Domingo XXV Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mis planes, no son vuestros planes

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre 

 

 

DIOS ES ABSOLUTAMENTE LIBRE EN LA DISTRIBUCIÓN DE SU MÚLTIPLES DONES

1. "¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? ¿Es que no tengo libertad para hacer l que yo quiera en mis asuntos?" Mateo 20,1. Esta es la afirmación central de la parábola de los jornaleros de la viña. Los fariseos reprochaban a Jesús la bondad con que trataba a los pecadores y Jesús, para justificarse, cuenta la parábola que acabamos de escuchar. En la perícopa anterior le ha dicho al joven rico que uno solo es bueno, Dios. Ahora el dueño de la viña dice igualmente que Él es bueno. "Yo soy", es el nombre de Dios y "bueno", es su apellido.

2. En el salmo, con toda justicia y propiedad, hemos cantado también que "el Señor es bueno con todos. Es bondadoso en todas sus acciones" Salmo 144. Este salmo es un himno grandioso a los atributos de Dios derramados sobre los hombres, especialmente de los más afligidos, necesitados, desvalidos y humillados, que claman a él. Es un salmo de alabanza, que encabeza un ramillete de salmos con que termina el salterio. Es un resumen de alta teodicea que ensalza la bondad, la justicia, la misericordia, la fidelidad a las promesas, la piedad con los débiles y desamparados y la providencia detallada con todas las criaturas vivas. Todas sus obras dependen de ella y están esperando que abra su mano para ser alimentadas, sostenidas y amparadas.

3. En esta parábola podemos ver reflejadas todas las etapas de la historia de la salvación. El AMANECER corresponde a la llamada de Adán. La MEDIA MAÑANA a la de Noé. A MEDIODIA llamó a Abraham. A la MEDIA TARDE llamó a los Profetas. Y a la CAIDA DE LA TARDE llamó a los Apóstoles y a la Iglesia, que sucede a la Sinagoga y al Templo. Y a éstos, "los últimos serán los primeros", corresponde el denario de la gracia y de la misericordia y el Amor de Dios. Nuestros cálculos son inferiores a los de Dios, (¡faltaría más!) a quien medimos con justicia larvada y con nuestras medidas, por nuestra incapacidad de abarcar la insondable misericordia y amor de Dios. Si nosotros hubiéramos presenciado la escena habríamos reaccionado igual que los aquellos jornaleros.

Pero el personaje central de la parábola es el Dueño de la viña, que, porque es bueno, nos llama a todos y a cada uno a hacer alianza con El, formar parte de su familia trinitaria, participar de su amor, filiación, misericordia, felicidad y eternidad. Y el centro de interés es el negocio, el contar o no contar, y como consecuencia de contar, pedirle cuentas a Dios, que contesta: ¿Qué he hecho yo para merecer esto?. "¿No puedo hacer lo que quiero de mis bienes?".

4. Jesús desengaña al joven rico, acostumbrado a comprarlo todo, cuando le pregunta qué tiene que hacer para comprar la vida eterna: -No eres tú el que compras y ganas, soy yo el que te ofrezco y te regalo, por pura gracia, mi amistad. "Ven y sígueme" (Mt 19,21). No te lo doy porque te lo mereces, sino porque yo quiero, porque te quiero a tí. No es la ley de la justicia humana, tan rara, y a veces tan injusta, y tan aceptadora de personas, sino de la justicia divina, que es misericordia. Hoy, que la gratuidad tiene tan escasos seguidores, somos más romos a la hora de entender la gratuidad de Dios, es decir, la gracia, que quiere decir gratis, porque no se merece sino que se regala.

Por eso el dueño de la viña comienza a pagar por los últimos, con quienes no ha contratado en justicia un jornal. Es decir, les regala el jornal, que ni les ha prometido, al contrario que a los otros grupos, ni ellos se lo han ganado, porque apenas han trabajado una hora. Los que habían contado, cuando vieron que a los últimos se les daba un denario, se hicieron ilusiones de cobrar más y protestaron contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora y les has pagado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno". -"Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?" He cumplido contigo lo pactado. Ahora, respeta tú mi gracia. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con mis dones? Déjame a mí ser Dios. No quieras domesticarme y enjaularme. Déjame a mí ser generoso. No pretendas que yo sea tacaño y cicatero, como eres tú. Déjame a mi ser rico en perdón y en regalar mis bienes y dones. He ahí la diferencia entre los juicios de los hombres y los de Dios. "Mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes son más generosos y espléndidos que los vuestros" Isaías 55,6. El dueño de la viña practicó la justicia con los primeros, y la misericordia y la gracia con los otros. El denario es un misterio de amor que sobrepasa la justicia.

5. En la parábola del pródigo encontramos también la misma imagen del padre bueno y el hijo envidioso (Lc 15,28. El había trabajado toda la vida, y era verdad. El hermano había derrochado, y era verdad. Pero el Padre se derritió de amor viendo los andrajos de su hijo demacrado, y el hermano mayor se recomió de envidia. Los fariseos y escribas murmuraban: "Este recibe a los pecadores y come con ellos". El fariseo injurió, calumnió, juzgó temerariamente analizando los pecados del publicano en el templo: adúltero, ladrón, injusto. Protestó Judas en Betania ante el despilfarro de María: trescientos denarios que se debían haber entregado a los pobres. Protestó Simón al ver a Jesús recibiendo a la mujer pecadora en su propia casa. Por el contrario, no contó el buen samaritano, al revés del levita y el sacerdote, que calcularon y pasaron de largo, inhumanamente. No sabían dar gratis y, sobre todo, darse a sí mismos. No tenían corazón. Ni contó el publicano, se lo contó el fariseo. Tampoco los últimos de la parábola habían contado. Cuando el dueño les envió a la viña, se fiaron del dueño. Y esta actitud confiada les ha ganado su simpatía.

6. También nuestras comunidades pueden sacar provecho de esta parábola. Dios tiene trabajo para todos. Podría pasar de nosotros, pero quiere contar con nosotros. Dios no quiere hacer nada sin la Iglesia. La Iglesia no debe querer hacer nada sin todos sus miembros. Si Dios nos llama a todos y a cada uno, nuestras comunidades deben también contar con todos. Hay trabajo para todos. Debe haberlo. En la Iglesia de Jesús no caben los monopolios. No debemos mirar a los que llegan a última hora como usurpadores, sino como llamados amorosamente por Dios Bueno. "¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?". Se ha dicho que los sacerdotes sólo quieren a los laicos para utilizarlos.¡Ojalá todos fueran profetas! ¿No hay en esa frase un assomo de envidia y de autosuficiencia? Escuchemos la Palabra de Dios y no la del error imbuido de soberbia: “Los labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina. Porque es mensajero del Señor de los ejércitos” (Malaquías 2,7). “El obispo debe actuar como administrador de Dios, para ser capaz de predicar una enseñanza sana” Tt 1,7)Todos somos siervos inútiles, y cada uno debe estar en el lugar que le corresponde, como quien sirve, y no como quien figura o quiere figurar y ponerse de relieve..Los tales, ya han recibido su paga.¿No es esa actitud una forma de envidia de la preeminencia querida por Cristo? La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitir descubrirlas a los demás. Un agricultor dice que el secreto de su cosecha ganara cada año el concurso al mejor producto, consistía en que compartía su semilla con los vecinos, porque el viento lleva el polen del maíz maduro de un sembrado a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz malo, la polinización cruzada rebajaría la calidad del mío. Si quiero cosechar buen maíz debo cosechar buena clase y ayudar a que mi vecino siembre también buena clase de maiz. Quien busca el éxito, debe ayudar a que sus vecinos tengan éxito. No que se cumpla el refrán del mundo: que yo me quede tuerto para que los demás se queden ciegos, por aquello del otro refrán: en el país de los ciegos, el tuerto es rey. Quien quiere vivir bien, debe ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Y quien quiere ser feliz, debe ayudar a que otros encuentren la felicidad, porque el bienestar de cada uno va unido al bienestar de todos. Arrieros somos, y en el camino nos encontraremos. Vosotros, como quien sirve. Los últimos de todos y los servidores de todos, ha dicho Jesús.

7. La llamada principal de la parábola es a la conversión y a la santidad. Todos hemos sido llamados a la primera hora, pero unos han respondido a distintas horas. Muchos siguieron sin querer oir la llamada. A algunos Dios les tuvo que sacudir fuerte: A Agustín, a Pablo, a Zaqueo, a tantos pecadores, a Ignacio de Loyola, a Francisco de Borja, a Teresa de Jesús...Si hoy oís su voz no paséis de largo. Recreaos en ella. Escuchad ahora su silbo amoroso. No esperemos oir su voz directamente: él tiene infinitos recursos para llamar. Saber sintonizar su onda es sabiduría, cambiar de emisora, necedad. Eso es lo que anuncia la primera lectura de Isaías: "Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes" Isaías 55,6. Es decir: "Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca". Tan cerca, que hasta le vamos a poder tocar y comer. "Para que llevéis una vida digna del evangelio de Cristo" Filp 1,20.

8. Y después de perdonar nuestros pecados, nos da su comida, que es él mismo, para que, incorporados a su Cuerpo místico, cantemos al Padre el himno de alabanza y de acción de gracias, con María, su Madre y nuestra madre. "Guíe Su Majestad por donde quisiere", diría Santa Teresa.