Domingo XXVII Tiempo Ordinario, Ciclo B

Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. "El Señor Dios se dijo: No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude" Génesis 2,18. Sabe Dios que el hombre solo, sin compañía ni ayuda, no es hombre ni puede vivir como hombre. Los animales, que le ayudan en un nivel elemental, no satisfacen su exigencia: "no encontraba ninguno como él que le ayudase". El hombre es superior a los animales, y por eso pone nombre a cada uno, como designándoles un lugar en el ámbito de sus dominios y sometidos a su gobierno. Pero el hombre no se realiza dominando, sino dialogando. Pero ¿con quién? Intenta hablar con los animales, pero ni le entienden ni le responden. Necesitaba un tú semejante. 

2. El autor sagrado para darle importancia a la creación mayor, destaca que Dios reconoce que a su obra le falta algo, no porque sea imperfecta, sino porque era incompleta. El hombre no puede ser feliz porque necesita una ayuda que le complete y con la que pueda comunicarse. El autor sagrado destaca la misteriosa y oculta atracción del hombre hacia la mujer, sin la cual está inquieto y no puede ser feliz: "No es bueno que el hombre esté solo". La mujer, 'carne de su carne', su otra mitad, su igual, la creatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un 'auxilio', representando así a Dios, que es nuestro 'auxilio'. "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn 2,24). Que esto significa la unión indefectible de sus dos vidas, el Señor lo señala recordando cuál fue 'en el principio', el plan del Creador: "De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6)." 

3. “Y vio Dios que lo había hecho bien”.
  Maravillas de amor.

Y el hombre. 

Y la chispa primera de la inteligencia.

Y el latido de la primera emoción, del primer amor.

El hombre que piensa bajo la lluvia

Todas las cosas aman a Dios, 

Pero sin palabras, 

Por eso me ha creado a mí

Para que pregunte a las cosas

Si aman a su Señor.

Si me acompañan

en mi gratitud por existir

Cuando el hombre recorrió la tierra

volvió triste: 

Cuando está con el Señor

Le ama y le retorna amor, 

Las cosas aman a Dios a su modo, 

sin entenderlo.

Pero el hombre les es indiferente. 

Entonces el hombre se durmió.

Y Dios hizo a la mujer.

Y cuando vio el hombre a la mujer

sintió en su pecho

El latido de su sangre y la de ella, 

Y se sintió amado. Y la amó.

Y los dos amaron a Dios

Y se experimentaron unidos a la creación entera.

Entonces en el paraíso no existía el dolor

Y todo cantaba el himno universal del Amor.

4. En la "descripción popular del origen del género humano" (Pío XII), Dios, como haría un cirujano, duerme a Adán y le saca una costilla. Si el autor yavista escribiera hoy, en ver de dormir a Adán, lo habría anestesiado para sacarle la costilla, socarrón él, ante el escándalo racionalista que no ha sabido entender su creatividad para expresar la igualdad de la mujer, hoy que está tan en boga. Adán al ver a la mujer, reconoce feliz: "Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne". Esta sí que es "ishá", arrancada del "ish", en hebreo; la Vulgata la traducirá "virago" de "viro"; la Biblia de Jerusalén, la "varona" de "varón"; la Biblia de Schökel la "hembra" de "hombre". Ha encontrado la ayuda que necesitaba. El hombre reconoce en la mujer su igual. Ahora ya tiene con quien dialogar. Ahora se siente un ser completo. La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro. 

5. El autor sagrado alude al fenómeno del "eros", y describe el origen del matrimonio en el plan de Dios. Amor emocional en la juventud; realista en la madurez; hondo y puro en el otoño, cuando contemplan la madura parra poblada de racimos cara a la vida eterna y plena, que los dos han ido labrando con la gracia del sacramento, símbolo de la plenitud que consiguen en la relación con Dios y con todos los hombres, ayudándose mútuamente a hacerse personas, cuya unidad natural es el elemento embrional de la relación humana. 

6. Luis José Estanislao Martin, padre de Santa Teresita, transcurridos varios meses de su boda, con el propósito de vivir como hermanos con su esposa Celia Gerin, oró como Tobías: "Señor, si yo me caso con esta prima mía, no busco satisfacer mi pasión, sino que procedo lealmente. Dígnate apiadarte de ella y de mí, y haznos llegar juntos la vejez" (8,7). En nuestra decadente sociedad, saturada tan perniciosamente de hedonismo y sensualidad, el matrimonio sagrado está tan lejos de vivir ese ideal, que apena el paganismo y la impureza en que se vive y querría uno encontrar la manera de persuadir a vivir ese ideal. Ya le preocupaba a San Agustín, a quien le argüían que de esa manera se acabaría el mundo, y daba esta respuesta: ¡Qué hermoso fin del mundo! No, el mundo no alcanzará su fin por la belleza de ese ideal, sino por la fealdad de la ordinaria y baja costumbre. 

7. El ideal lo presenta la Sagrada Escritura que se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios y se cierra con la visión de las bodas del Cordero (Ap 19,7). De principio a fin la Escritura habla de matrimonio y de su misterio, de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación en el Señor (1Co 7,39), todo en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia. La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador, se establece sobre la alianza del matrimonio, vínculo sagrado que depende del mismo Dios, su autor, y se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, tal como salieron de su mano. No es pues, una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas y actitudes espirituales. En todas existe el sentido de la grandeza del matrimonio, de la que depende la salvación de la persona, de la sociedad humana, cristiana y de la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar. 

8. Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental de todo ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor. Creados por Dios hombre y mujer, su amor mutuo se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador. Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. 'Y los bendijo Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla" (Gn 1,28)." 

9. Pero todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal, que se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer, siempre amenazadas por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Cada día conocemos casos espeluznantes de rupturas y crímenes atroces. La raiz de este desorden es el pecado, que, no sólo rompió con Dios, sino también con la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedaron distorsionadas por agravios recíprocos; su atractivo mutuo, don propio del creador, se cambió en relaciones de dominio y de concupiscencia; la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra, quedó sometida a los dolores del parto y a los esfuerzos de ganar el pan. 

10. Sin embargo, el orden de la Creación subsiste, aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia, jamás les ha negado. Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas. Las penas que son consecuencia del pecado, "los dolores del parto" (Gn 3,16), el trabajo "con el sudor de tu frente" (Gn 3,19), son también remedios que limitan los daños del pecado. El matrimonio ayuda a vencer el repliegue sobre sí mismo, el egoísmo, la búsqueda del propio placer, y a la comunicación con el otro, a la ayuda mutua, al don de sí. La Ley de Moisés protege a la mujer contra un dominio arbitrario del hombre, aunque lleve las huellas de 'la dureza del corazón' de la persona humana, por lo que Moisés permitió el repudio de la mujer. 

11. Los profetas fueron preparando la conciencia del Pueblo elegido para una comprensión más profunda de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio a imagen de la Alianza de Dios con Israel, como un amor conyugal exclusivo y fiel. Los libros de Rut y de Tobías dan testimonios conmovedores del sentido hondo del matrimonio, de la fidelidad y de la ternura de los esposos. El Cantar de los Cantares es una expresión única del amor humano, puro reflejo del amor de Dios, amor "fuerte como la muerte; las grandes aguas no pueden anegar" (Ct 8,6)." 

12. La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel había preparado la nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando su vida, se unió con toda la humanidad salvada por El, preparando así 'las bodas del Cordero' (Ap 19,7). "En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo -a petición de su Madre- en un banquete de bodas. La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná, viendo en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo" (CIC). 

13. Jesús, en su predicación, enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al principio: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" Marcos 10,2. Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable. Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga más pesada que la Ley de Moisés. Viniendo para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces, los esposos podrán comprender el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana. 

14. San Pablo lo da a entender diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5,25), y añadiendo en seguida: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,31). Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. El Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es ya un misterio nupcial. Es como el baño que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano es, pues, signo y sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Por ello es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza. 

15. A la pregunta que le hacen los fariseos sobre el divorcio, Jesús replicó: "¿Qué os ha mandado Moisés?". Contestaron: "Moisés permitió divorciarse". Jesús les dice: Pero no fue ese el proyecto divino. Lo que Moisés permitió fue a causa de "la dureza de vuestro corazón", y les cita el texto del Génesis: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser". "Este símbolo es magnífico; yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,32. El matrimonio crea vínculos más fuertes que los de la sangre. 

16. Una encuesta del Centro de Investigaciones Científicas revela el dato de que la mayoría está por la ambición del dinero, posponen el valor del matrimonio y de la familia y prefieren el placer inmediato. Con ello se desgajan de la Ley Natural, grabada por el Creador en el corazón de los hombres, que por lo mismo, responde a las aspiraciones más hondas del hombre y está al servicio de la plenitud de su persona y de su felicidad. En este contexto, hemos de leer el evangelio de hoy, que proclama la indisolubilidad del matrimonio como querida por Dios, y el divorcio, como tolerado por Moisés por la terquedad de vuestro corazón. Es decir, el hombre estaba aún desposeído de la gracia de Jesús, que, con ella ha venido a perfeccionar la Ley y a posibilitar y facilitar su cumplimiento. Cuando hoy se busca el divorcio, no se admite la riqueza de la gracia de Cristo y se cae en la pobreza de lo antiguo, con pretexto de modernidad. 

17. "Y el que se divorcia y se casa con otro, comete adulterio". Los Apóstoles que le preguntan a Jesús por el divorcio, eran casi todos casados, y Jesús respondió manifestando el plan del Creador: el divorcio y el casamiento posterior es un adulterio. Marcos destaca esta enseñanza de Jesús, que tan mal tenía que sonar en el ambiente pagano de Roma, donde las matronas no contaban el tiempo por los cónsules, sino por sus maridos. Hoy, por desgracia, estamos como entonces. Pero, si la autoridad, aunque sea legítima, legisla contra la ley natural, deja de ser legítima, porque el legislador no puede suplantar la ley natural. "Serán una sola carne" en comunidad de amor para continuar la creación y propagar la fe desde la verdadera Iglesia doméstica. Cuando la Iglesia disuelve el matrimonio ratificado y no consumado, no sólo fisiológicamente, sino en toda su amplitud psicológica, no rompe el matrimonio, sino reconoce la nulidad de lo que nunca fue matrimonio por causa de la patología humana. 

18. Si el matrimonio significa el amor de Dios al mundo, ¿cómo su unión se puede romper, si Dios nunca deja de amar? Si significa la unión de Cristo con su Iglesia, ¿cómo se puede separar, si su unión es indisoluble? "¿Quién nos separará del amor de Cristo? Ni la muerte, ni las vida, ni los ángeles, ni los principados, ni ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús" (Rm 8,35). 

19. Los fariseos consideraban a la mujer inferior que el hombre, el cual era propietario de la mujer. No es ese el proyecto divino. Ni la mujer es inferior, ni el hombre es propietario de la mujer; uno y otra se enriquecen por razón de su especifidad. Hombre y mujer creados a imagen y semejanza de Dios, en el amor y en la entrega, como las Divinas Personas de la Trinidad. 

20. El hombre es pues un ser incompleto, que se complementa en el diálogo, con la mujer y con los demás hombres. Es así como se convierte en imagen y semejanza de Dios, comunidad de amor, que se entrega. "El ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, como hombre y mujer" (Mulieris dignitatem). Afirmación acorde con el Concilio: "El Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y caridad. El hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). Si el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, está llamado a existir para el otro, a convertirse en un don. Y si la unidad de Dios en la Trinidad no se rompe, tampoco la unión del hombre y la mujer se debe romper; por eso el divorcio atenta contra la naturaleza y contra el ser del hombre. Si la unión es un proyecto de Dios, es un sacrilegio contraponerle un proyecto de separación. 

21. Por lo mismo que "el amor matrimonial es frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación" (GS 47), Jesús ha sanado la unión conyugal con un sacramento para elevarlo y perfeccionarlo. Así puede cantar el salmista la bendición del Señor sobre el matrimonio: "Tu mujer, como parra fecunda, en el centro de tu casa; tus hijos, como brotes de olivo, alrededor de tu mesa" Salmo 127.

22. Sepan hoy poner en la patena y en el cáliz, los casados, sus problemas, los novios, los suyos, y todos, nuestras inquietudes, para que el Señor las sane, las acepte y bendiga, y con su sacramento las enriquezca con frutos que permanezcan.