de la mujer, que es rechazada una y otra vez por Jesús, ilumina las cualidades de la oración: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá" (Mt 7,7).

5. La actitud lógica de la pobreza del hombre es pedir. La actitud misericordiosa de la riqueza de Dios es cumplir los deseos del hombre: "Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas". La fe, el reconocimiento de la omnipotencia y misericordia de Dios, contra todas las evidencias de su rechazo, la perseverancia en la oración, y el desprendimiento de pedir algo que, aunque le atañe a ella, en primer lugar beneficia a su hija, con cuyo sufrimiento se identifica su amor de madre, han conseguido en el país pagano, lo que en Israel pocos conseguían, por su falta de fe. Jesús, asombrado por la gran fe de aquella mujer, le dice: "Mujer, qué grande es tu fe". Es la misma admiración que le hizo exclamar ante la fe del Centurión, romano y, por tanto pagano: "En verdad os digo, que no he encontrado tanta fe en Israel" (Mt 8,10). El Padre le ha enviado a las ovejas de Israel. La mujer le pide que altere el plan de Dios. Tal excepción exige una fe de gran calado. Es el momento de interrogarnos si nuestra oración está necesitada de más voltios y nuestra fe expoliada de más rutina

6. Vamos a partir el pan, después de consagrarlo, que es el sacramento de nuestra fe. Al aclamarlo, pidamos un aumento de fe para nosotros y para toda la Iglesia y también, el inicio de la fe para el mundo, que será su salvación.