Domingo XXXI Tiempo Ordinario, Ciclo A

El que se humilla será enaltecido

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1 "Ahora os toca a vosotros, sacerdotes: Si no obedecéis y dais la gloria a mi nombre, os enviaré mi maldición" Malaquías 1,14. La infidelidad de la clase sacerdotal obligará a Dios a cambiarles su bendición, es decir, su situación de privilegio, en maldición. Esta amenaza al estado sacerdotal de la Antigua Alianza tiene una connotación también a nuestra vocación de cristianos, que en virtud del bautismo hemos sido ungidos todos sacerdotes, profetas y reyes. A los sacerdotes aquellos se les acusa de haber invalidado la ley, por haberse apartado del camino del Señor. Nosotros cuando somos cristianos "de credo", pero no de práctica de caridad y justicia, desprestigiamos nuestra fe y alejamos a los no creyentes. El Concilio señala como una de las principales causas del ateismo la incoherencia de los creyentes.

Hoy se es católico, apostólico y no practicante. Según las encuestas, un 90% de españoles se declara católico, pero la mayoría banaliza el sexto mandamiento en todos sus aspectos y no va a misa y se ufana de no ir por aquello de la posmodernidad, o siente vergüenza de ir. El Señor había hecho una alianza con la tribu de Leví, con fines de paz, para asegurar la bendición sobre sus hijos, pero los descendientes actuales de Leví, que eran los sacerdotes, no han sido fieles a la alianza. En tiempo de Malaquías los sacerdotes arrastraban una conducta egoísta, y su escándalo alejaba a otros de la Ley. Por eso el Señor, se desentiende de su alianza y los hace despreciables y viles ante el pueblo. Olvidaban que Dios es Padre de todos y que los hijos de un mismo Padre son hermanos, "mi Dios es el Dios de mis hermanos" (san Agustín), y despreciaban y ofendían a sus hermanos. Y ambicionaban y se atribuían la gloria que Dios reclama para sí (Is 42,8. Aunque es verdad que muchos quieren ser ministros, aunque no tengan capacidad para desempeñar el cargo que ambicionan, el salmo hace eco de protesta, como deseando desmentir la realidad o corregirla: "Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre" Salmo 130, rimando con la actitud de Pablo. Lo propio del cristiano no es la altanería en paalabras ni en actitudes, sino la mansedumbre y la humildad.

3. Jesús se encuentra en su tiempo un ambiente semejante al que condena Malaquías, seis siglos antes Mateo 23,1. Pocas personas han sido tratadas por Jesús con tanta dureza como los escribas y fariseos. Eran dos estamentos sociales distintos. Los escribas, teólogos, letrados, especialistas en la Ley, tenían una larga preparación, oficialmente reconocida y gozaban de gran influencia en la sociedad. Eran los educadores del pueblo, y los jueces que dictaban sentencias, pero con el mal ejemplo de su vida destruían lo que enseñaban. Aplicaban todo el peso de la ley a los demás, aunque ellos eran poco escrupulosos. Compaginaban su estudio con otra profesión, de la que vivían. Jesús no niega su autoridad, porque están sentados "en la cátedra de Moisés", pero descalifica su vida. Esto vale para todos los que ejercen autoridad o magisterio: rectores, políticos, jueces, educadores, etc. La manera más eficaz de enseñar la austeridad, es practicarla. No debe haber dos varas de medir, sino todos deben estar sujetos a la misma medida.

4 Los fariseos eran laicos piadosos, especialistas en la Ley, que interpretaban literalmente. Eran fundamentalistas, integristas e intransigentes en su interpretación. Legalistas y obstinados. Tucioristas, diríamos en términos de moral. Se consideraban intachables, puros, una casta separada de los demás. Influían en la sociedad tanto como los escribas. Eran puritanos y exclusivistas. No cumplían la ley, pero aplicaban todo su peso inhumano a los demás. Habían quitado a la Ley toda su humanidad y prescindían de las necesidades del prójimo. No tenían corazón. Por eso Jesús les llama hipócritas. Juzgaban a los demás, pero no se juzgaban a sí mismos. Exigían la perfección a los demás, pero no se preocupaban de la suya. Y siempre actuaban de cara a la galería, para exhibirse; buscaban ser en todo y siempre los primeros; tenían ambición de figurar y de ser respetados. Llenos de soberbia y vanidad, buscaban los saludos y adulaciones en las calles y gozaban con los homenajes.

5. Jesús les dice a sus discípulos: Vosotros, no seáis así: "El primero entre vosotros que sea vuestro servidor". Así lo ha sido Pablo, que no sólo enseña y trata con delicadeza, como una madre cuida a sus hijos, sino que entrega su propia persona, con esfuerzos y fatigas, trabajando día y noche para no cargar a nadie Tesalonicenses 2,7.

6 Parece que Jesús, conocedor del corazón humano, teme que en la Iglesia que está creando, se desarrolle el fariseismo y esto le mueve a dar los avisos necesarios a sus discípulos. El traía un espíritu nuevo. Comprobaba la decadencia de los sacerdotes de la A.L. y temía que sus seguidores cayeran en los mismos pecados. Veía su gran magisterio reducido a la mediocridad y a la palabrería y temía el riesgo de que los guías del futuro se parecieran a los del pasado. Por eso cambia el concepto de autoridad, de mando y de dominación, y lo sustituye por el de servicio. Aunque tal vez temía que esta palabra un día también fuera utilizada por los ambiciosos de llegar a mandar. El ambicioso por naturaleza, si no se niega de verdad, lo será también y siempre, pretenda fines perversos o los pretenda buenos y honrados. Siempre tenderá hacia el cargo superior, aunque sea de servicio. Servir, si es posible, mejor en la universidad que en las misiones. Y se estudia para eso y, sobre todo, se tiene habilidad para eso, y no duele rebajarse y dedicar tiempo y esfuerzo en la búsqueda de los medios conducentes a escalar. Jesús temía que sus sucesores fueran más seguidores de los fariseos que de él. Pero hay que tener idea clara de lo que significa servicio. El médico sirve cuando estudia para acertar el diagnóstico. Los apóstoles, no administrando, ni barriendo, sino entregados al servicio del ministerio de la oración y la Palabra, porque nadie debe enseñar si antes no practica. El buen ejemplo es el mejor predicador. Y San Agustín escribió: “Bonus orator, sit bonus orator”. El Papa San León Magno, escribía a mediados del siglo V que, aunque en Roma veía muchos sacerdotes, había pocos sacerdotes. Y hace poco los religiosos de los Paises Bajos han escrito: “Nos encontramos en un período de oscuridad y pobreza que nunca habíamos imaginado. Somos pobres en fe, en vida espiritual, en vida de oración y en estima en el mundo”. Y en España una Orden determinada en un Capítulo General se confirmó que: “hemos de confesar humildemente que en la Iglesia damos "poco testimonio de oración".

7 Las últimas parábolas que hemos leido los domingos anteriores, eran indirectas, que habían fracasado. Por eso hoy Jesús ha pasado al ataque directo, hasta llegar a decirles “sepulcros blanqueados”. A partir del versículo 13 de este capítulo 23 de Mateo, siguen los siete ¡Ayes! que culminan el feroz ataque de Jesús a los escribas y fariseos, que utilizaban su doctrina como su propio pedestal, y ni siquiera se la replanteaban ante las palabras de Jesús. Y le hostigan hasta la muerte, con su esfuerzo pelagiano, que no cuenta con la gracia. Tienen la hipocresía del falso celo por la santidad de los demás y utilizan a Dios para enaltecerse ellos. Se aferran a la ley, casuística estéril: "Diezmáis la menta, el anís y el comino, pero descuidáis lo más importante: la justicia, misericordia y la lealtad. Coláis el mosquito y os tragáis el camello" (Mt 23,23).

8 El espíritu farisaico no es un virus histórico, sino psicológico y nos hemos de vacunar de humildad para no ser víctimas de la epidemia. Jesús nos enseña la entrega humilde a Dios, la confesión de la propia impotencia, y quiere que el hombre permita ser amado por Dios, elevado por él, que desconfíe de sí y confíe totalmente en él.

9. Ha terminado Jesús: "El que se enaltece, será humillado. El que se humilla será enaltecido". La hipocresía, la palabras altisonantes, las caretas y apariencias sin contenido interior, la corrupción, no van en esa línea. Jesus se ha humillado, no haciendo alarde de su categoría de Dios, hasta ser nuestra comida, que nos garantiza la vida eterna, participación de la misma vida suya que él comparte con el Padre y el Espíritu Santo, deseando que entremos a formar parte de su misma familia trinitaria, comunidad de amor.

10. Acojamos "la Palabra de Dios, no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes".